El 5 de marzo de 1897, el patriota puertorriqueño Ramón Emeterio Betances escribió a María Cabrales, viuda del general Antonio Maceo, a propósito de los homenajes póstumos a la memoria del prócer caído: “Enaltecido está y —si esto es consuelo— recordemos que el 28 de febrero de 1897, la antigua Reina del mundo, Roma la Grande, ha celebrado La Apoteosis de Maceo”.[1] En efecto, en ningún otro país europeo como en Italia, se habían expresado muestras tan elocuentes y sinceras de dolor por la pérdida del caudillo mambí. En el parlamento, el diputado radical Mateo Renato Imbriani, una de las figuras centrales del movimiento irredentista italiano, de raíz maziniana y garibaldina, pronunció estas inequívocas palabras de simpatía por la independencia de Cuba: “La rebelión es no solo un derecho, es un deber de los oprimidos y la gloria es para aquellos que mueren luchando por su causa”.[2]

“La juventud romana (…) tributó dentro de su universidad, en imponente manifestación, el homenaje espléndido que no habían osado rendir a la memoria de Maceo los graves sostenedores del trono y del altar”.

La juventud universitaria de Roma salió a las calles a manifestar su solidaridad con los mambises y condenar el despotismo español y en el Teatro Esquilino, el Círculo Antonio Maceo organizó una velada a la que concurrieron diputados radicales, profesores y estudiantes universitarios y representantes de sindicatos obreros. Como parte del homenaje se develó un busto de bronce del general Maceo, obra del escultor Libero Valente, y pronunció un conmovedor discurso el ilustre político Giovanni Bovio, acompañado por el doctor Francesco Federico Falco. Bovio trazó, con rápidas imágenes impresionistas episodios de la biografía del héroe, ante un público puesto de pie, emocionado y con lágrimas en los ojos. Aquí debemos recordar que el filósofo Bovio, pensador de ideas republicanas, decididamente, contrario a la monarquía, era hermano masón al igual que Maceo. De aquellos vibrantes sucesos dejó un vívido testimonio el poeta Diego Vicente Tejera, amigo cercano de José Martí, quien expresó:

En la Roma de los Césares y de los Papas, en la ciudad conquistadora y dominadora de un mundo, había de resonar y de ser glorificado el humilde nombre de un caudillo, rebelde a toda tiranía, hijo de una raza recién salida de la esclavitud y libertador de un pueblo. La juventud romana, la noble juventud liberal, respondiendo a la luz del estudiante Mariani, tributó dentro de su universidad, en imponente manifestación, el homenaje espléndido que no habían osado rendir a la memoria de Maceo los graves sostenedores del trono y del altar.[3]

Obra del italiano Domenico Boni, fue la primera escultura en Cuba que rindió homenaje a Antonio Maceo. Imagen: Tomada de excelenciascuba

Muchos años antes, en 1850, el garibaldino Antonio Meucci, inventor del llamado telégrafo parlante en La Habana, brindó hospitalidad al caudillo venezolano Narciso López y a su secretario particular Cirilo Villaverde en Nueva York, y ambos participaron del homenaje a Garibaldi en dicha ciudad, lo que propició el acercamiento entre los revolucionarios italianos y los separatistas cubanos, en el establecimiento de Meucci y de otro italiano, Lorenzo Ventura.

De aquí se deriva la creencia, divulgada en varios órganos de prensa de la época en los Estados Unidos, de que Garibaldi estaría entre los paladines de una próxima incursión de López a la isla, en la que también se menciona el nombre del general venezolano José Antonio Páez, compañero de armas de Bolívar en la independencia de Venezuela. Por esas ironías de la historia, López y Páez habían luchado en bandos contrarios durante aquella guerra libertadora.

La respuesta de Garibaldi no dejó lugar a dudas sobre cuáles eran sus verdaderas simpatías: “Con toda mi alma he estado con Uds. desde el principio de su gloriosa revolución (…) deseo a su bella patria la total independencia por la cual tan heroicamente pelean”.

Lo cierto es que miembros del círculo más cercano de Narciso López como Gaspar Betancourt Cisneros y el poeta Miguel Teurbe Tolón, contactaron al general Giuseppe Avezzana, pero al final la presencia de Garibaldi en la proyectada invasión se desvaneció. Ello no impidió que, entre los expedicionarios del vapor Pampero, que trajo a López a las costas cubanas en agosto de 1851, viniera el teniente italiano Giovanni Placosio, quien fue asesinado en las montañas de Pinar del Río poco después del desembarco. Placosio fue el primer italiano que combatió bajo la enseña de la estrella solitaria, y es el primer mártir de ese país por la libertad de Cuba.

Un misterioso tránsito del héroe de la unificación italiana por La Habana, entre los días 17 y 19 de noviembre de 1850, cuando se dirigía de los Estados Unidos a Panamá, así como a su regreso en los primeros días de diciembre, ha sido esclarecido, oportunamente, y no parece posible un acercamiento a los conspiradores dentro de Cuba; lo que no fue impedimento para que Garibaldi siguiera de cerca los acontecimientos políticos de la isla y apoyara el movimiento iniciado por Carlos Manuel de Céspedes en 1868, como se desprende de sendas cartas enviadas en enero y febrero de 1870 a la patriota Emilia Casanova, esposa de su antiguo conocido Cirilo Villaverde, en contestación a una misiva anterior en que la indomable Emilia le pedía su apoyo moral a la revolución.

La respuesta de Garibaldi no dejó lugar a dudas sobre cuáles eran sus verdaderas simpatías: “Con toda mi alma he estado con Uds. desde el principio de su gloriosa revolución (…) yo estaré toda la vida con los oprimidos, sean reyes o naciones los opresores (…) deseo a su bella patria la total independencia por la cual tan heroicamente pelean”.[4] En igual sentido se pronunció el fundador de la Joven Italia, Giuseppe Mazzini, quien censuró con energía, en febrero de 1870, la actitud indiferente y negativa de los Estados Unidos hacia la beligerancia de los cubanos contra España.[5]

“Entre los que combatían del lado insurrecto estaba el célebre cuarteto integrado por Francesco Federico Falco, Orestes Ferrara, Guillermo Petriccione y Francesco Lanci, cuyas hazañas cívicas y militares ocupan páginas gloriosas en la última guerra cubana del siglo XIX”.

Otros jóvenes italianos se sumaron a la larga lucha de treinta años de los cubanos por alcanzar su independencia, entre ellos el siciliano Achille Avilés, muerto en combate durante el asalto del general Vicente García a Las Tunas, en octubre de 1876; Natalio Argenta, hombre de confianza del general Calixto García en la Guerra Chiquita, fusilado en Bayamo en julio de 1880; Ugo Gerardo Ricci, miembro del estado mayor del general Antonio Maceo en la guerra del 95, al que acompañó en las batallas de Peralejo, Sao del Indio, la invasión a Occidente y Mal Tiempo, y se ganó por su valor los grados de comandante y Francesco Pagliuchi, experto marinero, quien trajo varios alijos de armas a la isla desde los Estados Unidos y fue ascendido a capitán en diciembre de 1897.

Por esas mismas fechas, el cónsul italiano en La Habana informaba a sus superiores que la situación militar de la isla mostraba perspectivas poco favorables al bando español. Entre los que combatían del lado insurrecto estaba el célebre cuarteto integrado por Francesco Federico Falco, Orestes Ferrara, Guillermo Petriccione y Francesco Lanci, cuyas hazañas cívicas y militares ocupan páginas gloriosas en la última guerra cubana del siglo XIX.

Otros apoyos de italianos a la revolución en Estados Unidos, menos conocidos pero igualmente nobles y generosos, los menciona Martí en varias crónicas aparecidas en el periódico Patria, como son los casos del “desinteresado Frugone, el cordial Balletto, el laborioso Gardella, que compran la prensa nueva del fruto de sus ahorros y en fiestas de familia, con sus mujeres y sus hijos, no le ponen el nombre de Patria[6]; o de “los italianos de Tampa, amantes de la libertad” y el italiano Tossini, propietario de un salón en Brooklyn, que se negó a cobrarle a los miembros del club patriótico Henry Reeve.

Francesco Federico Falco, médico italiano, se unió al Ejército Libertador en 1898 y creó el Comité Central Italiano por la Libertad de Cuba. Imagen: Tomada de Habana Radio

Un caso que merece destacarse es el del doctor Francesco Federico Falco, creador en Roma del Comité Central Italiano por la Libertad de Cuba, donde se agruparon relevantes personalidades del universo político y cultural de Italia como Giovanni Bovio, Salvatore Barsilai, Federico Zuccari, Antonio Fratti, Federico Gattorno, Ettore Ferrari y Ferruccio Tolomei. A imitación de esta organización, surgió en París el Comité Francés por la Libertad de Cuba, por iniciativa del italiano Amilcare Cipriani. También se constituyó un comité de señoras presididas por Adele Tondi Albani, que recogía las simpatías de las mujeres italianas por la causa mambisa, entre ellas la escritora Paolina Fontana Mauro y la doctora María Montessori.

La campaña de solidaridad del Comité Italiano por la Libertad de Cuba fue enorme en toda la península itálica y Falco fue el gran orador y promotor de conferencias y actos públicos en diversas ciudades a favor de los insurrectos, en los cuales no eran infrecuentes los gritos de ¡Viva Cuba Libre! En enero de 1897, vio la luz el volumen de Falco titulado La lucha de Cuba y la solidaridad italiana, con prólogo de Bovio, cuyo texto ejerció notable influencia en los medios intelectuales y políticos y en los diversos órganos de prensa del reino. 

En octubre de ese propio año, jóvenes romanos constituyeron la organización popular llamada Circulo Antonio Maceo, cuyo primer secretario fue el concejal Emilio Nissolino, dentro del cual se daban charlas a favor de la independencia cubana y eran activos participantes en eventos públicos, en los que solían llevar la bandera de la estrella solitaria y lazos anudados al cuello con los colores de la enseña cubana.

“El pueblo cubano en masa, manifiesta su agradecimiento sin límites al noble pueblo italiano, a él, que un día fue su hermano de infortunio, y hoy nos presta su ayuda valiosa”.

La enorme campaña de agitación pro independencia de Cuba de Falco, Bovio y sus partidarios en Italia, y Betances  desde Paris, tuvo su expresión práctica con la incorporación de Falco a las tropas mambisas pocos meses antes del fin de la guerra, en junio de 1898, donde recibió el bautismo de fuego al desembarcar por la costa norte de Camagüey, ocasión en que anotó en su diario: “en un momento de suprema ternura, como por  un sentimiento de religión, había yo besado ese suelo al desembarcar”.[7]

Más adelante se encontró con el general Bartolomé Masó, presidente de la República de Cuba en Armas, quien escuchó de su voz, “con verdadera emoción el relato de las manifestaciones italianas en favor de la insurrección cubana”.[8] Falco fue nombrado comandante del Cuerpo de Sanidad Militar del Ejército Libertador y se añadía con ello un timbre de gloria a su brillante ejecutoria al frente del Comité Italiano por la Libertad de Cuba, que ya había sido reconocida en el periódico Patria en un artículo que decía, en marzo de 1897: “El pueblo cubano en masa, manifiesta su agradecimiento sin límites al noble pueblo italiano, a él, que un día fue su hermano de infortunio, y hoy nos presta su ayuda valiosa. Felicitamos calurosamente al valiente agitador cubano Dr. Falco, cuya campaña en Italia, inteligente y constante, lo coloca a la altura de los grandes patriotas”.[9]

Orestes Ferrara y Guillermo Petriccione fueron alumnos de Giovanni Bovio en la Universidad de Nápoles, donde enseñaba filosofía y, al decir de Martí, su voz armoniosa y vibrante excitaba a los ardientes napolitanos a pensar libremente y a obrar con virtud “sin lo que fuera máscara odiosa el librepensamiento”. Tras no pocas peripecias y obstáculos, ambos amigos lograron desembarcar en Cuba en mayo de 1897, en una de las expediciones del vapor Dauntless, al mando del general Emilio Núñez.

Coronel Orestes Ferrara y Mayor General Máximo Gómez, imagen utilizada en la portada del libro Mis relaciones con Máximo Gómez. Imagen: Tomada de digitalcollections

Las aventuras mambisas de Ferrara fueron contadas con prosa elegante en su libro de memorias Mis relaciones con Máximo Gómez, donde relata no solo sus encuentros con el caudillo dominicano, sino también su participación en acciones bélicas con otros jefes mambises como Calixto García y José Miguel Gómez, a cuya tropa de militares villareños fue cercano en la guerra y en la paz.  Al mando de García, fue protagonista junto a Petriccione de la batalla de las Tunas en agosto de 1897, reeditando la gesta de Achille Avilés, veinte años antes. Otra de sus hazañas fue el arriesgado cruce de la trocha de Júcaro a Morón, por la que recibió el elogio de alguien tan parco en prodigarlos, como Máximo Gómez. Según la narración de Ferrara, el héroe de Palo Seco les dijo a sus oficiales: “Ya ustedes han oído lo que acaba de decir este joven que acaba de llegar de Europa. De fuera no han de venir a enseñarnos a pasar La Trocha. De ahora en adelante, todo el mundo tiene la obligación de cruzarla”.[10]

Al finalizar la guerra se encontraron en la ciudad de Santa Clara, el 24 de septiembre de 1899, los mambises italianos Francesco Lanci, Ugo Gerardo Ricci, Orestes Ferrara, Francesco Pagliuchi, Guillermo Petriccione y Francesco Federico Falco, en un homenaje a la memoria de su heroico compatriota Natalio Argenta. En el acto fue orador el doctor Falco, quien disertó sobre el protagonismo italiano en las guerras cubanas. Luego de este emotivo encuentro, solo volvieron a verse de manera ocasional, y cada uno siguió un camino diferente.

Ricci, de profesión mecánico, vivió en Matanzas y en La Habana y falleció a inicios de la década de 1940; Lanci trabajó en la aduana del puerto habanero; Pagliuchi regresó a los Estados Unidos, donde hizo estudios sobre minería y eso le permitió volver a Cuba en trabajos relacionados con las minas de cobre de Santiago y Mantua; Petriccione fue cónsul de Cuba en Marsella y París. Falco fue funcionario del primer gobierno republicano de Estrada Palma y cónsul en Génova, donde tuvo a sus órdenes a un inquieto joven cubano, a quien encomendó escribir un libro sobre la solidaridad italiana con las luchas emancipadoras del siglo XIX: el joven se llamaba Fernando Ortiz y su obra se tituló Las simpatías de Italia por los mambises cubanos; documentos para la historia de la independencia de Cuba, publicado en Marsella en 1905. Además, Falco escribió numerosos folletos y libros dedicados a exaltar la gran labor de adhesión meridional a las revoluciones cubanas del siglo XIX.

De la autoría de Fernando Ortiz, el libro Italia y Cuba muestra la importancia de los italianos en la guerra independista cubana. Imagen: Tomada del Portal Cubarte

De los mambises italianos, el que más lejos llegó en sus funciones cívicas fue Orestes Ferrara, quien devino intelectual y político orgánico de la joven república. En carta del coronel Enrique Villuendas a Diego Vicente Tejera, publicada en La Discusión el 26 de abril de 1899, el oficial profetizó: “Ferrara con el tiempo —tiene ahora veinticuatro años—ha de ser, si no lo es ya, una personalidad de nuestra política y en nuestro mundo intelectual”.[11] Durante más de medio siglo, Ferrara se desempeñó indistintamente como catedrático universitario, director de periódicos, parlamentario, embajador, ministro de estado, legislador e historiador. Fue una vida larga no exenta de peligros, polémicas públicas y lances rocambolescos, que lo mantuvieron en el centro de la política cubana en gobiernos legítimos y dictatoriales, en los que dejó profunda huella por su condición de hombre de mundo, inclinaciones cosmopolitas y agudo ingenio.

El último gesto simbólico del Comité Italiano por la Libertad de Cuba fue entregar un pergamino con un texto alegórico, escrito por Salvatore Barzilai, presidente de la Asociación de la Prensa italiana y una tarja de bronce con los rostros de Maceo y su ayudante Francisco Gómez Toro, la cual debía ser colocada en el mausoleo donde descansaban sus restos. Esto ocurrió el 20 de mayo de 1905, al cumplirse el tercer aniversario de la proclamación de la República.

“El pueblo cubano sabrá corresponder dignamente (…) procurando demostrar que son nuestros ardientes deseos cultivar y mantener las relaciones más estrechas y cordiales con el gobierno de Italia y con su pueblo”.

Dos años antes, en febrero de 1903, se había producido la negociación diplomática para el establecimiento de relaciones oficiales entre la República de Cuba y el reino de Italia. La intención de la parte italiana era que se reconociera el rango de Ministro Residente y Cónsul General a Orestes Savina. Se invocaba, en pro del referido nombramiento, la tradición compartida de raza, lengua y cultura, así como los notables esfuerzos realizados por el pueblo italiano en pro de la libertad de Cuba. Según los reportes de prensa, el ministro Savina era hombre de simpática fisonomía y hablaba el castellano correctamente.

En la ceremonia de entrega de las cartas credenciales, el presidente cubano Tomás Estrada Palma expresó su beneplácito y dijo:

El pueblo cubano sabrá corresponder dignamente a tan honrosa prueba de buena voluntad y deferencia, procurando demostrar que son nuestros ardientes deseos cultivar y mantener las relaciones más estrechas y cordiales con el gobierno de Italia y con su pueblo. Mucho han de contribuir al expresado objeto las altas dotes que caracterizan al señor Ministro, a quien ruego se sirva aceptar los votos que hago por la prosperidad de la nación italiana.[12]

Como corolario práctico al establecimiento de relaciones políticas, se sugería la firma de un tratado comercial entre ambas naciones. Este asunto fue discutido entre los meses de agosto y diciembre de 1903, donde se manifestó el interés de la monarquía italiana de celebrar un acuerdo en que se le concediera el trato de nación más favorecida en cuestiones comerciales y consulares. El presidente Estrada Palma dio su visto bueno, siempre y cuando la nación europea procediera de un modo semejante con respecto a Cuba.

El modelo propuesto para formalizar el convenio sería el que tenía vigencia entre Italia y México desde 1890, a lo que la parte cubana añadió cláusulas parecidas a las observadas en los acuerdos entre México y Alemania, y entre Cuba, los Estados Unidos, Francia y España. El Tratado de Amistad, Comercio y Cooperación entre Cuba e Italia, primero de esa naturaleza firmado con un país extranjero después de los Estados Unidos, fue aprobado por ambas partes en diciembre de 1903 y suscrito el 29 de diciembre, entre el embajador Savina y el Secretario de Estado y Justicia Carlos de Zaldo.[13]

“La República de Cuba, la más joven de las naciones latinas, volverá siempre, con amor y admiración, su vista hacia la vieja Italia”.

El periódico La Lucha expresó, en párrafos de claro matiz nacionalista, que con la rúbrica de la alianza se afirmaba el derecho de Cuba a celebrar acuerdos de esa especie “derecho que algunos espíritus ligeros creían que había abandonado a favor de otros pactos”. Desde luego, la sentencia anterior se refería al asimétrico Tratado de Reciprocidad Comercial firmado con los Estados Unidos en marzo de 1903, el cual, según la gráfica frase del historiador cubano Oscar Zanetti, había convertido a la isla en “cautiva de la reciprocidad”.[14]

En opinión de los redactores de La Lucha, quizás con exagerado optimismo, el tratado con Italia revelaba cierta independencia del gobierno cubano, lesionado en su soberanía por la Enmienda Platt, en cuestiones comerciales y arancelarias:

El hecho de que una gran potencia europea, cuyos diplomáticos y tratadistas de derecho internacional gozan de fama universal, haya interpretado nuestro status como nación y nuestra situación en el concierto de los demás pueblos en el sentido de que tenemos libertad  para concertar con las potencias soberanas tratados como el de referencia, es la más patente demostración de que no hemos enajenado —legalmente— el derecho de negociar y firmar tales conciertos.[15]

Conmemoramos con este seminario histórico sobre emigración y presencia italiana, el 120 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales entre nuestras dos naciones. Pero esa relación rebasa la estricta narrativa política o diplomática. Es un hecho cultural profundo en la larga duración histórica, que hunde sus raíces en lo que el poeta Tejera llamó “sincera admiración y hondo cariño”.

El general y jurisconsulto Domingo Méndez Capote había vislumbrado con rectas palabras la influencia de la tradición italiana sobre la República por nacer, cuando afirmó ante la Asamblea de Santa Cruz del Sur, el 17 de noviembre de 1898, hace 125 años:

El nacimiento de una nueva nacionalidad, en los últimos días del siglo XIX, realizado en un pueblo culto que ha batallado decididamente por su independencia, es un fenómeno histórico que ha de interesar en alto grado a la nación italiana, a la que tantos sacrificios y tanta lucha costara su constitución como pueblo nuevo, independiente y libre. Y la República de Cuba, la más joven de las naciones latinas, volverá siempre, con amor y admiración, su vista hacia la vieja Italia, la madre de nuestra raza, para inspirarse en el elevado sentido jurídico que ha guiado a la hacedora y sostenedora de la cultura tradicional romana.[16] 

He mencionado en el devenir de mi discurso al poeta Diego Vicente Tejera, bardo de opiniones socialistas y autor de un temprano opúsculo titulado Italia por Cuba, en el año 1899. Hoy se cumple el 175 aniversario del natalicio de Tejera, quien dedicó aquel libro al gran escritor Edmundo de Amicis, compañero de ideales, en prenda de: “fervoroso homenaje de admiración y de cariño al italiano ilustre (…) [que] aspirando a obra más hondamente humana, ha puesto inteligencia y corazón al servicio de las plebes oprimidas. Cuando hombre de mirada tan serena y aguda ve alborear el horizonte, el día no está lejos”.[17]


Notas:

[1] Citado por: José Luciano Franco, Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida, Municipio de La Habana, Sociedad de Estudios Históricos e Internacionales, 1957, tomo III, p. 412.

[2] Ibídem.

[3] Diego Vicente Tejera, Italia por Cuba, La Habana, Imprenta La Prueba, 1899, p. 8.

[4] Enrique Pertierra Serra, Italianos por la libertad de Cuba, La Habana, Editorial José Martí, pp. 36-37.

[5] Ídem, pp. 39-40.

[6] Patria, 24 de marzo de 1897.

[7] Francesco Federico Falco, Ideal cubano, Nápoles, 1910, p. 46.

[8] Ídem, p. 98.

[9] Patria, 24 de marzo de 1897.

[10] Orestes Ferrara, Mis relaciones con Máximo Gómez, La Habana, Molina y Cía., p. 20.

[11] Ídem, p. 21.

[12] La Discusión, 5 de febrero de 1903.

[13] El 21 de septiembre de 1904 el Senado de la República Cubana aprueba el Tratado y el 2 de diciembre de 1904 se procede al intercambio de las ratificaciones. El 17 de junio de 1906 Savina termina sus funciones en la Legación en La Habana.

[14] Oscar Zanetti, Los cautivos de la reciprocidad, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2003.

[15] La Lucha, 31 de diciembre de 1903.

[16] Citado por: Emeterio Santovenia, Un día como hoy. 366 fechas en la historia de Cuba, La Habana, Editorial Trópico, 1946, p. 650

[17] Citado por: Diego Vicente Tejera, Textos escogidos, selección e introducción de Carlos del Toro, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1981, p. 203.