Una historia americana

Laidi Fernández de Juan
19/9/2017

Si bien es cierto que aprender Historia es siempre grato; si es verdad que las novelas históricas despiertan particular interés; y si se identifica que existe un público para ese tipo de literatura (como lo hay para las biografías, para la novela negra, para el género humorístico, erótico, o de índole amoroso), también debe reconocerse que cuando la persona que nos narra —lo que los franceses llaman la petitehistoire dentro del macromundo de la otra, de la Historia con mayúsculas, si esa persona, repito, sufrió, participó, triunfó o por el contrario, fracasó, pero sobre todo vivió el momento que luego traslada a un libro—, el interés se convierte en pasión.

Al público lector no es fácil pasarle gato por liebre. Los matices que el tiempo se encarga de añadir a los intersticios de cualquier hecho devenido en histórico, dejan siempre el sabor de la duda: “¿Ocurrió realmente así, como lo narra esta escritora, este historiador, este periodista, o pudo ser de otra manera?”, nos preguntamos. Lógicamente, existen mecanismos para despejar interrogantes como esa, pero si no hay sobrevida al hecho concreto que leímos, si no hay quien responda, no es posible quedar satisfechos del todo.


Una historia americana narra un hecho puntual: el secuestro del
funcionario norteamericano Dan Mitrione. Foto: cortesía del autor

 

Las novelas de Fernando Butazzoni tienen ese atractivo añadido: él ha sido protagonista, o testigo, o víctima, o victimario del universo en el cual nos sumerge. A la buena construcción de personajes y de situaciones, a la falta de barroquismos innecesarios, y a la verosimilitud de su obra, se añade el conocimiento de primera mano, que no deja espacio para ninguna improvisación. La garra de este narrador es indiscutible: atrapa al lector desde la primera página, y no lo suelta hasta que llega el final, dejándonos a medio camino entre el anhelo por saber más, y el alivio de escapar de la angustia que él nos ha transmitido.

La novela Una historia americana (Alfaguara Sudamericana Uruguaya S.A., 2017) con siete capítulos y cerca de 500 páginas, narra un hecho puntual: el secuestro del funcionario norteamericano Dan Mitrione (cuya biografía, revelada más tarde, lo sitúa como agente de la CIA, experto en métodos de tortura) perpetrado en Montevideo por los Tupamaros, en agosto de 1970.

A través de varias tramas que se entrecruzan, la narración fluye a ritmo de suspense, salpicada, a su vez, por imágenes reales de la época: Montevideo-Presidente Pacheco-MLN-Tupamaros-1970.

Aunque no sea enteramente nueva esta noticia (fue noticia al principio, que luego se desbordó), como consta en esa película extraordinaria llamada Estado de sitio, de Costa Gavras, el Caso Mitrione alcanza dimensiones exuberantes en esta historia, indudablemente americana. Butazzoni, cómplice, compañero de los tupamaros, analiza el contexto, la situación per se, y las terribles consecuencias de aquel acto intrépido, que en su momento despertó emociones encontradas. Al cabo, como se sabe, Mitrione fue muerto. No me atrevo a sentenciar el término asesinado.

Algo de la memoria infantil que me persigue, prefiere decir que Mitrione fue “ajusticiado”, pero quién soy, quiénes seremos nosotros si un convencido simpatizante, incluso compañero, un hombre con la trayectoria de  Butazzoni afirma sin titubear: “En rigor, los tupamaros acusaban a Mitrione de alentar y contribuir al asesinato de personas, pero esa acusación derivó en una condena a muerte que no era sino otro asesinato” (p.395), y más adelante, refiriéndose a los Tupamaros: “la visión que el mundo tuvo de aquel movimiento rebelde, otrora considerado de guante blanco, ya nunca fue la misma”(p.492)

La constelación de hechos que rodearon a ese  secuestro y a esa muerte, están perfectamente claras en Una historia americana, lo cual explica la coherencia de las actitudes que desplegaron, —como si fuera un abanico que se abre y muestra todas sus varillas—, desde instituciones hasta individuos aislados.

Tres eventos simultáneos conforman la trama de la novela, el más importante de estos, obviamente, es la captura, encierro y muerte de Mitrione. La participación de Estados Unidos (desde formas solapadas, con esos mecanismos siniestros de la CIA, y esos matones a sueldo que luego desaparecen como si nunca hubieran existido, hasta alocuciones públicas del entonces Presidente Nixon), y un dubitativo colaborador de los tupamaros, de la Orga, un tipo absolutamente gris, montevideano, como salido de La Tregua, la gran novela de Mario Benedetti, componen la trinidad en la que descansa toda la narración.

El ritmo vertiginoso que ya conocemos del estilo Butazzónico (El tigre y la nieve, Las cenizas del cóndor), no podía faltar en Una historia americana. Como ya dije, más que interés, es pasión el sentimiento que moviliza la lectura de sus obras. Pasión, sin embargo, contenida. Nada de arrebatos, ni de exageraciones, sino más bien imposibilidad de apartarnos de la historia, cuyos hechos conocíamos de antemano, o eso creíamos. Para bien y para mal, una nueva óptica nos ofrece el autor, de manera que terminamos por aceptar que, efectivamente, una de las utilidades de la literatura, es (como el propio Fernando sentenció en La vida y los papeles) impedir que lo verdadero quede sepultado por aquello que parece real. De este juego de ambivalencia (que no de ambigüedad), entre los acontecimientos que hasta ahora dábamos por definitorios, y la versión de alguien estrechamente vinculados a ellos, nace la fuerza narrativa, la inmensa garra, y el placer que se deriva de las novelas del uruguayo Butazzoni. Ojalá que esta Historia Americana llegue pronto a nuestros predios. Aunque en su momento “la vimos arder”, como diría el poeta, hoy resurge de sus propias cenizas, no para develar misterio alguno, sino como un tributo a la verdad, en cuyo basamento es necesario seguir creyendo para ser fieles, consecuentes, íntegros.