Hace exactamente dos años escribí para esta revista un artículo titulado Nuevas miradas en la gestión de los valores identitarios y sus portadores en Cuba”, donde plasmaba una serie de criterios acerca del proceder o comportamiento en cuanto a la gestión del patrimonio cultural vivo y sus portadores; sobre todo como parte de una plataforma de trabajo que se construyó en un contexto muy diferente en los años 80 y 90 del siglo pasado. Recordemos que en aquel entonces ocurría un proceso trascendental, pues se desarrollaba una de las obras más intensas y de mayor rigor científico emprendida por el Ministerio de Cultura: por primera ocasión nos enfrentamos a estudios e investigaciones de corte etnodemográfico y cartográfico, con un alto nivel de participación comunitaria en toda la geografía nacional.

Tal vez aquella obra no fue la más completa, pero si de algo tenemos satisfacción es de su utilidad como guía de los procesos de gestión de un embrión cultural necesitado de comprenderse. Asimismo, se hacía necesaria para la viabilidad de las expresiones y manifestaciones tradicionales que se generaban en los escenarios comunitarios. La confección del Atlas Etnodemográfico de Cuba: cultura popular tradicional, Premio de la Academia de Ciencias de Cuba (1997), no se puede ver separada del Atlas de los instrumentos de la música folclórica de Cuba. Ambas son obras imperecederas para los estudios y el reconocimiento de la práctica cultural, que aún no ha sido lo suficiente escrudiñada por docentes e investigadores.

Primeros expertos Unesco de Casas de Cultura durante el Taller de Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (2011). Imágenes: Cortesía del autor

Después de 23 años de trabajo con el Atlas etnográfico de Cuba… como documento guía para el desempeño institucional, con vista a la viabilidad y salvaguardia del patrimonio cultural vivo y sus portadores en contextos comunitarios, se crea en el 2003 la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial por la Unesco, de la cual Cuba se convirtió en Estado Parte. En el marco de la Conferencia General de la Unesco, que celebró su 32.ª reunión en París del 29 de septiembre al 17 de octubre de 2003, se hizo referencia a trascendentales hitos, significando así los precedentes fundamentales de su génesis; entre ellos, los instrumentos internacionales existentes en materia de derechos humanos, particularmente la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) y el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966).

Fue un hecho significativo exponer ante el mundo, por primera vez, la profunda interdependencia que existe entre el patrimonio cultural inmaterial y el patrimonio material cultural y natural; reconociendo así que los procesos de mundialización y transformación social crean, por un lado, las condiciones propicias para un diálogo renovado entre las comunidades; pero, por el otro, también traen consigo, al igual que los fenómenos de intolerancia, graves riesgos de deterioro, desaparición y destrucción del patrimonio cultural inmaterial, debido a la falta de recursos para salvaguardarlo. No obstante, existe una conciencia de la voluntad universal, y sobre todo de la preocupación común, de salvaguardar el patrimonio cultural inmaterial de la humanidad. En este sentido, lo más importante radica en el reconocimiento por parte de las comunidades, los grupos e individuos, quienes desempeñan un importante papel en la producción, la salvaguardia, el mantenimiento y la recreación del patrimonio cultural inmaterial, contribuyendo con ello a enriquecer la diversidad cultural y la creatividad humana.

Para quienes nos dedicamos toda la vida, de una manera u otra, a la gestión de los procesos de salvaguardia del patrimonio cultural vivo y sus portadores en escenarios comunitarios, comenzaba una nueva etapa de lucha y constancia, una experiencia nueva, que implicaba cambiar estilos y concepciones que se habían mantenido por décadas. Si bien las instituciones del sistema de casas de cultura y sus gestores comunitarios ya poseían herramientas y habilidades en este sentido, para otros, sobre todo museólogos y especialistas de patrimonio cultural, era algo totalmente novedoso. El Cencrem y el Consejo Nacional de Casas de Cultura fueron claves en la descodificación, interpretación, socialización y sistematización de las Directrices Operativas de dicha Convención. Los primeros talleres de formación de capacidades se realizaron en la Habana Vieja, y constituyeron acciones conjuntas e intersectoriales a fin de lograr al perfeccionamiento en su aplicación.

Un año más tarde, el 15 de septiembre de 2004, se crea la Comisión Nacional de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio de Cultura, con el objetivo de integrar las instituciones relacionadas con la preservación y viabilidad de este patrimonio. Si bien en sus inicios hubo la duda de quién debería coordinar el importante órgano integrador, se decidió que fuese el Consejo Nacional de Patrimonio, independientemente de la poca experiencia en este campo, y el Consejo Nacional de Casas de Cultura asumió la vicepresidencia. Aparecían como miembros el Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, el Instituto Cubano de la Música, el Consejo Nacional de las Artes Visuales, entre otras instituciones.

“Fue un hecho significativo exponer ante el mundo, por primera vez, la profunda interdependencia que existe entre el patrimonio cultural inmaterial y el patrimonio material cultural y natural”.

El artículo 13 de la Convención del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, referido a otras medidas de salvaguardia, señala:

Para asegurar la salvaguardia, el desarrollo y la valorización del patrimonio cultural inmaterial presente en su territorio, cada Estado Parte hará todo lo posible por:

a) adoptar una política general encaminada a realzar la función del patrimonio cultural inmaterial en la sociedad y a integrar su salvaguardia en programas de planificación, b) designar o crear uno o varios organismos competentes para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial presente en su territorio, c) fomentar estudios científicos, técnicos y artísticos, así como metodologías de investigación, para la salvaguardia eficaz del patrimonio cultural inmaterial, y en particular del patrimonio cultural inmaterial que se encuentre en peligro (…)

Fuimos adquiriendo experiencia sobre la marcha; nos equivocamos en aquellos inicios, pero también aprendimos. Logramos en 2003 colocar un elemento dentro de la Lista representativa de obras maestras del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, que fue la Tumba Francesa la Caridad de Oriente, rectificado después con la proclamación de las tres tumbas francesas existentes; además de la ya mencionada santiaguera. También recibió la distinción la Santa Catalina de Ricci en Guantánamo y la de Bejuco en Sagua de Tánamo, Holguín. El primer ejercicio in situ entre portadores, facilitadores, gestores y expertos del tema fue realizado en los propios escenarios de estas manifestaciones, acción organizada por la Oficina Regional de la Unesco radicada en La Habana.

Ante la necesidad de capacitar y superar quienes se ocupaban de acompañar estos procesos de salvaguardia en las localidades, se recorrió cada comunidad del país, desarrollando talleres de formación de capacidades y propiciando la imprescindible familiarización, no solo con las pretensiones de las Directrices Operativas, sino también con las finalidades, definiciones, los órganos de relación, y otros aspectos vinculados con la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial en el plano nacional. Además, se hizo hincapié en la confección de los inventarios en contextos comunitarios y la elaboración de los planes de medidas de salvaguardia; así como en la importancia de lograr una mayor participación de las comunidades en estos procesos.

El ejercicio de devolución de resultados a través de instrumentos, como parte del reconocimiento, la viabilidad y preservación de cada manifestación tradicional existente en las comunidades cubanas, también fue vital para nuestros propósitos. Así fuimos madurando, y en el año 2011 comenzaron los primeros talleres de formación de capacidades, dirigidos esencialmente a gestores e impartidos por expertos de la Unesco procedentes de Colombia, México y Venezuela. La comunidad Máximo Gómez, en el municipio matancero de Perico, con la experiencia de los Hogares Cucalambé, fue la sede del primer taller; el segundo se celebró en la Comunidad de Majagua, con la experiencia de la Fiesta de los Bandos Rojo y Azul, y posteriormente se desarrollaron otros en Cienfuegos y Santiago de Cuba; siendo el último el relacionado con la confección de expedientes para candidatura para la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial, para buenas prácticas y para elementos que necesitan medidas urgentes, que contó con la participación de expertos y gestores de Cuba, República Dominicana y Haití. Todos fueron organizados por la Oficina Regional de la Unesco.

Esto demostró más madurez y conocimientos relacionados con la Convención, por lo que se imponía entonces una nueva etapa en la formación de capacidades. Con este propósito se creó un nuevo marco modelo para el ejercicio de la confección de inventarios de elementos del patrimonio cultural inmaterial en contextos comunitarios por parte de la Comisión Nacional, que respondía mucho más a nuestra realidad. Sin duda, fue la etapa en que se logró un mayor número de inscripciones en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, entre ellas la rumba (2016), el punto cubano (2017) y las parrandas de la región central de Cuba (2018); recientemente, también se logró inscribir los saberes de los Maestros del ron ligero cubano. Como asignatura pendiente y una de las principales insatisfacciones —señalada en muchas ocasiones en la agenda de la reunión de la Comisión Nacional— está lograr incluir, además, elementos del Patrimonio Cultural Inmaterial en la Lista Representativa de elementos en peligro o que necesitan medidas urgentes y en el Registro de Buenas Prácticas.

Dentro de los aportes a la Comisión Nacional de Salvaguardia guardo varios recuerdos significativos que han representado, en lo personal, una satisfacción. En primer lugar, mi modesta participación representando a nuestro país en el II Taller de políticas de salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, celebrado en noviembre de 2011 en la patrimonial ciudad ecuatoriana de Cuenca y organizado por el Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (Crespial). A mi regreso, como parte de las experiencias expuestas a los demás miembros de la Comisión Nacional, sugerí la necesidad de instaurar las Declaratorias Nacionales de Patrimonio Cultural Inmaterial, lo cual fue aprobado, comenzando con la propuesta del tres, expuesta por el recientemente fallecido Jesús Gómez Cairo. También sería inolvidable mi modesta participación en la conformación de varios expedientes, como el de la rumba, el punto cubano y las parrandas de la región central de Cuba, todos declarados Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.

De gran relevancia es la concientización, por parte de portadores, gestores y decisores, de que lo más importante del espíritu de la Convención no radica en el mayor número de elementos que podamos incluir en cada una de las listas o registros como declaratorias; sino precisamente en la labor cotidiana de salvaguardar y preservar cada una de nuestras manifestaciones tradicionales y sus portadores en las comunidades cubanas. Además, hoy se aprecia un mejor manejo del vocabulario de la Convención, y se intensifican los talleres de sensibilización como modalidad propicia para identificar los riesgos de cada elemento y así ser efectivos en la elaboración y cumplimiento de los planes de medidas de salvaguardia como instrumento para su preservación. De igual modo, existe una mayor conciencia del rol protagónico de las comunidades y sus portadores en estos procesos; aunque en muchos de ellos trabajamos en ocasiones con la emergencia o contingencia, en vez de hacerlo a mediano y largo plazo, lo cual es otra de nuestras principales insatisfacciones. Aprovecho también para reconocer el trabajo de los especialistas de cultura popular tradicional en los territorios, quienes acompañan incondicionalmente el proceso de salvaguardia de las respectivas prácticas y sus portadores.

“Lo más importante del espíritu de la Convención no radica en el mayor número de elementos que podamos incluir en cada una de las listas o registros como declaratorias; sino en la labor cotidiana de salvaguardar cada una de nuestras manifestaciones tradicionales y sus portadores en las comunidades cubanas”.

Por otro lado, aunque no se han alcanzado y aprovechado en su totalidad las potencialidades que nos brinda la Convención en cuanto a la cooperación y asistencia internacional, el ejercicio de inventario celebrado en Guantánamo fue ejemplo de las buenas prácticas al respecto. Aun así, debemos ser mucho más consecuentes en nuestras acciones de capacitación en aspectos medulares, como las formas de asistencia internacional, requisitos para la prestación de asistencia internacional y las solicitudes de asistencia cultural, ya que constituye la forma de financiamiento más viable para garantizar la sustentabilidad y sostenibilidad en la salvaguardia de los elementos del patrimonio cultural inmaterial.

No quisiera dejar de mencionar el significado de la oportuna visión por parte de la Unesco de incluir dentro de sus epígonos lo relacionado con las prácticas tradicionales, algo demandado por muchos países del planeta durante varias décadas; sin duda, ello fortalece la unidad entre los Estados partes, donde las iniciativas regionales cobran un auge sin precedentes en este campo. Una de estas iniciativas fue la creación del Centro Regional para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de América Latina, donde se puede apreciar una labor meritoria, sobre todo en el respeto hacia las medidas y políticas de salvaguardia que implementa cada país latinoamericano a través de innumerables acciones, como talleres, concursos de fotografía y videos para la confección de un banco de información, y una alta visibilidad en los medios digitales. Cuba ha sido una defensora a ultranza, como núcleo focal, de los programas e iniciativas creadas por este Centro categoría 2 de la Unesco.

En nuestros recorridos in situ, sobre todo en la celebración de los talleres de formación de capacidades en algunos territorios, hemos notado una mayor participación de centros docentes, en especial de las universidades. Sin embargo, también hemos detectado insuficiencias en el tejido de una verdadera y fructífera alianza entre las instituciones culturales a favor de la integración como parte de la gestión en la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. En las Casas de Cultura recae la mayor sensibilización y participación en los procesos de identificación, promulgación, estimulación e investigación. Cuando indagamos al respecto, los especialistas y directivos de los museos nos plantean que para ellos se trata de una tarea más, asumida por un especialista que además atiende otras líneas de trabajo.

Con la elaboración de los expedientes para la inscripción del bolero y el casabe en la Lista Representativa, junto a otros países de la región, se ha ganado en la experiencia de confección de propuestas binacionales o multinacionales, algo que para muchos constituye también una novedad.

Como parte de los procesos de viabilidad, promulgación y estimulación de las expresiones tradicionales, el Consejo Nacional de Casas de Cultura entrega anualmente la Beca de cultura popular tradicional, dirigida a individuos, familias, agrupaciones y comunidades portadoras de tradiciones; consistente en un monto que tributa a la sustentabilidad económica, sobre todo en vestuario, calzado e instrumentos musicales. Además, se visibilizan aquellos grupos portadores que cumplen aniversario cerrado, a través de publicaciones en La Jiribilla y Cubarte; y se posiciona en redes sociales lo concerniente a sus prácticas. De igual forma, se aprovechan los diferentes medios de comunicación para brindar información y contenidos referentes a la aplicación de la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial en contextos comunitarios. Mientras el Premio Nacional de Cultura Comunitaria y el Memoria Viva —auspiciados por el Consejo Nacional de Casas de Cultura y el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, respectivamente— dedican apartados para reconocer la labor de estas joyas que atesoran el patrimonio cultural de la nación.

Otro elemento a señalar es el vínculo de la Convención con la Nueva Ley de Patrimonio Cultural y Natural recién aprobada, en la cual lo relacionado con el Patrimonio Cultural Inmaterial ha sido un elemento determinante.

Actualmente, la Comisión Nacional realiza acciones para celebrar el 20 aniversario de la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, desarrollando en cada institución actividades artísticas y culturales con expresiones declaradas Patrimonio Cultural de la Nación y de la Humanidad, principalmente la rumba, el punto cubano, el danzón, entre otras. Asimismo, se está realizando la tercera gira para impartir talleres de formación de capacidades, dirigido a portadores, gestores, comunidad académica y decisores; además de procesos de acompañamiento a comunidades, grupos, familias e individuos portadores de tradiciones, bajo el eslogan “Celebrando los 20 años de la Convención de Salvaguardia del PCI a favor de nuestras comunidades”, acción que se desarrolla en todo el país por parte de miembros expertos de la Comisión Nacional. También se han creado diferentes espacios en función de los procesos de aprobación y de declaratorias nacionales, destacándose en este sentido las nuevas 19 peñas del bolero donde exponentes cubanos interpretan este género. Se piensa realizar una muestra fotográfica de momentos esenciales de estos 20 años de aplicación de la Convención en Cuba, así como la entrega de la Condición de Tesoros Humanos Vivos a portadores que han sido eje fundamental en expresiones ya declaradas.

Como miembro y fundador de la Comisión Nacional de Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio de Cultura quisiera culminar con un modesto homenaje a aquellos que ocuparon luneta aquella tarde del 15 de septiembre en el salón de reuniones del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural y que desafortunadamente no se encuentran entre nosotros, pero cuya obra ha trascendido en la cultura cubana. Me refiero a su primera presidenta, Marta Arjona; Joel James, en su condición de director de la Casa del Caribe, y Jesús Gómez Cairo, quien representó al Instituto Cubano de la Música en su doble condición de vicepresidente y director, además, del Museo de la Música. Por ellos seguiremos salvaguardando nuestro Patrimonio Cultural, que es salvaguardar la identidad y la patria.

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