No son inocentes…

Soledad Cruz Guerra
29/1/2021

El burdo incidente provocado por impacientes servidores de Estados Unidos, cuya Embajada reaccionó rápidamente con la desfachatez y cinismo que le es habitual, obliga a recordar —como celebración por su natalicio— que José Martí fue esencialmente un ser signado por el ferviente deseo de justicia y de amor a la humanidad, condiciones que lo llevaron a ser un antimperialista de raíz.

Reconoció las virtudes liberales de Estados Unidos luego de sus experiencias con el absolutismo español; pero sus vivencias en la nación norteña, su aguda observación y su genialidad política no demoraron en ponerlo en guardia sobre los peligros de aquella nación para salvarse a sí misma de las mayores inequidades y para sus vecinos codiciados, desde su surgimiento por la república imperial, a la que uno de sus poetas proclamaba como la nueva Roma.

“Nada para él [Martí] estaba por encima de la independencia de la patria”. Foto: Presidencia Cuba
 

Martí reflexionó y escribió mucho sobre la libertad, las libertades individuales pero, como defensor de la verdadera democracia, poder del pueblo, dio prioridad a la independencia nacional, sin la cual cualquier libertad está incompleta. Tal era su convicción y culto a la soberanía de la nación que llegó a proclamar hasta el arte a las llamas, como parte del fuego emancipador. Nada para él estaba por encima de la independencia patria. Quienes, al servicio de los Estados Unidos, lo invocan contra su amada Cuba demuestran, cuando menos, desconocimiento de sus sentimientos e ideas: y lo peor, ofenden su trascendental legado. Estos individuos ponen al desnudo su baja ralea espiritual, aunque se escuden en el arte como parapeto permitidor de cualquier desmán. Se puede incluso tener talento artístico o de cualquier tipo, y ser un miope en las posibilidades de discernimiento, un apátrida, un engreído convencido de que las obras que produce están por encima de la independencia del país o un mercenario por la paga y la búsqueda de notoriedad.

Es tan ruin, tan miserable, tan vil, diría José Martí, en el peor momento que atraviesa Cuba armar esos sainetes que atentan contra la estabilidad que necesitamos para enfrentar la pandemia, los desafíos económicos, la pretensión de estrangulamiento por parte de los E.E.U.U., que comprendo la reacción del Ministro de Cultura ante tanta irresponsabilidad y provocación descarada. Pero en realidad quienes se prestan sin recato a ser cómplices de quienes quieren destruir el país no merecen la atención ni del ministro ni del viceministro y es hora ya de dialogar cómo tónica dominante, con todos y cada uno de los que en cualquier punto del archipiélago tienen voluntad verdadera de señalar con honestidad lo que nos daña como sistema social, sean o no de nuestro signo ideológico, pero que tienen la ética y el valor moral de, como Martí, defender a Cuba de las garras imperialistas.

El diálogo nacional que hace años viene ampliándose no puede distraerse en las veleidades de un grupo que recibe orientaciones, adoctrinamiento y dinero de los grandes centros hegemónicos del mundo, que fomentan el caos en toda sociedad no complaciente con sus dictados y luego no se comprometen con las necesidades de los arrastrados al desastre total, convirtiendo las llamadas revoluciones de colores en oscuridad.

Por supuesto que en Cuba tenemos muchos asuntos pendientes por resolver, pero las soluciones no vienen del “norte brutal que nos desprecia”, de los herederos de esa vieja burguesía cubana en Miami que quiere recuperar sus privilegios, ni de los desclasados que hacen causa común con ella como parte de la frustración de no haber conseguido el sueño americano limitado al uno por ciento de la población asquerosamente enriquecida, ni de los terroristas que proclaman que si debe morir un millón de cubanos no importa para cambiar de régimen. Es muy fácil acosar al Ministerio de Cultura, cuando se sabe que no habrá balas de goma que ciegan, ni mangueras de agua contaminada, ni palizas como ocurre con todas las manifestaciones pacíficas en el mundo, y es imperdonable, absolutamente imperdonable, que mientras tantas y tantos se baten contra la pandemia a riesgo de sus vidas, un grupo festinadamente quiera amplificar conflictos y otros quieran dar lecciones democratizantes pidiendo la dimisión del Ministro de Cultura, ignorando el verdadero trasfondo del asedio a la institución cultural, soslayando que el verdadero manotazo lo están dando los provocadores a nuestra estabilidad social instigando al caos, sin ninguna voluntad real de contribuir al mejoramiento de la sociedad, ni de dialogar sobre problemas institucionales. La situación es suficientemente complicada como para no ser cómplices voluntarios de quienes no demuestran ninguna piedad por sus gentes. Ni son inocentes, ni tienen ningún espíritu emancipador los que se venden al mejor postor.