Teatro de figuras en Las grandes ciudades bajo la luna

Rubén Darío Salazar
25/11/2016

Mientras participaba de la tercera edición de la Bacanal de Títeres para Adultos, a la par de las representaciones de espectáculos de teatro de figuras nacionales e internacionales en la capital, los integrantes del mítico Odin Teatret, de Dinamarca, entraban también en La Habana en la etapa conclusiva de su gira Odisea, extendida por toda Cuba. 

Una y otra vez mi amiga, la periodista y crítica teatral Maité Hernández Lorenzo, me invitaba a disfrutar de las múltiples opciones escénicas de los odines, más yo, fiel a mis colegas y a la manifestación que practico aplacé un par de veces el convite. De varios orígenes me llegaron los comentarios de teatreros y gente curiosa del arte de las tablas, acerca de la presencia de títeres y objetos en las producciones del grupo danés. 

El teatro es uno solo. Cuando los vasos comunicantes de la cultura se dejan fluir con libertad, los recorridos pueden ser inimaginables. La contaminación de las artes con el todo de la vida es una de las sensaciones más entrañables que he sentido. El Odin Teatret sabe perfectamente de estos caminos para nada secretos, solo desechados por motivos varios de algún que otro artista. Ellos le llaman trueque, y lo practican con absoluta naturalidad, haciendo de ese toma y daca una forma esencial y vital de ser y estar.

Máscaras, cabezas esculturadas, pequeñas figuras, juguetes, objetos de la vida cotidiana, proyecciones, sombras, los elementos menos imaginados son convertidos en dramáticos por obra y gracia de un albedrío al que la tropa de Eugenio Barba no teme, venga de Europa, África, Asia, Oceanía o de las Américas.

Finalmente me fui a ver Las grandes ciudades bajo la luna, la última presentación (sé que no será la última en nuestra Isla, que es ya también de ellos) con el conjunto de actores del Odin Teatret al completo. Música en vivo, vestuarios nocturnos de gala, tacones, suecos, poemas, espadas, bolas de hilo, sombreros, cenizas… iban y venían con una extraña energía que no todos entienden pero con la cual todos conectan. No se puede ser insensible ante la verdad, y en ese sentido el Odin no representa, sino que vive lo efímero de nuestro oficio como si fuera cada espectáculo el fin de todas las representaciones.

En medio de las voces, tocadas por el hado ancestral de cada país de origen de sus integrantes, los cuerpos sin edad y con ella, como libros vivientes, abiertos a todos, percibí el minucioso trabajo de animación de objetos y elementos escénicos de todos los actores, con una limpieza permeada de fe, cual si fueran oficiantes del teatro bunraku, sombristas hindúes o juglares africanos que vivifican grandes títeres  con un trabajo físico casi en trance.

Las grandes ciudades… fue para mí participar de la ausencia de prejuicio sobre las tablas o el piso, que trabajaron sobre el granito frío de la Sala Tito Junco del Complejo Cultural Bertolt Brecht, entre vidrios rotos, vino esparcido por doquier, polvo traído en ánforas que se volvió humo y nube sobre los espectadores, absortos, imbuidos de una magia que ellos no practican como hechiceros, sino que la poseen,  dueños todos del tesoro incalculable del teatro como manifestación de origen infinito, y entre esos poderes el del teatro de figuras, existentes también en las grandes y pequeñas ciudades, bajo la luna o el sol que brilla lo mismo para todos.