Haciendo tierra en Casa 8

Maikel José Rodríguez Calviño
8/8/2019

Una vez al año, la capitalina galería Casa 8 ofrece sus salas a proyectos curatoriales gestados en otras provincias del país. Hasta el próximo 2 de septiembre acogerá Cable a tierra, muestra colectiva que somete a nuestra consideración piezas realizadas por nueve artistas de Pinar del Río.

Confesión, 2017. Javier Ampudia Pacheco. Fotos: Maité Fernández
 

Con curaduría de Miguel Ángel Couret y Lázaro Prieto, en estrecho vínculo con el Fondo Cubano de Bienes Culturales y la filial pinareña de la Uneac, la exposición reúne a creadores de diferentes generaciones que, en su mayoría, exploran líneas discursivas de visibles lirismo y densidad conceptual.

Tamara Campo, Javier Ampudia y Juan Carlos Rodríguez conforman el corazón de la muestra. Curiosamente, sus propuestas tienen varios puntos de contacto, ya sea por el rejuego con lo escultórico-instalativo como por el empleo de materiales comunes (la madera) y los coqueteos con la abstracción.

La primera presenta el tríptico Testigos, compuesto por objetos esculturados encerrados en círculos que nos remiten a la infinitud del tiempo y del espacio. El segundo nos propone Confesión, instalación compuesta por troncos erosionados de árboles cuyos anillos de crecimiento aluden al laberinto, al interminable Uróboros y a la preservación (o pérdida) de la memoria. Entre ellos, una piedra sobre la que ha sido impreso un fragmento de guión radial; esta última, peculiar “sustancia” empleada por el artista en propuestas anteriores. Las voces perdidas, disueltas por siempre en el éter, muy bien pudieron quedar encerradas en esos aros concéntricos cuya disposición también nos remite a los conocidos surcos en los discos de acetato. Estamos aquí ante una pieza melancólica y seductora, que convida al tacto y la idea; elementos que la convierten en una de las más hermosas de la muestra.

Detalle de Confesión.
 

Por su parte, Juan Carlos nos propone El Libro, cuyas páginas, compuestas por planchas de madera, exhiben símbolos de muy variada naturaleza que condensan momentos vividos o sentimientos y emociones experimentadas por el creador. Conocida es la pasión que Juan Carlos experimenta hacia lo simbólico y lo antropológico (destaca notablemente su continuo trabajo al frente del proyecto Farmacia, enfrascado en preservar la memoria telúrica, sumun de lo mítico y lo cultural). Dicho ímpetu se traduce claramente en esta propuesta de belleza meridiana, suerte de homenaje a esa narración personal, íntima, cotidiana, que constituyen nuestras existencias. Todos somos libros propensos a ser leídos, parece decirnos el artista con este críptico “volumen” escrito mediante recuerdos y sentimientos.  

El Libro, 2015 (tablillas de madera y diferentes materiales). Juan Carlos Rodríguez Valdés.
 

A dicha tríada se suma Enrique Rosell con Réplica: mesa antropomorfizada, ingeniosa y divertida, que parece aguardar con los brazos cruzados (quizás solo está descansando) o, silenciosamente, nos incrimina por algún motivo. En lo personal, esta pieza bastó para despertar mi curiosidad y el interés por conocer más sobre el trabajo de su creador. Escribo estas líneas preguntándome dónde estarán y cuáles gestos adoptarán las sillas que deben acompañar a dicha mesa, tan humana como inquietante.

 Réplica (instalación, 2008). Enrique Rosell Morales.
 

El resto de la nómina está compuesta por Miguel Ángel Couret, Israel Naranjo, Arquímedes Lores (Nelo), Michel Gustavo Martínez y Lázaro Prieto. El primero nos ofrece una insípida abstracción sobre cartulina, mientras que el segundo se inspira en personajes y globos de historietas para componer Mi Historia, óleo sobre lienzo de fuerte sabor ochentero. Revolución, de Nelo, es la tercera pintura incluida en la muestra y nos recuerda inmediatamente a los presupuestos visuales del Futurismo; al placer por el movimiento, el estrépito y las máquinas de Boccioni, Balla y Severini. Por último, Michel y Lázaro ofrecen dos fotografías (Comunalka y Statu quo II, respectivamente) que, si bien exploran aspectos socio-raciales de nuestra realidad, no logran escapar al lugar común.       

Cable a tierra es una muestra desigual, cuyo objetivo curatorial es claro, aunque fue resuelto con diversos niveles de calidad y, a las claras, necesitó de una mayor elaboración. No todas las piezas evidencian el mismo rigor estético, quedándose al margen con respecto a las ejecutadas por Tamara, Javier y Juan Carlos. En mi opinión, estos tres creadores, en vistas a las ricas similitudes entre sus trabajos, debieran ser nuevamente reunidos bajo otro proyecto curatorial que explore las convergencias y peculiaridades de sus respectivas poéticas. Bien visto, sus propuestas, junto a Réplica, de Rosell, constituyen la muestra per se. Del resto pudiera prescindirse en mayor o menor medida.

Eso sí: Cable a tierra fue cuidadosamente museografiada; algo común en las propuestas de Casa 8, cuyos especialistas, desde la fundación del espacio, apuestan por muestras con pocas obras, pero de factura y densidad simbólica contundentes. Asimismo, cabe destacar el interés de la galería por visibilizar la obra de creadores pertenecientes a diversas regiones del país que no siempre cuentan con oportunidades idóneas para mostrar su trabajo en galerías capitalinas.

Durante la pasada Bienal habanera entré en contacto con parte del trabajo desarrollado por varios artistas pinareños. Ello me permite asegurar que en esta exposición faltaron voces interesantes, sugerentes, que mucho pudieron aportarle. Ergo, recomiendo «tirar» otros cables en el futuro.