Michael Moore, un niño terrible en la escena política yanqui

Argelio Santiesteban
11/2/2021

Sí, todos lo sabemos de sobra. Que en su faltriquera —o no sé dónde— guarda premios que pueden nombrarse Óscar o Palma de Oro. Pero, por encima de todos sus fulgurantes galardones, el cineasta Michael Francis Moore (Flint, Michigan, 1954) debe sentir orgullo por una virtud divina que lo adorna: tremenda mala leche —que Dios se la bendiga— y una lengua que destila lo que mi pueblo denomina como “ácido de acumulador”.

Michael Moore, quien siempre ha desplegado su verticalidad y transparencia, se ha atrevido a incursionar en un tema que constituye terreno minado en la acera de enfrente: Cuba. Foto: Internet
 

No le tembló ni un músculo de la cara a la hora de denunciar que el gobernador de Michigan estaba permitiendo que la población recibiese agua con altísimo contenido de plomo, causante del terrible saturnismo.

Siempre ha desplegado su verticalidad y transparencia. Así, al recibir el Óscar, aprovechó la oportunidad para acusar al presidente George W. Bush por desencadenar “una guerra ficticia” con la invasión a Iraq en 2003. Y no ha vacilado en denunciar el racismo de Norteamérica, su macabro aparato de salud pública o la ausencia de sentido crítico del ciudadano estadounidense promedio.

Una vez, G. W. Bush le dijo: “Consigue un empleo de verdad”. Inmediatamente, Moore, un mago de la ironía, realizó una llamada a su padre para decirle: “Papá, ¿tienes algún pozo petrolero que me regales?”.

Y a ese payaso grotesco y peligroso que fue inquilino de la White House —a quien trata de “un bufón y un mentiroso”— lo ha llevado contra la pared. Véase esto: “Dicen que Twitter le ‘distrae’ de su presidencia. ¡Pero Twitter es su presidencia! Es todo lo que sabe hacer. ¡Perdedor!”.

Se ha atrevido a más. A incursionar en un tema que constituye terreno minado en la acera de enfrente: Cuba. Veamos estas citas:

¿Alguna vez se han preguntado cómo ha hecho Fidel Castro para permanecer tanto tiempo en el poder? No es porque nuestros líderes no hayan hecho su mejor esfuerzo para echarlo del poder. No, desde que Castro liberó su país del corrupto régimen de Fulgencio Batista (al que apoyaban los Estados Unidos y la mafia), Washington ha probado una gran variedad de métodos para derrocarlo. Estos han incluido intentos de asesinato (pagados con el dinero de nuestros impuestos), invasiones, bloqueos, embargos, amenazas de aniquilación nuclear, desorganización interna y guerra biológica (…) Y —algo que siempre me ha parecido extraño—, ¡hay actualmente una base naval estadounidense en la isla de Cuba! Imaginen si luego de haber derrotado a los británicos en nuestra Revolución de Independencia les hubiéramos dejado mantener unos miles de soldados y un puñado de acorazados por la bahía de Nueva York. ¡Increíble!.

Tenemos mucho que aprender de los cubanos y también mucho que agradecerles. He conocido de primera mano, en la propia Cuba, el sistema de salud de ese país. Allí estuve y filmé un documental dirigido a mis compatriotas estadounidenses. En esta obra describí cómo funcionaría un sistema sanitario si la salud y la atención médica fueran derechos humanos.

Me es difícil conocer los obstáculos que mi país ha impuesto a la vida, al bienestar y a la propia supervivencia de los cubanos, y a pesar de todos esos atropellos los cubanos exhiben esos logros.

Quiero dar las gracias a los médicos, enfermeros y demás trabajadores cubanos que así han obrado. Quizá un día de estos ustedes puedan venir por aquí a ayudarnos a nosotros.

En la prensa española alguien lo ha comparado con el personaje de Pepe Grillo, por ser la conciencia de la sociedad norteamericana.

Y yo, mientras sonrío, me atrevo a decir que, a pesar de sus seis pies de estatura y de que su peso sobrepase las 260 libras, él es —como dicen los franceses— un enfant terrible. Si, un gratísimo niño terrible.

Hace poco acaba de dirigirle una conmovedora carta pública —tan delicada como conminatoria— al recién electo presidente. Esperemos que la misiva encuentre oídos receptivos.