Selección de poemas

Carlos Esquivel Guerra
14/1/2016

Últimos días de una casa

Una casa es como un país. La Loynaz. 9 de marzo de 1981.
Una carta a Julio Orlando Martínez Malo.

Para Diusmel Machado.

La casa es como un país
abarrotado de ausencia.

La casa me diferencia
de la nieve cuando es gris.

La casa es mi cicatriz
desde algún barco remoto.

La casa es el puente roto,
y es el vino, y es el pan.

Es los muertos que no están
pero viven en la foto.

La casa es como un cuchillo
que despedaza por dentro,
es mi madre sobre un centro
de pesadumbre, es el trillo
hacia el pobre molinillo
donde mi padre invisible
teje un himno, es la creíble
caída de toda nieve,
es la libertad tan breve,
es otro viaje imposible.

La madre, el padre, el arroz,
ellos son también la casa,
y humedecen una masa
para el invierno de Dios.

La casa tiene mi voz,
mi silencio y mi visaje
hasta un país sin paisaje.

Acaso queda en el rezo
carcomido como un hueso.
O en el pesebre del viaje.

El perro que no murió,
la nube por ese hermano
si no supo desde el piano
la casa que lo inventó.

Mi padre siempre partió
en busca de un acertijo.
Ya era casa, ya era el hijo
sobre la ausencia fingida.

Casa: dolor y partida,
todo en el mismo amasijo.

Casa: lugar de la ausencia
que fluye y jamás me nombra.
Siempre habitas una sombra
que el extravío sentencia.
Los nombres de mi existencia
ya no van a detenerte.
Existe una casa inerte,
una lámpara, una nube:
son cosas que siempre tuve
y las llevará la muerte.

Y qué dejé sin olvido
en el Dios que balbuceaba:
¿un mar? Pero el mar se acaba.
¿Acaso quedó el sonido
de una isla que ha dormido?

Todo es un viaje otra vez.
Todo es ser casa y después
ser casa para ese olvido.
Como el hombre que ha fingido
ser su casa en la vejez.

Casa: ante ti sólo queda
polvo del sueño lejano
y una foto sobre el piano
perdido entre la humareda.
Casa sin mí, qué nos queda:
una cruz, el cuerpo fijo,
un tiempo que nos maldijo,
y lo que di al universo:
mi única forma del verso,
la casa, un árbol, y el hijo.

Español de Burgos.
6 de octubre de 1896

¿Pensé en eso o realmente me interesaba jugar con un tema afín a la rabia de Dylan Thomas?

I

Me hunden todos los puñales
y sangro
con odio simple, como el hijo que maldije
por su heroísmo culpable.
Sangro con la espada
de alguien a quien no vi defenderse.
Vivo como un inocente en la forma de
esa espada, o es que Dios
ya no me ampara y me ha dejado
sin muerte.

II

No sangro con la tormenta, ni si me cortan
en dos,
aunque penetre feroz la espada
que me revienta.
Quizás la muerte ya inventa los cielos
artificiales,
quizás me tienten las sales por alguna
noche indigna,
y yo sangre una consigna sobre los muertos finales.
Imitación de “Yugo y Estrella”

Deja que huya llorando el ciervo herido/ y el corzo juegue ileso,/
uno ha de estar en vela, otro dormido:/ el mundo siempre es eso./

Shakespeare: Hamlet

Sólo nos salva el mar
y alguna estrella lejana de la noche
y su fortuna,
y esa carne final que no es la luna del hijo
condenado por su huella.
No nos salvará el yugo
en la querella de la madre al abrir
todos los puertos, ni los héroes vencidos
o despiertos para un círculo de humo
con la nada.
No nos salvan los peces
ni una espada, ni el hijo que camina
hacia los muertos.
Niágara

Dolor mío, pero de qué. ¿Dolor de no ver al Niágara, límpido y majestuoso?
¿O, acaso, dolor de no ver a Heredia frente al Niágara?
La segunda imagen, esa prefiero.

Yo me doblo tranquilo ante tus huesos
de mar, aunque estremezcan las montañas
las luces de tus olas, tan extrañas
como el nombre del ángel y los rezos
o la nube danzante sobre presos
arrecifes de Dios.
Saltan los ríos,
lejanos de la patria, pero míos
y de la sangre libre que confunde
al naufragio que salva y al que hunde
países, inocencias, extravíos.

Y acaso divisar lo oscuro puedo,
el ave al cazador que le dispara,
un huracán sin nombre si me atara
violento como Eneas hacia el miedo.

En el pan de la roca que no cedo,
el ojo se consagra perseguido
a una nota del mar que es sólo un ruido
de culpa inmemorial al que me inmolo.

En el vientre del pez que canta solo
yo vivo para ti como un aullido.
Lejana de las fotos tu corriente
retumba tras el hielo y me respira
una madre que nubla la mentira
y un viento que se esconde en el torrente.
Tú brotas una espada tan reciente
como el muerto de Roma en la marea,
y me envuelve una isla que no humea
la boca del reloj en su reposo:
en la hierba, en la sangre, y en el foso,
en el dios solitario que te crea.

Al perderse tu sangre en el oceano,
herido en la memoria del papel,
a veces el traidor o el hijo fiel
sangran aunque el cuchillo no es humano.

Qué hay después de los dos: polvo y gusano,
aire, tiempo, ciudad, y unos pequeños
arcos de una bandera ya sin dueños.

El alma te navega con mi suerte,
sabiendo que confundo con la muerte
el asco, mi dolor, todos los sueños.
Tomado del libro Toque de queda. Premio Iberoamericano Cucalambé 2005.
Publicado por la EditorialSanlope (Las Tunas, 2006)

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