¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? (I)

José Ángel Téllez Villalón
14/4/2020

I

En el afilado y vibrante libro ¿Qué hacer?, Vladímir I. Lenin presentó un plan para crear, simultáneamente y en distintas partes de Rusia, una organización combativa; una vanguardia revolucionaria para la socialización de una nueva conciencia. Fue publicado en Iskra y tuvo como base artículos en los que el líder ruso resumió las tácticas del periódico durante sus primeros 14 meses y fundamentó la necesidad de trascender el carácter “espontáneo” de las huelgas obreras.

Fotos: Internet
 

Iskra fue el Patria de la Rusia prerrevolucionaria. Un periódico político revolucionario, creado para arrojar “luz sobre todos los aspectos de la vida” y dirigir a las más grandes masas, para unificar al conjunto del movimiento obrero y elevar el nivel teórico de su vanguardia. “De la chispa nacerá la llama” fue su lema, inspirado en un viejo escrito de Vladímir Odóyevski en el que defendía a los intelectuales antizaristas (los “poetas decembristas”) que habían sido condenados al exilio en Siberia por el Zar censurador, Nicolás I.

¿Qué hacer? creció en medio de la polémica, desde un imperativo de los iskristas, al que el “propagandista” (que no un “agitador”) no pudo circunscribirse. El ¿qué hacer? devino un ramillete de preguntas (y respuestas). Previamente, Lenin tuvo que abordar dos cuestiones bien candentes: ¿por qué una consigna tan “inocente” y “natural” como la de “libertad de crítica” se erguía como una verdadera señal de batalla?, y ¿por qué no se podía llegar a un acuerdo ni siquiera en la cuestión fundamental del papel de la socialdemocracia en relación al movimiento espontáneo de masas?

El folleto, subtitulado Preguntas candentes de nuestro movimiento, exhibe el récord de ser una de las obras de Lenin más tergiversadas por los revisionistas e ideólogos burgueses, quienes se enfocan en tres palabras, sacadas de contexto, como las fuentes de todas las faltas del leninismo, el socialismo y todo lo que se le parezca. Con “espontaneidad”, “desvío” y “desde fuera” construyen sus falacias, el relato de que el líder de la Revolución de Octubre temía desarrollar la espontaneidad de los trabajadores, quería desviarlos de su curso natural por la intervención arrogante de una no democrática y centralizada vanguardia, con la que operaría conspirativamente.

Se niega o minimiza que la lucha por la “luz y el aire” de la democracia es la idea motivadora de ¿Qué hacer? Y sin una comprensión de su importancia no hay un entendimiento de Lenin, como fundamentó Lars Lih en su esclarecedor Lenin redescubierto ¿Qué hacer? En contexto. Su cometido era impulsar la expansión de la conciencia, mediante una cadena de hegemonías progresivas, desde los más altamente educados y políticamente organizados a los menos, para conquistar la libertad política. Organizar saltos y anudamientos culturales por “la luz y el aire” del proletariado, que era “la luz y el aire” de todas las clases subordinadas.

II

El ¿Qué hacer? de Lenin se inspiró en la novela homónima escrita en 1862 por Nikolái Chernyshevski, mientras se encontraba arrestado y confinado en la fortaleza de San Pedro y San Pablo. La novela relata la huida de Vera Pávlovna Rozálskaya, hija de un mediocre administrador y de su ambiciosa mujer, una prestamista decidida a utilizarla para ascender en la escala social. Vera se casa con un estudiante de medicina, Lopujov, quien cultiva su inteligencia y la libera de vivir sometida a la tiranía familiar. Luego se enamora y se casa con un personaje “superior”, Rajmétov, apodado el “rigorista”, que la conduce a un superior estado de libertad.

El ¿Qué hacer? de Leninse inspiró en la novela homónima escrita en 1862 por Chernyshevski.
 

La de Chernyshevski es una respuesta, a su vez, a la novela Padres e hijos (1862), de Iván Turguénev que, a opinión de sus críticos de entonces, no sabía qué quería mostrar, solo describía, en lugar de transmitir un mensaje. Trata sobre lo que ahora llamamos choque generacional, el desfase de opiniones, ideologías y posiciones políticas entre la generación débil e inútil de los años 40, representada por Pável, y la juventud nihilista, simbolizada por Bazárov. Para esta última, no hay religión, ni valores estéticos o morales relevantes, lo importante es el avance científico, el aferro a todo lo que es comprobable. En uno de los diálogos, Bazárov le asegura a Pável que “un buen químico es mucho mejor que veinte poetas”.

En cambio, Chernyshevski perfila en su obra tres momentos históricos: el de la generación de los padres, el orden viejo y malo; el de los hijos, el presente bueno, inicio del orden nuevo, y el futuro, la plena realización del orden nuevo, donde solo habrá gente decente. El hoy se desarrolla en la novela con la creación de pequeñas cooperativas socialistas. El porvenir, Vera lo sueña: un palacio de acero y cristal, con electricidad, en medio de jardines y huertas, con ventanas, espejos y muebles de aluminio, como un invernadero que conserva la frescura y la juventud. Allí la vida es sana y tranquila, con todas las necesidades satisfechas. Se divierten cantando y bailando, hasta gozan de mejores voces y de una sensibilidad cada vez más refinada.

¿Qué hacer? es una novela didáctica, de un teórico del arte para quien el deber del artista es profetizar o predicar, servir a la sociedad diciéndole qué debe hacer, poniendo la escritura al servicio de un programa específico. Por todo ello, tuvo enorme influencia en los revolucionarios de la época. Se dice que marcó el pensamiento del joven Uliánov, mucho antes que los textos de Marx. En su ¿Qué hacer?, Lenin mencionó a Chernyshevski entre los “precursores de la socialdemocracia rusa” e hizo notar la “importancia universal” que estaba alcanzando la literatura rusa.

En contraste, despertó críticas virulentas en escritores como Turgenev, Vladimir Nabokov, Fiódor Dostoievski y León Tolstói. Particularmente, el pesimista Dostoievski se burló de su utopía, en su obra Memorias del subsuelo (1864) y en Los endemoniados (1872). En varios pasajes de la primera se parodian episodios de ¿Qué hacer? Su ataque al “utilitarismo racionalista y determinista” desarrollado por Chernyshevski, es bien explícito en algunos:

¿Quién fue el primero en decir que el hombre comete vilezas por no conocer sus verdaderos intereses, se pregunta el “hombre del subsuelo”, que, si se le ilustra, si se le abren los ojos a sus verdaderos y normales intereses, el hombre dejará inmediatamente de cometer infamias, se hará en el acto bondadoso y noble, ya que al ser ilustrado y al comprender su verdadero interés, verá que en el bien radica precisamente su propio beneficio? Y es bien sabido que ningún hombre puede actuar en contra de sus propios intereses. Así pues, haría el bien por necesidad.

“El pesimista Dostoievski se burló de su utopía, en su obra Memorias del subsuelo (1864) y en Los endemoniados (1872)”.
 

Según el personaje de Dostoievski, peca de ingenuidad la tesis de Chernyshevski según la cual “el hombre actúa según la necesidad” y sus actos están determinados por las influencias, las más fuertes. Para el “hombre del subsuelo”, “el hombre, siempre y en todas partes, quienquiera que sea ha querido actuar como le da la gana, y no con arreglo a su razón y a su beneficio”. “El hombre puede desearse intencionadamente, conscientemente incluso, algo perjudicial, insensato, incluso absurdo (…)”. “Lo único que el hombre necesita es desear las cosas por sí mismo, cueste lo que le cueste esa autonomía y sean las que sean sus consecuencias”. “Los deseos —agrega—, con gran frecuencia y en su mayor parte, andan por completo y obstinadamente a la greña con la razón”.

Vocifera que “de vez en cuando da gusto romper algo”; “soy partidario ―declara― de… mi capricho, y de que nada me impida satisfacerlo”. Por eso, grita que está enfermo del hígado, tiene la superstición de respetar la medicina, pero no se cuida, siente rabia y por eso prefiere que aumente el dolor. “Es una forma de rebelión e insumisión, de disfrutar masoquistamente con el dolor: todo es, pues, ambiguo y polisémico en lo que narra, una contradicción viva”, resume Joan B. Lunares en su ensayo La crítica de F. Dostoievski a la antropología de N. Chernishevski. Memorias del subsuelo como réplica a ¿Qué hacer?

III

La contemporánea ¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? comparte tensiones equivalentes a aquellas interrogantes de Lenin. Pese a su menor alcance, y ser una de las tantas que comprende la política cultural; a su vez, uno de los subconjuntos del gran ramillete de imperativos de la transición cubana hacia el “Reino de la justicia”. Transición socialista que ha de entenderse, sobre todo, como un proyecto cultural.

Pero la cultura interpretada en el sentido gramsciano. No concebida como “saber enciclopédico”, sino como “organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista desuperior conciencia para la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y deberes”.

Se trata de concertar “qué pasos prácticos debemos dar” y “cómo debemos darlos”, en pos de reducir la labor de zapa de los videoclips tóxicos, como parte del “plan de actividad práctica” para la consecución de esa “superior conciencia”, de una nueva apropiación de la realidad. Ya no solo para coordinar “nuestra influencia sobre el pueblo (y sobre el gobierno) por medio de la palabra impresa”, sino “otras formas de influencia, más complejas, más difíciles, pero, en cambio, más decisivas”.

Los videoclips son el producto de las “industrias de la conciencia” más consumido por nuestros jóvenes, vehículo principal para la importación de las necesidades capitalistas, instrumento para la colonización cultural y, con tendencia creciente, de la subversión ideológica. Consideraremos como videoclips “tóxicos” aquellos videos musicales, facturados como mercancías, que degradan la condición humana, y que reproducen la subjetividad “capitalística”, maximizan “la plusvalía de poder a través de la ‘cultura-valor’”, al decir de Félix Guattari.

 

El término “tóxico” es otro aporte teórico de Jon E. Illescas Martínez, autor del más profundo estudio sobre el videoclip hegemónico en el sistema-mundo, compilado en su libro La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados (El Viejo Topo, 2015 y Nuevo Milenio, 2019). Lo empleó en su más reciente volumen Educación tóxica.El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes (El Viejo Topo, 2019), para referirse a la “educación impartida por las pantallas parlantes (móviles, tabletas, ordenadores, TV, etc.) y sus contenidos dominantes en formatos tales como la música ‘de moda’, videoclips, videojuegos, películas, series, youtubers, redes sociales, etc.”

Tóxicos, como señala Illescas, por:

También, en nuestro caso, por reproducir la subjetividad “capitalística”, especialmente por el culto al “tener” sobre el “ser”, el ser rico como único modo de ser libres y felices.

Ahora, como en los tiempos de Lenin, la “autoemancipación” de los subordinados es impedida por contaminaciones “desde fuera”. El tóxico deseo de ser (y parecer) ricos; como los “famosos”, premiados por su gran servicio de reproducir esos deseos insaciables de tener una mansión, un carro lujoso y una modelo de esposa. O, al menos, de “clase media”, aspirantes a millonarios que publican libros de autoayuda, que salen en la TV o en un canal de Youtube, para enseñarnos cómo ser exitosos o cómo emprender un negocio en la música.

Emancipar significa elevar al “hombre natural”, desintoxicándolo. Transferirle, como por ósmosis, una conciencia crítica. Porque la conciencia falsa, la “conciencia explotada” ―al decir del venezolano Ludovico Silva―, deviene en “productora de trabajo psíquico excedente que deja de pertenecer al individuo para convertirse en sustento ideológico o plusvalía política”. En beneficio del capital y contra el suyo propio.

Y decimos que comparte tensiones con aquella de Lenin, por estas razones, esencialmente:

IV

Hay un pasaje en el libro de Lenin, especialmente ilustrativo; cuando para desmontar un texto de la revista para obreros Svoboda (núm. 1), se centra en una de sus frases: “Es más fácil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos". Para el líder ruso, por el contrario, “es mucho más difícil cazar a una docena de inteligentes que a un centenar de bobos”. ¿Y qué entiende por “inteligentes” en materia de organización? Pues los que se forjen como revolucionarios profesionales, “sin que importe si son estudiantes u obreros”. Para Lenin lo que hace indestructible a una vanguardia, es su calidad, son sus "raíces profundas”, sus “centenares y centenares de miles de raíces profundas”. Lo que valida, en todo caso, la inteligencia de una vanguardia, es su capacidad de hacerse escuchar y seguir, por razones y compromisos permanentes, no por “boberías”, demagogias o sofismas. Porque la vanguardia “no pensará por todos” y la multitud tomará parte activa en el movimiento, promoverá, de su seno, a un número cada vez mayor para el pelotón de avanzada.

Vladímir I. Lenin.
 

Como aclara Lars Lih, revoliutstioneripo professii no quiere decir “revolucionario intelectual” o “revolucionario profesional”. En Rusia, el sustantivo professi ya se aplica a casi cualquier tipo de trabajo que requiere habilidades y formación. El sentido del término empleado por Lenin es más bien “capacitado y con experiencia revolucionaria”. No tiene el más mínimo olor de elitismo; tal persona está totalmente de acuerdo con los trabajadores que él o ella se esfuerza por influir. Un significado muy diferente al que habitualmente se supone y que lo equipara al de “intelectual orgánico” de Gramsci.

Hoy, entonces, liderarán este “asalto al cielo, los capaces de inteligir (elegir entre) la verdad (alétheia) y lo aparente (doxa); lo permanente y lo transitorio, “lo natural” (martiano) y lo “naturalizado” por el capitalismo; organizados por el compromiso de persuadir, enriquecer el espíritu y contribuir al pan con la belleza. Con la habilidad y disposición de “atacar frontalmente y destruir todos los mitos y fetiches” que el sistema capitalista produce y las industrias del entretenimiento difunden; de “elevar a la percepción lúcida de las gentes el significado de todo ese cúmulo de imágenes-fetiches y representaciones-ídolos que el sistema ha instalado en su preconciencia” ―como sabiamente señalaba Ludovico Silva―.

Una vanguardia preparada, estable y dedicada profesionalmente a dar estímulos, grandes estímulos. Una vanguardia cultural integrada por intelectuales orgánicos (que no con “letrados artificiosos”). Por agentes creadores de todas las profesiones, educadores, periodistas, críticos, músicos, realizadores audiovisuales…

Es un reto que la conciencia crítica no les choque como ajena a nuestros intoxicados. De ahí que las observaciones, conocimientos y experiencias revolucionarias se deban co-crear y compartir democráticamente y socializar atractivamente. Si los estímulos desde las pantallas no se perciben “desde afuera”, las luces y llamados de atención de la vanguardia tampoco se han de percibir como extraños.

Pero, como fundamentó Lenin en el capítulo IV, la obligación “primordial y más imperiosa” de esta vanguardia revolucionaria, será ayudar a formar a los subordinados, ponerlos en el nivel de los intelectuales orgánicos, y no al contrario. No se trata, en nuestro caso, de hacer un reguetón didáctico, ni disparar un panfleto visual sobre un dembow, para conectarnos con sus consumidores; sino propiciarles novedosas experiencias artísticas, con un abanico de géneros no domesticados. Como primer paso que los eleve a una nueva racionalidad, desde los niveles primarios e instintivos de la sensibilidad, como recomendaba Herbert Marcuse. Confiados, como el filósofo alemán, en “el potencial subversivo de la sensibilidad”.