Que la guerra no me sea indiferente no es lo que pido, pues nunca lo fue ni lo será. Viví la batalla de Santa Clara a los 9 años como quien se siente súbito actor en un filme bélico, donde los héroes salvan a seres amenazados por fuerzas oscuras y perversas. Salvados fuimos por los barbudos y empezamos a estudiar y trabajar para que nada humano nos fuera indiferente. Luego vinieron León Gieco y Mercedes Sosa y nos contaron nuestra historia como canción.

Cero indiferencias. Nos corresponde desechar los motivos que justifican confrontaciones. La guerra constituye una de las plagas que dañan no solo la integridad física de los seres humanos, sino también su inteligencia sensible y su musculatura moral. En uno de sus textos más hermosos, el poeta villaclareño Carlos Galindo Lena expresa: “El aire del soldado es siempre un aire triste / porque dar muerte / o recibir la muerte es siempre triste. / Doloroso oficio de los hombres.[1]

“Siempre fue necesaria la paz, pero siempre nos la escamotearon”.

Vivir en paz, o con paz, constituye, tristemente, el más utópico de los objetivos humanos. Y las guerras no se libran siempre con las armas; a veces la imposición de poderes al amparo de ventajas de cualquier índole también causa destrozos irreparables. La guerra comercial, económica y financiera que sufrimos los cubanos es cruenta como la que más. Y cobra víctimas fatales.

Los días de mi vida han sido, en su inmensa mayoría, tiempo de Revolución, que no es lo mismo que tiempo de guerra, aunque la Revolución nuestra, como todas, debutara con combates. He visto cambiar a las personas, los entornos, las preferencias, las escuelas, los mercados, las industrias, los países… Nuestra cotidianidad, marcada por lo volátil persistente, no solo nos puso a instrumentar cambios en pos de un mañana mejor; también nos involucró en sus tareas para consolidar, en la conciencia y en la cotidianidad, lo concretado. Siempre fue necesaria la paz, pero siempre nos la escamotearon.

“Cruenta guerra un bloqueo que la humanidad cada año condena inútilmente a coro”. Imagen: Tomada de Prensa Latina

La perpetuidad de los cambios que signan nuestra actuación caracteriza el afán por responder, con estrategias y escaramuzas, al cañoneo incesante de las medidas de asfixia económica, política y mediática puestas a devolvernos a instantes oscuros de nuestra historia. Cambiar constantemente no es una elección, sino un apremio. Cruenta guerra un bloqueo que la humanidad cada año condena inútilmente a coro.

El imperio mediático se solaza en resaltar con titulares y opiniones del más alto escalafón periodístico nuestras carencias y miserias, no como consecuencia de la guerra en que vivimos inmersos, sino como falla estructural del sistema y —dicen— por la incompetencia de los que conducen los procesos.

Los más oscuros y mayúsculos obstáculos para consolidar nuestras conquistas, e ir por más, se instrumentan con cruda eficacia en el devenir cotidiano de quienes nos enfrentan. Otros tropiezos se han derivado de males que nosotros mismos, culposamente, activamos: el voluntarismo entusiasta del neófito, por ejemplo, nos arrastró a no pocos sueños de logística más complicada e inextricable que la voluntad redentora que los animó. Una buena parte de ellos consumen su letargo de sueños pospuestos, aunque nunca totalmente cancelados.

Llevar sobre los hombros todos los destinos de un país —lo hemos ido aprendiendo en un largo tránsito— es una empresa cuyas dimensiones rebasan las capacidades ejecutivas de cualquier Estado. De lo anterior se deriva que quizás un poco tardíamente nos percatáramos de que era necesario diversificar el sistema de propiedad sobre los medios de producción y la prestación de servicios. Está claro que aún no sabemos con cuántas sorpresas nos podrían asombrar tantos ajustes.

El Estado como regulador de las nuevas dinámicas privadas, y como garante de las que bajo ningún concepto se pueden desagregar hacia la privatización absoluta, funcionaría como contexto ideal para que arribemos a lo que se define como socialismo próspero y sostenible. Aún no es así, y no está muy claro el camino para que lo sea. Solo les pido a Dios, y a los hombres que no cesan de trabajar por su concreción, que los errores no nos sean indiferentes y que ganemos celeridad en su identificación a tiempo.

“Los ofertantes terminan ganando el diferendo y la inflación destruye credibilidades”.

Un problema epistemológico se nos presenta con algunas de las decisiones ejecutivas llamadas a desmontar el modelo estatista cerrado que durante varias décadas signó nuestra vida nacional. La presencia creciente de la iniciativa privada, en muchos casos sustituyendo con mayor eficiencia a la estatal, unida a una mentalidad liberal en ascenso a nivel de los nuevos actores económicos, casi que han normalizado la existencia de pulseos inéditos cada vez que el Estado ha intentado equilibrar los precios con el nivel adquisitivo promedio de la población. Como involucra a productos y servicios indispensables para que las personas hagan una vida normal: alimentos, transporte, reparaciones, etcétera, lo que también se conoce como “el apagón de oferta”, ha asomado su oreja peluda y reacia a la depilación. Los ofertantes terminan ganando el diferendo y la inflación destruye credibilidades.

“La mayoría del pueblo cubano quiere socialismo, porque contiene los mejores y más justos principios para la convivencia humana”. Ilustración: Martirena/Periódico Escambray

La propiedad social absoluta no sería la solución ahora mismo (recuerdo que ya dejamos mala huella en ese terraplén), pero si aquel pésimo intermediario que siempre fue Acopio hubiera contado, en la misma magnitud, con los estímulos y penalidades sujetos a merecimientos, o a su falta, tal vez hoy nuestros bolsillos no cubrieran los desmesurados márgenes de ganancia que imponen los intermediarios. En ese previsible y tramposo charco naufragó, de cara a la población —no a la macroeconomía— el proceso de reordenamiento monetario. Los chistes sobre “el poquito” para recreación que rebasaría la canasta básica cobraron la malsana y contundente validación de lo objetivo.

Se pensó que con la reforma salarial se incrementaría el interés por el trabajo, y de inicio se mostraron cifras interesantes —nunca demasiado— sobre la reincorporación a las labores de algunos miles de personas; luego no se ha hablado mucho más del asunto, seguramente porque la inflación también revirtió ese efecto. Se reactivó de manera casi inmediata el círculo vicioso consistente en que solo con el incremento de la producción se podría revertir la escalada de precios, mientras que solo con esos precios se podría estabilizar la fuerza de trabajo que sostiene la producción. La falta de recursos que el bloqueo y los imponderables nos niegan funciona como catalizador en ambos sentidos.

La mayoría del pueblo cubano quiere socialismo, porque contiene los mejores y más justos principios para la convivencia humana. Entonces, pidamos a Dios y a nuestros compatriotas —junto a los cantores al inicio mencionados— que el futuro no nos sea indiferente. Pero adquiramos conciencia de que el futuro nunca será nada si no lo vamos sumando, con visibilidad suficiente, al hoy de cada instante.


Notas:

[1] Carlos Galindo Lena: “Justicia”, en El aire del soldado (poesía reunida),Ediciones Unión, La Habana, 2012, p. 34.