Viendo la vida de Benny Moré

Rafael Lam
28/2/2019

En estos días en que se conmemoró el aniversario 56 del fallecimiento de Benny Moré, quedé asombrado con un documental sobre el “Bárbaro del Ritmo” realizado por Jorge Luis Sánchez y transmitido en el programa televisivo La pupila asombrada.

Benny Moré, símbolo de la música popular cubana. Foto: Internet
 

Lo primero que permite observar este audiovisual es la vida tan humilde que tuvo que enfrentar la familia del niño Bartolomé Maximiliano, quien nació en 1919. Era la época del llamado “Machadato” (gobierno de Gerardo Machado), cuando solamente comían al día un platico de harina con azúcar.

Fueron tiempos difíciles en los que se tuvo que desenvolver el niño Bartolomé, pero todo parece indicar que Bartolo tenía voluntad. Desde entonces estaba seguro de que sería alguien en la vida: “Voy a ser famoso y, cuando sea grande, te voy a comprar una casita”, le decía con toda seguridad a su madre. Para un pobre, tener una casa en aquellos tiempos era algo casi imposible.

Se dice en biología que nadie sabe lo que un hombre trae dentro de sí, y Benny tenía en su ADN un destino que cumplió contra viento y marea. Vida pobre, enfermedades, desarraigo, discriminación, decena de hermanos. Contra todos los pronósticos, Benny llegó y triunfó.

Fue el triunfo de los desposeídos, la apoteosis de los que nunca tuvieron nada, como me dijo una vez el Nobel Gabriel García Márquez. Por eso, cuando el Benny llega a la cima, comparte su dinero con los muertos de hambre, sus pariguales de la pena. Por eso no asistía a donde lo invitaban los que antes del triunfo lo expulsaban de sus bares o cafés. Por eso dejaba plantados a la burguesía de Haití, a ricos que asistían al cabaret Montmartre. Por eso hizo lo que consideró, en símbolo de rebeldía, de resistencia contra los que lo llevaron a una niñez terrible.

Cuando Benny triunfa y le pagan cheques de 20 mil dólares por sus grabaciones o presentaciones (cifra asombrosa para aquellos tiempos), mucho de ese dinero lo ofrecía a los que no tenían nada. Una de esas experiencias la cuenta Rubén Bermúdez —voz del coro de la Banda Gigante—, cuando fueron al barrio marginal de Las Yaguas y con un cartucho empezó a repartir dinero. Al acabarse el dinero, Benny pregunta a Bermúdez si tiene algo para darles a los desheredados de fortuna. Rubén le contesta que nada le quedaba, y el Benny dice: “Entonces vamos a cantarles”.

Eso es algo que estremece a cualquiera, como aquella imagen en la que Benny acababa de presentarse en un pueblo de campo y llega una mujer harapienta con un niño en brazos y le dice al cantante lajero: “Benny, yo fui novia tuya”. Después el artista, ya en una atmósfera más propicia, le dijo a su administrador: “Dale a esta mujer todo el dinero que ganamos hoy”. El administrado respondió: “Benny, este es el dinero de los músicos, que tú sabes que viven al día”. “Dale el dinero a ella, después veremos qué hacemos”.

Yo no recordaba que el héroe de Yaguajay, Camilo Cienfuegos, había estado presente y conmocionado ante una de sus actuaciones. Un Comandante de la Revolución que no podía asombrarse de nada, después de mil combates, después de tantas proezas, fue a rendirle tributo a un cantante de su pueblo. Eso era el Benny, un cantante de su pueblo. Por eso, cuando falleció el 19 de febrero de 1963, fue como una catástrofe cultural; lo vimos en el duelo de todo el pueblo.

Eran los tiempos del fenómeno de la “beetlemanía”; sin embargo, las masas humildes estaban pasando por un dolor nacional: había fallecido el “Bárbaro del Ritmo”, no de Cuba, sino de todo el continente. Hubo duelo en muchos países, como Panamá, Puerto Rico, México y Colombia. Murió el mejor, el que cada día cantaría mejor, como hoy se dice de Carlos Gardel. No olvidemos nunca esto que voy a decir: los artistas que dieron alegría a todo un pueblo, son venerados por millones. La gente necesita alegría, la sal de la vida, como decía el poeta Nicolás Guillén.

Ese era el grande de la música cubana que no dejaba indiferente a nadie. Por lo general, los especialistas de la música valoran a los artistas por su “buen gusto”, pero el arte es más que eso, es socioantropología, es parte de la vida de un país. Es un reflejo de la nación en que se nace, es el dolor y la alegría de un pueblo. Por eso sabemos que no hay libro que pueda abarcar toda la historia de un cantante que fue más allá de la pantalla, como se decía antes de los artistas de Hollywood.

Benny es todo eso y mucho más: fue el símbolo de la música popular cubana y, si la música popular —como dijo Guillermo Rodríguez Rivera— es el alma de la cultura cubana, entonces estamos ante lo más grande.