Lecturas de Julio Travieso

Félix Julio Alfonso López / Foto: Cubarte
13/5/2020

El pasado 11 de abril cumplió 80 años el escritor, traductor, editor, investigador y profesor universitario Julio Travieso Serrano (La Habana, 1940), cuya obra es una de las más atrayentes y significativas en el panorama literario cubano de las últimas cinco décadas. Confirman lo anterior títulos tan importantes como los volúmenes de cuentos Días de guerra (1967), Los corderos beben vino (1970) y A lo lejos volaba una gaviota (2005); las novelas Para matar al lobo (1971), Cuando la noche muera (1983), El polvo y el oro (1993) y Yo soy el enviado (2009), y el libro de testimonios Un nuevo día (1984). Como justo homenaje a una vida dedicada a la creación de ficciones narrativas, le preguntamos a Julio Travieso sobre el proceso de su formación como escritor, y cuánto influyeron en su quehacer intelectual las lecturas realizadas en diferentes momentos de su vida, desde la niñez hasta la edad adulta. Tomamos estas respuestas de una entrevista de mayor extensión, y reproducimos aquí sus reflexiones sobre lecturas diversas, incluyendo sus apreciaciones sobre las literaturas rusa y mexicana, dos países íntimamente ligados a su existencia; su valoración de la transcendencia literaria de Alejo Carpentier, del cual tiene inacabado un proyecto para escribir su biografía; y sus preferencias dentro del corpus de obras fundamentales del devenir narrativo cubano. Por último, Julio Travieso nos ofrece su opinión sobre el modo en que la literatura nos puede ayudar a ser mejores personas en un mundo convulso como el que vivimos hoy.

Lecturas iniciales…

Crecí leyendo los libros que me fueron llegando a través de mi madre, que, además de historiadora, fue poetisa. Todos sabemos cuáles pueden ser: Salgari, con su saga de coloridos corsarios; Verne, y su capitán Nemo; Gulliver, rodeado de enanos, gigantes, caballos o en Laputa; Robinson Crusoe; curiosamente, antes de naufragar con Robinson, viajé con la familia suiza de Johann D. Wyss hasta su isla encantada. Entonces, quise ser El corsario negro enfrentado al malvado gobernador Van Guld, quise ser Sandokan, Nemo, Gulliver, Robinson. Antes, había recibido Los cuentos de Mamá la Oca, Cenicienta, Pulgarcito, Barba azul, El gato con botas. Por cierto, siempre he encontrado un parecido entre el pícaro gato “embotado” y Popota, el diablesco gato, acompañante de Voland. No he hallado referencias sobre el asunto, ni sé si Bulgákov leyó a Perrault. Probablemente sí, pero su biografía no nos dice nada al respecto. Más tarde, llegó (¿fue un regalo?) la deslumbrante de lo deslumbrante, Scheherezada en sus Mil y una noches, acompañada por Harum Al Rashid, Simbad, Ali Baba, y toda la cohorte de efrits, genios y otros prodigiosos personajes. No debo olvidar a Edmundo de Amicis y su ejemplar Corazón. Mi madre me traía libros y juntos, ella y mi padre, me educaron en la rectitud y la decencia.

Finalmente, hacia mis 10 ó 12 años, entró, cómo no, ¿lo adivinan?, “elemental Watson”, Holmes, sobre todo en el maravilloso Estudio en escarlata. También, como es natural, la obra de Martí, asequible a un niño. Algo muy importante, los libros de historia universal, ilustrados, de cuarto y quinto grados Siempre ha quedado en mi imaginación la historia de las tres guerras púnicas. A partir de ahí, nació mi entusiasmo por la historia de Roma.

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 El autor de este artículo y Julio Travieso en la presentación de El cuaderno de los disparates. Foto: Cubarte

Todas aquellas lecturas me introdujeron en un mundo maravilloso y de imaginación. Imaginación, he ahí una bella palabra, indispensable en el arsenal de un narrador. Quien no la tenga y no sepa vertebrar una historia con imaginación, mejor que se dedique a otra cosa más práctica y rentable. De niño-jovencito me entusiasmé con la lectura. Luego de eso, ya el camino está abierto y uno decide si sigue leyendo o no. Yo decidí que sí. Sin embargo, debo ser honesto. Al cumplir 14-15 años me trasmuté, por las circunstancias en las que me tocó vivir, en un hombre. Sin dejar de leer literatura de ficción, me incliné por obras tales como Técnica del golpe de Estado de Curzio Malaparte y libros sobre la guerra. Yo era un hombre que podía (debía cargar) una pistola en la cintura. Para mí comenzó la época de las armas. Por suerte, hoy en día no es así.

De Guerra y Paz al Zamisdat…

En la cárcel (otra de mis viviendas, donde perviví en l958), luego de las palizas que me dio la policía, tuve tiempo de sobra para leer buena literatura. Por cierto, yo era el bibliotecario fundador de la pequeña biblioteca del “vivac”, donde estábamos recluidos los presos pendientes de juicio. Los libros los guardaba bajo mi litera y aún conservo los listados de sus préstamos y devoluciones. Entre aquellos libros se hallaba El capital de Marx. Leí entonces, entre otras obras, la monumental Guerra y paz.

El polvo y el oro, libro de Julio Travieso. Foto: Internet

Por tanto, en mi hogar ruso de Moscú, yo no era un analfabeto en literatura rusa, pero me faltaba mucho por conocer y leer en ruso. Para eso disponía de los libros de mi esposa. Por ella llegué a autores desconocidos para mí y a otros ya conocidos, pero no en su totalidad. Llegué a Pushkin, a la ironía y la burla en Gogol, al grupo de los Hermanos Serapio, a los representantes del realismo socialista, a los represaliados por Stalin, llegué a Bulgákov, a quien mucho admiro. Leí obras prohibidas, que alguien copiaba a máquina o a mano y se las pasaba a otros que, a su vez, copiaban y pasaban, en esa forma rusa de auto edición, llamada zamisdat. Me impactó la grandiosidad de esa literatura, su ironía y burla, algo que, posteriormente, influyó en mi literatura. El ejemplo es mi Cuaderno de los disparates, recién editado.

A algunos de esos autores los he traducido al español, a otros les he prologado sus obras. En particular se puede ver mi traducción de El Maestro y Margarita (Ciudad de México, Lectorum, 2004) y mi prólogo a Nosotros (Ciudad de México, Lectorum, 2010), de E. Zamiatin, la primera novela distópica.

Lecturas Mexicanas…

La relación de mis escritores mexicanos preferidos es muy amplia y, probablemente, coincidirá con la de muchos colegas. Por eso hago un breve recuento, señalando, algunas de sus obras que más me atraen (el orden en que aparecen no significa nada): Carlos Fuentes, Octavio Paz, Elena Poniatowska,  Juan Rulfo, Juan José Arreola, los del grupo Contemporáneos, en especial José Gorostiza con su gran poema “Muerte sin fin”, los de la Novela de la Revolución, en especial Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán, Fernando del Paso (muy especialmente por su Noticias del imperio), Fernando Benítez, Elena Cross (por Tríptico), Guillermo Samperio, Salvador Díaz Mirón, Ramón López Velarde (por su extraordinario “La suave Patria”), Jaime Labastida (del grupo de la Espiga amotinada, junto a Eraclio Zepeda ), José  Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Elmer Mendoza, entre otros.

La Galaxia Carpentier…

No creo que mi lectura de El siglo de las luces haya sido muy tardía. Si la primera edición cubana, por ediciones R, es de 1963, creo, si los recuerdos no me engañan, que la leí en Moscú, hacia 1964, en la Biblioteca de Autores Extranjeros de aquella ciudad. En 1960, antes de mi partida a Moscú, debo haber leído Los pasos perdidos, cuya segunda edición publicó ese año la editorial Lex de la Habana. La impresión que me causaron ambas obras fue extraordinaria. En ellas hallé a un escritor de gran fuerza, capaz de darnos obras en las que combinaba tres elementos que para mí son fundamentales en la buena narrativa; un hermoso lenguaje, una reflexión sobre el quehacer humano y una aventura que nos atrapa, desde el primer momento, y nos incita a seguir leyendo. Borges dijo que un libro que aburre es un libro que fracasa. Carpentier no aburre, todo lo contrario. Añádase a lo anterior una erudición enciclopédica, en la que se encuentran profundos conocimientos de música, literatura, historia universal, arquitectura, religión, mitología. Erudición que no empalaga, no abruma. Fueron 343 las notas que hice en la edición crítica de Los pasos perdidos y pudieron haber sido muchas más. Es difícil encontrar a un autor así.

 Llueve sobre La Habana, libro de Julio Travieso. Foto: Internet

Después de Los pasos… y de El siglo…, leí otras y otras de sus múltiples obras y entonces descubrí al teórico de la literatura, propugnador, en El reino de este mundo, de lo real maravilloso y de lo barroco americano. Aunque no soy un escritor barroco, mucho le debe El polvo y el oro a Carpentier, lo cual se puede apreciar en su trama, en el enfoque histórico y en ciertos pasajes.

Sus obras preferidas de narrativa cubana…

¿Si mi biblioteca de ediciones príncipes ardiera, que obras narrativas cubanas salvaría primero? Por supuesto, como me pudiera quemar, el número de libros a sacar sería limitado, digamos once. Dejándome guiar por mi gusto como lector, me arriesgaría por: Cecilia Valdés (Cirilo Villaverde); Generales y doctores (Carlos Loveira); Pedro Blanco, el negrero (Lino Novás Calvo); Los pasos perdidos y El siglo de las luces (Alejo Carpentier); Cuentos fríos (Virgilio Piñera); Cuentos (Onelio Jorge Cardoso); Los años duros (Jesús Díaz); Tute de reyes (Antonio Benítez Rojo); Un mundo de cosas (José Soler Puig); Tuyo es el reino (Abilio Estévez).

Literatura y condición humana…

No olvidemos que existe una mala literatura, chatarra, que lleva a idiotizarnos. Por desgracia, esa literatura está ganando terreno en los últimos tiempos. Creo que la buena literatura puede ayudarnos a reflexionar y a preguntarnos qué podemos hacer, las personas de buena voluntad, para obtener una vida mejor y cambiar este, nuestro mundo del Nuevo Milenio que se vuelve más agresivo y terrible y, en el cual, cada día estamos más desamparados e indefensos, como lo muestra la nueva pandemia.

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