Dos factores se han erigido como decisivos obstáculos en el desarrollo del sistema socialista, desde su nacimiento, allí donde se ha intentado: la agresión implacable de las fuerzas contrarias globales y la incapacidad de transformar la mentalidad mayoritaria, regida por una cultura del vivir apegada al egoísmo, el individualismo, el consumo despilfarrador y depredador de la naturaleza, y el concepto de bienestar y felicidad diseñado por la propaganda, los medios comunicacionales, y más recientemente las muy extendidas plataformas de Internet.

“El capitalismo convirtió los peores instintos humanos en categorías económicas funcionales”. Imágenes: Internet

Aunque Confucio, Jesucristo y Mahoma advirtieron desde tiempos remotos sobre los perjuicios de la opulencia a costa de la pobreza del prójimo, el establecimiento del capital y el mercado —su instrumento fundamental— como gran regidor del planeta propició el estudio de los terrícolas para convertirlos en meros consumidores, y el capitalismo convirtió los peores instintos humanos en categorías económicas funcionales.

El bienestar, la felicidad y hasta la belleza devinieron así bienes alcanzados con dinero que podría ser conseguido de manera individual, según la capacidad de emprendimiento y las habilidades para esquilmar a otros, sin descontar la laboriosidad para conseguirlo y la competitividad.

El éxito, la fama, los lujos de todo tipo a costa de la salud planetaria y el ocio de los pudientes —glorificados en filmes, series televisivas y revistas— se convirtieron en los elementos del código de la gloria, soñado por mayorías y conseguido por minorías. Todo ello con eslóganes como “hay otras vidas más baratas, pero no son vidas”, los cuales han estimulado las mafias, las drogas y la venta ilícita de todo lo imaginable para acumular dinero a cualquier precio.

Esa mentalidad irracional diariamente fomentada obliga al socialismo a propiciar otra cultura de vida, otra cultura del disfrute y de la saciedad de las necesidades, otra espiritualidad; una relación equilibrada entre la plenitud individual y la labor en favor del bien común. Se trata de valores que promueven la sustentabilidad en el progreso económico y el ejemplo de quienes proponen y guían esa transformación humana y social trascendental.

Esos propósitos humanizadores, en pos de la dignidad de los terrícolas, son esenciales en el socialismo, y requieren de creatividad y capacidad de invención para estructurar un nuevo régimen económico, político y social que a la larga dependerá —como ha demostrado la historia en el Este europeo— no solo del apoyo popular y de la justeza de las ventajas colectivas conseguidas, sino del empoderamiento real de los trabajadores en todas las esferas de la sociedad y de su participación en la toma de decisiones. Ello requiere de un fuerte proceso educativo para eliminar las trampas del confort que suponen la mentalidad de rebaño y el autoritarismo de la burocracia. Acá se explica lo impensable de la desintegración de la Unión Soviética.

Lamentablemente el socialismo no avanzó lo suficiente en la transformación del tradicional concepto de verticalidad de los poderes hacia la horizontalidad. Este debe ser el principio renovador para evitar la dependencia cómoda hacia lo que viene de arriba; tributo inconsciente a las concepciones patriarcales que han regido y rigen el mundo desde el mismo concepto de Dios, varón en las alturas. Tampoco satisfizo a plenitud la máxima de “a cada cual según su capacidad, a cada quien según su trabajo”, que puede ser un estímulo productivo al propiciar que los niveles de vida de los que más aportan gocen de las ventajas materiales según su aporte. Los héroes del trabajo, los vanguardias nacionales, los inventores y los científicos que crean productos de gran valor deberían tener las mejores condiciones de vida, y ese debería ser un signo concreto del valor que se concede al trabajo y a la entrega al bien común.

Sí, el socialismo, luego de un siglo de intentos por establecerse como alternativa, en el más somero análisis muestra fragilidades, asuntos que quedaron pendientes y necesidad de transformaciones en sus enfoques para conseguir la mayor justicia posible. Sin embargo, continúa siendo una oportunidad frente al capitalismo depredador, no únicamente de la naturaleza, sino de la propia especie humana.

“Continúa siendo una oportunidad frente al capitalismo depredador”.

A más de 60 años de proclamado el socialismo, el 16 de abril de 1961, luego de los bombardeos que preludiaban la invasión a Bahía de Cochinos, Cuba sigue empeñada en rectificar errores y deformaciones, y debe aprender las lecciones que deja la historia del Este europeo en circunstancias excepcionalmente adversas tanto en el país como en el exterior.

Se han incrementado los ataques de su histórico enemigo voluntario, al que secundan lo peor del exilio en Miami y una pléyade de analistas aparecidos en las redes sociales, quienes culpan al sistema político de penurias, carencias, frustraciones e ineficiencias que, según  argumentan,  no caracterizaban al país antes de 1959 y tampoco, al parecer, a la mayoría de los países empobrecidos del mundo, donde ni la presunta democracia ni las cacareadas libertades individuales y de expresión han producido garantías para los fundamentales derechos humanos y bienestar material, ni se ha impedido el éxodo de naciones con grandes recursos naturales que no benefician a la población autóctona.

Cuando se lee o escucha a esos “influencers” en las plataformas de Internet —algunos con ínfulas académicas, y otros haciendo gala de sus conocimientos históricos, filosóficos y sociológicos—, sobresale la propuesta abierta o solapada de la continuidad de la seudorrepública anterior a 1959, como si no conocieran las estadísticas de aquellos tiempos, como si no existieran los periódicos y revistas que testimonian la corrupción, la extrema pobreza, el hambre pura y dura a pesar de los mercados abarrotados y los niños muertos por enfermedades evitables, como ocurre ahora mismo en tantos lugares del planeta que no tienen que soportar un férreo bloqueo incrementado por sanciones de todo tipo.

“Se equivoca quien cree que la nación será entregada mansamente”.

Sorprende en los alegatos de los “continuistas” el ensañamiento evidente con la apuesta al socialismo y la salvaguarda de la independencia, como si no supieran que si se destruye el sistema, Cuba sería presa de los intereses espurios de los herederos de la burguesía y de las empresas que antes poseyeron sus fundamentales riquezas, luego de un derramamiento de sangre sin precedentes, porque se equivoca quien cree que la nación será entregada mansamente.

Nadie con un mínimo de conocimientos puede ignorar que Estados Unidos hace todo a su alcance para que la añorada “fruta madura” caiga, y ha extremado su asedio para asfixiar, para agudizar los problemas en la Isla, para provocar desesperación y desesperanza, para luego declarar impúdico un Estado fallido.

A pesar de que no quieran reconocerlo los que pretenden que se abandone el empeño socialista, la política prepotente y agresiva de Estados Unidos hacia Cuba contribuyó a su definición socialista aquel 16 de abril de 1961, aunque la vocación por la justicia social de la revolución triunfante la situaba en ese camino.

La democracia que se glorifica por parte de los oponentes nunca ha tenido compromiso real con la justicia. El multipartidismo, las elecciones periódicas y la presunta libertad de expresión, si bien en lo formal parecen una posibilidad de gestión ciudadana, allí donde han triunfado tendencias progresistas el gran capital se ha encargado de obstaculizar las medidas económicas favorables a los pueblos, como ocurrió con el gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala, de Salvador Allende en Chile, y luego en Ecuador, Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela y Nicaragua en el siglo XXI; lo cual no niega el imperativo de una efectiva democracia socialista y más audaz eficacia en la economía.

Las imperfecciones democráticas y las ineficacias económicas que fustigan los que atacan al socialismo cubano no han impedido los beneficios palpables disfrutados por la población desde la atención en el útero materno, las vacunas desde el nacimiento, la asistencia a la escuela hasta completar estudios universitarios, la atención a cualquier tipo de minusvalía, los tratamientos costosos para enfermedades complejas, la ayuda económica a los imposibilitados por edad o enfermedad, la garantía de una mínima cantidad de alimentos normados, la protección en casos de desastres naturales, el acceso a la cultura artística y el deporte, las escuelas especializadas y una expectativa de vida larga.

Ventajas que no pueden exhibir muchos países y que en verdad han sido afectadas desde la crisis de los 90, pero que no han desaparecido ni con la intensificación del cruel cerco estadounidense ni con la pandemia; factores agravantes que no han impedido la creación de vacunas para evitar el desastre vivido en potencias económicas con la Covid-19. Todo ello ha sido posible gracias a la concepción socialista que da prioridad al ser humano.

Las experiencias en Irak, Libia, Siria y Afganistán —invadidos en nombre de la libertad, la democracia, y en contra de las dictaduras— demuestran que únicamente han conseguido destruir las estructuras existentes para establecer el caos, y en nada han mejorado la vida de la población. Por eso no resultan fiables los entusiastas que sirven al mismo diseño propugnado por Estados Unidos, el cual pretende únicamente acabar con la soberanía nacional.

A Cuba se ajusta la alerta de Rosa Luxemburgo de manera particular: socialismo o barbarie.

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