Signo

Cira Romero
20/7/2016

Dos hombres de la cultura cubana, uno cienfueguero, Alcides Iznaga (1914-1999), y otro natural de Caibarién, Aldo Menéndez (1918-2001), entrecruzaron sus respectivos caminos para fundar en Cienfuegos, en 1954, la revista Signo. Como muchos otros, son también nombres que hoy han desaparecido de nuestro panorama literario, pero poseyeron valores que no pueden ser remitidos a una dolorosa zona de silencio, porque ellos también contribuyeron a diseñar, desde sus obras e inquietudes literarias, nuestro perfil cultural.  

Iznaga fue poeta, narrador y periodista, pero debió desempeñar disímiles oficios menores para lograr su subsistencia. Una carrera de Medicina, inconclusa debido a razones económicas, lo condujo a estudiar por el método de enseñanza libre la de Pedagogía en la Universidad de La Habana, de la cual se graduó en 1941. En 1955 obtuvo mención en el concurso de cuento Hernández Catá y colaboró en las publicaciones cienfuegueras El Comercio, La Correspondencia y Liberación; también en Social, El País Gráfico, Orígenes, de la capital, e Islas (Santa Clara) y Orto (Manzanillo). En 1959 obtuvo el primer premio de poesía en el concurso de la Unión de Escritores de México y en 1961 pasó a residir en La Habana. Desde 1966 y hasta 1991 ejerció el periodismo en la revista Bohemia. En 1969 mereció premio en el concurso UNEAC por su novela Las cercas caminaban, género en el que se había dado a conocer con Los valedontes (1953), entre otros títulos de su autoría.    

Aldo Menéndez, radicado en Cienfuegos desde su juventud, donde trabajó en varios oficios, se inició como poeta en la revista Social y publicó junto con Samuel Feijóo y Alcides Iznaga el poemario Concierto (1947), razón por la cual se ha considerado, aunque sin fundamento sólido, que los tres conformaron un grupo literario homogéneo en esa ciudad. Fueron amigos y colegas en la poesía, y juntos compartieron inquietudes y sueños, que cada uno canalizó en la medida de sus posibilidades, aunque en el caso de Feijóo fueron múltiples y ricas al encaminarse, como investigador que fue, por la ruta de la cultura popular campesina, pero sin abandonar su creación como poeta lírico e incursionar, incluso, en la narrativa. Menéndez fue director de una apenas citada revista literaria, también cienfueguera, Atejo, y colaboró en Orígenes, Ciclón, Islas, Diario Libre, Inventario y Presencia. Sus poemas se incluyeron en numerosas muestras poéticas nacionales, tales como Para el 26 (1962), Antología de jóvenes y viejos (1964), Panorama de la poesía cubana moderna (1967), Poésie cubaine 1959-1966 (edición cubana para la exposición mundial celebrada en Canadá, 1967), Poemas para el Moncada (1974) y Poesía social cubana (1980), entre otras. Asimismo, fue traducido al inglés, al francés y al danés. En 1980 se estableció en España. Entre sus libros de poemas figuran Puerto inmóvil (1953), Ciudad cerrada, (1955), Testimonios del silencio (1960) y Siempre cantábamos (1969).  

Unidos por una profunda amistad, y muy cercanos al grupo Orígenes, liderado por José Lezama Lima, Iznaga y Menéndez fueron incluidos por Cintio Vitier en su antología Cincuenta años de poesía cubana (1902-1952) (1952). Posteriormente decidieron fundar en la bien llamada Perla del Sur la revista Signo, subtitulada “Revista de Arte”. Tuvo una característica singular: solo publicaba colaboraciones inéditas y abrió sus páginas a un núcleo importante de autores como José Lezama Lima, Feijóo, Agustín Acosta, Eugenio Florit, Raúl González de Cascorro, Fina García Marruz, Roberto Fernández Retamar y Loló de la Torriente, quienes aportaron el grueso de las colaboraciones en un género que fue el preferido por sus directores: la poesía. Esto se constata en los 13 números que han llegado a nuestros días, el último correspondiente al año 1956, donde anunciaban colaboraciones inéditas de autores extranjeros: el peruano Ciro Alegría, el español Vicente Aleixandre, el cubano Félix Pita Rodríguez “y otros notables escritores”, las cuales, al parecer, no pudieron concretarse debido a la interrupción de la publicación, que no recibía ningún apoyo oficial y aparecía gracias a los esfuerzos  económicos personales de sus dos directores.

Antes de que Signo viera la luz, tanto Iznaga como Menéndez habían presentado credenciales poéticas individuales en Orígenes; lo hicieron por vez primera en el número 28 correspondiente a 1951, y repitieron la acción en el 33, de 1953, con los textos poéticos “El barrio y el hogar”, del primero, y “El huésped inesperado”, del segundo, ambos ausentes de las páginas de la revista cienfueguera por su condición primordial de acoger solo textos inéditos. En tanto exponentes de sus respectivas calidades poéticas, los muestro como ejemplos del estado de nuestra poesía en años en que la influencia del grupo liderado por Lezama Lima se hacía sentir entre los, por entonces, más jóvenes poetas.  

El barrio y el hogar

(Nocturno)

Pequeña música, fina lluvia.

Seca agua entre ramas de oscuros árboles-suave viento noctívago.

(No hay estrellas).

La noche tiñe el barrio de igual color sombrío.

Contrapunto de imprecisos rumores,

de esporádicas voces.

De la paz, tenues notas fluyen.

Playa extensa-campo de inermes espumas-,

noche en sabana silente.

Paz, el hogar se arrodilla en tu capilla.

Tu silencioso órgano: cetro feliz.

El hogar se abrazará al lecho

como a ángel amado,

sin trincheras de pensamientos.

Te Deum, a ti, oh paz.

(La noche descansa sobre los hogares).

De la pobreza ha lijado el amor la aridez,

hogar sin arte,

sin ese orden de la luz sapiente

que ilumina las cosas y colores.

Pianísimo calor, aire indecible.

Hogar, espacio de la flor,

paradero dichoso, ceiba de renovadas hojas.

Manta…,   abierta ventana…, cálida mano.

Palmar para el amor;

lecho del rio, butaca del abuelo.
 

El huésped inesperado

Repentino, entregando tu puro silencio.

Vertical. Erguido viento levantaba

en olvidado polvo el roce de tus pasos.

Te doblegaba la luz, perdido día

de prados entrañables,

disuelto en los pájaros y el viento

te copiaba en narciso y en penumbra.

Inesperado, girando,

sin sonoras muchachas,

sin marcado color ni maravilla.

Con el largo compás y el fresco encanto

del paisaje en el fondo, destruido.

y esta cerrada alcoba y esta tierra,

rodeadas de la música impresente

y el caos y tu nombre, evanescido.

Quién recibe tu antigua mansedumbre

y tu incógnita voz dulce y ausente,

reposa su canción y te acaricia

con moradas campanas en Febrero.

 

Muchos años después, aunque con otras características y propósitos, Samuel Feijóo,  inspirado en algún sentido en el título de esta revista, a la que estuvo tan ligado, fundó en 1969 la revista Signos. En la expresión de los pueblos, surgida como órgano del Departamento de Investigaciones de la Expresión de los Pueblos, radicado en la antigua provincia de Las Villas y dedicada eminentemente a recoger nuestro folclore.