Pacho, llévame contigo pa’ la claridad

Ricardo Riverón Rojas
10/9/2018

En 1964, con relativa frecuencia, se celebraban bailes en el Central Carmita. Los animaban, alternado, los conjuntos Patria o Muerte, del vecino Central Fe, o Ritmo CDR, del poblado de Vega de Palmas, tres kilómetros a la vuelta de Vueltas. El primero lo dirigía Joseíto, un negro de unos seis pies y medio de estatura que como era, además, ideológico de una zona de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), siempre terminaba cada número con la consabida consigna, para guardar coherencia con el nombre. (“Tú me quieres dejar / yo no quiero sufrir, / contigo me voy, mi santa, / aunque me cueste morir. / Patriaaaa / oooo / Muerte”). Joseíto Patria o Muerte le decían.


Grupo musical Patria o Muerte. Foto: Archivo del Museo Hermanos Vidal Caro, Camajuaní

 

Según concurrieran parroquianos al baile, Joseíto reportaba asistentes a una actividad política, y suyos eran todos los galardones emulativos. Ejecutaban un repertorio, por lo general, bastante movido, aunque alguna que otra vez soltaban su piececita suave.

El otro conjunto (a todos les decíamos combos) se centraba de manera exclusiva en el bolero y la balada. El director era Mario Ponce, y el vocalista (no recuerdo su nombre) tenía un stock de frases almibaradas que, dichas entre canción y canción, embobecían a la más pinta. Ahora solo recuerdo una: “Quien no ama, no sabe lo que piensan los astros”.


Foto: Cortesía del autor

 

Los mozalbetes que éramos entonces, en virtud del curioso algoritmo, teníamos clara la agenda: para gozar, Patria o Muerte; para ligar, Ritmo CDR. Qué cosa. Pocas veces he visto marchar, tan de la mano y de manera tan pintoresca, el amor, la Revolución y la gozadera. En una de esas noches pegajosas del verano escuché al Patria o Muerte —y bailé como pude— un número que tenía un estribillo sumamente pegajoso: “Llévame contigo pa’ la oscuridad / pa’ la oscuridad, / pa’ la oscuridad / donde no se vea / no se vea na’ / no se vea na’ / no se vea na’”. En otra ocasión (“noche nimbada por la luna llena” hubiera dicho el “poeta” del Ritmo CDR) los de Mario Ponce cantaron: “Pero el destino / marca un camino / que nos tortura / y entre mis brazos / quedó el espacio / de tu figura…”. Bailé, parloteé tonterías cerca del oído de la figura que ocupaba el espacio —vacío— entre mis brazos, pero la presa estaba jíbara.

Poco después supe que esos números eran, respectivamente, Un caramelo para Margot, de Osvaldo Farrés, e Imágenes, de Frank Domínguez, y que el intérprete por excelencia era un mulato guapachoso llamado Pacho Alonso. En el viejo orticón del sindicato azucarero lo vimos, con Los Bocucos, cantando números de Enrique Bonne, como Que me digan feo, Yo no quiero piedra en mi camino, A cualquiera se le muere un tío y Dame la mano y caminemos. Eran también los tiempos del mozambique, de Pello, y el Pa’cá, de Juanito Márquez, y a ellos se sumó el pilón, de Bonne, con Pacho como zorzal.

Los pasillos de cada uno de esos bailes los aprendí; me los enseñaron María Caracoles y Pituca la Bella, pero sobre todo el mismo Pacho, junto a Las D’Aida, en un video que sorpresivamente, en 2011, volví a ver en Youtube. ¡Qué mulatas, madre mía! ¡Qué rico pilón!

El mayor problema lo tuvimos los del batey cuando los del Patria o Muerte se aparecieron con un híbrido que llamaron “Mozam-paca-pilon-bique”. Aquello no había quien lo bailara, ni tirando la patica pa’lante o echando el maletero pa’trás. Los de Mario Ponce fueron más pegados a la ortodoxia, y entre otros números nos regalaron Enferma del alma, de Otilio Portal, y En los días invernales, de Tomás Jesús González. Ya los habíamos disfrutado en las arrulladoras interpretaciones de Pacho, pero nos gustaron aquellas versiones cederistas, sobre todo para ver si ligábamos. Con ventaja, por aquellos días, los del Ritmo CDR le ganaron la pata a los del Patria o Muerte.

Fue una de nuestras etapas de mayor romanticismo. Íbamos, cuando no había bailes, a casa del amigo Renecito Frank, a oír sus discos de acetato y beber vino de fruta bomba. Muchas veces Pacho nos regalaba, desde el Akord: Prefiero soñar, de Tania Castellanos, Tú no sospechas, de Marta Valdés. Y también, de la mismísima autora de Palabras, el sorprendente Sorpresa de harina con boniato.

Allá por 1970, en el festival de Varadero, adonde acudió con una camisa Manhattan que le envidiamos, tuvimos a un nuevo Pacho, con el recién inventado ritmo simalé. No es esa la etapa suya que con más gusto recuerde, ni tampoco la del upa-upa, aunque tuviera “mendó”. Siempre preferimos aquella voz bien modulada y emotiva, un poco nasal, plena de matices mutantes, entregando la mejor versión que conozco de Niebla del riachuelo, de Enrique Cadícamo y Juan Carlos Cobián, o la sabrosura inigualable de aquella torrecita que, según Enrique Bonne, “se tambalea”; todo dentro de lo tradicional, pero único.

Sé que con los años, tanto la crítica como los sibaritas, y hasta el puntilloso público —menos nostálgico que yo— le han reconocido a Pacho Alonso la cuota de trascendencia que lo justo marca. Algunos dicen que hay un “modo Pacho Alonso” de cantar. Hasta he oído que entre las buenas cosas que le atribuyen, por ejemplo, a Cheo Feliciano, está su timbre, que tanto nos recuerda al del santiaguero.

Nada de lo contado es ficción. Por eso quisiera depositar otra brizna reivindicativa, íntima y personal. Como admito que el estilo Pacho Alonso existe, me gustaría que a los del Patria o Muerte y Ritmo CDR los consideráramos usuarios del mismo, porque lo asumieron a su modo, con sus limitaciones y “aportes”, pero con visión de futuro. Al menos así lo revive la memoria devota de este que, tras cada interpretación romántica (“Dame la mano / y caminemos, / que vale mucho el tiempo / y nunca se debe perder”), en el afán por ligar una de aquellas guajiritas juyuyas hechas “de esa sustancia conocida con que amasamos una estrella”, se infundía valor completando, de la boca para adentro, la trunca consigna de Joseíto Patria o Muerte:

—Yo sé que venceremos.

Santa Clara, 7 de agosto de 2018