Un libro que vale lo que pesa: La canción en Cuba a cinco voces

Guille Vilar
13/3/2018

En las grandezas de la patria y sus hijos,
                                    no es mentira que se siente crecer el corazón.
    
 José Martí

La nueva trova/ 1972-1990

Margarita Mateo (1960)

En los capítulos anteriores recibimos constantemente información calificada que se mueve desde un universo menos conocido por su lejana ubicación en el tiempo como es el caso de la historia de la trova tradicional hasta lo aparentemente más familiar como resulta el inicio y desarrollo de la Nueva Trova. Por tal motivo, ahora quisiera compartir nuestras vivencias generacionales como profesional en la radio cubana desde la época que aborda en su narración la ensayista y profesora universitaria Margarita Mateo acerca de esta importante manifestación de la música cubana.

En los primeros momentos del tema que nos ocupa del libro, Margarita hace referencia a la observación en torno a que tanto Pablo Milanés como Silvio Rodríguez y Noel Nicola se daban más a conocer en sus inicios sobre todo porque continuamente ofrecen presentaciones tanto en escuelas como en centros de trabajo o en unidades militares entre otros lugares. En tal sentido, recuerdo nuestra asistencia a discretos conciertos de dichos músicos por separado, presentaciones para nada multitudinarias sino concebidas para el disfrute de decenas de personas, situación que poco a poco fue cambiando en el sentido hacia una mayor aceptación popular. Tal coincidencia de afinidades se explica por la presencia de puntos de contactos entre la propuesta estética de los trovadores y el receptor al que dirigían sus canciones. No puede ser de otra forma para quienes no tienen nada que ver con la forma de abordar la música vestidos con lentejuelas para escena, para quienes agradecen el nivel poético del texto de estas canciones, por la innovadora técnica de abordar el rasgueo de la guitarra y sobre todo por la voluntad de cantarle a nuestra Revolución, sus logros y contradicciones, pero sin pedir permiso. Nada más que de comenzar a trabajar en Radio Progreso hacia mediados de la década del 70, confirmo lo expuesto tanto por Guillermo como por Margarita en lo relativo a la escasa difusión de la música de la Nueva Trova en sus comienzos por los medios de comunicación.

Margarita Mateo también ha dejado su impronta ensayística
en la historia de la Trova de nuestro país.
Captura de pantalla de Youtube publicada en Cubadebate

 

 Al desarrollar nuestra labor en el Departamento de Música de tan importante emisora, conozco a directores de programas, creadores que no coinciden con los postulados artísticos de los jóvenes trovadores, postura de rechazo que se manifiestan en actitudes a la defensiva por la posibilidad de radiar tanto las canciones de Pablo y Silvio como la del resto de sus colegas. Una opinión sobre esta compleja situación, una de las aristas que explican las posibles razones de esta incomprensión es que se deba a una reacción natural ante el temor de lo desconocido: se enfrentan a la forma crítica de los trovadores de asumir en sus canciones la realidad inmediata desde una perspectiva diferente. Resulta tan brillante el resplandor de una manifestación musical como la Nueva Trova que cual poderoso caudal de rio desbordado de vibrante expresividad y encendidas emociones, aviva la sensibilidad de jóvenes ansiosos por aferrarse a la música que los identifica con el tiempo que les ha tocado vivir. Es la aceptación de una canción recreada desde el apego a la tradición trovadoresca, pero que a la vez hace suyas innovaciones formales procedentes de populares corrientes musicales en distintas partes del mundo. Los jóvenes trovadores se sienten comprometidos con la ebullición social que ha traído consigo la toma del poder de la Revolución, acontecimiento que los hace sentirse convocados a entregarse en el lenguaje artístico que reclama la dinámica de esos tiempos, discurso que si bien hubo quienes no estaban interesados en asimilarlo, multitudes a lo ancho y largo del país, lo fueron haciendo suyo al mismo tiempo del surgimiento de legiones de admiradores en España y América Latina.

Mientras Margarita describe con toda la minuciosidad que se merece la historia de este movimiento de gran impacto social al explicar, por ejemplo, las razones por las cuales tanto Silvio como Pablo nos han dejado en herencia canciones trascendentales que exaltan la dignidad del pueblo cubano, recordamos con nostalgia aquellos momentos en Radio Progreso, donde un colectivo de directores y guionistas [1], si nos asombrábamos ante la inagotable fuente de creatividad en ambos trovadores, también éramos testigos del torrente de muchos trovadores más y de agrupaciones que, procedentes de todo el país, estaban decididos a dejar grabada la huella de su andar en el camino de la canción. Les aseguro que casi todos ellos pasaron a refrescarse en el oasis musical de Progreso, personalidades desde la magnitud artística de un Noel Nicola al lado de Vicente Feliú, encabezan una relación que hasta la presencia de Amaury Pérez junto a Sara González y Miriam Ramos, integran una valiosa representación de numerosas entidades artísticas que, gracias al respetuoso y abarcador enfoque de Margarita Mateo, cada una de ellas significan mucho más que un nombre plasmado en esta memorable enciclopedia. La autora del capítulo, nos confirma que simbolizan la fragua de un concepto estético con implicaciones profundas en el destino de la canción. Constituyen un valladar donde el género encuentra refugio seguro ante la mediocridad, ante la ausencia de principios que renieguen del facilismo propio de la enajenante música comercial. Quizás haría falta un segundo tomo solo para intentar descifrar el misterio de tanta acumulación de lo hermoso en el aliento poético, de tanta imaginación acentuada en las renovadoras estructuras del basamento instrumental y de la coherente voluntad de estar en plena armonía con leyes fundamentales de la vida, valoración que nos conduce a poder vislumbrar el don otorgado por divinidades al talento de estos músicos cubanos.

Y como sucede cuando en la familia, mientras los mayores estamos sumidos en nuestros asuntos, de repente somos sorprendidos por los jóvenes, en este caso por los trovadores de la generación de los años ochenta que comienzan a despuntar desde bien temprano en dicha década. Si, por una parte, se consideran como la continuidad del quehacer de los miembros fundadores del Movimiento, es cierto que, a la vez traen consigo sus propias inquietudes expresivas, puesto que ya no es la misma Cuba de los años sesenta. Es que en este paquete viene incluido un estudiado diseño de cómo deben de presentarse en la escena además de que necesitan de un apoyo sonoro mucho más abarcador que el de la guitarra del trovador y por lo tanto asistimos a una tendencia de concebir sus piezas para ser escuchadas desde la sonoridad de un grupo de rock que los acompaña. Por supuesto, “los novísimos” heredan el espíritu crítico de sus antecesores, pero más bien enfocados en los conflictos específicos de la sociedad cubana de esos momentos, por lo que de nuevo hay reticencia para presentarlos por los medios de comunicación. Sin embargo, en el programa de mano de un concierto de Carlos Varela en el teatro Karl Marx, Silvio Rodríguez escribe una oportuna nota a la que hace referencia Margarita como para dilucidar definitivamente cualquier criterio adverso acerca de las verdaderas intenciones del joven trovador [2]. No obstante, los cubanos tenemos el derecho de sentirnos sumamente orgullosos de esta generación de músicos, que como en una carrera de relevo, han recogido el batón del prestigio profesional de sus antecesores al no permitir que disminuya ni un ápice el prodigio artístico de lo alcanzado.

La autora del capítulo comparte nuestros criterios y por tal motivo ahonda en la personalidad y en la obra de figuras como las del irreversiblemente poeta cantor, el siempre recordado Santiago Feliú, en el escrupulosamente creador Carlos Varela, en un trovador como Gerardo Alfonso que extiende sus raíces caribeñas hasta las entrañas mismas del rock anglosajón o un Frank Delgado quien, por medio del humor con cierta dosis de sarcasmo, aborda temáticas críticas a las que no todo el mundo alude. En cuanto a la representación femenina, pocas figuras como es el caso de Xiomara Laugart y el de Anabel López alcanzan un consenso de aprobación tan alto y cerrado, acerca de las excelencias de sus voces. Y de Liuba María Hevia, si esta increíble artista no hubiera existido, habría que haberla inventado. Cuba no puede darse el lujo de no contar con el hechizo de sus canciones y la impresionante ternura de su voz.

Está claro que nuestra aproximación a los diferentes capítulos del libro, es sumamente breve por lo que se nos quedan fuera de esta valoración, una buena parte de los protagonistas de esta leyenda de la canción en Cuba, mito que los respectivos autores asumen con la mayor seriedad. De todos modos, el análisis del último capítulo representa quizás, la audacia mayor al hablarse de trovadores y de canciones de ahora mismo cuya compleja vigencia es enfocada por una persona de tanta amplitud en sus planteamientos como Joaquín Borges Triana.

En el cambio de siglo

Joaquín Borges Triana (1962)

Quizás la etapa más difícil de trabajar en esta historia sobre la evolución de la canción cubana en el tiempo, sea la que le corresponde abarcar a mi colega Joaquín Borges Triana.

No hay nada más complejo de evaluar que el presente en que uno vive, toda vez que las múltiples perspectivas por analizar, pueden resultar tan inmediatas que prácticamente no hay espacio suficiente como para poder distanciarnos en la búsqueda de una mayor objetividad. Si en algún momento hacia finales de los años setentas, tuvimos la satisfacción de contar con Joaquín entre los asiduos oyentes del programa Perspectiva de Radio Progreso que hacíamos Jorge Gómez y yo, al cabo del tiempo llegué a convertirme en un sincero admirador de la competencia de este prestigioso investigador para examinar acertadamente cualquier problemática del tema de la música. Si en el capítulo dedicado a la trova tradicional, avanzamos a un paso lento, el adecuado para deleitarnos con la información sublimada del pasado, acompañar a Joaquín en su recorrido por tan disímiles caminos para encontrarnos con la tercera generación de jóvenes trovadores, representa un loable empeño que nuestro autor resuelve desde la mayor eficacia de su profesión como crítico. Por ser dueño de una aguda visión en lo relativo a describir las nuevas formas de sonar y las nuevas formas de cómo proyectar lo que sienten los músicos de nuestros días, es que uno entiende por qué Joaquín también nos pide una observación acompasada, para discernir en su justa medida el valor aportado por cada uno de ellos, que son numerosos, por cierto.

Joaquín Borges-Triana
 Joaquín Borges-Triana, periodista e investigador, especializado en el análisis del panorama musical cubano
 

Comenzar por los continuadores de las aspiraciones de “los novísimos”, pero en los noventas a cargo de nombres como los de José Luis Medina, Boris Larramendi y Luis Alberto Barbería hasta figuras de tanta actualidad ahora mismo como Adrián Berazaín y Descemer Bueno, conlleva el dominio conceptual de esta enorme colectividad de creadores que apuestan por la diversidad en el arte de la canción como nunca antes había sucedido en el contexto del género. Se sienten con el derecho de apropiarse, sin mayores conflictos, de cualquier manifestación musical que se les antoje como puede ser el reggae, el guaguancó o el bolero y hasta de fusionarlos si lo entienden pertinente como es el caso del rock con son. Igualmente, por ser una generación nacida en pleno proceso de transformaciones sociales de una Revolución asentada, no se consideran comprometidos con los conflictos del pasado y reiteran una vez más, la voluntad de decir lo suyo a tiempo y sin permiso. Traumáticas circunstancias de nuestra historia más reciente como la llamada crisis de los balseros a mediados de los noventa, desembocó en una decisión de determinados trovadores por emigrar fundamentalmente a España, con la intención de hacer carrera en dicha nación europea. Al final terminan por regresar con el anhelo de ser profetas en su tierra, un presagio que a menudo no llega a materializarse con todo el mundo porque en la concreta, encierra una honra al talento y la vocación de ser artistas que distingue a los profesionales. De nuevo la falta de difusión en los medios de comunicación por causas diversas. Es el momento en que proliferan peñas no solo en la capital sino en todo el país, al ser valoradas como el contexto apropiado donde músico y público se retroalimentan en favor del desarrollo de las canciones que unos otros desean tocar, de las canciones que otros desean escuchar. Entre estas se encuentran la peña de la Biblioteca Nacional creada por Vicente Feliú, la de Juan Carlos Pérez en el Pabellón Cuba o la Trova sin Trabas en la UNEAC.

Ante la desactivación de la mayoría de estas peñas en los 90 por motivos diferentes, mención especial merece el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, institución que representa un verdadero refugio para quienes gustan del arte de trovar, además que conserva en calidad de patrimonio los centenares de conciertos que allí han tenido lugar al mismo tiempo que los reproducen tanto en cassetes como en discos.

Es tal el potencial de Joaquín para abordar lo que ha pasado en la canción de los nuevos trovadores desde finales de los 90 hasta la fecha, que no puedo dejar de pensar en la incansable laboriosidad de un enjambre de hormigas donde nada que este cerca de ellas, se les escapa. Ni a él tampoco. Desde la trascendencia de eventos como El Festival Longina de Villa Clara y Las Romerías de Mayo en Holguín hasta los orígenes mismos de los trovadores Fernando Bécquer o Inti Santana y el acto de analizar la popularidad de Buena Fe, revelan señales de un intenso quehacer y hasta agotador para quien no tenga a su alcance las herramientas profesionales de las que dispone el autor de esta historia y mucho menos si no lo reviste una sensibilidad incuestionable. En tal sentido, hombres como Joaquín Borges Triana, son de los que vienen al mundo con mucha luz, no solo por todo lo que saben sino por el empeño que ponen en iluminar nuestros derroteros.

El aliento manifiesto en El cambio de siglo, es justamente el que tenía que cerrar el libro La Canción en Cuba a cinco voces. De hecho, le toca por la lógica distribución de la historia en el transcurrir de los años, pero significa mucho más que eso.

El Joaco, como les decimos sus amigos, en medio de una narración tan abultada de conocimientos y de experiencias vividas, nos hace como que escuchar una música que por la lejanía en el horizonte no permite ser identificada. Pero a medida que avanzamos en la lectura, se nos hace más clara la sonoridad que va a definir la espiritualidad del capítulo que tiene a su cargo. Sorprende la humanidad de una obra orquestal, de una sinfonía de solemne euforia con la cual Joaquín nos conmueve al argumentar cuan animada se encuentra la canción cubana de hoy en día. Tanta inventiva, tantos matices contrapuestos, tanto colorido entrelazado, provienen del lugar que como conceptos le corresponde plasmar a cada uno de los músicos en el entramado de la orquesta de la nación. Es el concierto de la música que ha otorgado vida al pueblo en medio de sus alegrías y sus tristezas, entre las afinidades y las desavenencias que perviven en el seno de la gran familia de la patria. Al cerrar el libro, nos envuelve un sentimiento enaltecido de amor propio por el hecho de ser cubanos.

La aventura que hemos compartido desde un modesto enfoque periodístico sobre el libro, nos lleva a la conclusión que estamos ante una obra excepcional en el entorno más encumbrado que pueda existir en el mundo, acompañada; por supuesto, de su correspondiente dote de merecidas alabanzas. El mérito mayor del libro consiste en la perfecta sincronía de todos y cada uno de sus componentes para alcanzar la categoría de obra de arte, animada por cálidas vibraciones que nos lo revelan como un objeto con vida propia de solo abrirlo. La ubicación del libro al lado de la computadora en mi escritorio, me permite verlo resplandecer como un crucifijo o un racimo de collares, que me incita pedirle por Cuba a las tantas almas que en el aparecen por haber entregado y que entregan lo mejor de sí a la música cubana.

El reconocimiento a Ediciones Ojalá por haber escogido al personal imprescindible para la realización de esta maravilla editorial, representa una deuda permanente de gratitud del pueblo cubano. Enhorabuena.

 

Notas: 
 
[1] Por esas coincidencias de la vida, hacia finales de los años setenta se reunieron como trabajadores en la Redacción de Música de Radio Progreso figuras vinculadas al Movimiento de la Nueva Trova como Jorge Gómez y Alberto Faya del grupo Moncada, Adolfo Costales del grupo Mayohuacán y el trovador Ángel Quintero además del poeta y ensayista Guillermo Rodríguez Rivera y los realizadores José Rodríguez, Rafael García, el trovador y director de programas Carlos Más y quien suscribe estas notas. La presencia de ese colectivo no sólo significó una efectiva promoción de los intérpretes y grupos de la Nueva Trova por Radio Progreso, sino que se convirtió en una especie de vanguardia que resultó decisiva en el rescate de relevantes figuras del pasado que no gozaban de la promoción debida al mismo tiempo que se ejercía el derecho que tiene lo nuevo de ser ampliamente divulgado tanto en el caso de figuras del patio o provenientes del extranjero y mucho más si se trata de talentos de alta representatividad artística.
[2] “Yerran los que conspiran contra Carlos Varela, porque lo consideran hipercrítico. Yerran los que acusan a Carlos Varela, como emblemas de sus propias inconformidades. La realidad siempre es más crítica que cualquier canción: la realidad siempre es más polisémica que nuestras angustias. La canción pensadora, arte difícil y necesario, tuvo, tiene y tendrá el duro oficio de existir entre los avatares sociales y humanos, corriendo el riesgo de los países y de los hombres. Carlos Varela es un talentoso practicante de ese arte y también un talentoso practicado de sus resonancias”.
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