Un manual para migrantes

Vasily M. P.
31/1/2020

Ritual del migrante es una ventura para cualquier actor ansioso por explotar sus contenciones y reflexiones en escena. Su autor, Agustín Quevedo Suárez, bien lo sabe, y por eso su personaje, Hombre, le viene como anillo al dedo. Aunque pudiera ser paradójico, porque a un actor de teatro apenas se le exige que no sobredimensione las emociones y acciones.

Ritual del migrante, de Agustín Quevedo Suárez. Fotos: Nohema Díaz
 

Y es que se trata de exagerarlo todo, de poner las cosas sobre la mesa para que la mayoría de los espectadores sean capaces de entender y hasta aprendeher cada mensaje dado, como en todo acto comunicativo. Y eso va por encima de las culturas, los idiomas, las generaciones.

El monólogo tiene la particularidad de sacarle los fuegos a un actor y poner sobre las llamas a todo un auditorio. Hay varias maneras para conseguirlo, pero prefiero concentrarme en dos. Primero, el actor; segundo, el texto.

En el primero, Agustín se vale de su manera de interpretar muy a lo estoico, reflexivo, porque el personaje, Hombre, nos habla desde su subjetividad, casi como si lo hiciera consigo mismo. Nos coloca como dentro de su cabeza, donde el soliloquio es más entendible. Entonces asumimos el rol de testigos directos de su pensar. Algunos pensamos con él.

Pero el texto apenas nos da chance para asentarlo en nuestra mente, para interpretarlo bien. Quizás se deba, en buena medida, a su sobrecarga de intertextualidad y al ámbito rebuscado, oscuro, donde se desarrolla.

Hecho para intelectuales, me dice uno de los testigos a mi lado. Y razono que es así por la cantidad de citas y referencias que le asisten al dramaturgo, el propio actor, a la hora de conformar su drama. Me pregunto, ¿el monólogo tiene que ser elitista?

Por su economía de recursos visuales, por la ausencia de otros personajes (humanos) dentro de la escena, se vuelve estilizado y le exige a quien lo ve mucha concentración. Por lo tanto, si su discurso narrativo es algo complejo, por todo lo mencionado antes, requerirá mucho más del espectador y, quizás, dejará de llamar nuestra atención para pasar a un segundo plano.

No deja espacio a que el espectador le aporte de su historia personal, y lo arrastra a más bien adivinar el tema cuando menciona religiones, personajes célebres, y emplea intertextos, frases filosóficas. Si la cultura del público no es tan vasta, entonces parte de la intención artística se queda trunca.

En toda obra de arte hay que tener en cuenta al público, necesariamente, y no solo como entidad física, sino, además, intelectual. Y en este Ritual del migrante, la imagen o metáfora corporal como recurso escénico está, más bien, ausente. La concepción de la puesta se basó, erradamente a mi juicio, en llegarle al público con el texto en sí. Entiendo la parte visual como igual de importante y no debió ser desestimada.

El cuerpo semidesnudo del actor, por ejemplo, no debería de ser el único poema sobre la migración presente en el proscenio. Aunque se transmite mucho con ello, y también con el dibujo de la cruz sobre el pecho izquierdo.

Por otro lado, las telas empleadas, digamos en el atuendo, asumen significados según la intensidad del texto, son de color blanco y nos dan la sensación de fragilidad, de limpieza, de renacimiento.

Pero la escenografía apenas queda vestida con unas velas que pudieran entenderse como parte de un acto litúrgico de iniciación del cual todos somos parte. El telón negro, de fondo, se erige magnánimo como la puerta por donde se viene al mundo, y nada más.

 

Las luces dan colores y alguna vivacidad según el momento y las intencionalidades del actor-director. Ayudan, colorean y transmiten mensajes. ¿Se pudo explotar más? Todo es posible, pero depende solo de la intencionalidad del montaje y del director. Abusar de ello hubiese sido pecado.

Todo el movimiento en escena proviene del actor. Pero está trabajado sobre el nivel del piso, y aunque el montaje está pensado en teatro arena, el público pierde por momentos la visibilidad de lo que ocurre. Asimismo, el intento de romper con la cuarta pared no se consigue al colocar las sillas en la misma composición que un lunetario, ¿por qué no colocarlas en semicírculo?

El tema de la migración siempre dará para el buen contar. Agustín Quevedo, en su monólogo, hace una reflexión muy profunda sobre la naturaleza del migrante y lo lleva al paroxismo cuando lo compara con el nacimiento del hombre. Ser un migrante es ser un renacido. Es tener varias patrias y ninguna a la vez.

Esta función escénica ha de andar por la vida como un ser vivo. Apenas tiene cuatro puestas vitales. Con el tiempo, irá madurando y será una mejor obra, porque contenido tiene. Necesitamos un manual para migrantes. Salimos de un espacio para entrar en otro.