Volver al Nobel de Música (II parte)

Jorge R. Bermúdez
4/3/2017

A inicios de noviembre escribí un breve comentario sobre la  decisión de la Academia Sueca de la Lengua de concederle el Premio Nobel de Literatura 2016 al músico estadounidense Bob Dylan. Sin embargo, lejos de cuestionarme el premio, lo que no me excluye de ser parte de la gran mayoría de sorprendidos, este me dio pie para reafirmarme en la idea que siempre he tenido sobre el valor literario —llamémoslo así, por el momento— de la música de Silvio Rodríguez. He aquí las palabras centrales de lo que entonces escribí:

Como es notorio, la Revolución rusa o de Octubre, como también se le conoce, tuvo su poeta en la figura y obra de Vladimiro Maiakovski. La Revolución cubana, sin embargo, no tuvo su poeta, sino poemas.  Una cosecha de poemas de la autoría de un número determinado de poetas, cuyo destaque en la literatura nacional de su tiempo atendía a diferentes tendencias y niveles de creación. (…) Si realmente existe un nombre que resume con su obra la poesía de la Revolución cubana, ese es el de Silvio Rodríguez; como es notorio, reconocido cantautor y fundador del movimiento de la Nueva Trova” [1].

 


Fotos: Internet

 

Semanas después ocurría el deceso del líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz. La despedida que el pueblo le dio durante el largo trayecto que reeditó a la inversa el recorrido de la otrora Caravana de la Libertad (La Habana–Santiago de Cuba), en alguna medida fue una respuesta afirmativa a la antes citada nota, porque en las escalas o vigilias fueron las canciones de Silvio las que prevalecieron entre los trovadores y cantantes, mayoritariamente, artistas pertenecientes a las más recientes generaciones de cubanos.

A propósito de generaciones, yo pertenezco a la de Silvio. ¡Ojo!: no por ello defiendo su música. El Nessun Dorma, de Puccini o La tarde, de Sindo Garay, son tan de mi gusto como Ojalá o Pequeña serenata diurna, entre muchas otras canciones de Cuba y el mundo, del pasado y el presente. Tuve más de una oportunidad de relacionarme con él, sobre todo, cuando asistía a los “conciertos” en el Parque de los Cabezones, a un costado de la Plaza Cadenas, en la colina universitaria. Por entonces, nadie soñaba con un concierto a teatro lleno en el Karl Marx de Miramar, mucho menos en la televisión nacional, de donde lo había corrido la dirigencia de turno, entre otras razones, por manifestar ante las cámaras su admiración por los Beatles. En tanto, ¿qué era de Bob Dylan? Pues Bob, cinco años más viejo que Silvio, renunciaba a presentarse en el programa televisivo The Ed Sullivan Show, al desoír la queja de los ejecutivos de la cadena CBS, quienes le informaron al músico que la canción que tenía intención de interpretar, Talkin′ John Birch Paranoid Blues, difamaba la John Birch Society. Con este gesto creció el perfil político de Bob, consolidándose con su participación junto a Joan Báez en la marcha por los Derechos Civiles en Washington, en 1963. En cuanto a Silvio, el despido no lo apartó del proyecto revolucionario en marcha, o lo separó solo por un breve período de tiempo, ”lo que no es lo mismo, pero es igual”.

Allí, hasta tarde en la noche, sobre el césped y bajo la fría mirada de los bustos del presbítero Félix Varela y Ramón Zambrana —los cabezones—, 60 o 70 jóvenes a lo sumo, nos reuníamos para oírlo a él, a Pablito y a Noel Nicola, más los espontáneos que se sumaban con la última canción a su haber. En ámbito tan acogedor como reducido, nunca le estreché la mano. Ocasiones no me faltaron. Algunos amigos me habían alertado de su carácter difícil… En este punto, confieso, yo no era menos que Silvio. Nada; débiles corazas de la timidez y el orgullo, por demás, propias de la edad. Y ante la posibilidad de la decepción, opté por quedarme con la más entrañable amistad que podía ofrecerme: sus canciones.

 

Mucho ha llovido desde entonces… Su cantar no solo ha sabido influenciarse de la mejor trova tradicional cubana —bolero y son cogidos de la mano—, sino también de algunas de las líneas más innovadoras de la música internacional del pasado siglo. Mientras, la letra de este cantar ha bebido en las fuentes de la mejor poesía española e hispanoamericana, desde José Martí hasta César Vallejo. En poesía, como en la vida, todos fuimos martianos antes que vallejianos y nerudianos. Consecuente con esta herencia, las letras de sus canciones desafiaron las dominantes en las diferentes tendencias de la música cantada de la época, al hacer uso de símiles y metáforas homologables a los de la poesía contemporánea del continente. Sin obviar pasajes con referencias a las artes plásticas de vanguardia y la literatura, los cuales le dieron un valor cultural añadido a sus textos.

Por otra parte, esta diversidad de asuntos, por lo general, de actualidad, propició un espectro temático que iría desde el amor y las problemáticas existenciales derivadas del mismo en todos los tiempos, hasta las canciones donde aborda los hechos históricos y sus protagonistas centrales, aun cuando estos se dan casi siempre sugeridos, quedando a elección del pueblo el personaje en cuestión. De ahí que con excepción de su emblemática Canción del Mayor, compuesta con motivo de la celebración del centenario de la caída en combate del mayor general Ignacio Agramonte y Loynaz el 11 de mayo de 1873, el resto de sus canciones épicas quedan a consideración de la sensibilidad y la experiencia de cada receptor. Esto explica que Canción del elegido se haya relacionado con el Che Guevara, cuando la compuso en honor a ese otro joven eterno que fue y es, Abel Santamaría. ¿Acaso ambos héroes no son ramas de un mismo linaje? ¿No son muchos más los Guevara y Abel que habitan en nuestra historia nacional y continental, pasada y presente? ¿Qué impide que un caraqueño la sienta desde Bolívar o Chávez, y un santiaguero desde Maceo o Frank País?

En esta línea temática, también es de destacar un número de canciones que obran en relación con el discurso político y social que diera inicio con la Revolución cubana e inspirara a todo un movimiento de liberación nacional a nivel continental, sin que por ello se resientan en cuanto al tratamiento poético de la letra o se diferencien del estilo dominante en el resto de las canciones que hacen su amplio catálogo autoral. La obra de Silvio es un todo. Y lo que más veneramos en ella, es que al cantar nuestro tiempo, cuenta la vida propia y la de todos, el sentir y el hacer que la han hecho lo que es. Y eso solo es obra de verdaderos poetas. Así lo refrendan sus incontables giras nacionales e internacionales, y, desde hace algunos años, los megaconciertos públicos que ha venido ofreciendo en diferentes ciudades y pueblos de la Isla, además de los realizados en las barriadas de La Habana.

En cuanto a otros cantautores extranjeros que se han propuesto parecida experiencia, Bob Dylan, sin dudas, es uno de los más notorios, aunque sin llegar a tener todas sus presentaciones un carácter gratuito como las de Silvio. Desde finales de la década del 80, Bob viene realizando conciertos en diferentes escenarios del mundo, lo que en español se ha dado en llamar La gira interminable (Never ending tour). Independientemente del lugar que en la música internacional de todo un siglo ocupa la de Bob, del carácter contracultural que tuvo esta en la década del 60 y hasta de su reciente rechazo a una invitación que le hiciera Barak Hussein Obama, con motivo de su adjudicación del Nobel de Literatura; su ventaja sobre Silvio, por así decirlo, no está tanto en la música como en su condición de ciudadano estadounidense —pasaporte y medios de comunicación incluidos—, y en cantar y escribir poemas en inglés, por antonomasia, el idioma global de nuestra época.

Por último, y a modo de ilustrar de manera objetiva la comentada “ventaja”, bástenos recordar que el primer músico-poeta en interpretar la guajira son La Guantanamera, con letra de los Versos Sencillos de José Martí, fue el cubano Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí); este suceso musical, por supuesto, no pasó de ser una canción más de la radio nacional en la década del 50. Sin embargo, otra fue la repercusión de su recepción internacional y nacional cuando la interpretó el cantautor estadounidense Pet Segers, identificándose desde entonces como la canción de Cuba en el ámbito musical de los 60 y 70.

Pero volvamos a la realidad… Mejor dicho, a nuestro surrealismo real. De hecho, las canciones de Silvio que poblaron el universo sonoro de nuestra juventud, junto a muchas otras de su autoría que vinieron después, lejos de decrecer en más de medio siglo, han crecido en aceptación y popularidad a nivel nacional e  internacional. Y lo que es más notable aún, lo han hecho en las voces y guitarras de los “más viejos” jóvenes. (En términos culturales e históricos, cada nueva generación es más vieja que la anterior; el acumulado de conocimientos que tiene que atesorar para ponerse al día con su tiempo, es cada vez mayor. En ello se sustenta todo lo que de nuevo pueda aportarle en conocimientos y obras a las generaciones que le sucedan).

El periodista y decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Habana, licenciado Raúl Garcés, ha dicho: “La revolución no está por encima de nosotros, porque somos nosotros mismos”.  También la música y la letra de las canciones de Silvio. En todas ellas se transparenta lo mejor de la sensibilidad de un pueblo en lo que va de mediados del pasado siglo a la fecha. Si en su propia voz de cantautor son excepcionales, más lo son —cuestión de gusto— cuando las oímos en las voces de intérpretes como Miriam Ramos, Anabel López y Omara Portuondo. Otro tanto sucede cuando son llevadas a la música instrumental o al piano. Un solo ejemplo, entre muchos otros, es la canción Te amaré, interpretada por la Orquesta de Música de Cámara dirigida por Guido López-Gavilán. Recientemente, esta experiencia se amplificó en dos ocasiones: en el concierto clausura del Festival de Orquestas Sinfónicas celebrado en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana, bajo la batuta de Leo Brouwer y el propio Silvio como cantante, así como en los 12 conciertos que sobre su música diera el cantante Augusto Enríquez, quien fuera acompañado por la Sinfónica Nacional y los diferentes coros que la asistieron en el periplo realizado por el interior del país.

Permítanme, por último, una cita que viene a cerrar la idea que ha dado lugar a esta segunda parte de mi trabajo sobre el “Nobel de  Música”. En el programa de la televisión nacional Con dos que se quieran, su animador, el también cantautor Amaury Pérez Vidal, al entrevistar al trovador José Pepe Ordaz, le comentó sobre la notoriedad alcanzada por su canción Mujer del hechicero. A lo que Ordaz apuntó: “Todos tenemos una Yolanda, excepto Silvio, que todas sus canciones son Yolanda [2].”

A fin de cuentas, lo que desconcierta del Nobel de Literatura a Bob Dylan —aun cuando su candidatura viene siendo presentada por autores y académicos desde 1996—, es que, hasta hoy, dicho premio ha respondido a una  disciplina en particular de las llamadas Humanidades: la literatura, y que el mismo tiene un carácter universal [3]. Dicho en otros términos, en tanto no haya un Nobel de Música, en este mundo patas arribas, por suerte, todavía quedan escritores y poetas de gran valía que hacen la gran literatura de la civilización humana, como para ser merecedores del prestigioso premio. No obstante, aceptamos a regañadientes la decisión de la Academia Sueca de la Lengua, quizás por aquello de que el origen de la poesía está indisolublemente ligado al de la música, como esta lo está con el ritmo propio que le impuso el trabajo y la voz, cuando el hombre neolítico, por primera vez, “dobló el lomo” para sacarle a la tierra sus frutos, lo que dio lugar a la primera revolución tecnológica de la historia de la humanidad. Realidad, por supuesto, que de igual modo legitima la musicalización de la poesía escrita, dándole una nueva dimensión sonora. Los ejemplos están ahí, para no irnos tan lejos en el pasado, desde la poesía provenzal medieval hasta Joan Manuel Serrat, pasando por tantos y tantos músicos y trovadores que han hecho suyos los poemas de grandes y no tan grandes poetas en todos los tiempos.

En términos de comunicación visual, así lo refrenda el instrumento musical llamado lira, devenido símbolo de la poesía, a más de darle nombre a una de sus modalidades expresivas dilectas, la lírica. Y es que la poesía está entre nosotros, sempiterna como el mundo, al margen de los criterios evaluativos y las barreras idiomáticas y de géneros. Y, sobre todo, tan dependiente todavía de los premios literarios, como al margen de ellos. José Lezama Lima nunca obtuvo premio alguno; tampoco César Vallejo, por solo citar dos ejemplos representativos de nuestra lengua, según Pablo Neruda, la mayor herencia que nos legara España. A lo que yo agregaría, dada la oportunidad que me ofrece el tema, ¡la guitarra!

Se puede hacer una editorial con los grandes poetas y escritores que nunca recibieron premio alguno, y será tan exitosa como la de los Nobel. En cuanto a nuestro Premio Nacional de Literatura, nada quita que un músico también lo reciba, siempre y cuando poesía y música sean un todo en sus canciones y, por supuesto, que la calidad de las mismas le gane un lugar preferente en el acontecer cultural e histórico del pueblo… de un pueblo eminentemente musical como el nuestro.

Notas:
1. Nota en La Jiribilla  https://www.lajiribilla.cu./noticias/a-proposito-del-nobel
2. Para el lector no del todo familiarizado con la música cubana contemporánea, Yolanda, de la autoría del cantautor Pablo Milanés, ha devenido paradigma de la canción de amor para las generaciones surgidas a la vida con la Revolución. La heroína Haydée Santamaría la llamó la Longina de esta generación.
3. El 13 de junio de 2007 se le otorgó el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, y un año después, recibió un reconocimiento honorario del Premio Pulitzer.