Quitarle el polvo al marxismo

Yosvani Montano Garrido
4/3/2017

En la primavera de 1847 fue entregado a la imprenta un texto de notable importancia para comprender a plenitud muchas de las proyecciones del pensamiento marxista en su devenir. Portador de una crítica a las teorías desarrolladas por Pierre Joseph Proudhon, el memorable título Miseria de la Filosofía ocuparía desde entonces un lugar especial en la biblioteca del pensamiento universal.

Escrito por Karl Marx y próximo a los 170 años de su primera publicación, me pareció oportuno emplearlo como un pretexto para intentar una reflexión sobre los no pocos problemas vinculados a la enseñanza de la filosofía marxista en Cuba. También para compartir algunas incipientes valoraciones sobre otros aspectos que en sentido general se relacionan con los fundamentos filosóficos asumidos por el socialismo cubano y que desde hace algún tiempo forman parte de numerosos debates.  


Reedición de Miseria de la filosofía. Foto: Internet

En lo personal me interesa resaltar, además de la entereza científica de ese ensayo, el equilibrio en los juicios, el empleo de la totalidad como principio de razonamiento, el compromiso de clase y, por supuesto, la estructura de la verdadera crítica marxista que promueve. Esa que descompone los sistemas hegemónicos, reestructura fundamentos, persigue la liberación, no guarda relación con el pesimismo, y en la que no cabe el acomodo científico y tampoco la irresponsabilidad intelectual. 

Quizás por eso en las notas del prefacio a la primera edición alemana de este texto en el año 1884, Engels apunta el impacto de la reflexión de su compañero de lucha “en el santón de los arribistas modernos”. ¿Por qué regresar a  los clásicos para abordar problemáticas contemporáneas? ¿Qué papel juegan aquellas estructuras de análisis para adentrarnos en las polémicas de nuestra realidad? ¿Qué posiciones asumimos ante estas? ¿Cómo penetrarlas y transformarlas creativamente?

Las circunstancias que han repercutido en el desarrollo del pensamiento marxista en Cuba han sido notables y de las más diversas índoles. La conmoción política y cultural que significó en sí mismo el triunfo de una revolución democrática de liberación nacional en enero de 1959, reconfiguró muchos de los aspectos que teóricamente habían prevalecido en el imaginario marxista dentro y fuera del país.

La revolución social legitimó al marxismo como nuestra ideología. La praxis revolucionaria, las medidas iniciales, los constantes procesos de radicalización, las coyunturas externas y el pensamiento de una parte de aquella vanguardia rebelde, fueron variables que condicionaron el cambio, la profundización y los aportes teóricos en los años iniciales.

Muchos factores habían cristalizado cuando públicamente fuera declarado el carácter socialista de la Revolución en 1961, durante la concentración popular previa al combate de Girón. También en ese año la memorable reunión de Fidel con los intelectuales y artistas cubanos despejaba temores y caminos. A su vez se preparaban las bases para la profunda trasformación que impulsaría la Reforma Universitaria, llevada a cabo unos meses después.

La misma reestructuraría funciones institucionales, rediseñaría programas de estudio, proyectaría por vez primera los intereses universitarios hacia el entono social, y derrumbaría los muros concretos y simbólicos que alejaban a la inmensa mayoría de los cubanos de los centros de educación superior.

La otrora cuna de élites y privilegios sería entonces, al decir del Che, pintada de pueblo. Precisamente en este contexto comienza el empeño por lograr la difusión de la filosofía del proletariado mediante el nuevo sistema de enseñanza.

En Cuba el sentimiento antimarxista comenzaba a desplazarse lentamente de la mano de no pocas polémicas públicas y privadas. La joven Revolución pretendía hacerse mayor; para ello debía conquistar a los amplios sectores populares, favorecer la participación y democratizar las bases del poder ciudadano.

Para asumir la desalienación de miles de cubanos, había que estructurar una ideología nueva, sentar las bases para una epistemología social diferente y subvertir hasta su quebranto los enfoques anquilosados de las ciencias sociales que habían emergido de la dominación neocolonial.

En el dificilísimo panorama de aquellas primeras décadas, se produjeron saltos considerables a escala política, cultural e ideológica, que nunca podrán ser desconocidos. El pensamiento revolucionario se puso de moda y el razonamiento marxista hizo su debut a escala social con más fuerza. Comenzó entonces un largo proceso y con él los humanos errores que se han cometido; ninguno de ellos más grande que la obra en su totalidad.   

Es preciso recordar que con la llegada de los primeros cursos de marxismo basados en trabajos de Marx, Engels y Lenin, llegó también un sesgo trascedente de inexperiencia e incompleta apropiación del método y las concepciones del marxismo original.

Aquella limitada enseñanza, en buena medida hija de sus circunstancias, se refugió entonces en los primeros manuales inmigrantes del otro lado del mundo.  A ellos se les ha culpado bastante, pero lo cierto es que hasta hoy continúan de inquilinos en no pocas bibliotecas públicas y personales del país. También es una verdad incuestionable que, para suerte del socialismo cubano, de aquella formación emergieron muchos más herejes que adoctrinados.


Facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de La Habana. Foto: Internet

La ciencia conlleva un arreglo didáctico que permita su apropiación con fines docentes; es responsabilidad del profesor no quedarse en lo más simple, aprovechar el camino del conocimiento y guiar hacia el rozamiento más complejo. Esta es una arista pocas veces explotada cuando se examinan las coyunturas que tributan a la enseñanza de la filosofía en Cuba. 

Como instrumento didáctico, de sistematización, de introducción a la compleja materia, los manuales poseen un valor considerable. Nunca he escuchado un cuestionamiento tan reiterado a textos de similares propósitos en otras asignaturas.

No pretendo abordar las características de aquellos primeros pasos para acercar el ideario marxista a las universidades y a la sociedad en sentido general. Esa es una historia bastante divulgada, discutida y analizada aunque muchas veces carezca de enfoques integradores.

Solo pretendo señalar que sin estos antecedentes y su justa valoración dentro de las realidades del período, no se podrá avanzar hacia un salto necesario. Descontextualizaciones intencionales, exacerbación de frustrantes episodios vividos entonces y heridas que aún no han sanado, no serán buenas compañeras ante el noble propósito. Sería algo así como ignorar a Hegel y aquel aforismo esclarecedor y siempre útil: “El hombre no puede escaparse de su tiempo como no puede escaparse de su piel”.

Recuerdo en mis cercanos tiempos de estudiante el debate que aflorara  con motivo del VIII Congreso de la FEU, en torno al nombre de la carrera Filosofía Marxista-Leninista. Particularmente siempre creí que esa no era la discusión esencial, lo importante radicaba más allá de esa formulación; descansaba en la esencia de qué se asimilaba, cómo se estudiaba y para qué se aprendía.

Una indagación en torno a la enseñanza de la filosofía debe considerar los contextos en los que esta tiene lugar en el país. Por una parte, las asignaturas denominadas de formación general en los currículos de los más de cien perfiles de las carreras universitarias; por otra, la formación especializada con fines docentes en las facultades de ciencias pedagógicas o en la carrera de Filosofía propiamente.

Partiendo de las diferencias de los modelos de formación, los propósitos educativos y los rasgos diversos en cuanto a los objetivos formativos, centraré mis comentarios solo en los dos primeros escenarios enunciados con anterioridad.

En los últimos años el combate por perfeccionar  la enseñanza de la filosofía ha perdido gradualmente vitalidad, al menos públicamente. Otros asuntos no menos trascendentes, como los relacionados con la historia, la formación axiológica o la lengua materna, han pasado a ser el centro de los recurrentes cuestionamientos hacia la educación.

Diversos son los factores que gravitan, múltiples las causas y plurales las respuestas que pudieran ofrecerse. Lo cierto es que existe un problema que con el paso del tiempo lejos de mitigarse, se profundiza.    

La ausencia de una crítica consolidada sobre los errores de la enseñanza en Cuba dentro estas disciplinas, sigue demorando en alcanzar respuestas más pertinentes. Aunque pudieran encontrarse voces aisladas, carecemos de un esfuerzo común entre academia, investigadores, decisores y receptores, que delimite científicamente lo aportador y lo equívoco.

Resulta determinante volver sobre las aristas metodológicas, organizativas y científicas que se encuentran relacionadas con el problema. Es preciso superar valoraciones individuales, descontaminar la experiencia particular de legados negativos y proyectar investigaciones abarcadoras en sus poblaciones, que permitan generalizaciones más completas y sostenibles en el tiempo.

A los conflictos relacionados con la bibliografía, el acceso a las fuentes del conocimiento y el tiempo para estudiar la evolución de los fenómenos, se suman otros no menos trascendentes. Existen serios problemas pedagógicos en la organización de la enseñanza, prácticas verticalistas y escolásticas que no han sido exiliadas de las aulas y que limitan la comprensión más profunda de la filosofía.

Tenemos  que reconsiderar la estructura de nuestras clases y asumir varias tendencias pedagógicas contemporáneas que han evolucionado con respecto a los roles que asumen los agentes educativos. Es preciso recordar, como nunca antes, aquella temprana alerta de Martí cuando decía que “(…) la conferencia es monólogo y estamos en tiempos de diálogos”.

Se necesita proyectar estilos muy propios en nuestras clases, valorar con autenticidad, creatividad y apego a la dialéctica verdadera los convulsos procesos sociales de la Nación, su trascendencia hacia el pensamiento, la cultura y la ideología.

Los centros de educación superior, por otra parte, deben considerar en el plano organizativo otras cuestiones capitales. Ubicación de horarios, intercambios académicos, recursos técnicos para favorecer la docencia, son elementos que deben repensarse y proyectarse con mayor inmediatez hacia la realidad educativa.

De igual manera, la experimentación científica, la introducción y medición de experiencias, la sistematización de nuevas posiciones enriquecedoras y la creación de proyectos de investigación sobre estos temas, deberían estar en el centro de las preocupaciones de las universidades.

Es preciso contribuir con financiamiento e infraestructura para potenciar las experiencias en este sentido. Las mismas casi nunca pueden retribuir ganancias económicas, pero implican la preservación y multiplicación del capital simbólico y espiritual del país.

Quisiera señalar, ahora que me refiero a problemas que con esfuerzo y comprometimiento podemos resolver entre todos, la existencia en nuestras aulas de una ausencia peligrosa de debates sobre las corrientes y posiciones “marxistas” del presente. Es cierto que los períodos fundacionales son importantes, también lo es que resultan más fáciles de explicar; pero nuestros alumnos quieren y necesitan saber más.  

Debemos favorecer la creación de un manto que proteja contra el desconocimiento y el cancerígeno inmovilismo de las ideas. Su metástasis puede impedir que mi generación y las que vienen, provoquen y sean protagonistas de los saltos extraordinarios que tendremos que dar para fortalecer el socialismo patrio.  

Comparaciones, análisis tendenciales, búsqueda de regularidades, miradas a los procesos en su evolución y formulación de conclusiones, no  pueden ser solo declaraciones formales en los objetivos de los programas. Tenemos que construir andamiajes que hagan significativo el conocimiento a los estudiantes, que los dejen deseosos y sofoquen el rutinario aprendizaje.

¿Cómo se enfocan las corrientes neoliberales y homogeneizadoras del pensar? ¿Desciframos en las aulas las doctrinas filosóficas posmodernas? ¿Cuestionamos el pragmatismo económico que amenaza con hacerse hegemónico en nuestra sociedad, o lo que es peor, su expresión en un practicismo feroz? Son muchas las preguntas; dolorosamente, coincidiremos en que no son tantas las respuestas.  

Se impone revertir el creciente rechazo de una inmensa parte del estudiantado hacia las asignaturas que conforman esta disciplina; tanto en la formación universitaria como en el resto de los niveles de la enseñanza general. Los medios de comunicación masiva y en particular el sistema de publicaciones digitales, pueden apoyar considerablemente este empeño.

Podemos lograr una historia más amplia de la filosofía, que tenga un espacio privilegiado para los pensadores cubanos. Mella, Villena, Guiteras, Marinello, Roa, la vanguardia de los setenta, el Che y Fidel, por mencionar algunos, no pueden continuar solo asomándose a los programas; tenemos que hacer que se queden y nos acompañen.  

Para la salud de la Revolución hay que hacer una cruzada permanente por revertir el desconocimiento de su obra y la imposibilidad de recrear a profundidad los elementos que desde ella proyectan revelaciones hacia el presente.

Creo además que desplazar las zonas de silencios históricos debe ser fundamental. Volver sobre ellas, reconstruirlas y fomentar el diálogo con las circunstancias actuales. Ubicar la transformación revolucionaria como eje  para la marcha histórica y tener presente que ser marxista en sí mismo encierra la esencia de ser revolucionario.

Hay que enfocar para ello novedosas interfaces de comunicación, lógicas discursivas contemporáneas, y aprovechar las potencialidades de la gráfica, el audiovisual y otros soportes como plataformas. Tenemos que lograr dialécticamente que nuestra filosofía marxista no continúe siendo analógica ni por sus formas y mucho menos por sus contenidos.  

El reclamo social refleja la necesidad latente de formar y multiplicar estos conceptos desde edades tempranas. Por ende, la formación de docentes sigue siendo trascendente. Los egresados de estas carreras mantenemos serias dificultades para interactuar con las desafiantes circunstancias.

Las insuficiencias en los planes de estudio, la paralización por más de ocho años de la formación de profesionales, la estructura del doble perfil y la insuficiente superación posgraduada, reclaman observaciones inmediatas por parte de los organismos implicados. Hay que salvar a la universidad de las garras del reduccionismo y la simplificación del pensamiento social; pero para ello debemos mirar con urgencia a los peldaños que anteceden al ingreso de nuestros alumnos.  

En tanto, mucho podemos hacer si convocamos a que las personalidades que conforman el ejército de pensadores en Cuba vuelvan al empeño y a la riesgosa aventura de educar.

Estamos obligados a proyectar una filosofía marxista que se asuma y se enseñe con un enfoque cultural, que traslade un modelo y un ideal de vida, que recupere las ganas de luchar por la sociedad y el hombre nuevo, y no analice estos empeños como utopías inalcanzables. La labor de los maestros, investigadores e intelectuales no puede colocarse en segundo plano.

Ante el complejo escenario, tenemos que continuar apostando porque la enseñanza del marxismo no exprese un patrón único y homegenizante en todas nuestras universidades. La hegemonía socialista debe ser portadora de las ricas diferenciaciones de contextos, realidades e inquietudes sociales, culturales e ideológicas.

Frente a una redefinición de paradigmas, inmersos en la conformación de nuevas subjetividades sociales, el marxismo debe colocarse como escudo de la espiritualidad de la Nación, junto con el pensamiento martiano y los insoslayables aportes de Fidel. Es necesario rebasar el enfoque parcelario de la asignatura, comprenderla como un sistema de contenidos en desarrollo, volcarla a los problemas del mundo contemporáneo y también a los de la realidad nacional. 

Tenemos que retomar un aparato categorial enriquecido en los últimos años por la producción teórica y la praxis. Volver a colocar el concepto de la lucha de clases en el centro del razonamiento y con ello educar en los valores clasistas que harán perdurable el socialismo.

El encuentro de una interpretación teórica auténtica con los problemas de nuestra realidad, reclama un salto cualitativo en todo cuanto hacemos. Ya no nos son útiles las reflexiones de antaño. Tenemos que empinarnos para encontrar siempre otras maneras y actualizar el aprendizaje del marxismo; oponiéndonos  a la desviación del pensamiento y a todo dogma en nuestra práctica cotidiana.

La impostergable reconstrucción del capital simbólico del socialismo, las   energías para combatir por proyectos de vidas individuales y colectivos,  sigue pendiendo de la nutrición que aporta la teoría marxista. Como nunca antes  el país  requiere de una avanzada dispuesta a recomponer su realidad, pensar en futuros esperanzadores y no temer a las complejidades.

Tenemos que dejar atrás un marxismo adjetivado, que no se apellide de dogmático, vulgar, ni tampoco de guerrillero, ni crítico. Nada de eso ha sido responsabilidad de su cuerpo teórico, por el contrario, ha sido impulsado por los hombres y mujeres que seguimos sus teorías.

Hay que esquivar absolutizaciones, razonamientos entusiastas pero carentes de verdad científica, quitarle el polvo al marxismo y salir junto a él a pelear los nuevas disputas ideológicas. Y en esa batalla mantener  siempre la claridad de que en los márgenes de la Nación nunca podrá haber espacio para los “otros” que se disfrazan de falso patriotismo.

Hay que educar la autoestima de los miles de jóvenes que conforman mi generación, hacernos creer que podemos, porque en realidad podemos. Aportarnos herramientas, libros, debates, enseñanzas, deseos, esperanzas, y dejarnos andar. Velar porque socialmente se arrugue la piel, pero perdure el entusiasmo de la Nación.

Desaciertos y desviaciones pueden ser motivación para fértiles polémicas, sin atrincheramientos, sin deserciones en las filas, sin cambio de bandos y ambigüedades ideológicas; sin asomos de eclecticismo, sin restauración capitalista ni plataformas socialdemócratas.  

Lenin señaló hace muchos años a la filosofía burguesa como una flor estéril. No cedamos posiciones, no abonemos las ideas que hace más de medio siglo fueron extirpadas de este suelo, no olvidemos que se trata de transformar, no permanezcamos inamovibles ante tantos desafíos. No favorezcamos primaveras a las postergadas pesadillas que resultarían de una Cuba fracasada en su proyecto.