I love you! —exclamó alguien desde el público.

What’s your name? —preguntó Tonya mientras aguzaba la vista en busca del rostro.

Max.

Max, I love you too! Entonces la cantante corrió y pasó del escenario a la platea, micrófono en mano, bailando y dejando que se tomaran fotos con ella al pasar, hasta llegar a Max. Fue un regalo para todos que demostró la sencillez y valía de esta mujer.

“En el teatro Martí compartió su potente voz y transitó con comodidad por varios registros”.

Tonya Boyd-Cannon lo entregó todo en el primero de sus conciertos en La Habana. Con una formación clásica, suele interpretar temas de soul, reggae, funk, rock y góspel. En el teatro Martí compartió su potente voz y transitó con comodidad por varios registros; se desbordó en muestras de afecto; regaló simpatía, carisma y autenticidad.

Estaba descalza. En la estera que sus pies pisaban, reposaba a ratos una pandereta. Un vestuario colorido, un moño alto, aretes grandes y llamativos completaban una imagen que proyectaba orgullo y respeto hacia sus raíces. Su banda, conformada por Darrin Thomas en el piano, Lucas Singletary en el bajo, Walt Lundy en el drums, y Caleb Armstrong en la guitarra, vestía de blanco. Sin duda, constituyó un acompañamiento de lujo, con perfecta sincronía y empaste.

“Traigo mi amor y mi pasión por la música y el arte”.

Minutos antes del concierto, con franca generosidad, Tonya me concedió unas palabras:

Estoy en Cuba para celebrar el Mes Afroamericano o Mes de la Historia Negra. Traigo mi amor y mi pasión por la música y el arte para celebrar con los magníficos artistas de La Habana.

No conocía a Brenda Navarrete ni a La Reyna y La Real. Supe de su talento y sus capacidades cuando me enteré de que estaríamos juntas en los conciertos. Mis fans, amigos y familiares buscaron más información y me sentí honrada con estas bellas mujeres; más cómoda, más cercana a este país. Estoy muy contenta por compartir con ellas en mis conciertos, pues derrochan pasión y fuego. Se siente toda esa energía. Hemos ensayado y han sido momentos muy excitantes.

“Me sentí honrada con estas bellas mujeres”.

Regresaré el año próximo. La Habana tiene un fabuloso espíritu. Impartí clases en Jamaica a niños cuyas familias no tenían recursos económicos, y regreso todos los años luego de esa experiencia. Pienso que con este país sucederá igual. Mientras aterrizaba en esta ciudad me sentía como en casa.

Pedirle una foto al terminar nuestra conversación le pareció lógico, y limpió con el borde de su vestido el lente de la cámara de mi celular; estaba contenta con el resultado y me obsequió un abrazo de agradecimiento.

Jovial, divertida, despampanante, fuera de cualquier protocolo, Tonya interpretó “Transform”, “This little light is mine”, “Groove”, “Love that never ends”, “Call it jazz”, “Wondering”, “Rise my child”, “Everything’s gonna be alright”, y provocó reacciones muy emotivas con “What a wonderful world”.

“Music all over the world” fue el tema al que se sumaron los tambores batá. La cantante y percusionista Brenda Navarrete compartió escena con ella, y ante todos mostraron su cariño y empatía. Juntas derrocharon apego a la música afro, a los cantos de corazón, a las deidades, a las sonoridades legendarias de un continente que tanto ha sufrido y que tanto le ha dado al mundo. Volvieron a reunirse al final, cuando de manera improvisada se retaron una a la otra cantando “Kimbala” y evitando que la lengua se enredara.

“Juntas derrocharon apego a la música afro, a los cantos de corazón, a las deidades, a las sonoridades legendarias de un continente que tanto ha sufrido y que tanto le ha dado al mundo”.

Con ternura y sonrisa de fantasía Tonya invitó a los niños del público a subir al escenario. “Soy profesora y disfruto mucho enseñar a los más pequeños. Ellos son el futuro”. Subieron algunos, a quienes daba los pies forzados para que vocalizaran en los tonos en los que ella lo hacía. Fue una linda experiencia que evidenció la sensibilidad de esta mujer.

“Con ternura y sonrisa de fantasía Tonya invitó a los niños del público a subir al escenario”.

Todos de pie, sudados después de tanto bailar, aplaudieron enérgicamente a Tonya, a sus músicos, a Brenda y a todos los que hicieron posible este concierto. Ellos reverenciaron al público, como debe ser. Pero antes de marcharse la cantante había vuelto a los asientos y plateas para sentir el calor cubano, para convidar a las palmas masivas, para ver de cerca las sonrisas de gratitud y las miradas felices, para palpar la satisfacción de haberla tenido tan cerca.

“Tonya nos ganó para siempre”.

“La Habana, Cuba, se siente como estar en casa”, dijo, y solo eso habría sido suficiente para ganarse el corazón de los que allí estábamos. Después siguió cantando y erizándonos la piel. Tonya nos ganó para siempre.

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