La actriz y dramaturga chilena Malucha Pinto y su grupo Aracataca Teatro han venido en tres ocasiones a La Habana. Recientemente hicieron su cuarto viaje. La primera vez, en el marco del Festival Internacional de Teatro de La Habana, presentaron Cartas de la memoria, una obra que parte de la recopilación de misivas de mujeres con las que se iba contando la historia de Chile. Después trajeron Me desordeno, amor, un montaje que mezcla la poesía, la música y el teatro bajo la dirección de Carola Carrasco y con textos de Carilda Oliver Labra, a quien conocieron en su viaje a Matanzas. En 2015 regresaron con La Pasionaria, historia que recoge el primer trabajo con las tomas de terreno de los talleres de la memoria que realiza Malucha por todo ese país andino.

“Cuba significa afecto, ideales, y también reflexión”.

Fue muy emocionante estar en el Festival de Teatro confluyendo con un público culto, que sabía de las artes escénicas. Muy gozador del teatro, exuberante y extrovertido. Cuba es un país bello y la belleza es súper importante. Amo esta vegetación profusa, los olores, los sabores de esta isla del Caribe. Le tengo un gran amor a este país. Fue generoso con los chilenos y chilenas que salieron después de la dictadura. Recuerdo haber visto a Fidel cuando estuvo en Chile en el tiempo de la Unidad Popular. Para mi generación la Revolución Cubana era un hito, un referente, y la seguíamos con mucho respeto y admiración. Cuba significa afecto, ideales, y también reflexión.

Malucha Pinto ama el teatro y ve en esta manifestación de las artes un camino de vínculo:

Sigue siendo un rito arcaico que no va a morir nunca en este mundo mediatizado. El teatro se convierte en ese espacio en el que te encuentras aquí y ahora con otros. El público y los que estamos arriba del escenario hacemos un viaje, de algún modo con “riesgo de muerte”, porque entras y no sales hasta que terminas ese trayecto.

Para la actriz el teatro es un saber compartido que tiene que ver con los orígenes y el sentido de la humanidad, y con aquello que nos permite seguir vivos: “Tiene mucho de eso, de contar historias para de alguna manera quererte, encontrarte, tocarte, olerte. Es un arte de los sentidos también, y eso es bellísimo en este tiempo y en este mundo que se nos muere”.

Mi abuelo Horacio en las tablas cubanas

“¿Cuándo fue la última vez que te sentaste en una banca a sentir el aire, o que te acostaste en el piso a ver las estrellas?”, pregunta Gastón desde el escenario. “La gente ya no quiere escuchar historias y eso pone mal a Victoria”. Inmediatamente, llega a escena la nieta del abuelo Horacio que viene de Chile para contar su historia, reflejo de una de las más crueles dictaduras de América Latina.

Hasta Cuba llegó por cuarta ocasión Aracataca Teatro para presentar Mi abuelo Horacio, una puesta en escena contemporánea, popular y poética, en la que se conjugan el humor, la corporalidad y la música en vivo para dialogar con el público que asistió durante esos días a la sala Adolfo Llauradó de la Casona de Línea.

“Mi abuelo era un abuelo inmenso”, exclama Victoria, interpretada por la actriz Carola Carrasco, mientras habla de derechos humanos. Baila, brinca y corre de un lado al otro del escenario, como una ingenua infante que disfruta de su familia y su niñez en un pueblo pequeño. Luego, el poder se adueñó de la tranquilidad y todo cambió.

“Hasta Cuba llegó por cuarta ocasión Aracataca Teatro para presentar Mi abuelo Horacio, una puesta en escena contemporánea, popular y poética”.

El trabajo teatral de la compañía parte del diálogo con comunidades invisibilizadas en Chile. La gente en esos lugares está muy desmembrada y el tejido social se ha ido rompiendo. Entonces, es importante rescatar esas historias, los viajes y lo que la gente hizo para poder recuperar sus casas. Estamos un largo tiempo en esas zonas y desarrollamos talleres de la memoria. Lo que rescatamos es el material para escribir las obras y montarlas a partir de las emociones y la corporalidad. Luego las devolvemos a las comunidades y armamos asambleas culturales para debatir sobre nuestra identidad profunda, y desde esa reflexión mirar al futuro y pensar cómo queremos Chile.

Las puestas en escena las hacen los actores de Aracataca Teatro, y a veces las integran vecinos de esas comunidades. “Es la opción que ha tomado la compañía para desarrollar una metodología y un lenguaje escénico y dramático de cómo contar historias”.

“El trabajo teatral de la compañía parte del diálogo con comunidades invisibilizadas en Chile”.

Precisamente Mi abuelo Horacio parte de ese método y responde a un trabajo que hicieron con víctimas de la vulneración de derechos durante la dictadura de Augusto Pinochet. El argumento nace de la historia de Horacio Cepeda —un detenido desaparecido— contada por su familia. Malucha agrega la ficción y la trama es narrada en formato de cuentacuentos por una nieta ficticia. “A esta historia, que es tan política, queríamos darle una dimensión humana desde los afectos y los espacios externos”, explica la dramaturga.

La escenografía es otro acierto en la pieza teatral. Todo sale de la maleta del cuentacuentos y cada elemento va complementando la narración de Victoria. Colores, la bandera de Chile, objetos típicos de ese país. Juguetes que regala Horacio a su nieta. La ventana por donde se asoma la niña para esperar expectante a su abuelo. “La actriz y su acompañante van armando el escenario del que nace y sale este universo”.

Mi abuelo Horacio lanza una reflexión sobre la libertad, la democracia y los derechos humanos”.

Malucha Pinto no ve otra manera para difundir la historia de Chile que el teatro. “En un país que está muy distanciado de su alma, de su identidad y su cultura, profundamente neoliberal, hay que potenciar esos espacios colectivos de reflexión para conectar y pensar juntos el futuro de la nación. El teatro te lleva a pensar”.

Desde la perspectiva que concede esta manifestación de las artes escénicas de otro país, Mi abuelo Horacio lanza una reflexión sobre la libertad, la democracia y los derechos humanos. Victoria desnuda sus sentimientos y con cada expresión facial lleva al público una certeza: los pueblos de América no pueden olvidar la historia; no pueden darse el lujo de repetirla.