Cuando de elementos del patrimonio cultural vivo y sus procesos de gestión se trata, desafortunadamente en ocasiones solo asumimos su relación con los originarios valores tradicionales existentes en nuestro entorno; realidad que responde al simple hecho de identificar y referir lo habitualmente frecuentado en el contexto de nuestro pequeño pedacito. Ello ubica la dimensión local en un plano muy favorable, pero nos limita en gran medida a reconocer y asentir todo lo concerniente al abanico de prácticas identitarias legitimadas en la geografía nacional. Sin embargo, no todo está perdido, pues durante muchos años el colectivo de especialistas del Sistema Nacional de Casas de Cultura dedicados a la salvaguardia de los valores tradicionales en contextos comunitarios han apostado en gran medida por la implementación de algunas diligencias, mediante la experiencia adquirida en el ejercicio de acompañamiento in situ a estas joyas que atesora el Patrimonio Cultural de la Nación, con el objetivo de coadyuvar a una visión mucho más diversa de las expresiones de la cultura popular tradicional engendradas desde las comunidades cubanas.

Grupo portador Guasimal. Manzanillo, Granma.

Seremos mucho más consecuentes cuando logremos —por mencionar solo dos ejemplos— que los pobladores del oriente cubano conozcan la existencia del tambor yuka en Pinar del Río y los del occidente reconozcan la presencia de la tumba francesaen Guantánamo. Para ello, son necesarios la concientización y el conocimiento de forma íntegra de los sellos identitarios, teniendo en cuenta su dimensión local, regional y nacional; segmentar geográfica y contextualmente la mirada antropológica de nuestros valores tradicionales sería inapropiado para la cartografía cultural actual, y representaría para las futuras generaciones una falsa visión del significado de esa diversidad que nos caracteriza, heredada y resistente por siglos. De ahí que se haya concebido toda una estrategia encaminada a visibilizar y promulgar a nivel de país el panorama y comportamiento de cada uno de los rubros representativos de la cultura popular tradicional y sus portadores; su empoderamiento y posicionamiento en plataformas digitales y medios de comunicación se convierten en los principales soportes para cumplimentar nuestros propósitos.

Muchos elementos de la cultura popular tradicional en Cuba identifican barrios, localidades y/o regiones que son reconocidos con solo hacer referencia a los mismos. La mayoría de estos representan un vivo reflejo de las costumbres y el desarrollo alcanzado por las civilizaciones que han antecedido a la actual, por lo cual constituyen importantes testigos informantes, lo cual permite un acercamiento al pasado para poder entender mucho mejor nuestra historia y, por tanto, nuestro presente.

Quisiera entonces abordar un tema concerniente a una de las más discutidas y controvertidas referencias, debido precisamente a la fatídica interpretación discordante, que propicia un contrapunteo recurrente en diferentes fórum y espacios académicos afines con la salvaguardia del patrimonio cultural vivo en Cuba: la dualidad entre lo auténtico y lo autóctono, sobre todo, su uso cotidiano cuando de los valores tradicionales generados desde los procesos creativos en las comunidades se trata.

“Son necesarios la concientización y el conocimiento de forma íntegra de los sellos identitarios, teniendo en cuenta su dimensión local, regional y nacional (…)”.

Si tenemos en cuenta que nos ocupan simplemente dos adjetivos, se nos hace menos complejo el fenómeno; pero si nos adentramos y escrudiñamos sus respectivos significados aplicados en el diverso mundo del patrimonio cultural vivo y sus cultores en un escenario como Cuba, entonces nos damos cuenta de la necesidad de una mayor comprensión y valoración. En ocasiones, solemos decir la frase “lo más autóctono de nuestras tradiciones”. ¿Tenemos en realidad un basamento claro y seguro para identificar y nombrar a un fenómeno con un término de tal magnitud o dimensión? Sin duda, hemos creado un eslogan o estereotipo en el manejo del vocabulario referido a la cultura popular tradicional; esto se evidencia de forma más frecuente en estudios, tesis, experiencias y demás ámbitos académicos, así como en la práctica cultural misma a través de los procesos fomentados por las instituciones culturales. Conocemos de la resistencia creada por gestores, especialistas y decisores como parte de las nuevas miradas en la gestión de los procesos tradicionales en cuanto al desuso e inutilidad actual de ciertas terminologías, utilizadas por varios años como parte de nuestra labor; tal es el caso de: rescate, conservación (solo no es recomendable en el patrimonio cultural vivo, para otros tipos de patrimonio aún es permisible) y folclore o folclor (y todos sus términos asociados). También existen otros ejemplos, los cuales hemos incorporado de forma universal y frecuente en nuestro desempeño, lamentablemente, no con el verdadero significado que les corresponde; entre ellos, se incluyen las terminologías que nos ocupan en cuestión: auténtico yautóctono.

Cuando nos referimos a loauténtico, estamos aludiendo a lo original, verdadero, real, exacto, genuino, legítimo, verídico; mientras se convierte en antónimo lo considerado ficticio, falso, copia, imitación, ilegítimo, etc. La cualidad de ser algo auténtico se distingue con la propiedad de la autenticidad. Se puede usar tanto en objetos como en personas. Por ejemplo, “probar la autenticidad de un producto” o “la autenticidad de aquel sujeto es dudosa después de las acusaciones contra él”.

Si lo aplicamos a nuestra realidad tradicional, se trata, sobre todo, de valores reconocidos y generados por la propia comunidad y sus portadores de tradiciones como parte indisoluble y necesaria para sus vidas; esto le imprime una validación y autentifica su realidad, demostrando que no es algo falso. Los aspectos a tener en cuenta para el verdadero reconocimiento de las manifestaciones y expresiones tradicionales como procesos o fenómenos auténticos en las comunidades son: el conocimiento etnológico y sociohistórico del tema en particular; la validación científica de estos procesos en el contexto sociocultural donde se desarrollan y su continuidad; además de la habilidad y el dominio de los valores culturales mediante los que se expresa y donde se halla la impronta distintiva de una tradición transmitida de una generación a otra. Esto nos transfiere a la aprobación de la categoría de lo auténtico a cada una de las expresiones consideradas como elementos o manifestaciones tradicionales generadas y reconocidas por las propias comunidades y sus portadores practicantes, principales depositarios de sus hábitos, costumbres, saberes y conocimientos adquiridos y heredados por generaciones.

Grupo portador Cabildo Cimarrón. El Cobre, Santiago de Cuba.

Es oportuno señalar los equívocos de la población al otorgarles la condición de tradicional y a su vez de auténtico a aquellas unidades artísticas pertenecientes al movimiento de artistas aficionados, así como a compañías y agrupaciones profesionales, solo por el hecho de contar con un repertorio compuesto por géneros tradicionales. Asimismo, genera desconcierto no considerar a los cultores pertenecientes al llamado “sector profesional” como parte del panorama tradicional y auténtico, perdiendo entonces su condición de portadores de tradiciones, cuando en realidad es todo lo contrario: serán siempre exponentes, informantes y guardianes de un legado patrimonial de varias generaciones; en ocasiones de estirpe familiar, mientras en otras se transmite por contacto vecinal o comunitario, siendo entonces parte del entramado que se teje en lo más originario de la sociedad. Para ilustrar mejor lo planteado, es muy común encontrar este fenómeno en los exponentes del verso oral improvisado como parte distintiva del punto cubano, pues desafortunadamente se ha creado una línea divisoria entre los artistas aficionados pertenecientes a las casas de cultura y casas territoriales de la décima y aquellos evaluados por los Centros de la Música, los cuales son remunerados; ello genera una penosa disyuntiva de exclusión, llegando en ocasiones a inapropiadas conductas de vanidad y supremacía, cuando debe primar el reconocimiento de un solo gremio capaz de aglutinar multitudes con sus interpretaciones como ha sucedido por épocas.

Esto requiere interpretar la importancia de esas expresiones auténticas y el verdadero lugar que ocupan en la cultura cubana; nuestras denominaciones etnodemográficas y sus aportes culturales reconocidos por sus prácticas se nutren de la existencia y validación de los sellos identitarios que han formado nuestro etnos-nación. Muchos de ellos han sido declarados Patrimonio Cultural de la Nación y se incluyen orgullosamente en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

No todas nuestras expresiones auténticas se califican como autóctonas, mientras se impone apuntar el calificativo de auténticas a la generalidad de las expresiones autóctonas. La condición de tradición autóctona es menos predominante, precisamente por su sentido de peculiaridad representado; autóctono es un adjetivo que puede aplicarse al ser vivo, al producto o al lugar que es originario o nativo del país en el que se encuentran. Lo autóctono, por tanto, es propio de un sitio. Por ejemplo, la adaptación de los seres autóctonos al entorno hace que, para la agricultura y la ganadería, sea muy importante conocer las propiedades de los animales y las plantas. El cultivo de una especie autóctona tiene más probabilidades de desarrollarse, de manera más sencilla, que el cultivo de plantas alóctonas.

Específicamente aplicado en la gestión de los valores identitarios que se generan en las comunidades cubanas, lo autóctono es visto desde dos perspectivas: el sentido contextual por ser propio de ese lugar y la condición de ser único; por tanto, en esa condición podemos señalar varios ejemplos de prácticas tradicionales, algunas más conocidas que otras.

En la zona occidental del país podemos nombrar como expresiones autóctonas, entre otras, el sucu-sucu, modalidad del son, propia del municipio especial Isla de la Juventud. Difiere del son, por poseer un aire más pausado y esquemas rítmicos más sencillos, la rumba de Navidad; agrupación montada sobre un coche y acompañada de guitarras, tumbadoras y saxofón, donde se cantan coplas alusivas a la Navidad por las calles de la comunidad de Mantua, provincia de Pinar del Río. Las conocidas y populosas charangas de Bejucal son una festividad que responde al complejo carnavalesco cubano; aunque muy parecidas a las parrandas de la región central, difieren en la tipología de las carrozas, dada su forma de presentación por niveles verticales, predominando el factor sorpresa.

“Muchos elementos de la cultura popular tradicional en Cuba identifican barrios, localidades y/o regiones que son reconocidos con solo hacer referencia a los mismos”.

En la zona central encontramos el buey suelto, variante del son montuno autóctono de Ranchuelo y Caibarién en Villa Clara; consiste en un baile en parejas, donde se improvisan los cantos por parte de los propios bailadores. Muy cerca, en Santa Isabel de las Lajas, Cienfuegos, encontramos el punto lajero como parte del panorama del punto cubano, y un poco más al sur, la sirivinga, un tipo de fiesta, modalidad tingo-talango, y a la vez un baile semejante a la caringa, la cual se acompaña con una bunga compuesta a base de un tres, claves, taburete, machete y sirivinga; representa una modalidad propia en la región de Trinidad, la cual data de 1775, y desde el punto de vista musical puede ser considerada como una variante de la caringa, conocida también como caringa trinitaria. Si nos quedamos en Trinidad, presenciaremos también la managua, variante del guaguancó, en la cual se ejecuta el conocido vacunao, pero con los hombros y los movimientos mucho más fuertes, debido a la influencia del bantú, propio de la región. Además, en la central provincia de Sancti Spíritus encontramos como autóctona a la rumba de botella, modalidad danzaria perteneciente a la rumba, caracterizada por la destreza del bailarín, el cual debe realizar todos los movimientos alrededor de una botella, pero sin tumbarla, teniendo entonces el derecho a bebérsela después. En algunos lugares, como en Yagüajay, la complejidad del baile es realmente impresionante; musicalmente se trata de un estribillo, mientras los ritmos elaborados por el quinto son los que guían a los bailadores. Otras de las expresiones con tal magnitud y condición son las tonadas trinitarias; agrupación coral, acompañada con tres pequeños tambores tensados mediante cuñas, que salía por las calles de Trinidad durante la Navidad y otras fechas festivas. El género que interpretaban era el fandango, y aludían en sus textos a diversos problemas de carácter familiar y social.

Si vamos al oriente cubano, encontramos la agrupación portadora Los Richard,perteneciente al municipio Guisa, provincia de Granma, específicamente en la comunidad El Congrí. Familia de haitianos y sus descendientes, que cultivan géneros tradicionales cubanos (son y guarachas), pero con la peculiaridad de ser interpretados en creole y no en castellano; también el paracaídas constituye una variante del son montuno, propio solo en la región de Manzanillo, provincia de Granma.

Persistiremos en hacer llegar estos presupuestos a historiadores, antropólogos, musicólogos, estudiosos, especialistas y demás facilitadores interesados en el tema.  Es necesario que sean adquiridos y conquistados a plenitud como referentes, con el fin de propiciar una actualización en sus desempeños, atemperados a las nuevas miradas, exigencias y realidades relacionadas con la gestión de los procesos de salvaguardia de las prácticas tradicionales que se generan en cada una de las comunidades cubanas.