Misioneros por dentro

Laidi Fernández de Juan
22/10/2018

Desde la cinematografía cubana, al magisterio se le ha rendido tributo al menos con dos grandes películas: El brigadista y Conducta. Sobran motivos para agradecer a nuestros maestros, y nunca será suficiente el homenaje que le prodiguemos a tan consagrada profesión. Con los médicos, sin embargo, la filmografía no ha sido generosa. El largometraje que merece la práctica médica cubana se ha postergado, quizás porque muchos reportajes de índole periodística insisten en mostrar la labor de los galenos fuera de Cuba.

 Fotos: Internet
 

Más allá de cualquier obra de ficción, las acciones de la inmensa mayoría de los trabajadores de la Salud resultan más que loables. Las misiones cubanas de colaboración médica en otros países son siempre duras, aun cuando los profesionales reciban retribuciones materiales. La lejanía, el miedo a lo desconocido, la añoranza y los peligros acechan; sea donde sea y bajo las condiciones de cada sitio: siempre será un sacrificio. Sobre este tema, se aprecian reportajes con frecuencia.

En contraste, las misiones internas y las dificultades que afrontan médicos, enfermeras y técnicos de la salud cotidianamente poco se visibilizan, salvo cuando se comete algún error, o se maltrata a alguien. Me parece muy bien que actos negativos sean denunciados. El sensible asunto de la salud no permite escamoteo de ningún tipo cuando se exige buen trato, agilidad en los servicios, diagnósticos certeros, honradez, y conductas eficaces y rápidas.  

Dos cuestiones dificultan el trabajo de estos profesionales, además de las inherentes a cualquier ciudadano, que ya son bastantes: la burocracia y la escasez de insumos médicos. Los trabajadores de la salud encuentran más presión y agobio en el papeleo reglamentario, que en las actividades de terreno, guardias y consultas. Tanto es así, que entre quienes se dedican a actividades notariales se comenta que no hay peor cliente que un médico: se desespera ante cualquier solicitud burocrática. Creo que la raíz de este fenómeno está en el hecho de haber sido entrenado (un médico, por ejemplo) para salvar vidas en fracciones de minutos, sin detenerse a averiguar el nombre y/o la dirección del enfermo cuyo mal es grave. De ahí que cuando ellos mismos necesitan un trámite para asuntos personales (legalizar su vivienda, pongamos por caso), no les sea fácil comprender el mecanismo engorroso que deben cumplir. Además, ya están hartos de llenar papeles, redactar informes, y registrar todas y cada una de las actividades que realizan en la llamada “hoja de cargo”, en las historias clínicas, en el registro, control y seguimiento de cada paciente, cada familia, cada zona, cada Consejo y cada Municipio. Muchas veces las enfermeras y los médicos tienen que ocupar el poco tiempo libre que les queda en llenar infinitos documentos, luego de trabajar durante muchísimas horas en condiciones difíciles.

La limitación de los insumos, no solamente de medicinas, sino también de recetas, modelos de dietas, certificados, tarjetones, jeringuillas, gasa, guantes, toallas, jabones y desinfectantes, complica muchísimo la función laboral de los trabajadores de la Salud. Ellos no solo tienen la responsabilidad de salvar vidas, de garantizar la buena evolución de una gestante y su bebé, de los miembros de la llamada tercera edad, de lactantes y párvulos, de adolescentes sanos y enfermos, de velar por todas las ECNT (Enfermedades Crónicas No Transmisibles), sino también la de divulgar, actuar y enfrentar epidemias de dengue, cólera, zica y otros males tropicales autóctonos e importados.  

¡Resulta increíble que el tiempo les alcance! De hecho, no les alcanza. Pero es infrecuente que dejen traslucir el malestar provocado por tantos obstáculos que encuentran en el camino diario. Como magos, buscan soluciones para los impedimentos de orden material, muchas veces acudiendo a mentiras piadosas: “Vuelva mañana, por favor, para ajustar bien el tratamiento”; “Mejor hacemos la prueba citológica la semana próxima”; “Le drenaré ese absceso el viernes para que sea menos doloroso”. En realidad, disimulan la falta de certificados, de espéculos, de algodón, de agujas y de esparadrapo.

“Honor a quien honor merece, en este caso, a los misioneros de adentro, sacrificados y altruistas”
 

Casi nadie piensa que esa doctora, ese enfermero, ese técnico de laboratorio, de rayos X o de fisiatría, cuando salió de su casa a pie o en una guagua atestada dejó al abuelo encamado, o a la hija afiebrada, o a la madre hipertensa, o simplemente se siente mal. Aunque no haya jabón ni agua corriente en la consulta, no la suspende. Muchas veces emplea recursos propios para fotocopiar modelos médicos de medicamentos, dietas e indicaciones, en aras de no maltratar a los enfermos.

Otro fenómeno en nuestra manera de asumir el deber médico y paramédico es aquel que establece vínculos personales en asuntos laborales. Pondré dos ejemplos. La jefa de un laboratorio es amiga del jefe del mismo departamento en otra área de Salud. La mujer acude al hombre, o viceversa, en plan amigos, para pedirle tubos de ensayo, lápices cristalográficos, agua destilada o reactivos, con el objetivo de que no se interrumpa el servicio del laboratorio clínico donde labora. Son amigos y se ayudan en temas propios del trabajo.

Por otra parte, un endocrinólogo atiende a un diabético, y sospecha una cardiopatía. En lugar de enviarlo a solicitar un turno en Cardiología, acude a su compañero de curso, especialista en dicha materia, para que se encargue de su paciente, como si se tratara de él mismo o de un familiar cercano.

La capacidad de entrega de nuestros médicos, enfermeras y técnicos supera con creces aquellos límites establecidos, normados, que intentan diferenciar el trabajo de la asunción de un problema ajeno como propio. Es frecuente que ofrezcan sus números de teléfono y sus direcciones particulares a los enfermos y acompañantes, de modo que estos sientan la seguridad de que serán atendidos en cualquier momento del día o de la noche.

No pretende esta estampa canonizar a esos trabajadores. Son perfectibles, como todos los humanos, pero merecen más consideración, mayor gratitud. No es posible que en el presente siglo las advertencias de Esculapio, considerado el dios de la Medicina (Grecia, año I a.C.), mantengan vigencia, sobre todo esta: “Cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere tú eres el que lo ha matado. Mientras está en peligro, te trata como a un dios, te suplica, te promete, te colma de halagos; no bien está en convalecencia, ya le estorbas”.

Puestas las evidencias en una balanza, resultan infinitas las bondades de nuestros médicos al lado de sus errores; y mucho mayor el sacrificio cotidiano en comparación con un posible descuido. Es mil veces más grande la sensibilidad que el posible maltrato cometido por un integrante de nuestro sistema nacional de Salud, motivo por el cual, obviamente, debe ser castigado con todo el peso de la ley. Pero no solo debemos acordarnos de Santa Bárbara cuando truena, sino también en la calma. Honor a quien honor merece, en este caso, a los misioneros de adentro, sacrificados y altruistas.