Como si fuese una de esas plagas en las que la persistente reiteración se disfraza de moda, he visto cómo diversos artistas se han lanzado a copar –en intención al menos– las festividades de fin de año. Como no tienen mucho que decir, de lo que da fe viva su obra, en persistentes ejemplos, sin pudor asumen lo que dice el torrente de la propaganda política. Frases similares (“no hay nada que celebrar” es una de las favoritas) se acuñan en sus muros de Facebook y hacen cola –¡una más!– en la disputa de los trending. No es repentino; viene por sistema adictivo de guerra cultural y ahora depreda en las limitaciones que no se han conseguido superar, o se superan solo parcialmente, o de raíz se tuercen, que también de ese tenemos.

“Solo buscan su minuto de fama, cada vez más efímero, cada vez más cliente de la red de clientes de la hegemonía política global, y sin que importe, tampoco, que ese minuto de fama, que es más bien alharaca de operática chancleta, sea a costa de la demagogia política y la hipocresía comercial que manipula al público”.

Lugar común, cada vez más de consigna, más dócil al pensamiento oficial de propaganda sucia y acoso ideológico, es obviar, minimizar, trucar (relativizar, escribiría Marvin Harris), las consecuencias del bloqueo, convertido en impune e ilegal acoso, y resaltar las incapacidades (solo las incapacidades, ¡ojo!) de la burocracia institucional. Con sus virtudes… ¡caquita, que de castigo vas! Ninguno se atreve, tampoco, con la tiara infinita de especuladores que medran con las desproporciones entre la oferta y la demanda y nos timan a cara de palo y simbólica violencia en mercados y tiendas. Como la culpa que la propaganda exige tiene bien definido su totí, y no pueden salirse de libreto, so pena de suspensión de contratos y agresiones de descrédito, todo eso es harina de costales ajenos.

No les importan, sencilla y lamentablemente, nuestros problemas y carencias y, mucho menos, nuestra felicidad, esa que se desea y se pide en Navidad y Año Nuevo, seas o no creyente (si así fuera, se limitarían en algo con eso que llaman su arte, digo yo). Solo buscan su minuto de fama, cada vez más efímero, cada vez más cliente de la red de clientes de la hegemonía política global, y sin que importe, tampoco, que ese minuto de fama, que es más bien alharaca de operática chancleta, sea a costa de la demagogia política y la hipocresía comercial que manipula al público.

“Lugar común, cada vez más de consigna, más dócil al pensamiento oficial de propaganda sucia y acoso ideológico, es obviar, minimizar, trucar (…) las consecuencias del bloqueo, convertido en impune e ilegal acoso, y resaltar las incapacidades (solo las incapacidades, ¡ojo!) de la burocracia institucional”.

Y algunos se agencian, por esas vueltas de la guataquería que se enrosca en el disfraz de quien se arriesga a pitar alto, como se decía antaño y hoy ni siquiera a eso alcanzan, su contrato o dos, como soldadas de marcha alejandrina.

–¡Pero qué vulgar te has puesto, niño! –exclama de repente la operática chancleta, en pleno barrio–. Tan bajo no se cae, mi’jito.

Sea en falsa y callejera opereta, sea en maniquea Camancola, o en timba demagógica de verdades que siempre son mentiras, usurpan el tráfico de bendiciones mientras de sí revelan, apenas, ese muñeco de paja que en comentario lloroso se camufla. ¡Ni para quemas de San Juan alcanzan, mire usted!

¿Qué dice el coro, entonces?

Qué va decir: lo que el que paga (aunque no pague) dicte.

* La obra que ilustra este breve comentario se debe solo al gusto del autor que lo escribió, quien aprovecha para usarla en un mensaje cruzado y, más no faltaba, en contrapeso al peso de lo que se critica en el post.

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