Walterio Carbonell: filo, contrafilo y punta

Pedro de la Hoz
23/11/2020

La primera vez que llegó a mis manos Cómo surgió la cultura nacional estaba lejos de imaginar que su lectura ejerciera en mí un efecto incandescente. Tras un título tan genérico había un cúmulo de ideas radicales y por lo mismo inquietantes y polémicas, a las que más adelante volví más de una vez, sobre todo luego de trabar conocimiento con el autor. En un primer momento fiché el libro entre las tempranas contribuciones de editoriales postrevolucionarias dedicadas al tema de estudio y retomé su lectura a raíz de una circunstancia particular: el diario español El País publicó en abril de 2005 una nota del escritor Juan Goytisolo en la que lamentaba el deceso en La Habana del “intelectual negro Walterio Carbonell, condenado al ostracismo y el olvido”.

 
Cubierta del libro de Walterio Carbonell Cómo surgió la cultura nacional. Fotos: Internet
 

La noticia era falsa; a Walterio se le podía ver a diario en la Biblioteca Nacional José Martí, por lo que le solicité una entrevista para desmentir su muerte. Reproduzco textualmente parte de sus declaraciones:

No soy una estrella de cine. Trabajo e investigo todos los días. Me siento vivo intelectualmente en mi país. No tengo por qué sentirme olvidado. De hecho los jóvenes me consultan, me citan, me quieren. Y aquí en la Biblioteca he encontrado un respeto hacia mi talento y un enorme cariño hacia mi persona (…) Podemos debatir (se refería a la Revolución y su lugar en ella) muchos aspectos sobre si algo se hizo bien o mal, o si se pensó bien o mal, pero aquí hay una obra que no puede ser desmentida. Los que quieran utilizarme, tendrán que saber que todavía siento y actúo bajo una doble militancia: soy un viejo comunista cubano y un viejo comunista francés.

Aludía a sus días parisinos y su filiación al Partido Comunista de la nación europea.

En aquella oportunidad, el entonces director de la BNJM, el historiador Eliades Acosta, anunció que la institución preparaba una nueva edición de Cómo surgió la cultura nacional, con la que dejaría inaugurado el nuevo catálogo de Ediciones Bachiller.

Walterio era y es un nombre y hombre mítico, venerado y a la vez controvertido, sujeto que, dada su trayectoria vital despertaba, y aún despierta, pasiones, y aviva rescoldos sobre lo que fue, pudo ser y terminó siendo. Cuando falleció en 2008, redacté el obituario que apareció en las páginas del diario Granma y en la revista digital La Jiribilla. Afirmé, y sostengo, como escribí, que como una piedra de rayo, una y otra vez, aparece la figura de Walterio en las lides políticas e intelectuales cubanas del pasado siglo. El anecdotario es abundante, grávido de matices. De naturaleza levantisca y condición cimarrona, no podía esperarse de él una existencia de curso apacible ni una disciplina académica. Más que escribir, vivió, comprometido con las ideas que defendió, con sus luces y sus sombras, con sus yerros y aciertos.

Lo que cuenta es su obra, reeditada hoy por la Biblioteca, su Biblioteca, que saluda el centenario del nacimiento del intelectual el 18 de noviembre de 1920 en la localidad oriental de Jiguaní, a la vez que reinicia el curso de Ediciones Bachiller.

Que un respetadísimo historiador como Jorge Ibarra emitiera el siguiente juicio de la obra de Walterio, avala su relevancia:

El mérito historiográfico principal de Walterio Carbonell radica en haber valorado el aporte del negro a la cultura y a la sociedad cubanas como un fenómeno social total, de acuerdo con la perspectiva de Georges Gurvitch acerca de este tipo de procesos. Hasta entonces la historiografía burguesa había obviado o subvalorado la participación del negro en el quehacer historiográfico nacional. Solo Fernando Ortiz y Elías Entralgo, entre los estudiosos de primera línea, habían hecho justicia a los grupos étnicos preteridos.

Que uno de sus entrañables compañeros de la Biblioteca, con quien cultivó una larga amistad, el investigador, bibliógrafo y cimarrón intelectual, Tomasito Fernández Robaina haya dicho las palabras que cito a continuación, habla de una condición ética esencial: “Yo agradezco a Walterio el haberme hecho comprender más profundamente, con toda su complejidad, nuestro proceso revolucionario; me transmitió de manera sencilla desde nuestros primeros diálogos, el convencimiento de que la solución a las problemáticas de la desigualdad social, económica y racial imperante en el mundo es la vía del socialismo”.

Para entender qué motivó a Walterio a escribir Cómo surgió la cultura nacional, es menester situar el libro en contexto. A dos años del triunfo revolucionario, el país se hallaba inmerso en un álgido proceso de definiciones. La contrarrevolución armaba bandas en varias provincias, con énfasis en Las Villas y Matanzas. Estados Unidos rompió relaciones con Cuba y arreció su hostilidad al punto de financiar y organizar la Brigada 2506, derrotada en Playa Girón. La Reforma Agraria dio tierras a campesinos y jornaleros agrícolas hasta hacía muy poco explotados. El analfabetismo estaba a punto de ser erradicado. Al calor de estas batallas se había proclamado el carácter socialista de la Revolución.

Fernando Martínez Heredia, al caracterizar la etapa, señala: “Ese proyecto que al fin es formulado, es el socialismo y el comunismo populares, el de los milicianos, el de las mujeres que salen para el trabajo, la guardia y la calle, el de la gente de abajo organizada y armada que ha tomado posesión de su país y le ha perdido el respeto a la propiedad privada, el de la alfabetización como una campaña revolucionaria, el de expresiones intelectuales que van desde una multitud de himnos hasta el libro Cómo surgió la cultura nacional, de Walterio Carbonell”. Esta última cita, obviamente, no es ociosa.

La hegemonía cultural se hallaba en disputa y uno de los escenarios donde ello se manifestó fue precisamente la Biblioteca, donde durante tres jornadas de junio de 1961 se sucedieron encuentros de escritores y artistas con la dirección política y del gobierno, en el último de los cuales Fidel Castro pronunció el discurso conocido como Palabras a los intelectuales.

En uno de esos encuentros, Walterio habló para introducir una arista que no había sido considerada en los debates: la confrontación con los que apelaban a la necesidad de rescatar valores patrimoniales, olvidando la naturaleza ideológica de la cultura. Cierta prensa vio en las palabras de Walterio una especie de revisionismo a rajatabla, exactamente como él mismo recordó, una propuesta de “revisión y depuración de la cultura”, cuando lo que Walterio pretendía era despojar de trivialidad la narrativa que en nombre de la Revolución reproducía una “interpretación aristocrática de la formación de nuestra nacionalidad”.

Su intervención quedó eclipsada por asuntos de mayor urgencia expuestos en el debate, como la relación entre arte y política, los márgenes para la creación, el temor a la censura y las dudas acerca de que ciertas posiciones estéticas se impusieran a otras.

En un momento Fidel dijo: “Permítanme decirles en primer lugar que la Revolución defiende la libertad, que la Revolución ha traído al país una suma muy grande de libertades, que la Revolución no puede ser por esencia enemiga de las libertades (…) Puede preocuparse por ese problema quien no esté seguro de sus convicciones revolucionarias”.

De estas últimas Walterio estaba muy seguro, pero le pareció inadmisible que los intelectuales revolucionarios no se plantearan a fondo un nuevo punto de partida para la materialización de las libertades recién conquistadas desde una óptica marxista-leninista, o para ser más precisos, desde una plataforma que algún tiempo después clasificaría como marxista tercermundista.

Es por ello que los referentes conceptuales del intelectual fueran tanto el Marx de La ideología alemana y el Lenin de las tesis sobre la cuestión nacional y el conflicto entre las dos culturas, como el Frantz Fanon de Los condenados de la tierra y los ecos del por entonces boyante panafricanismo. Es por ello que la ansiedad lo conduce infructuosamente a forzar paralelos entre el proceso de descolonización en Argelia, palpitante en aquellos momentos, y las transformaciones revolucionarias en Cuba y su impacto en el sector intelectual.

Walterio Carbonell.
 

La radicalidad extrema de algunos planteamientos de Walterio no podía ser entendida, al margen de la desmesura explicable en un discurso no pocas veces concomitante con el panfleto. Pero detrás de la cualidad ígnea de su exposición es posible descubrir una concepción marxista de la historia que se apartó de todo tipo de mecanicismo y aherrojamiento dogmático. Cuando nos dice que “ni la nación ni la cultura nacional son exactamente las clases sociales, son un producto” y que “el problema de la formación de una nación y su cultura nacional requiere un análisis que va más allá del mero análisis de las condiciones materiales de una sociedad y sus conflictos clasistas”, cuestión harto más complicada en Cuba por cuanto en el siglo XIX “no solo estaban en conflicto las clases fundamentales, los esclavos y los esclavistas, sino también la formación psíquica y cultural de la población española y africana”, el autor daba un paso decisivo en la articulación dialéctica del tema abordado. Antes había hecho trizas lo que llamó “concepción libresca y aristocrática de la cultura”, al preguntarse si “será cierto que nuestro inventario cultural está integrado por el conjunto de ideas reaccionarias de Arango y Parreño, José Antonio Saco, Luz y Caballero y Domingo del Monte” o si “acaso la cultura popular, cuya fuerza reside en la tradición negra, no es tradición cultural”.

Importante en el discurso del libro resulta asimismo la propuesta de dos paradigmas libertarios en el despunte del siglo XIX cubano: José Antonio Aponte y José María Heredia. Por cierto, el signo de equidad entre ambos próceres no ha querido ser sopesado por aquellos que intentan arrimar a Walterio a la brasa de una negritud excluyente y sectaria, en la que, escudados en posiciones atávicas o impulsados por intereses aviesos, unos cuantos persisten.

Al final de la primera parte del libro, la más sustantiva, Walterio resume sus descargos en nueve tesis, con las cuales se puede y debe polemizar y discutir, mas debo señalar la importancia capital de dos de estas: que el nacimiento y el desarrollo de la cultura nacional es en primer lugar un producto de la lucha de clases, de la lucha entre las clases fundamentales de la sociedad colonial: esclavistas y esclavos; y que los esclavistas y sus ideólogos eran los representantes de la cultura española colonial, de la cultura en oposición a la naciente cultura cubana, cuyos representantes hay que buscarlos o bien en las capas intermedias y más bajas de la sociedad, es decir, entre la población no ligada directamente a los intereses esclavistas, o entre los esclavos y los negros libres. Las restantes tesis, como estas que acabo de citar, poseen filo, contrafilo y punta.

Debe prestarse atención a la segunda parte del libro, integrada por aproximaciones a las contribuciones lingüísticas de los negros a la lengua española, a la música y el impacto de la esclavitud en la familia cubana de orígenes africanos. Se observa, además, cómo el autor se había ido familiarizando con una zona de la obra de Fernando Ortiz.

A estas alturas no puedo dejar de dar crédito a la valoración que en su día el escritor y activista Serafín Tato Quiñones hizo sobre el libro de Walterio: “Cuando lo lees, te das cuenta de que el libro te salta en las manos, hay una voluntad de que ninguna idea se quede fuera, uno jadea con esa lectura que constituye un clásico de la historiografía revolucionaria como también lo es Azúcar y abolición, el primer ensayo marxista cubano de Raúl Cepero Bonilla a quien Walterio le sigue los pasos con esta obra”.

En el contexto actual se debe leer con más atención, ponderación y desprejuicio Cómo surgió la cultura nacional. La madurez de la Revolución cubana y el proceso de renovación del modelo económico social cubano han puesto en un plano jerárquico tanto la necesidad de consolidar conquistas como de saldar deudas y enrutar soluciones a viejos y nuevos problemas. Entre estos últimos se hallan la erradicación de todo vestigio de racismo y discriminación racial, y la promoción responsable y digna del legado africano en la vida cultural cubana.

Uno de los 33 programas nacionales que forman parte del sistema de trabajo al que da seguimiento personal el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez es el que aborda el Racismo y la Discriminación Racial, que entre sus objetivos comprende profundizar y promover consecuentemente los aportes de los hijos e hijas de África a la cultura cubana, o mejor aún, a la definitiva floración del color cubano anticipado por Nicolás Guillén. En esta realidad de hoy, y más aún, en el compromiso por transformarla, la obra de Walterio Carbonell tiene mucho que ofrecer.