Reflexiones sobre la cultura popular tradicional

Joel James Figarola
15/9/2016

En algún momento escuché decir al Dr. Armando Hart que “la única manera de llegar al drama del hombre es la cultura”. No sé si esto lo tomó del Apóstol o fue de su primera cosecha. Quisiera que hubiese sido lo último, porque el pensamiento de que la vida humana es un drama es un pensamiento profundamente revolucionario y contemporáneo, porque la Revolución es el espacio en que se debaten la justicia y la injusticia y, con ellas, diversas pasiones humanas. El doctor Hart, quien es mi amigo y compañero de muchos años, pudiera dar testimonio de todo ello; pero me remito a otros aspectos que, por el momento, quiero tratar.

La relación íntima entre los procesos de participación y la cultura popular en el desarrollo comunitario posee sus puntos nodales en el encuentro de grupos y entes portadores de la tradicionalidad cubana, lo que se efectúa, en lo fundamental, en los eventos participativos de profunda caracterización.

La relación íntima entre los procesos de participación y la cultura popular en el desarrollo comunitario posee sus puntos nodales en el encuentro de grupos y entes portadores de la tradicionalidad cubana, lo que se efectúa, en lo fundamental, en los eventos participativos de profunda caracterización como la Feria de Arte Popular que se lleva a cabo alternativamente entre las provincias de Ciego de Ávila y Sancti Spíritus; la Jornada Cucalambeana, que auspicia la Dirección de Cultura de Las Tunas; el Festival del Caribe, Fiesta del Fuego que celebramos en Santiago de Cuba todos los años entre el 3 y el 9 de julio, y otros no menos importantes.

(…)

La cultura popular tradicional nos hace uno, nos identifica, nos iguala, constituye un impulso de solidaridad interna que se ha desarrollado a lo largo de siglos, conjuntamente con la constitución de una memoria común.

No hay valor más alto en términos culturales que la solidaridad humana; la capacidad de los hombres y mujeres de sacrificarse por otros semejantes constituye, a mi modo de ver, el supremo valor cultural que preside toda expresión del arte, toda expresión del pensamiento, toda expresión de la filosofía, toda expresión de las múltiples religiones que han existido y que, de una u otra manera, con toda probabilidad, continuarán existiendo. No hay sujeto oficial de la cultura popular tradicional.


La conga de Los Hoyos, Festival del Caribe, 1992. Foto: Giuseppe Lo Bartolo.

La cultura popular tradicional se hace y se rehace a sí misma en virtud de los impulsos anónimos de hombres y mujeres también anónimos de los pueblos. En estrictos términos eidéticos, esto constituye un milagro y al mismo tiempo constituye un misterio. Saludemos ese milagro y hagamos votos porque ese misterio nunca se descubra. Para hablar de todas esas cuestiones nos hemos reunido investigadores y estudiosos en diferentes ocasiones. Continuemos haciéndolo con todo el respeto y la libertad, que son factores determinantes de la historia y la cultura cubanas.

La conciencia individual, la conciencia colectiva y la conciencia nacional son niveles sucesivos de la cultura popular tradicional cubana, que puede alcanzar el estadio de una conciencia universal, consonante con la afirmación de Martí de que Patria es humanidad.

De la cultura popular tradicional cubana quiero resaltar aspectos tales como la espontaneidad y la tradición oral y el respeto a los ancianos, extremo este que probablemente sea un préstamo de influencia africana. En este sentido vale la pena subrayar la importancia de las fiestas populares; el rico anecdotario histórico; los juegos y los sistemas mágico-religiosos que, como ustedes saben, básicamente son cuatro: la regla de Ocha o santería; la regla conga o de palo monte; el espiritismo en sus dos variantes: el cruzado y el de cordón —este último circunscrito al oriente de la Isla—, y la variante cubana del vodú.

Prefiero tratar a la secta abakuá más como una sociedad de ayuda mutua que como un sistema mágico-religioso; de todas formas, con perfecto derecho propio, se encuentra insertada dentro de nuestra cultura popular tradicional.

Expresiones artísticas tan variadas como la plástica de Lam y Portocarrero, la lírica de Guillén; la prosa, muchas veces críptica, de Lezama; la comunicación con el público de Benny Moré, Jorrín o Pérez Prado y sobre todo las composiciones de Caturla y Roldán, tienen su origen más profundo en la religiosidad popular cubana.

No puedo abordar la explicación de estas articulaciones porque las doy por consabidas y porque el conocimiento que tengo sobre ellas no me alcanzaría. Por tanto, me ajustaré solo a meditaciones sobre la ontología de nuestra cultura popular tradicional, según la creo haber entendido.

El verdadero milagro contenido en la creación, cualesquiera que sean las razones originarias que se acepten como engendradoras, reside en el punto de unión entre la materia y la conciencia; este punto es, precisamente, la aparición del ser humano.

El verdadero milagro contenido en la creación, cualesquiera que sean las razones originarias que se acepten como engendradoras, reside en el punto de unión entre la materia y la conciencia; este punto es, precisamente, la aparición del ser humano. Si los antiguos sofistas afirmaban, con toda razón, que el hombre es la medida de todas las cosas, pudiéramos nosotros, siguiendo esa línea de pensamiento, concluir que sin la conciencia humana nada existe. La conciencia humana le otorga sentido, razón de ser, a todo lo existente, desde las galaxias, en permanente expansión, hasta los microorganismos más invisibles. Si se quiere, la conciencia es la parte de divinidad, llámese este Jehová, Dios, Olofi o Nzambi, que cada uno de nosotros lleva dentro. ¿Y a donde va? ¿Qué sucede con ella, con esa parte alícuota, divina, de cada uno, con la muerte de cada cual? Esa es la pregunta que el hombre se ha venido haciendo desde que, precisamente, se hizo hombre, en virtud del incomparable encuentro con la conciencia, y es la pregunta a la cual nos enfrentan las diferentes manifestaciones de la cultura popular tradicional cubana constantemente.

Al contemplar estas manifestaciones quizá alguien pueda, algún día, encontrar respuesta a la angustiosa y recurrente interrogante. Respuesta en cuestión que, a no dudar, sería un paso trascendente en el largo camino recorrido hasta el encuentro de la materia con la conciencia y el no mucho menos largo y tortuoso recorrido desde ese instante de unión hasta nuestros días, respuesta que, por demás, abriría otros cuestionamientos.

¿Qué ha quedado en el inconsciente colectivo de la especie, de los milenios de balbuceos de la conciencia hasta que esta encontrara los mecanismos apropiados de comunicación e intercambio? ¿Qué habrá podido quedar en ella de los millones de años invertidos en la complejización de la materia hasta devenir en apta para asumir, como parte constitutiva de ella, lo que podemos llamar, sin miedo a error, espíritu?

Claro está que, con la conciencia o el espíritu, se adquiere también el sentido del límite, de finitud; la certidumbre de la muerte y, con ella, la angustia existencial, la sensación de la vida como agua que se nos va de entre las manos, que es el precio para, precisamente, vivir concientemente la vida, que equivale a decir, vivirla con el sentimiento de la solidaridad humana como valor cultural por excelencia.

Todo esto se habla y se muestra para todo el que sepa oír y ver en las múltiples expresiones de la cultura popular tradicional cubana, particularmente en lo referente a los sistemas mágico-religiosos. Para saber oír y ver solo hace falta aproximarse a ella y a ellos libres de prejuicios.

Siento que en el variado ajuar litúrgico de muchas de estas manifestaciones se encuentra, con personalidad de primer rango, la certeza de que la imagen existe antes que la palabra; que primero fue el caos de imágenes atropellándose en el cerebro humano, antes de descubrir los angostos senderos para salir de él; que primero fue la necesidad de decir, y luego el acto de decir; la larga noche de la conciencia para encontrar los caminos de su propio decir, para trasladar las imágenes, de lo que ya sabía y reconocía, constituyó una preñez angustiosa y desesperante, la angustia y la desesperación de lo que quiere ser y no puede ser aún, de lo que se sabe que puede ser y teme dejar de ser sin haber sido.

El instante de encuentro de la imagen concebida con la imagen trasmitida, fuese en forma física o fuese en sonido, consumó el hecho creador, llevando al hombre al nivel superior de ser viviente, constructor de símbolos, que equivale a decir capaz de hablar a través de imágenes con los dioses y los otros seres humanos, y capaz de, con imágenes, vencer a la muerte.

En la cultura popular tradicional cubana, nos encontramos en medio de ese doble diálogo, como de palabras que constantemente se cruzan y se sostienen mutuamente; de lo terrenal con lo trascendente y de la vida con la muerte.

En la cultura popular tradicional cubana, nos encontramos en medio de ese doble diálogo, como de palabras que constantemente se cruzan y se sostienen mutuamente; de lo terrenal con lo trascendente y de la vida con la muerte. Así pues, nos encontramos ante un hecho que se expresa en una dimensión estética en tanto singularidad formal; en una semiótica en tanto que cada singularidad dentro de las múltiples expresiones de la cultura tradicional, se ajusta de manera variable a códigos simbólicos previos, y en una hermenéutica en tanto el creador o autor, las más de las veces anónimo, ajustándose a ese código al mismo tiempo que se apartaba de él y reflejaba ese alejamiento en las formas construidas por impulsos casi imposibles de determinar.

Los objetos que dentro de la cultura popular tradicional nutren la cultura material, constituyen la fenomenología más auténtica de los grandes sistemas mágico-religiosos cubanos y, a través de ellos, podemos penetrar en el sagrado ámbito, que constantemente se rehace, de los practicantes, llámense estos santeros, paleros, houganes o espiritistas.

Son objetos que, además de sus valores formales y simbólicos diversos, poseen específicos valores de uso, son objetos hechos para ser tocados, que forman parte de la vida diaria del creyente, que se consustancian con esa vida hasta formar parte de ella y de esa manera alcanzar el aché, el poder, la gracia de sobrevivir al creyente y, de esa suerte, constituyen expedientes para que el creyente siga viviendo en ellos después de la muerte.

Así pues, nos encontramos, dentro de la cultura popular tradicional, ante un excepcional testimonio de vida humana, que equivale a decir de dolor y esperanzas humanas, consonantes con los procesos formativos de la sociedad y la cultura cubanas, según estos se dieron en una historia preñada de accidentes y contradicciones; una historia que encontró su auténtico y definitivo cauce en la Revolución dentro de la cual todos vivimos y a la que todos defendemos.


La conga de Los Hoyos, Festival del Caribe, 1992. Foto: Giuseppe Lo Bartolo.

La Casa del Caribe siempre ha sostenido el criterio, y tiene la voluntad de continuar sosteniéndolo en el futuro, de que los grupos portadores de nuestra cultura popular tradicional; los grupos altamente caracterizados dentro de ella y en general, todos los grupos de aficionados vinculados a ella de una forma u otra, no deben ser profesionalizados bajo ningún concepto.

El Patrimonio Cultural de la nación, tanto material como inmaterial, debe mantenerse a salvo de cualquier tipo de deformación o de erosión de aquellos valores que precisamente definen sus posiciones dentro de la identidad nacional. Estas consideraciones no excluyen las posibilidades de aplicación de subsidios o subvenciones económicas tanto de manera corporativa como excepcionalmente de forma personal.

Si profesionalizáramos, pongamos por caso, a la conga de Los Hoyos de Santiago de Cuba, que es sin dudas la mejor del mundo en su género, estaríamos atentando contra todo el carnaval santiaguero.

De igual manera, si profesionalizamos agrupaciones representativas de las migraciones caribeñas, estaríamos atentando contra el Festival del Caribe.

La política cultural nacional al respecto, al parecer era explícita y clara: aspirar a un pueblo altamente culto, con capacidad para la creación y la recreación artística sin abandonar sus condiciones de obreros, campesinos, estudiantes, es decir, sus oficios y ocupaciones sociales, por los cuales devengan sus salarios.

La dinámica cultural interna de acceso a la profesionalización ha de ser a partir de las promociones de nuestro sistema de enseñanza artística o de casos sencillamente geniales.

Cualquier violentamiento que se produzca de este principio, en cualquier lugar del país, estará en contra de la búsqueda de una inserción del turismo en nuestra cultura a favor de un condicionamiento de la cultura a los gustos del turismo.

Los grupos que nutren nuestra cultura popular tradicional deben, fundamentalmente y como razón social, trabajar para las comunidades dentro de las cuales viven y por el orgullo del reconocimiento de estas y otras como ellas.

La cultura popular tradicional tiene una razón fundamental de ser en sí misma: constituir una definición de la soberanía nacional y con ella un recurso de defensa de la independencia del país.

La cultura popular tradicional se ajusta a sus propias leyes y no puede ser manejada con criterios tomados de la política a seguir en otras manifestaciones.

Nota: El artículo forma parte de una compilación de textos del autor contenidos en la multimedia Joel James, Vive!, de Ediciones Cubarte.
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