¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba? (III)

José Ángel Téllez Villalón
15/9/2020

Como planteamos en la primera parte de esta serie, a nuestra interrogante “¿Qué hacer con(tra) los videoclips tóxicos en Cuba?”, “la atraviesa, como núcleo de disputa, la `libertad de expresión´. Asunto manipulado históricamente, y entre los predilectos para la desacreditar al socialismo cubano. Ni dentro de la propia izquierda, se ha podido llegar a un acuerdo en cómo gestionarla, y cómo relacionarla con las otras libertades y con el bien común”. Y es que la “libertad” ha sido entendida (e instrumentalizada) de mil maneras, también como “espontaneidad”, “libertinaje” y hasta “fuga”. Manifestaciones que se dan, ruidosamente, en el campo en que reflexionamos. Los populistas de hoy vociferan: “¡Al público hay que darle lo que pidan, y si quieren reparto, reparto hay que darles!”. Los liberales, deslizan casi lo mismo, como Shakira: “No vamos a esta altura, a ponernos a decir cual música escuchar y cuál no”.

El filósofo y matemático Gottfried Leibniz definió la libertad humana como una spontaneitas intelligentis, una espontaneidad de quien es inteligente, de quien se caracteriza por inteligir (elegir entre), entender. Esta espontaneidad cualitativamente superior es la que nos diferencia de los animales, de sus comportamientos instintivos. En la misma línea, los marxistas entendemos la libertad, no como independencia imaginaria respecto de las leyes de la naturaleza, sino como el conocimiento de dichas leyes y de la posibilidad de utilizarlas para la actividad práctica. Para Engels “la libertad consiste, de consiguiente, en el dominio de nosotros mismos y de la naturaleza exterior; en el dominio basado en el conocimiento de las necesidades de la naturaleza”. “Mientras no conocemos la ley de la Naturaleza, esta, al existir y actuar al margen de nuestro conocimiento, nos convierte en esclavos de la ‘ciega necesidad’. Una vez conocida esta ley que actúa (como miles de veces lo había repetido Marx) independientemente de nuestra voluntad y de nuestra conciencia, nos hacemos los amos de la Naturaleza”, planteó Lenin.

Sin comprender la necesidad, no puede haber verdadera libertad. “Sin cultura no hay libertad posible”, fue la versión fidelista de aquella idea martiana: “Ser cultos es el único modo de ser libres”. Para el líder al Revolución “la libertad está en la razón, directamente proporcional a la cultura de la gente”. “El hombre de las hordas podía descubrir algo, ver que un palo era más duro que otro, y lo utilizaba. Este hombre de hoy tiene menos libertad de pensar que el hombre de las hordas primitivas, porque casi todo lo que hace es lo que le han metido en la cabeza, a través de los medios masivos, que haga: `Consume eso, lo otro, lo otro´. Y de la misma forma le introducen hasta el pensamiento político”, dijo en la sesión final del Primer Congreso de la Asociación Hermanos Saíz, el 18 de octubre de 2001.

Si para el joven Marx el hombre será culto en verdad cuando se libere de la obsesión de las cosas materiales, cuando se dedique realmente a una existencia humana, puede inferirse entonces que los videoclips hegemónicos son especies de barrotes que nos circunscriben a un único objetivo: consumir y ser ricos. Por sus formas y contenidos predominantes, mutilan “los sentidos capaces de causar el deleite humano y de afirmarse como fuerzas esenciales humanas”, “no solo los cinco sentidos exteriores, sino igualmente los llamados sentidos espirituales, prácticos (voluntad, amor, etc.), en una palabra, el sentido humano, la humanidad de los sentidos (…)”. Su toxicidad radica en su capacidad de corromper la naturaleza humana, en obstaculizar “la expansión y expresión de las cualidades más nobles del hombre” que para Martí solo la libertad favorece. “Brotación” de la naturaleza humana que “se pierde sin la dirección del buen juicio, sin las lecciones de la experiencia, sin el pacífico ejercicio del criterio”. De ahí la insistencia en una alfabetización audiovisual de nuestros jóvenes.

“Creo que se deberían de realizar estudios sobre el (a veces) diálogo (y otras veces lucha) que tiene lugar entre la producción del videoclip cubano y el videoclip mainstream de manufactura estadounidense”. Fotos: Internet
 

Un importante paso en el quehacer que nos ocupa, y en esa necesaria alfabetización, fue la publicación en Cuba de La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños prefabricados (LDV), presentado durante el pasado capítulo habanero de la Feria de Libro, en la Sala Nicolás Guillén de La Cabaña. Esa tarde, luego de la brevísima introducción de Iroel Sánchez, quien realizara el prólogo a la edición cubana, el autor del libro Jon E. Illescas Martínez tomó el micrófono, dio un salto como una estrella pop y compartió un sensacional video que preparó a propósito. Y digo sensacional porque tuvo de todo, una síntesis de las alertas y tesis fundamentales de sus profundas investigaciones, datos y ejemplos convincentes y hasta un poquito de… “toxicidad”, como muestra; aunque no en mayor dosis que la que consumen nuestros jóvenes en un solo día a través de las pantallas.

Allí estuvieron, atentos, el ministro de Cultura Alpidio Alonso y dos viceministros, además de varios directivos del Ministerio de Educación. La editorial Pueblo y Educación anunció las buenas nuevas sobre el lanzamiento de otra edición de la LDV y del tercer libro de Illescas quien, durante sus palabras, nos lo adelantó: Educación tóxica. El imperio de las pantallas y la música dominante en niños y adolescentes (El Viejo Topo, 2019). Son estos dos libros escritos por un investigador que hoy se desempaña como maestro en los niveles medio y medio superior.

La dictadura del videoclip… es un libro imprescindible para padres, educadores y para decisores de las políticas públicas en el campo de la cultura, creadores, productores y empresarios de las industrias de la música; en especial en países como el nuestro, que pretende la dignidad plena del hombre y defiende una cultura “otra”, alternativa a la hegemónica (capitalista y “capitalística”) en el sistema mundo. Para Illescas, el exceso de tiempo dedicado a estos productos incide de forma negativa en la juventud, pues provoca bajo rendimiento en los alumnos y reduce su concentración, además de que el contenido está cargado de mensajes nocivos.

LDV es resultante de una investigación de cuatro años y de una tesis doctoral. Es, hasta el momento, el más extenso y profundo sobre el tema. El autor nos comparte, con un lenguaje diáfano, sus descubrimientos y esclarecedoras tesis sobre las industrias culturales hegemónicas, los videoclips, y las llamadas celebrities; instrumentos con los que el capitalismo consigue el consenso cultural e ideológico, la perpetuación de su sistema dominante y la dilución de cualquier atisbo de rebeldía. El título del volumen alude a “la dictadura auditiva y audiovisual” que “se ejerce mediante el control oligopólico de la producción y distribución de la música de masas, junto a la atracción por medio del estímulo de nuestros instintos más básicos (y allí entra lo que llamo la `sexocracia´, dirigida a los jóvenes adolescentes)”.

La cubana es su tercera edición en papel; además tuvo una digital con una gran aceptación. Su publicación por el sello Nuevo Milenio se logró gracias a la disposición mantenida por su autor y el “apoyo (militante y desinteresado) de El Viejo Topo, editorial española copropietaria de los derechos del libro”, que no recibió “ni un solo peso”, y el “compromiso socialista de su editor”.

Sobre la pertinencia de su publicación en nuestro país me había comentado Illescas:

Creo que la edición cubana del libro no es solo pertinente, sino actualmente necesaria. Primero, porque se trata de un trabajo único en extensión, profundidad y seriedad sobre un tema vigente en Cuba: la alienación cada vez mayor de amplios segmentos de su juventud, mediante el consumo de las mercancías de las industrias culturales capitalistas, en especial, desde la industria musical transnacional. Y segundo, porque sumado a lo anterior, este trabajo tiene la ventaja de tener un enfoque netamente marxista y socialista, lo cual conecta directa y definitivamente con la idiosincrasia de la Revolución Cubana (…) Esta obra puede ser una herramienta muy importante, un arma intelectual de peso, a favor de la lucha por la defensa de la humanidad en el plano cultural, de su genuina e irrefrenable riqueza y diversidad cultural, frente a la voracidad destructiva y homogeneizadora del capitalismo.

El licenciado en Bellas Artes, por la Universidad Miguel Hernández y doctor en Sociología y Comunicación, por la Universidad de Alicante, tuvo una apretada agenda en La Habana. Intercambió con intelectuales, funcionarios, creadores, periodistas, maestros y estudiantes; en los Estudios de Animación del Icaic, en Cinesoft, en la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual (Famca), en la Casa Matriz de la Egrem y en la dirección Nacional de la Upec. Horas antes de volar, tuvo un enriquecedor intercambio con una representación del capítulo cubano de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad, en el teatro del Ministerio de Cultura.

“El autor nos comparte, con un lenguaje diáfano, sus descubrimientos y esclarecedoras tesis sobre las industrias culturales hegemónicas, los videoclips, y las llamadas celebrities; instrumentos con los que el capitalismo consigue el consenso cultural e ideológico, la perpetuación de su sistema dominante y la dilución de cualquier atisbo de rebeldía”.
 

Motivado por la presentación de Illescas, Guille Vilar puso sobre la mesa de disección la complejidad que encarna enfrentar estos riesgos y curar al público ya intoxicado con este tipo de contenidos: “Nosotros, todo esto que nos has presentado, podemos verlo como una enfermedad que tenemos impregnada en nuestra cultura musical”. Lo comparó con “una operación de cáncer, donde el tumor se puede extirpar, pero con sumo cuidado”. “Cuando es la música con la que nuestra misma gente se divierte, entonces ya la operación es más difícil”, recalcó y sugirió luego: “Quizás habría que advertir, como en las cajetillas de cigarros `estos videos dañan tu salud´”. Tales medidas, observaba, solo “podrían funcionar con los nuevos”, pero no así con los “ya contagiados por esta epidemia”. El crítico y promotor cultural culminó con una opinión compartida: “No podemos prohibir”.

Por su parte, el ensayista y escritor Enrique Ubieta confirmó que muchas de las observaciones enunciadas por el conferencista, son problemas de nuestra sociedad manifestados por nuestros jóvenes. Sobre ellas intercambió en sus recorridos por las universidades del país, hace unos años. La misma preocupación, según el autor de LDV, le fue transmitida en los diferentes intercambios realizados durante esta visita a Cuba.

La intervención de Rubén Marín, Director de la Agencia Cubana del Rap, propició la alusión a las connotaciones ideológicas que subyacen en las tomas de decisiones de los magnates que dirigen las industrias de la música; así como los contenidos, los géneros y las celebridades que benefician. Tales asuntos se analizan en el duodécimo capítulo del volumen, y más en específico durante los epígrafes dedicados a dos representantes de la “farándula de Miami”, dos adoradores del ser y parecer ricos: Pitbull (“Pitbull, Scarface y el anticastrismo”) y Alejandro Sanz (“Alejandro Sanz, el superhéroe de… Miami”). Donde más explícitamente se alude a la guerra cultural contra Cuba.

Acerca de varios de los puntos debatidos en el Teatro Abelardo Estorino nos había comentado antes, en los intercambios que sostuvimos hace dos años, publicados en el periódico Cubarte y en el blog Cultura y Resistencia, bajo el título “Pensar y cultivar la mente es totalmente revolucionario”. Los retomo como pertinentes respuestas a esta particular interrogante: “¿Qué hacer?”.

“Creo que se deberían de realizar estudios sobre el (a veces) diálogo (y otras veces lucha) que tiene lugar entre la producción del videoclip cubano y el videoclip mainstream de manufactura estadounidense”, me trasladó antes de compartir ciertas preocupaciones con lo que acontecía en aquel entonces, después del 17 D y del engagement de Obama hacia Cuba.

He visto algunos videoclips cubanos maravillosos, donde el aspecto y la validez artística eran valores fundamentales, por encima de su validez como mercancía cultural o como reclamo para la venta de otras mercancías. Si el espacio para la reproducción del capital sigue avanzando en Cuba, por los errores o las imposibilidades de la construcción socialista en una isla circundada por un océano de capitalismo, estos videoclips tenderán a desaparecer y, otros más zafios, totalmente alejados de los valores humanistas y socialistas (llenos de nihilismo y cosificación de la vida humana), seguirán avanzando como ocurre en el mundo capitalista en general. Y esto será un peligro terrible para las futuras generaciones.

En cuanto a propuestas para hacer efectivos —a nuestros intereses políticos— la producción, la recepción crítica y el consumo de audiovisuales en la Cuba Socialista, “subdesarrollada” y a noventa millas del mayor imperio cultural en el planeta, me compartió:

Sin duda alguna destacaría la necesidad y las posibilidades de crear una Industria Cultural Contrahegemónica, es decir, una Industria Cultural Socialista. Es lo que hago en el último capítulo del libro. Sería una industria cultural lo suficientemente amplia para que en ella quepan cuantas más voces y melodías mejor; pero tendría la coherencia y la consciencia necesarias para desafiar la afrenta antihumanista y degradante propia de la producción del videoclip mainstream, la punta de lanza de la conquista cultural de los jóvenes por el capitalismo internacional.

Desde luego, se deben

…financiar de manera decidida (como prioridad política en la lucha de clases cultural) producciones contrahegemónicas que entronquen con los valores humanistas y socialistas, es decir, con lo mejor del ser humano ilustrado en el siglo XXI. Además, deberían realizarse sin perder de vista su vocación mayoritaria y para ello valdría la pena hacer un análisis para detectar dónde está el nivel medio después de años de degradación cultural y musical capitalista. Habría que empoderar en el alfabetismo audiovisual a los jóvenes y no tan jóvenes para enseñarlos a ‘leer’ y ‘escribir’ con imágenes, para hacerlos más fuertes ante las embestidas alienantes del videoclip mainstream controlado por el gran capital. La prohibición no sería el camino, a mi modo de ver, bastaría con no financiar con dinero público estas producciones. Por supuesto, desde el mundo capitalista todavía se realizan producciones de valor estético y/o humanístico resaltables, pero cada vez son menos y encuentran su hábitat en los llamados nichos del mercado (donde habitan géneros rentables para minorías culturales distintas a las mayorías que consumen el mainstream musical, es decir, el pop sintetizado actual)”.

“En Cuba, para adelantar lo que se ha de hacer en todo el sistema mundo, se dan los primeros pasos conscientes de la necesidad de “otro” videoclip posible”.
 

En el prólogo a la edición cubana, publicada por varios medios con el título La dictadura del videoclip. Un libro imprescindible, Iroel Sánchez planteó la pertinencia de la lectura del volumen en los países de nuestra América y la poca prioridad que se le ha conferido al concertar la producción de audiovisuales contrahegemónicos. En tal sentido, sugirió que “TeleSUR debería ser el inicio del despliegue de las potencialidades de un espacio audiovisual común latinoamericano”, partiendo de una experiencia y una nueva oportunidad, en Argentina.

Un país con la densidad cultural de Argentina diversificó y multiplicó, durante los gobiernos de los Kirchner y bajo la dirección del cineasta Tristán Bauer, la producción audiovisual con fines educativos y culturales, creando productoras y nuevos canales televisivos también con presencia en internet. El trabajo conjunto de esos canales con pequeñas y medianas casas productoras, instituciones y ministerios argentinos generó, desde el año 2007, veintiún mil puestos de trabajo entre especialistas de la industria audiovisual y gestores de los contenidos relacionados con objetivos culturales, educativos, identitarios y emancipatorios en las distintas esferas del arte y la ciencia, pero eso trascendió muy poco fuera del país sudamericano en los momentos en que más auge tuvieron los procesos de integración regional. El regreso de un gobierno postneoliberal a Buenos Aires, en el que Bauer es el Ministro de Cultura, hace pensar en una segunda oportunidad para la integración latinoamericana en este frente.

Un ejemplo de la posibilidad y de la urgencia de concretar las propuestas que Jon E. Illescas desarrolla en la Parte V de LDV (en específico durante el último capítulo) es la necesidad de una industria cultural contrahegemónica para crear una nueva cultura, una civilización más avanzada que potencie los sentimientos que nos unen y no los que nos separan. Para ello propone dos caminos: uno desde el Estado y con alcance nacional, a través de políticas públicas; y otro desde la sociedad civil con alcance internacional, mediante una alianza socialista. La primera, reformista para un contexto capitalista, consistiría en la subvención por parte de las instituciones públicas a empresas de la industria cultural, “a cambio de controlar sus contenidos para evitar la difusión entre los jóvenes de mensajes elitistas, sexistas, violentos, agresivos, etc”. La otra, se sustentaría en la solidaridad y la concertación de las fuerzas de izquierda a nivel internacional. La mencionada industria de alcance internacional tendría un funcionamiento transparente y democrático; sus propios medios de comunicación; sus propios estudios de cine; su red editorial y su industria de la música, que produciría y promocionaría videoclips alternativos a los hegemónicos, tanto desde la perspectiva cultural como ideológica, “con un mensaje a favor del socialismo internacional”. “La financiación de esta industria, se produciría, en lo fundamental, por cuotas de afiliados y por los fondos que cada organización de las agrupadas en la alianza internacional podría dirigir hacia ella”.

Es una utopía alcanzable desde culturas no domesticadas, a través de impulsos solidarios y una voluntad política con respaldo económico. En Cuba, para adelantar lo que se ha de hacer en todo el sistema mundo, se dan los primeros pasos conscientes de la necesidad de “otro” videoclip posible.