¿Quién impone decencia al reguetonero?

Luis Rey Yero
29/8/2019

En los últimos tiempos han surgido comentarios, en espacios públicos y en los distintos medios de comunicación, sobre el posicionamiento irreverente en el país de grupos reguetoneros que traspasan los límites del buen decir y la decencia ciudadana. Sin embargo, los cultores de este género satanizado mantienen su estatus de agrupaciones élites muy solicitadas por un segmento de la población joven. Dondequiera que actúen arrastran a un ferviente público que les rinde pleitesía cual si fueran dioses del Olimpo. Aquellos seguidores de los nuevos Mesías de la música popular cuando asisten a sus conciertos se identifican y actúan del modo marginal con que se les excita. No hay límites ante la pegajosa música que acompaña a las groseras letras.  

Tal situación merece un análisis multicausal del por qué en Cuba se está produciendo esta insólita popularidad, fiel reflejo del libertinaje imperante en las buenas costumbres, de establecidas zonas de la sociedad. Es preocupante que, donde impera la violación de determinados principios éticos que definen una nación, se introduce el caballo de Troya del reblandecimiento de la conciencia ciudadana. Las fronteras del buen decir se desploman, porque quienes se convierten en paradigmas de hombres de éxito imponen modas y modos de conducirse provocadoramente dentro de la sociedad. Cuando asistí como delegado al VI Congreso de la Uneac, en 1998, expuse ante el plenario cómo en Cuba se estaban introduciendo en nuestro tejido social expresiones de subcultura marginal que iban generalizándose dentro de la población. El alerta, con los años, se convirtió en una triste realidad: un sector de la población joven de hoy actúa bajo la ética de la transgresión pública, y apela con mayor frecuencia a la violencia física.

El Chacal. Fotos: Tomada del Escambray digital
 

Esta es una de las principales causas del por qué han proliferado con éxito los jóvenes y no tan jóvenes reguetoneros, resultado de una convivencia agresiva. Los que escriben las letras de las canciones incendiarias y de un erotismo barato, se alimentan de las expresiones conductuales de sus seguidores. Ellos han logrado transcribir los estados del alma de los transgresores, porque en la generalidad de los casos constituyen su propio lenguaje marginal. Mientras más atrevidas sean las letras, más pegada tendrá para quienes las cantan y bailan. De existir otro modo de pensar ciudadano, los reguetoneros no tendrían las audiencias que logran en espacios públicos. Lo que ocurre ahora mismo, forma parte de todo un sistema de conducta sicosocial que se ha ido modelando en el imaginario colectivo al margen de lo establecido.

No existen disposiciones legales que impidan a estos grupos sus actuaciones, pero sí obligarlos a ser más respetuosos en público. Ellos están amparados por sus centros de trabajo, probablemente pagan la cotización de su sindicato y ofrecen posibles jugosas ganancias netas para la institución que los representa. Entonces habría que preguntarse ¿quién los evaluó como agrupaciones profesionales, donde se debe tener en cuenta no solo la calidad interpretativa sino también el repertorio? Ellos no actúan al margen de la ley, han sido aprobados por consejos técnicos del Instituto Nacional de la Música que los avala y declara aptos para presentarse en cualquier espacio público dentro y fuera del país. Estimo que la causa esencial de que hayan proliferado grupos como los de El Chacal, se debe precisamente al reconocimiento profesional dado por quienes los evalúan.

Mientras los operadores de audios particulares y estatales, transportistas públicos, organizadores de fiestas, DJ ambulantes, centros docentes…, incluyan en su repertorio para espacios públicos canciones de reguetoneros que ni la radio ni la televisión difunden por las atrevidas letras, la popularidad del género se mantendrá incólume y quienes abrazan el modo de actuar de sus líderes irá in crescendo. Prohibir es tan aventurado como dejar que actúen sin ningún llamado de atención. Décadas atrás se tomaban medidas, quizás demasiado punitivas, pero efectivas, con agrupaciones musicales que “desbordaban las expectativas” de la decencia social. Algunas de ellas aún se presentan con regularidad sin perder su popularidad y con un modo de actuar más atemperado a nuestra identidad. Para los difusores y reguetoneros de hoy ya existe el Decreto Ley 349, que en su artículo 4.1 inciso a) considera “una contravención muy grave” la de quien “difunda la música o realice presentaciones artísticas en las que se genere violencia con lenguaje sexista, vulgar, discriminatorio y obsceno”.

Hay otra causa de índole económica. Principalmente los centros de turismo que apelan a estos representantes de la mala música, saben que tendrán asegurado su plan técnico económico del año. El caso más notorio es aquel —apenas transcurridas 72 horas de la clausura del IX Congreso de la Uneac donde hizo las conclusiones el presidente Miguel Díaz-Canel con un llamado a la decencia y la neutralización de la chabacanería—, cuando actuó en el motel Los Laureles, de Sancti Spíritus, el reguetonero El Chacal. Ese día, a pesar de que la reservación de las mesas costaba hasta 180 CUC (4 500 CUP), con alojamiento incluido, el lugar fue invadido por numerosas personas y las capacidades de alojamiento se agotaron. Su actuación devino un acontecimiento “cultural” sin precedentes en territorio espirituano, con custodia de policías y seguridad extrema para la agrupación.

Concierto de El Chacal en Sancti Spíritus. 
 

Estoy convencido de que este no es el único caso. A lo largo de la geografía cubana los reguetoneros campean por su respeto, saben que quienes los apoyan tienen poder de decisión y solvencia económica. Aún recuerdo las palabras públicas de agradecimiento de Ambrosio Fornet, cuando le dedicaron una Feria Internacional del Libro, al afirmar que había que cuidarse de la mentalidad economicista en la esfera de la cultura por las deformaciones que podría traer aparejadas. A lo que yo sumo que existen vías para neutralizar la mala hierba, que asfixia los principios éticos y los más elementales fundamentos estéticos que modelan la nación cubana. Por tanto me pregunto, amparado en el Decreto Ley 349: ¿quién impone decencia al reguetonero, exigiéndole letras menos nocivas y moderación en las insinuantes acciones corporales?