La capacidad de reinventarse sin abandonar las esencias constituye patrimonio de personas y procesos dispuestos a enfrentar los desafíos que les impone la fe en sus metas, sobre todo —en el caso de proyectos de reivindicación social— si estas coinciden con un ideario cultivado desde la inteligencia y la sensibilidad por los destinos humanos. Con esa “química”, la Revolución y los revolucionarios cubanos se vienen reinventando desde hace sesenta y tres eneros.

Ninguno de los años de vida en revolución ha sido igual para nosotros: ni el 59 fue igual al 60, ni el 90 al 2000, ni el 2021 al 2022 que apenas comienza. Una vez atenuado el jolgorio del triunfo, en el 59, vinieron las primeras medidas, encaminadas a transformar, desde sus bases, las estructuras económicas, sociales y culturales del país para revertir su modelo rentista y distribuir con más justicia lo que pudiéramos obtener: restructuraciones radicales fueron la ley de reforma agraria, la de reforma urbana, la campaña de alfabetización, la nacionalización de las empresas, de la banca…

“Ya no se trata de reinventar el socialismo para un solo país sino de mantenerlo vivo como opción para todo un mundo que un día se creyó el cuento equivocado de que el capitalismo portaba el germen de toda la historia futura ”.

La persistencia en las esencias justicieras del socialismo cuando, en 1991, hasta para los más socialistas del mundo este devino mala palabra (arriesgada y certera decisión la nuestra) fue quien nos conminó a virar de cabeza conceptos que parecían inamovibles, y así llegamos a un 2000 abierto a cambios insospechados, sobre todo en lo económico, pero con la mayor parte de las conquistas en pie. Ni la apertura a la inversión extranjera, la despenalización del dólar o el boom del turismo –cambios profundos con males asociados en lo social– lastraron la voluntad de mantener vivos y crecientes los proyectos de desarrollo humano de la Revolución.

Las más de dos décadas transcurridas del presente siglo, tras la estabilidad de los 80 y las incertidumbres de los 90, nos trajeron nuevos cambios, casi cruentos. Ya no se trata de reinventar el socialismo para un solo país sino de mantenerlo vivo como opción para todo un mundo que un día se creyó el cuento equivocado de que el capitalismo portaba el germen de toda la historia futura. La globalización de la desigualdad y el abandono de las políticas sociales por parte de los gobiernos, si no ganó categoría de camino único y obligatorio, se debe a que existen países con otras miras, entre ellos Cuba. Claro que para ir más allá de las consignas y sofismas en nuestra patria ha sido necesario recomponer, desde lo más profundo, estructuras de funcionamiento de la sociedad, sobre todo en lo económico. Varios beneficios sociales, como inevitable posposición, cobraron diezmo.

La igualdad distributiva que un día proclamamos y tratamos de instrumentar desde las instituciones se degradó y nos obligó a aceptar la igualdad de oportunidades como fórmula para superar la coyuntura, cada vez más difícil en proporción directa con la agresividad del vecino poderoso y prepotente. Esa “concesión” a la desigualdad viene siendo paliada con acciones inclusivas de fuerte impacto (recordemos la Batalla de Ideas, la masificación de la cultura y otras ideas de Fidel), pero su sostenimiento cada día se dificulta más en un contexto que no paró de obsequiarnos adversidades. Lo que sí ha permanecido indemne es la voluntad de no entregar soberanía, ni el sueño de luchar por un país y un mundo más justos.

“La lección es que se impone releer la realidad para plantear un nuevo diseño de la cotidianeidad del cubano, y hacerlo desde el espíritu crítico que en nuestra praxis siempre ha antecedido a los cambios ”.

El último año estuvo marcado por cambios que, de nuevo, nos obligan a repensarnos con cierta radicalidad. Los dirigentes del Estado y el Partido, junto a la mayor parte del pueblo, debieron trazar con urgencia estrategias y acciones para superar la prolongada y severa pandemia de Covid-19, el recrudecimiento de medidas coercitivas —más devastadoras que nunca— y el nuevo escenario de guerra mediática que instó actos internos de desestabilización del orden solo superados por la participación inmediata del pueblo.

Nada de lo dicho arriba fue de pequeña magnitud, pero una vez más prevalecieron la voluntad de la mayoría y la inteligencia de los dirigentes para comprender que debíamos volver los ojos una vez más hacia determinadas potencialidades y hacia zonas muy sensibles de disfuncionalidad marginal. La lección es que se impone releer la realidad para plantear un nuevo diseño de la cotidianeidad del cubano, y hacerlo desde el espíritu crítico que en nuestra praxis siempre ha antecedido a los cambios.

Sostener con vida y perspectivas la Revolución nunca ha sido un capricho para eternizar un poder, ni siquiera para tratar como inamovibles preceptos del marxismo sino para no renunciar a la idea de que las mayores reservas de bienestar y justa distribución de los bienes de la nación se ganan con métodos socialistas de distribución, no con la mano peluda y rasa del mercado, aunque algunas realidades nos obliguen a asumir métodos de producción que de él provienen. Cambiar todo lo que debe ser cambiado —y cada vez a una velocidad mayor— es uno de los principios revolucionarios que signan con mayor fuerza la época de inusitada aceleración de la desigualdad que nos ha tocado vivir en estas largas seis décadas de sacrificios.

“No dejo de ser el deslumbrado que, con sus 72 cumplidos, aún espera por otros tantos eneros de jolgorio”.
Foto: Fernando Medina Fernández. Tomada de Cubahora

No siempre los cambios más recientes cuentan con la misma aceptación popular que los de aquellos años iniciales del triunfo, pero nadie puede negar que el pueblo comprende que se llevan a cabo en pos de la mayor cuota de justicia posible. La presencia de una creciente y efectiva actividad privada en la economía —con su correspondiente cuota de desigualdad—, la larga convivencia de dos monedas, que ni siquiera con la desaparición del peso cubano convertible dejó de ejercer su influencia, la derivación del protagonismo económico de la industria azucarera al turismo, el regreso a la tierra como madre salvadora ante la imposibilidad de importar alimentos, trajeron sus inconformidades y sus asimetrías. Pero el superobjetivo de sostener los grandes proyectos de salud, educación, empleo pleno, garantía social, actividad científica, cultura, deportes, tranquilidad ciudadana, y todas las demás bondades que nos vienen inspirando, hacen posible que los niveles de comprensión e identificación del pueblo con su Revolución sigan siendo mayoritarios.

Sesenta y tres años dan casi el largo de una vida, aunque en Cuba la esperanza de superar los setenta es una conquista. Yo ya superé esa cifra, y aunque hace rato no soy aquel niño de nueve años que en 1959 vio a los barbudos bañar de alegrías y esperanzas a su país, no dejo de ser el deslumbrado que, con sus 72 cumplidos, aún espera por otros tantos eneros de jolgorio.

2