Luisa Valenzuela

Laidi Fernández de Juan
5/1/2017

La escritora Luisa Valenzuela, reconocida unánimemente por la crítica como una de las voces más destacadas de la literatura latinoamericana contemporánea, cuyos libros abordan temáticas tan complejas como los conflictos de género, la historia de su país, los misterios del lenguaje, y las consecuencias del empoderamiento masculino, es, además, una fiel amiga de Cuba. A la Casa de las Américas debemos la publicación de su novela Como en la guerra y la celebración dedicada a su figura en la Semana de Autor, en este caso, de Autora, en noviembre de 2001. A propósito de cumplirse en el año 2016, el aniversario 50 de su primera novela, Hay que sonreír, comparto algunas reflexiones.

escritora Luisa Valenzuela
Foto: Archivo La Jiribilla

Uno de los rasgos que caracteriza a esta narradora que no se cansa de clamar por un espacio digno para la mujer, es, sin dudas, su incesante producción literaria. Es muy prolífica Luisa, que no prolija. No es redundancia, sino abundancia, en su mejor sentido, la cualidad que la destaca, entre otras. Así, en un intento por acercarla a nuestro público, diremos  que esta escritora, periodista, trashumante y viajera, nació en Buenos Aires, Argentina, donde reside en la actualidad. Sus libros han sido ampliamente traducidos y sus cuentos figuran en innumerables antologías internacionales. Es autora de las novelas Hay que sonreír, El gato eficaz, Como en la guerra, Cola de lagartija, Realidad nacional desde la cama, Novela negra con argentinos, La Travesía, El Mañana, Cuidado con el tigre y La máscara sarda, el profundo secreto de Perón. Sus volúmenes de cuentos hasta 1999 fueron reunidos en Cuentos completos y uno más (Editorial Alfaguara). Han aparecido desde entonces Tres por cinco y Generosos inconvenientes, además de cuatro volúmenes de microrelatos. Es Doctora Honoris Causa de la Universidad de Knox, Illinois; Miembro Honorario de la American Academy of Arts and Sciences, y Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires.

Como resulta imposible reseñar toda su obra narrativa, por no mencionar sus ensayos, me limitaré a comentar algunos de sus textos más representativos. La novela Realidad nacional desde la cama (1990), de la misma época en que la autora diera a conocer su Novela negra con argentinos, mereció el siguiente comentario de Julio Cortázar: “Leerla es tocar de lleno en nuestra realidad, allí donde el plural sobrepasa las limitaciones del pasado; leerla es participar en una búsqueda de identidad latinoamericana que contiene por adelantado su enriquecimiento. Los libros de Luisa Valenzuela son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro”.

La trama se desarrolla en un club de campo llamado Las Ranas, ocupado  por un comando de militares del que nunca llega a saberse a las órdenes de quién hace ejercicios de entrenamiento, con cuáles objetivos ni con qué pretexto justifican su presencia, dada la implantación de la democracia en Argentina desde varios años atrás, alejada, al menos en apariencia, del feroz militarismo padecido. La atmósfera, francamente de tensión y de misterio, o de terror más bien, recuerda al ambiente de otra novela, contenida y espléndida, que recreara poco tiempo antes otro autor del cono sur, el uruguayo Mario Delgado Aparaín en La balada de Johnny Sosa. Si en La balada… el mísero pueblo tomado se nombra Mosquitos y el protagonista es un cantante de blues, en Realidad nacional, los pobres, la plebe, el populacho, se encuentran tras las alambradas del aristocrático club adonde ha ido a parar la mujer alrededor de quien suceden acontecimientos insólitos, mientras ella, deprimida e incrédula, no puede abandonar la cama donde descansa: “No estoy paralítica ni acalambrada ni exhausta ni cuadripléjica ni catatónica ni autista ni agotada ni débil ni hepática ni nada. He perdido la voluntad”, dice, simbolizando, quizás, el inmovilismo de la izquierda de la cual procede, o al menos con la que simpatiza.

Aunque nunca aparecen evidencias de la condición social a la que pertenece la señora que cuenta, es obvio que se trata de alguien que disfruta de ciertas comodidades materiales (está en una finca de recreo, invitada por una amiga), y además, culta. En un momento, el oficial que dirige las actividades de entrenamiento le espeta a su edecán: “Los militares no dudamos, actuamos. La duda es una jactancia de los intelectuales. O de las intelectualas como ésa que está ahí en la cama haciéndose la desentendida. Pero nosotros sabemos que nos observa y nos admira ¿no, preciosa? Nos admira y se unirá a nosotros cuando llegue el momento. Ella sabe de qué bando están los triunfadores”.


Foto: Internet

La trashumancia de Luisa Valenzuela ha contribuido de forma notable a su condición de cronista de distintas etapas históricas de su país. Vista desde la perspectiva de alguien que se aleja y regresa, y vuelve a ausentarse para después retornar, la realidad de su país puede analizarse, descubrirse, intuirse —según el caso— a través de sus libros. A pesar de su marcado interés por priorizar el tema de la mujer en su extensa creación literaria, y sin que este quede soslayado, es la Historia un asunto que centra la atención, o subyace, o palpita por debajo, por detrás, o a veces ocupa un costado lateral en sus cuentos, en sus novelas. El hecho de no permanecer por más de una década en un mismo lugar, no solo adiestra a esta escritora en otras culturas de las cuales se nutre, sino que la capacita para ser dueña de una visión particular de sucesos de naturaleza histórica, a salto de años. Cada ida suya, cada regreso, cada transformación que encuentra y deja, para bien y para mal, son asumidas como resultado de una estrategia en zigzag, y gracias a esta no permanencia física conjugada con su permanente capacidad creativa, resultan siempre frescas las peripecias de sus protagonistas, las descripciones de sus geografías, de sus contextos y, en general, de toda su obra.

Uno de sus más intensos libros de cuentos, a mi juicio, Aquí pasan cosas raras, escrito a raíz de uno de sus regresos a Argentina, en 1975, muestra la magnitud del desasosiego que se respiraba en el país que encontró. “Volví —nos cuenta— en aquel 75 aciago, y supe de inmediato que el Buenos Aires del momento nada tenía que ver con el que yo había dejado casi tres años antes. De golpe se había roto la legendaria calma de nuestra ciudad. La surcaban las oscuras fuerzas de la violencia”. El libro fue publicado a comienzos de la dictadura militar, anunciado como “el primer libro de la época de López Rega”, el siniestro individuo conocido como El Brujo, artífice de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), grupo paramilitar creado en 1973, apoyado por sectores de extrema derecha del ejército y de la policía. Dicho personaje es abordado varias veces por Valenzuela (en Cola de lagartija, en La máscara sarda, el profundo secreto de Perón), con lo cual demuestra la profundidad y el alcance de las maniobras políticas que llegó a tener tan espantoso ser.

En junio de 2002 la Cátedra Alfonso Reyes publicó “Escritura y Secreto, en uno de sus Cuadernos dedicados a la transcripción de conferencias que se imparten en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. En esa ocasión, la conferencista invitada fue Luisa Valenzuela, quien aportó valiosos criterios relacionados con el arte de la escritura. Allí nos cuenta los trucos a los que fue necesario acudir en aras de lograr la publicación de la novela Como en la guerra, escrita entre 1973 y 1975. Ya había visto la luz el libro donde denunciaba que pasaban cosas raras, de forma que “dos veces los militares no se tragarían el engaño, suponiendo que se dignaran desviar su firme mirada al frente hacia laterales obras literarias”. Con tal propósito, Luisa accedió a algunos cambios del texto original:

Fueron limadas ciertas asperezas, realizamos cambios menores y, por ejemplo, la muy connotada –por motivos de guerrilla– provincia de Tucumán pasó a ser Formosa, y los gendarmes se llamaron guardias, detalles dentro del cuerpo de la novela donde el tema de los desaparecidos y la perversa política argentina era abordado al sesgo, con trazo sutil. El título, Como en la guerra, me pareció insustituible aun sabiendo que muchas publicaciones habían caído tan solo por su título –si hasta se decía que habían sido prohibidos libros sobre cubismo porque los militares sospechaban que se referían a Cuba–.

En uno de sus libros más recientes, donde recoge algunos de sus muchos minicuentos, Zoorpresas zoológicas, de 2013, Luisa no pudo abstraerse de su propia historia, de ese transcurrir de sucesos que tanto la persigue, y en un acápite nombrado “Breves historias atroces”, dedica un minicuento al Desaparecido, una persona sin nombre, que representa todo el dolor de la injusticia y de la barbarie. Así, entre las cuerdas de la Historia y los tejemanejes que sufrimos las mujeres, se balancea la narrativa de Luisa Valenzuela. La novela El Mañana, de 2010, sube la parada en cuanto al universo poblado por damas siempre en constante acecho por parte del otro planeta, el masculino. Ahora mejor dibujadas que en libros anteriores —en tanto profesionalmente activas—, dieciocho mujeres, específicamente narradoras, deciden encontrarse a bordo de un barco llamado El Mañana, que surca las aguas de un río. Sin que lleguemos a conocer pormenores de dicho evento literario (el encuentro pretende tener visos de congreso, de cónclave), un comando de hombres vestidos de negro asalta al navío, secuestra a las escritoras, y las confina a arresto domiciliario. Peor aún: el grupo de asalto condena a las mujeres al ninguneo, las desaparece del mundo público borrando sus fichas electrónicas, sus publicaciones, sus trabajos, y queda prohibido que se comuniquen entre ellas y con el exterior.

Gracias a narradoras como Luisa Valenzuela, nuestros demonios salen a la luz, y allí se exponen, para que de una vez por todas sea menor el acallamiento y mayor nuestra expresividad, conscientes de las reprimendas que se nos vienen encima, como expresa uno de sus personajes: “las escritoras  abandonamos el sitio de la no-voz al que se nos había relegado, y si ahora estamos pagando las consecuencias, bienvenidas”. Más que felicitar a Luisa Valenzuela, le agradecemos su constancia, su fidelidad, y su empeño por visibilizarnos.