Remembranzas de un festival

Rafael de Águila
3/12/2018

Confessio

A priori, sincero hasta el alma, debo confesar algo: inicialmente no me agradó la propuesta de asistir como Jurado al XXIV Festival Nacional de Artistas Aficionados de la FEU, que se desarrollaría del 12 al 17 de noviembre en Ciego de Ávila. Era yo el único Jurado de Literatura que asistiría, por demás. Por una semana me alejaría de mi casa, de un proyecto de texto en el que trabajaba, de mis entrenamientos físicos diarios, de mi hija. La cotidianidad resulta, no pocas veces, un sitio de confort. Y tales sitios complacen. Me dije, sin embargo, que un escritor debe de estar donde la Literatura lo demande, soy admirador de la Literatura de muchos jóvenes colegas y —aunque algún infausto tiempo me separe ya hoy de esos años— persisto en ser de los que se sienten más cerca de ellos que a sus antípodas. Así pues, hice bártulos y me fui a Ciego. Hoy, he de decirlo, me siento muy feliz de haberlo hecho.


Foto: Radio Progreso
 

Entre los jurados

Como aquel era un Festival de aficionados al que asistían todas las manifestaciones artísticas, pues asistieron jurados que tendrían el cometido de evaluar cada una de esas manifestaciones: danza, teatro, música, audiovisuales, artes plásticas, fotografía, fue maravilloso convivir con todos ellos por una semana. Los organizadores tuvieron la idea, feliz, desde mi punto de vista, y según se explicó, a solicitud directa de la FEU, de incluir como jurado, en cada manifestación artística, a estudiantes universitarios. Aquello devino una gran fraternidad de artistas que —a las horas menos imaginadas— platicaban, intercambiaban, disertaban, se divertían. Fue… extraordinario. Los más jóvenes le conferían a todo aquello la frescura, la fuerza, la belleza y la ausencia de todo convencionalismo, elementos todos ellos que se suele repartir a más y mejor a esa mítica edad. Fue un privilegio conocerlos. Un privilegio departir y convivir por una semana en la que dormir fue una utopía. Ahí estaba Alberto, profesor de percusión del ISA, no soltaba jamás unas baquetas aparentemente barnizadas, él me aclaró ciertos secretos de la percusión; Irayda, una pequeña rubita estudiante de la FAMCA, de la que jamás humano alguno calcularía la energía y el empeño; Vilmarys, profesora de música del ISA, con su deslumbrante rostro de ángel, ella me ilustró sobre dodecafonismo, atonalidad, adagios y prestissimos, con ella intercambié ¡y mucho! sobre Mozart, Beethoven, Vivaldi, Bach; Ileana, profesora y funcionaria del MES, culta, incansable, dispuesta a, contra viento y marea, resolver el entuerto que la vida y el azar colocaran frente al Programa del evento, conversadora insaciable; Amanda, muy bella estudiante del ISA con su voz peculiar y su humor incalculable; Carlos, el dramaturgo, que a todos nos hizo caernos de risa cierta vez junto a la piscina; David Frank; bailarín consumado y decidido a graduarse de Derecho; Katia, la muy bella y espigada locutora de Sancti Spíritus, con su personalidad y su magia contundente; Lilian, especialista del ICAIC, con la que me unió más de un centenar de ideas; el genial comediante Nelson Gudín, el Bacán de la Vida, del que en todo momento, fuera tarde, noche o madrugada llegaba la salida que desataba todas las risas y abría diligente todas las puertas, en fin… toda una cohorte mágica, verdadera, sencilla, inteligente, humanamente maravillosa. Ese fue el Jurado. Entre ellos —y con ellos— todo era una fiesta, todo era aprender, todo era sentirse entre amigos. Amigos de toda la vida. Hermanos.

Entre los escritores


En la sede avileña de la UNEAC se reunieron, el 13 y el 14 de noviembre, jóvenes amantes de la literatura,
quienes fueron juzgados por el escritor Rafael de Águila, Premio Casa de las Américas y Julio Cortázar,
y el poeta y narrador avileño Eduardo Pino. Foto: Invasor

 

Sí, voy a llamarles así porque eso eran. Eso son. No voy a llamarles aficionados. No. La edad no demerita. La edad enaltece. Acudieron allí 18 jóvenes de todo el país, de las diferentes sedes universitarias, seleccionados entre más de un centenar que, de una manera u otra, habían enviado sus trabajos en etapa inicial. Ahora, y por varios días, la cita sería, a cuerpo y lectura presente, en la sede de la UNEAC avileña que, solícita, puso a nuestra disposición todo lo necesario para que estar allí fuera grato y provechoso. Antes había yo gestionado con los organizadores que me acompañara un segundo jurado, preferentemente poeta, un vate que lograra colocar allí la poesía al justo fiel de la balanza, ello era necesario porque, si bien amo y respeto la poesía hasta el infinito, como se sabe, no soy poeta. Los organizadores al instante accedieron a ello y se me unió el colega Eduardo Pino, poeta y narrador avileño. Urge decir que trabajar de conjunto fue encomiable.

Aquello sesionó como un taller literario clásico. A finales de la década del 80 del siglo pasado acudí a uno, asistir ahora, como jurado, me emocionó y no poco. El elegido de turno leería, el resto opinaría sobre lo leído, una vez todos hubieran opinado, tendría la palabra el jurado. Me hice el firme propósito de transmitir todo el conocimiento posible, de lograr que todos se sintieran a gusto, relajados, confiados, alegres, emplear, en ayuda de ello todo el rapport posible, sesionar no como taller literario, jurado y seres que contienden, sino como amigos, hermanos que comparten, se escuchan, debaten y mutuamente se respetan. A mi modo de ver aquello se logró, con creces. Admitamos que los chicos, buena parte de ellos… no parecían chicos… al menos no por lo que habían escrito y allí juzgábamos. No, en modo alguno. Predominaban los estudiantes de Ciencias Médicas, vaya alguien a indagar las misteriosas causas. Algunos cursaban ya el 5to. año, otros apenas el 1ero. o el 2do. Eduardo Pino, mi colega poeta y narrador avileño, y quien esto escribe, tendríamos la responsabilidad de fallar en Cuento, Poesía y Ensayo, ¡a un tiempo! Menuda responsabilidad, nos dijimos, casi a coro, animados del ansia de ser justos, no errar y calibrar en la justa y exacta medida cada texto. Justo es decir que todas las decisiones a las que arribamos fueron unánimes y no medió jamás duda o requiebro alguno.

El fallo: la triada premiada


Gala de premiación. Foto: UCI

 

Los organizadores aceptaron, por fortuna, premiar en cada uno de los géneros, poesía, cuento y ensayo, y no despreciar esa natural taxonomía. Cada género tendría, además, un Gran Premio, medallas de Oro, Plata y Bronce. Habría un Premio a la Popularidad y un Gran Premio General, ese sí, aunando todos los géneros, a lo que se sumarían premios colaterales, como el entregado por las casas de Cultura y el auspiciado por la Revista Mella. Se previó que en reunión con los estudiantes en la sede universitaria de Ciego de Ávila (UNICA) se entregaran las medallas de Oro, Plata y Bronce, por géneros, y a la noche, en la Gala de Clausura, el Jurado anunciara, con toda pompa, públicamente, a teatro lleno, los estudiantes acreedores de los grandes premios de cada género, el Gran Premio y el Premio de la Popularidad, elegido este entre los propios estudiantes. Así se hizo. La UNICA, sede universitaria de Ciego de Ávila, era un hervidero de jóvenes, por doquier bullían cantos, bailes, congas, aquellos chicos competían a la luz del día con hidalguía total en cada una de las modalidades para, después, con energía propia de cíclopes, ¡bailar toda la madrugada, hasta el alba, y apenas dormir una o dos horas! Esa es la fuerza tremebunda y el entusiasmo sin tregua de la juventud. Se entregaron las medallas. Se entregó el Premio de la Revista Mella, algo que debe ser celebrado y reconocido: hasta allí fueron los directivos de la Revista, allí estuvieron con los jóvenes, brindaron a los chicos la revista para publicar en ella. Después de entregar las medallas hablé de Literatura. Escuchaban con interés total, como si hubieran dormido la noche toda, como si no estuvieran exhaustos. Una profesora de Literatura de la UNICA me acompañó allí, inicialmente desconocía yo que se trataba de una profesora. Más tarde, personalmente, me agradeció lo que llamó “la clase de amor por la Literatura que ha dado Ud. a estos jóvenes”. Al salir de aquella reunión anuncié sotto vocce, y solo a los grandes premios de cada género, que a la noche tendrían que subir a escena de un teatro repleto y vitoreante a recibir el homenaje. Todos se sonrojaron. Todos agradecieron. Todos se emocionaron. A la noche tuve la tensión de ser llamado también yo a escena para allí entregar a los agasajados los reconocimientos. Fue maravilloso ver allí sus sonrisas, sus emociones, decirles que aquel era el comienzo de una aventura que solo ellos, con esfuerzo, constancia y talento, podrían hacer realidad.   

Hoy tengo, además, el privilegio de que La Jiribilla publique sus trabajos. El privilegio de presentarlos.

Arlette Vasallo es estudiante de Periodismo de 4to. año de la UH. Su ensayo sobre el tratamiento del absurdo en la obra de Albert Camus me sedujo. Yo mismo soy ferviente admirador de la obra de Camus y de la Literatura del Absurdo. Los jurados de Teatro, que escucharon a la autora leer el trabajo, quedaron impresionados. La autora versaba, con meridiana luz, acerca del tratamiento —y la superación— del absurdo a partir de dos de las obras del francés, concretamente el muy famoso ensayo El mito de Sísifo, y la igualmente admirada novela El extranjero. Desde el punto de vista del Jurado la autora había logrado penetrar la esencia de Albert Camus y decodificar sus postulados. Por unanimidad, sin apenas dudarlo, el Jurado decidió que Arlette Vasallo merecía el Gran Premio de Ensayo y… el Gran Premio en general.

Liset Reyes Aldereguía, estudiante de tercer año de Estomatología, de la Universidad de Ciencias Médicas de Sancti Spíritus, presentó un minicuento. Se trataba de apenas una página. Un cuento que también pudiera ser clasificado como Literatura del Absurdo. Sencillo, escueto, exacto, nada sobraba, nada faltaba, tramado como un continuum desde el título a la oración final, el minicuento de Liset destacaba entre todos. Más tarde, a la salida de la UNEAC el día de su lectura, indagué si le agradaban los cuentos de Virgilio Piñera. “¿Los cuentos de quién?”, preguntó, para, al instante buscar pluma y apuntar el nombre: “tengo que leerlo, dijo, “la Carrera no me da tregua”. ¡No copiaba la chica!, ¡no seguía influencias!: ¡era ella misma! El Jurado, también por unanimidad —y con admiración— decidió que pertenecía a Liset el Gran Premio de Cuento.

Jessica Orellys Reyes es estudiante de 5to. año de Ciencias Médicas de la Universidad de Ciego de Ávila. Antes fue karateka y judoca. La poesía resultó el género más concurrido, el más difícil de dirimir, por la calidad de los textos: una chica de la UH presentó unas glosas —muy bien glosadas—; un pinero un largo y buen poema, homenaje a su isla menor; un chico se extendía en un dúo de bien armados sonetos sobre el amor. El poema de Jessica era escueto, armónico, sistémico, exacto, algo minimal de lo que emanaba una innegable atmósfera máxima, sugestiva, hasta opresiva. Eduardo Pino, mi colega poeta y narrador avileño, se extendió sobre los valores del poema. Era indudable, le asistía la razón: era el mejor de los poemas. A Jessica correspondió el Gran Premio de Poesía. A la noche, en el palco del teatro, ya entregados los grandes premios, acudió la madre, escritora ella misma, emocionada. Deseaba agradecer.

Hoy tengo el privilegio de presentar al trío en La Jiribilla, de guiar en estas páginas la publicación de sus primeros textos. Si perseveran, para ellos pueden llegar otras publicaciones, otros premios, otros textos. Talento han exhibido. La Literatura demanda esfuerzo, lecturas, empeño, fijarse objetivos y lograrlos. Son jóvenes. Bailan hasta el amanecer y después discuten de Literatura, escriben incansables un bien urdido cuento, un profundo ensayo o un armónico poema. Se les mira y no se puede sino admirarlos. Se les mira y no se deja de sentir alguna sana envidia: tener esa edad, ser uno de ellos, uno más, vivir con la energía y la fuerza que los anima. El futuro les espera allá, a la vuelta de unos años. Ellos miran adelante, sin miedo, confiados, con la mirada limpia, la inteligencia en ristre y la energía aullante. Saben que pueden. Saben que lo pueden todo.

 

Gran Premio de Cuento: Epidemia, Liset Reyes Aldereguía

Gran Premio de Ensayo: De El Extranjero a Sísifo: La superación del Absurdo en Albert Camus, Arlette Vasallo

Gran Premio Poesía: Voces, Jéssica O’Rellis Reyes