Poner la primera piedra

Ricardo Riverón Rojas
23/11/2020

I

Para publicar mi primer libro casi tengo que hablar con Dios. “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”, ¿verdad, don Antonio? Pero sospecho que el Señor no me hubiera escuchado, porque seguramente tendría asuntos más trascendentes para desgastarse atendiendo los llamados de un joven cuya única petición consistía en darle presencia física a las destilaciones de su ego.

Finalmente en 1978, a punto de cumplir los 29, pude ver impreso un breve cuaderno de mis décimas. Lo titulé Oficio de cantar, y el milagro de su aparición se lo debo a mis conversaciones con el que por aquellos años era casi un dios de la promoción literaria en mi provincia: René Batista Moreno.

Folleto Oficio de cantar, Ediciones Hogaño, Camajuaní, 1978. Fotos: Cortesía del autor
 

Camajuaní era el paraíso, o al menos, el paraíso que René se empeñó en construir para quienes pugnábamos por realizarnos como escritores en un discreto municipio del interior de Cuba. Las adversidades estaban ahí, pero también las oportunidades, entonces enfocadas con mayor énfasis en que aprendiéramos a escribir, no en publicar. Los talleres literarios, la red de librerías y bibliotecas, las casas de cultura y el quehacer de la que entonces se llamaba Brigada Hermanos Saíz oficiaron como seguros vehículos para concretar nuestra formación. No todos mis contertulios resistieron, hasta el final, lo azaroso del trayecto.

El taller literario municipal de Camajuaní, bajo la dirección de René, además de propiciarnos la adquisición de herramientas para la crítica, nos involucró en rigurosas actividades de promoción y, para sorpresa de muchos, en proyectos editoriales como la revista Hogaño, nacida en 1967, y los casi insólitos cuadernos de la que bauticé a posteriori como Ediciones Hogaño. A ese catálogo pertenece Oficio de cantar.

Los miembros del taller, además de autores, éramos los editores, correctores, diseñadores, cajistas, impresores, estibadores y distribuidores de aquellos discretos, pero significativos productos. Desde 1968 hasta 1990, tras la salida de Samuel Feijóo de la dirección de publicaciones de la Universidad Central de Las Villas, Hogaño fue el único espacio que, más allá de las casi infranqueables vallas de las editoriales nacionales, nos permitió colocar en el camino las primeras piedras de nuestras “carreras”.

Algunos integrantes del grupo literario de la regional Caibarién, años 70. De izquierda a derecha, Julián Pérez Guevara (Carrazana), de Remedios; Andrónico Cruz Luna y René Batista Moreno, de Camajuaní, y Antonio Hernández Pérez, de Caibarién; al frente Cira Romero, a la sazón especialista literaria de la provincia.
 

Si el poeta-decimista Andrónico Cruz Luna no hubiera sido el administrador de la imprenta de Camajuaní, Ediciones Hogaño todavía fuera un sueño. Gracias a su sensibilidad, conciencia y comprensión, pudimos intercalar nuestros cuadernos entre planillas, agendas, blocks y carteles.

Entonces existían en Cuba las regiones. A la de Caibarién pertenecía Camajuaní. En aquellos territorios vivían, a principio de los años 70, autores provenientes de los talleres literarios, que comenzaron a destacarse en los espacios reservados a los profesionales. Existía una especie de “conciencia regional”, cofradía en que nos formamos y crecimos los de Hogaño. Producto de aquellos impulsos nació por la misma época, en Caibarién, Con la mies en parvas.

En 1970 Antonio Hernández Pérez, residente en Caibarién, obtuvo el premio Uneac de poesía con el libro De pronto sales con tu voz; al año siguiente Batista Moreno también se lo adjudicó con Componiendo un paisaje. Y otros autores, entre ellos Emilio Comas Paret, Hilda de Oráa, Ramón Rodríguez Boubén, Fidel Galbán Ramírez y Rogelio Menéndez Gallo, por solo citar algunos, se destacaron en premios como: David, 26 de julio, La Edad de Oro, Casa de las Américas y 13 de marzo. Ganar uno de esos certámenes era prácticamente el único pasaporte para entrar al reino de Calíope, pese a la existencia de la colección Pluma en ristre, de la editorial Arte y Literatura, concebida para autores inéditos. Las experiencias citadas rescataron del silencio total algunas voces.

René Batista Moreno, al recibir la distinción cultural Zarapico, en 2009.
 

II

El nacimiento de Ediciones Capiro en 1990 puso fin a la virginidad editorial de los aspirantes a escritores, que desde finales de los 70 se valían de la oralidad para darse a conocer en las convocatorias de los escasos foros de entonces. Solo un espacio, creado en 1984 por Ramón Silverio en Santa Clara, que en un inicio se llamó Café Cantante y muy rápidamente se rebautizó como El Mejunje, se erigió tribuna efectiva. Poetas de muchos sitios de Cuba tuvieron (aún tienen) en El Mejunje su sitio de iniciación.

Al nacer, Capiro inauguró su catálogo con el libro de un autor inédito: Rafael Altuna. Su conjunto de cuentos, Una tarde en el río, no solo marcó el inicio de la editorial, sino también el de la colección Zarapico, exclusiva para debutantes. Publicar un primer libro dejó de ser tarea de Hércules, y de ello da prueba el que en sus primeros 14 años de existencia, de los 192 originales publicados, 66 correspondían a autores inéditos, mientras 60 de ellos residían fuera de Santa Clara, en municipios de eso que llamo “el interior del interior”.

Es conocido que a partir del año 2000, siguiendo una política nacional, se fortalecieron todas las editoriales de la provincia (fundadas la mayoría, como mismo Capiro, en la década de los 90) con tecnología para el procesamiento gráfico y apoyo logístico pleno. La política editorial, que se estructuró desde el Instituto Cubano del Libro, indicaba poner énfasis en los inéditos, en los autores residentes en territorios municipales, en la historia local. El resultado a nivel de país fue la publicación de cientos de libros que eran a su vez óperas primas de sus creadores.

Se trató de una generosa acción del Estado cubano (Fidel como primer impulsor) en la filosofía de ampliar las oportunidades para que la inteligencia derivada de las políticas educacional y cultural dispusiera de una plataforma decorosa donde colocar sus frutos, que con seguridad se revertirían en el crecimiento cultural de los receptores.

El entusiasmo original hizo que se incurriera en excesos, de manera que un amplio número de personas que aún no habían rebasado —en lo tocante al oficio— la condición de aficionados, devinieron escritores, sin mucho tránsito formativo. Se cumplía así con el propósito programático, pero el entusiasmo cuantitativo con que se instrumentaron algunas acciones, pasó factura.

Se generó un raro estatus de convivencia y disputa de espacios, sobre todo los remunerados y los que aportaban protagonismos en la vida pública; al cabo de unos pocos años, una buena parte de los antes inéditos disponían de tres, cuatro o cinco libros publicados, no siempre en sintonía con la norma cualitativa que la alta competitividad previa había fijado. Fue quizás la parte negativa en medio del balance, de amplia naturaleza positiva, del programa que acabó llamándose Sistema de Ediciones Territoriales (SET).

Tras muchos debates, horneados en el día a día, las aguas fueron recuperando su nivel: los comités de lectores apretaron las clavijas en las evaluaciones, las editoriales ampliaron su alcance, incluso con autores del canon y otros extranjeros, o cubanos residentes en el exterior; el empaque editorial se hizo competitivo con la media de calidad del libro cubano.

Mientras un grupo aventajado de editoriales crecía, se consolidaba y ganaba calidad, en el silencio del taller literario y la maltratada oralidad, se fomentaba otro pelotón de inéditos cuyo acceso a la primera publicación se puso casi tan jíbaro como lo tuvimos, hace tantos años, los de mi promoción.

Ejemplar de uno de los cuadernos de la colección Página Breve de la Editorial Capiro.
 

Mi participación en la dinámica literaria me ha conminado siempre a la observación, y fue así como me percaté de la existencia de ese “pelotón”, y de las escasas posibilidades de clasificar para el catálogo de alguna de nuestras editoriales, incluso de las que existen para ellos. Se impone, supongo, otra vuelta de tuerca.

En concordancia con lo arriba razonado, le propuse al nuevo director de la Editorial Capiro reactivar la colección Página Breve para, mediante concurso al estilo Pinos Nuevos, ofrecer algunas plazas (las que indique el buen juicio) a los autores inéditos. Necesitamos que a algunos de ellos se les abra, con urgencia pero sin voluntarismo, la posibilidad de colocar su primera piedra en este camino de letras por donde transitamos en pos del crecimiento cultural de la nación.