Bolivia: la consumación simbólica del golpe

José Ángel Téllez Villalón
15/11/2019

Cuando el presidente de Bolivia, el indígena aymara Evo Morales, y su vicepresidente, el fraternal intelectual Álvaro García Linera, renunciaron a sus respectivos cargos por “sugerencias” de las FF. AA. y declararon como un hecho la consumación del golpe de Estado, aún la flecha estaba en movimiento, aún faltaba su consumación simbólica. La entrada del empresario blanco Luis Fernando Camacho Vaca al Palacio Quemado, la quema de la bandera whipala (y los policías arrancándosela del uniforme), la sangrienta noche del Día D con sus listas negras y linchamientos, la quema de la valiosa biblioteca de Linera, la autoproclamación sin quorum legislativo de la “elegida por Dios”, Jeanine Añez, y la escena del clímax —esa cuando el general le coloca la banda presidencial a la rubia—, antes de salir al balcón con el facho Camacho (y sus guardaespaldas gringos).

Foto: Internet
 

Quedaban sin exponerse otros “golpes bajos”. No pocos filos y armas, las que matan y las que con-vencen. De la oligarquía boliviana y de las regionales. Que se autoproclamara en la OEA la postverdad y el impresentable Almagro calificara de “autogolpe de Evo” lo acontecido en Bolivia. Porque en el imaginario de esta élite continental la verdad no existe; lo que importa es la significación que se le da a las imágenes, las frases y los gestos. Por aquello de Foucault, de que “No hay hechos, hay interpretaciones”.

Quedaba por repetirse, en versión trágica, una farsa también importada. En su primer discurso como presidente Comité Cívico Pro Santa Cruz, “el Bolsonaro boliviano” reconoció al golpista venezolano Juan Guaidó. En correspondencia, el monigote de Voluntad Popular reconoció a la “Guaidó boliviana”. Y tras la consumación del golpe, comentó por Twitter: “Se siente en Venezuela un frescor de libertad, justicia y democracia desde Bolivia…”. “Un factor importante de ese proceso fue el rol de la Fuerza Armada, Policías y servidores públicos. Mi mensaje a funcionarios civiles y militares en nuestro país es que por encima de todo está Venezuela…”.

“En este momento tan dramático y crucial de nuestro país deben estar al lado del pueblo, no se dejen amedrentar por ambiciones desmedidas, el que gobierna pasa, el pueblo perdura y Dios castiga”, es parte de una carta que Camacho dirigió al Estado mayor de las FF. AA bolivianas, y que leyó el 30 de octubre, a los pies del Cristo Redentor de Santa Cruz. Un claro llamado al golpe militar en nombre de Dios y de la Patria. Pero, ¿de qué Patria, qué dios y qué pueblo?

El fundamentalista santacruceño gritó a inicios de la revuelta: “Tenemos que hacer, salvando las diferencias, y sacar la agenda como lo hacía Pablo Escobar, pero solo para anotar los nombres de los traicioneros de este pueblo, porque queremos que el día de mañana vayan presos, pero no por rencor y odio, sino por justicia”. El domingo, ya por consumarse el golpe, sentenció: “Hicimos historia. No bajemos la guardia, ya dimos la estocada, terminemos el trabajo, saquemos las elecciones, empecémosle juicio a los delincuentes del gobierno, metámoslos presos”.

Cuántas resonancias, con el libreto revanchista de otro caudillo “por la Gracia de Dios”, el fascista español Francisco Franco quien, el 9 de febrero de 1939, dos meses antes de la consumación del golpe contra la II República española, promulgó la Ley de Responsabilidades Políticas, “con la intención de liquidar las culpas políticas contraídas por quienes contribuyeron con actos u omisiones a forjar la subversión roja y entorpecer el triunfo providencial e históricamente ineludible del Movimiento Nacional”.

El domingo 10, aún faltaba por expresarse con toda su significación y sentidos la falacia neoliberal, la de que “el egoísmo lejos de perjudicar beneficia a la sociedad”. Distopia enunciada por Adam Smith en el tan recurrido y simplificado libro Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. El cuentecito de que “Cada individuo está siempre esforzándose por encontrar la inversión más beneficiosa para cualquier capital que tenga” y que “la persecución de su propio interés lo conduce natural, o mejor dicho, necesariamente a preferir la inversión que resulte más beneficiosa para la sociedad”.

Que traducido a los códigos del neo(fascismo–liberal) boliviano, sería que la inversión de Camacho, gastando combustible de avión para llegarse hasta La Paz con la renuncia de Evo, pagándole 300 dólares a unos cuantos matones, capitalizando el viejo relato de la evangelización, discursando y actuando en beneficio de sus intereses y los de las empresas de su familia, exacerbando el racismo de los de Santa Cruz y representando a los blancos ricos de Bolivia, se conduce natural y necesariamente por el bien del país, y de la República.

Vale apuntar que el empresario José Luis Camacho Miserendino se hizo millonario gracias a las privatizaciones de un gobierno neoliberal. Su hijo ganó notoriedad racista al frente de la organización paramilitar Unión Juvenil Cruceñista y a base de sobornos millonarios ganó la presidencia del Comité Cívico Pro Santa Cruz. Con ambos capitales, el financiero y el simbólico, escaló hasta el estatus de máximo instigador del golpe contra Evo. En un tuit del 22 de octubre señaló: “El movimiento cívico a la cabeza de mi persona, logramos unir a las fuerzas políticas de oposición al MAS”. Autodeclarado “merito” con el que la familia aspira a capitalizar nuevas ganancias y a librarse de un enjuiciamiento por su implicación en los Panama Papers.

El golpe de Estado es un golpe a los nuevos sentidos que el proceso de cambio pretendió asentar. Diez años contra quinientos. Los cruzados que se asentaron en la media luna boliviana, y en las urbanizaciones exclusivas de la capital, tuvieron 500 años para asentar el sentido común, colonial y excluyente, que sobrevive hasta hoy. El indígena concentra todas las taras de un ser inferior: “holgazán, promiscuo, borracho”. Para más, la iglesia católica declaró públicamente que “no tenían alma”.

El 24 de mayo del año 2008, en la Bolivia que moría, los vecinos de la antigua ciudad de la Plata sacaron del baúl sus títulos de descendientes de españoles y se lanzaron a cazar indígenas. Al grito de “indios de mierda” llevaron a rastras hasta la plaza principal a unos 25 rehenes, a los que obligaron a marchar semidesnudos en medio de agresiones físicas y verbales, a arrodillarse y besar la tierra o la bandera de Sucre. También quemaron banderas whipala y ponchos. Como respuesta a lo ocurrido, el gobierno de Evo promulgó la Ley contra el racismo y Toda Forma de Discriminación.

Para Añez y Camacho, los indígenas y sus culturas nada importan. En abril del 2013, la que entró al Palacio de Gobierno a gritos de “la Biblia vuelve”, escribió en un tuit: “Sueño con una Bolivia libre de ritos satánicos indígenas, la ciudad no es para los indios, que se vayan al altiplano o al chaco!”. El magnate Camacho mandó a cazar indios masistas para “llevar a Dios de vuelta al Palacio Quemado”. Para hacer historia, la de antes del 2009, pagó a sus matones y mandó a quemar el edificio del Tribunal Electoral Departamental y a disparar con armas de fuego a manifestantes “oficialistas” en Santa Cruz. Para poner en su lugar a la mayoría indígena del país, a esos “revoltosos” que apoyan al presidente Evo Morales.

Accionar y discursos que informan de la restauración simbólica en curso. Mientras el fundamentalista cristiano se arrodillaba frente a la biblia extendida sobre la bandera tricolor, en los pasillos del Palacio Quemado, uno de sus secuaces profirió: “La Pachamama nunca volverá al Palacio. Bolivia es de Cristo”. Acto seguido se vieron en el balcón presidencial unos encapuchados arriar la bandera whipala, insignia milenaria de los pueblos originarios andinos que se adoptó como símbolo de la plurinacionalidad, de la unidad dentro de la diversidad.

La República —como el ser social determina la significación de las palabras—, se cotiza en nueva puja, con una connotación contraria y superior a la de Estado Plurinacional. Y la Constitución vigente importa menos que la Biblia, porque aquella la promovieron los hijos de la Pachamama, y ella, la autoproclamada, es la elegida por el Dios de los ricos, los de los diezmos más portentosos.

“La Constitución vigente importa menos que la Biblia, porque aquella la promovieron los hijos de la Pachamama, y ella, la autoproclamada, es la elegida por el Dios de los ricos, los de los diezmos más portentosos”.
Foto: Internet

 

La Bolivia neoliberal de antes del 2009, se intenta sea, parezca, signifique, superior que la del indio de Cochabamba. Como la Modernidad significó civilidad europea y el “Progreso”, desde la Modernidad, significó “Desarrollismo”; como los derechos sociales, derecho a consumir, y los derechos civiles, derecho a votar por un blanco y un rico que sabe de política. Como la democracia se pretende signifique lo que no es, y sirve en sentido contrario al demo. Cual una brocha o una escoba, para limpiar de “sugerencias” de cañón y linchamientos fascistas al nuevo régimen instaurado, con la venia de Trump y de la OEA.

Precedentes hay, los conquistadores nos invadieron por una misión divina, para civilizarnos. Con la cruz y con la espada trajeron “la palabra de Dios” al nuevo mundo. Con el oro les pagamos el servicio. Y si en la cruzada, solo en Potosí enviaron al purgatorio a ocho millones de almas, fue por salvarnos. También la ya mencionada guerra cultural franquista. 

Aunque el “neo-neoliberalismo” se ha reciclado discursivamente. Bañado de postmodernidad, digamos. Ya el político mejor es el mejor empresario. El buen macho con mujeres lindas, como Trump, Piñera y el Macho Camacho. Porque solo se valoran los resultados. Porque, ¡cuán distintas las indígenas y las mujeres de pollera a las modelos de la Play boy! Paradigma europeo con el que la rubia de turno se identifica.

Desde la subjetividad que se pretende dominante, es más pragmático, y evidente, el “ser ricos es el único modo de ser libres” que aquel sacrificio martiano de “Ser cultos para…”. Porque el sacrificio, ah, eso es cosa del pasado. O de indios, porque solo un presidente indígena llegaría al palacio de gobierno a las cinco de la mañana, o perdería su salvación sacando a 3 000 000 de personas “sin almas” del purgatorio neoliberal.

Con estos actos y comportamientos de los golpistas, al significarlos en su justa medida, se develan los intereses ideo-políticos de la oligarquía que los apoya. Se identifican más claramente, en la proyección simbólica de la lucha de clases, los cruzados del neo(fascismo-liberal) hispanoamericano. Toda vez que una de las máximas del liberalismo es el egoísmo, y del fascismo, la violencia hacia el “otro”, considerado inferior y prescindible.

Y como señaló José Martí en su siempre actualizable ensayo Nuestra América, la república muere “si no abre los brazos a todos y adelanta con todos”. El genio siempre estará en hermanar, en “desestancar al indio”, en “ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella”. La América “ha de salvarse con sus indios”. Bolivia ha de salvarse con el MAS.