El hecho de que exista un Yunior García (golondrina solitaria en su mutis) mancornado con otros como Yotuel Romero, Gente de Zona, Descemer Bueno y los reciclables Luis Manuel Otero Alcántara, Maykel Osorbo y Denis Solís, entre otros, no hace ni por asomo verano, y mucho menos primavera árabe, que no estamos en el desierto ni en 2011.

“La cultura, como conciencia de la historia y de la identidad, es el único antídoto posible contra esas aberraciones”

Que todos ellos pusieran, sin el más mínimo pudor, sus pedestres performances al servicio de la poderosa maquinaria que aspira a moler los proyectos de justicia social que nos animan, no habla en contra de la cultura, sino todo lo contrario. La cultura, como conciencia de la historia y de la identidad, es el único antídoto posible contra esas aberraciones.

Pese al poder de fuego de unos medios masivos y unas redes sociales descomprometidos con la verdad y la decencia, y sin hacer la vista gorda frente al hecho de que algunos grandes artistas compraron esas conservas con fecha de vencimiento cumplida, la verdadera cultura, la que bebe de las esencias, sale ilesa.

Tengamos claro que lo orgánico de la relación de los intelectuales cubanos con la institucionalidad revolucionaria se concreta en la asunción de unos valores donde sobresalen la voluntad inclusiva, la igualdad de oportunidades, el diálogo y la búsqueda de lo cierto e inédito tras las trampas de la posverdad. La baratija vociferante de algunos subproductos con ínfulas de protesta se ceba en el usufructo oportunista de grandes conceptos (libertad de expresión, democracia, voluntad de diálogo y otros) para engatusar con espejismos a quienes —ingenuos y no— decidan involucrarse en tal barranco histórico.

“La verdadera cultura, la que bebe de las esencias, sale ilesa”. Imagen: Internet

El futuro, ya lo sabemos, puede ser tan difuso como una utopía, pero, ¿no es la felicidad universal la más esquiva de las utopías?, ¿ha renunciado la humanidad a ella por los obstáculos del camino? El mercado cree haber comprado el futuro anteponiéndole, como preámbulo ineludible, el engañoso hoy de sus anaqueles desbordados de productos suntuosos disfrazados de felicidad universal.

En ese entorno de felicidad diseñada con gordos brochazos, se magnifican el consumo y la anarquía como banderas, solo que esos emblemas, bordados con el glamur de enunciados sostenidos por viejos documentos de universalidad restringida, solo ondean a todo trapo en las sedes de los oligopolios, los bancos o las grandes cadenas de la información, nunca en las periferias. Las libertades inscritas en el vademécum con que operan son, cada día más, libertad para mendigar y morir sin intervención del “vil Estado”; también para adular a los dueños del mendrugo, y para mentir y reprimir si el que se niega a mendigar pide que se enuncien, con palabras nuevas, otros derechos menos amañados.

Al pobre futuro, secuestrado, le niegan la posibilidad de un replanteo diferente a todo el pasado de abuso y explotación que intentan vendernos, disfrazado de nobleza, como destino manifiesto y como historia. De tanto exprimirlo, el auténtico futuro secó sus posibilidades y desapareció del lenguaje político. El eterno presente no es una invención del socialismo, sino de quienes ansían perpetuarse en un poder global que borra las fronteras porque se siente impune en su papel de invasor de guante blanco. Busquemos la palabra futuro en el lenguaje de los grandes medios enemigos del socialismo, y difícilmente obtendremos otro resultado que no sea la inutilidad de la pesquisa.

Por un futuro de otra naturaleza apostamos los artistas e intelectuales cubanos, y en esa apuesta sabemos que un solo islote no hace archipiélago, y que lo perros que le ladran a la luna, si acaso la alcanzan, le descuartizan hasta la sombra. En la búsqueda perpetua de un futuro, irrealizado pero posible, contra un eterno hoy de injusticias reales que nos quieren vender como irreversibles, se concretan las más importantes claves de la lucha socialismo versus capitalismo.

Es necesario que no se le cargue a los hacedores de cultura en Cuba, por la actitud de algunos, el pesado fardo de esa disidencia latente que se alimenta desde los fosos imperiales con dinero y conceptos reclutados —y sesgados a conveniencia— en el stock de saberes acumulados por la humanidad.

De la misma forma que nuestros médicos, científicos, soldados, estudiantes y obreros, personas de cualquier extracción reciben desde todos los ámbitos el reconocimiento por su papel en el combate contra la pandemia de la Covid-19. Los escritores y artistas, que han ofrecido canciones, poemas y mensajes de beneficio público, se niegan a ser excluidos de ese gran ejército que ha dado lo mejor de sí en su apuesta por la vida y la continuidad de la obra de la Revolución.

“Solo las acciones colectivas acometidas por nuestro pueblo garantizarán el éxito”

Con la animación de los vacunatorios, las entregas virtuales de conciertos, textos, acciones teatrales y danzarias, el trabajo en centros de aislamiento y el combate en las redes sociales y medios masivos, sin temor a enfrentar el odio y las amenazas de los operadores con ínfulas de verdugo, los artistas cubanos han puesto su grano de arena en la tarea más compleja que hemos enfrentado en varias décadas. Solo las acciones colectivas acometidas por nuestro pueblo garantizarán el éxito; la cultura se incorporó, con mucho de lo mejor que tiene, a esa alianza. Es de inobjetable justicia que quienes cubrieron la primera línea en el combate contra el virus reciban los más importantes honores, como también lo es el hecho de que no debe desecharse el bosque por unos cuantos árboles, poco importa que estos últimos sean de probada cualidad maderable.  

Algunos compañeros han comentado, incluso en redes sociales, sobre el rechazo de ciertas personas a su condición de “culturosos”; dicha actitud se sustenta en la infeliz tesis de que, por críticos, los intelectuales y artistas somos los más propicios a disentir. Ignoro el nivel de diseminación de esa actitud, pero aun si fuera minoría, es tan injusta que insta a la profilaxis. El discurso oficial debe aportar decisivamente al conjuro de esos prejuicios.  

Considerar la cultura como actividad sospechosa, subalterna o prestadora de un servicio prescindible es algo que dejamos en un pasado remoto y condicionado por otras circunstancias. Sé que la alta dirección del país no piensa en esos términos, pero mi preocupación principal es que, si no se pronuncia claramente en el sentido opuesto, ello podría adquirir fuerza en la opinión popular.

“En el fuego de la cultura, bien lo sabemos, se cuece la grandeza ontológica de cualquier proyecto social que llame
a la conquista de la dignidad humana”. Imagen: Pixabay

La mayoría de los legítimos representantes de nuestra cultura han acompañado, como dialogantes sagaces y comprometidos, a la vanguardia política. Ya lo decía al principio: no tiene sentido emparejar a toda una legión de revolucionarios con lo más bajo —o confundido— de su conjunto. En el fuego de la cultura, bien lo sabemos, se cuece la grandeza ontológica de cualquier proyecto social que llame a la conquista de la dignidad humana. Fidel  lo tenía claro, por eso siempre apostó por poner a la cultura, como el arma poderosa que es, en manos del pueblo.

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