Nada de “leave the Winter”

Fernando Luis Rojas
6/5/2019

 

Para centrarse en funerales y peleas domésticas, la batalla contra los white walkers se resolvió en el capítulo 3 de la octava temporada de Game of Trones. Aunque siga el frío en Invernalia, parece que la repetida amenaza de la llegada del invierno —y lo que traía— al sur del Muro ha sido conjurada. Ojalá las cosas fueran tan sencillas en el invierno de acá, en el del solo reino, o los dos, o los tres, ya ni sé.

De un par de cosas no tengo dudas: el Invierno está aquí, sigue aquí… y el Rey de la Noche también.

Fotos: La Tizza Cuba
 

Si algo bueno ha tenido GoT es su visión de totalidad. Ciudades libres, siete reinos y un más allá del muro: muertos, hombres libres, ¿emigrados?, ¿desterrados? No puede faltar un rey, que quiere dominar a los otros reyes y borrar la memoria de todo lo que ha existido. Un rey que quiere homogeneizar: ¡o muertos todos de ojitos azules!, o los que puedan hacer grande a América [sic] de nuevo. Esa mirada de totalidad presenta las diferencias a lo interno de las casas (familiares) como escaramuzas —más allá de los ballestazos de Tyrion Lannister a su padre, las broncas hereditarias de los Greyjoy o los pase de cuentas entre los hermanos Targaryen— en beneficio de las batallas mayores: el dominio de los Siete reinos o el enfrentamiento a los caminantes blancos.

Los siete reinos de Juego de Tronos
 

Pero Juego de Tronos nos ha mostrado que hay que moverse en todas las aguas: existe una ineludible articulación entre la geopolítica y lo interno. Maestra de ello ha sido Cersei. Con el mayor pragmatismo no concurrió a Invernalia: resuelvan sus vidas allá, de paso salven la mía. A todas estas, hay una diferencia importante en la manera de hacer política de Trump y Cersei: el primero sí se mete en lo internacional para canalizar lo interno. Trump es el Rey de la Noche.

Estas analogías entre Game of Trones y la vida política real no son cosa nueva, aunque George R. R. Martin diga «Si hubiera querido escribir sobre el mundo real, lo hubiera hecho»: que si las palabras de Snow a Cersei al final de la séptima temporada están relacionadas con el triunfo de Trump sobre la Clinton, o los memes al estilo Juego de Tronos del propio Trump para referirse a las sanciones contra Irán y al muro fronterizo con México.

Más allá de las soluciones claras (intentar homogeneizar a todos a partir de un patrón de triunfo: los caminantes blancos, dominar todo lo existente, tener el ejército más poderoso, borrar la memoria colectiva, dirigir como el supremo e invadir y amenazar —llevamos ocho temporadas de la serie en esta historia del Winter is coming—), veamos otros puntos de contacto y diferencias entre el Rey de la Noche de GoT y el de OW (Our World).

Ventaja: Trump el predicador

El Rey de la Noche (GoT) no habla, y mucho menos twittea. Donald Trump hace ambas cosas con entusiasmo. Y sí, hay un sello personal en ello, pero también se aprovecha una acumulación cultural de cómo hacer efectiva la política. La prédica ha sido parte consustancial de un sector de la cultura, la política y los medios estadounidenses.

A manera de ejemplo, en 1967 decía Octavio Paz en una carta a Jean-Clarence Lambert: «(…) los angloamericanos, muy dentro de su tradición, decidieron unir el acto a la prédica».[1]

Si bien es cierto que en la serie de HBO, aunque sin textos, el solo avance al sur de los Caminantes blancos tiene la fuerza de una prédica amenazante (como posibilidad futura y latente) desde la acción; en la vida real, los discursos, tuits y acciones de Trump vienen a confirmar esa unidad acto-prédica coherente. Por ejemplo: sigan la secuencia de la activación del Título III de la Ley Helms-Burton contra Cuba.

Ventaja: Trump no los convierte, los aprovecha

El Rey de la Noche (GoT) tuvo que sacarse un lanzazo para tumbar al dragón Viserion, y poner a centenares de muertos a halar como esclavos el dragoncito que cayó en el agua helada. En resumen, tuvo que lucharse su ejército y sus comandantes durante un buen tiempo.

Trump tenía a sus «halcones» ahí, no tuvo que convertirlos sino aprovecharlos. Bolton es el mismo de las mentiras que llevaron a la guerra en Irak (2003), las acusaciones a Cuba de producir armas biológicas y de atacar a la embajada de Estados Unidos, y proponer el envío de cinco mil soldados a la frontera entre Colombia y Venezuela. Pompeo es el mismo que dijo en la Universidad de Texas «Yo era el director de la CIA. Mentimos, engañamos y robamos. Teníamos hasta cursos de entrenamiento». Bolsonaro hizo una apología de la dictadura brasileña. Quizás el único convertido —y previamente— que ha utilizado como tarjeta de presentación su antigua militancia de izquierda, es Almagro.

Similitud: «vamos contra los diferentes»

Al Rey de la Noche (GoT) le da igual si Jon Snow reconoce como reina a Daenerys y no a Cersei, o si Theon Greyjoy luchará por los Stark y su hermana Asha/Yara navegará a las Islas de Hierro aliada a la Targaryen. Él y su ejército van contra los vivos.

A Trump le dan igual los migrantes, o las diferencias que existen entre Cuba, Venezuela y Nicaragua en términos de sistemas políticos, relaciones internacionales, políticas sociales, dinámicas de la sociedad civil, entre otros. Ya en La Tizza hemos proporcionado miradas que abundan en este sentido. Trump va por la homogeneización y la subordinación. Lo que está fuera de su patrón es atacable, incluso, al interior de los Estados Unidos.

La serie más larga

La octava temporada de Juego de Tronos va por la mitad. Quedan tres capítulos para el cierre y ya los asuntos, aparentemente, deben dirimirse entre humanos, lobos y dragones.

Para nosotros, en Our World, la saga va por el segundo de cuatro capítulos o, probablemente, por el segundo de ocho. Hay salidas en la literatura y la televisión que no son deseables en la vida real. Sería vergonzoso —y es un adjetivo débil— apostar a un camino tipo Arya Stark en modo ninja vs. el Rey de la Noche. No obstante, lo cierto es que aquí, ahora, Winter is not coming, Winter is here…

Tomado de La Tizza

 

Notas:
 
[1] Ver fragmento de la carta en Rafael Acosta de Arriba. Los signos mutantes del laberinto. Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2010. p. 84.