Por la Habana…

Paquita Armas Fonseca
5/11/2019

En 1977 me mudé a La Habana. Ya conocía la ciudad, había venido en otras oportunidades. Pero en enero de aquel año me propuse su conquista. Tomaba ómnibus y hacía los recorridos completos. Así caminé…

Obispo hasta la Plaza de Armas

 

Foto: Radio Rebelde
 

Miré desde El Prado hacia atrás y me chocó en los ojos el brillo dorado de la cúpula del Capitolio. Automáticamente doblé por Teniente Rey, como lo he hecho desde 1977. Y caminé hasta que torcí a la izquierda por Monserrate hasta Obispo.

A la derecha, casi en la esquina, me quedó El Floridita, el lugar en que una de mis bebidas preferidas fue bautizada por Ernest Hemingway: “Mi daiquirí, en El Floridita. Mi mojito, en La Bodeguita”. Porque esa calle formó parte del escritor norteamericano. “Su primer refugio habanero fue el hotel Ambos Mundos, en la calle Obispo. La habitación 511 de esa instalación, en la que se alojó invariablemente, se conserva intacta. A las cinco de la tarde, después de un día de pesquería, Hemingway se encerraba en su pieza del hotel, pedía la comida y se ponía a escribir. Lo hacía en la cama, a mano, y luego mecanografiaba el manuscrito sin introducir apenas correcciones en los textos. En 1958, en una célebre entrevista con George Plimpton para The Paris Review, recordaría: ‘El Ambos Mundos, en La Habana, fue un buen lugar para trabajar’”, cuenta Ciro Bianchi en La Jiribilla.
 

El famoso restaurante Floridita, en el comienzo de la calle Obispo. Foto: Internet
 

Me han dado deseos de releer Islas en el golfo, como me recomienda un buen amigo, periodista y escritor, para el que la calle Obispo, desde su infancia hasta la actualidad, es uno de los lugares preferidos de esta Habana a punto de cumplir 500 años.

En los años 70 del siglo pasado, esa calle, eminentemente comercial, no estaba como hoy, que ha recuperado su esplendor de zona mercantil, con edificios vetustos y más que llena de olores infinitos, de la música que brota de un lado y otro. A cualquier hora los adoquines son depositarios de pasos de personas de Cuba y de diversos países del mundo. Obispo casi siempre está llena.

Foto: Tony Hernández/ Radio Rebelde
 

Esa vía nació en el siglo XVI, se piensa que en fecha cercana a 1519. Es estrecha porque pretende guarecer a los transeúntes del sol. Según algunos historiadores ha tenido 47 nombres, desde su construcción fue San Juan, (llegaba a la iglesia de San Juan de Letrán del Consulado), Obispo, en ella tuvieron vivienda los obispos Fray Jerónimo de Lara y Pedro Agustín Morell de Santa Cruz; en 1897 se llamó Weyler, un año después los habaneros destruyeron las tarjas del asesino, en 1905 fue Pi Margall y en 1936 le devolvieron su denominación original.

Antes de las hermosas casas que se levantaron a la orilla de Obispo, había, como en el resto de la villa, bohíos de yaguas y guano. Si ahora es solo una calle peatonal, en sus inicios fue predominantemente comercial, porque poco a poco se llenó de dulcerías, los más animados cafés y algunas boticas.

Samuel Hazard, viajero norteamericano, en su conocida obra Cuba a pluma y lápiz, publicada en 1871 en Nueva York, afirmó: “Llegamos a la calle Obispo. Ved el cuadro de vida y movimiento que se ofrece. Ésta es una de las calles más animadas de la ciudad, donde se hallan los establecimientos más atrayentes, en toda su extensión, hasta fuera de las murallas de la ciudad, de la que se sale por la Puerta de Monserrate; el otro extremo de la calle está en el muelle de Caballería, en la bahía. Jamás se cansa uno de recorrer esta calle”.

Saliendo de Obispo se choca con la Plaza de Armas. Es la más antigua de su tipo en la ciudad y debe su nombre a los variados ejercicios militares del ejército colonial que allí se realizaban.

Calle Obispo desde la Plaza de Armas. Foto: Internet
 

La Plaza está rodeada de edificios emblemáticos, el Palacio de los Capitanes Generales, sede del gobierno por casi 400 años, es uno de sus escoltas. A él se unen el Museo de Historia Natural, el hermoso hotel Santa Isabel, y el mismísimo Castillo de la Real Fuerza.

Esa plaza fue, durante muchos años, el punto generatriz de la ciudad de La Habana, desde 1519, cuando se construyó. Se dice que su trazado evoca a sus similares fortificadas de la Europa medieval.

Cuando en 1558 se inició la construcción del Castillo de la Real Fuerza, que ocupó parte de la zona primitiva, tuvo un diseño de “una plaza de armas propiamente dicha, que serviría para recoger a los vecinos y bienes en caso de peligro”, desde 1589 tuvo forma y tamaño definitivos. En 1834 se erigió en ella la estatua del rey Fernando VII, pero, en 1955, una de Carlos Manuel de Céspedes ocupó ese sitial, como un digno homenaje al Padre de la Patria.

 Estatua de Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, en la Plaza de Armas. Foto: Uneac
 

Hasta ahora la Plaza de Armas es punto de partida para quienes llegan con intención de explorar La Habana Vieja. Una de las esquinas está ocupada hoy por el complejo monumentario El Templete, construido en 1828, en el sitio en que se supone se celebró la primera misa y el primer cabildo, fecha que firma la partida de bautismo de La Habana.

El Templete, que semeja un templo grecorromano, de estilo neoclásico, alberga una ceiba, todo un símbolo, pues se dice que bajo ella se oficio la primera misa.

Desde el siglo XVII existe una tradición: dar “tres vueltas a este árbol, tocarlo tres veces y posteriormente ir a la iglesia, tocar tres veces la puerta y ver la figura de San Cristóbal”. Actualmente queda parte del ritual y, a mediados de noviembre, se hace una gran cola para rodear la Ceiba.

El Templete. Foto: Radio Metropolitana
 

Y bueno, hoy no puedo llegar a La Catedral, como anuncié en mi tercera entrega de esta vuelta por La Habana. La próxima vez iré allí, luego de visitar La Bodeguita del Medio.