Para fines de los años ochenta una nueva generación de trovadores se comienza a abrir un espacio e impone una mirada fresca a los asuntos que habían sido el motor impulsor del movimiento. Generacionalmente todos “son hijos de la explosión demográfica”; proceso que según los estudiosos de la realidad nacional ocurrió en ese periodo de diez años (1963/73) cuando la población cubana se multiplicó por dos aproximadamente.

Cada uno de los trovadores que comienzan a emerger en estos años tienen como materia prima para sus canciones las vivencias de su tiempo; un tiempo distante y diverso en cuanto a experiencias vitales que son —en la gran mayoría de los casos— diametralmente opuestas a las de los que les precedieron, lo que incluye a sus padres y al resto de sus familiares.

Su arsenal creativo se soporta más en la épica personal y en los desencantos y escarceos amorosos; aunque su mirada social está más cercana a defectos y males de esos años. Sin embargo; esta nueva hornada de trovadores no escapó a las incomprensiones y a la mirada prejuiciosa de una parte de la sociedad y de algunos decisores en materia cultural.

Culturalmente se puede afirmar que muchos poseen una formación literaria afín con quienes les antecedieron, pero también se involucraron con algunas de las voces líricas más descollantes de ese momento. Ejemplo de la anterior afirmación es la labor del binomio Chely Lima y Alberto Serret, o el de Ángel Quintero que en sus propuestas reflejaron, tanto en vivencias dramáticas como musicales, las inquietudes de su tiempo y llegaron a grandes masas de público a partir de ser asimilados por la televisión. Y aunque fueron las cabezas más visibles (hoy les llamamos “mediáticos”) no fueron los únicos, aunque la impronta de parte importante del resto haya quedado relegada a las distintas peñas que se hacían en la ciudad y en dos lugares emblemáticos de la ciudad: La Casa del Joven Creador, ubicada en la Habana Vieja, y el parque de 15 y 8, en El Vedado.

“Culturalmente se puede afirmar que muchos poseen una formación literaria afín con quienes les antecedieron, pero también se involucraron con algunas de las voces líricas más descollantes de ese momento”.

Hubo otros espacios, como lo fue en un momento el cruce de las calles 23 y G, también en El Vedado; el anfiteatro del Parque Almendares, o el parque del poblado de Santiago de las Vegas; pero los dos antes mencionados son los más significativos; y aportarán parte importante de los nombres que definen al movimiento de la trova en estos años transicionales.

La Cuba que finaliza la década de los años ochenta se debate entre el fin de una utopía social y política en el mundo, cuando se anuncia el fin del socialismo real de Europa del Este, y la capacidad de resistencia que ha de generarse para enfrentar una de las crisis económicas más crueles que se haya conocido. En este espacio de tiempo, que no ocupa más de tres años, es que ocurre esa transición estética y conceptual que se fue gestando en las diversas peñas antes mencionadas.

El primer elemento interesante de esta nueva generación de trovadores es su cercanía (desde una supuesta “mirada ingenua”) al filin, al momento de establecer las pautas de sus canciones amorosas, sobre todo en lo concerniente al uso de las imágenes poéticas. En muchos de estos nuevos trovadores hay un derroche de cierto barroquismo literario que se yuxtapone al uso de frases directas intercaladas en ciertas partes del cuerpo de la canción. Aquí es justo comentar la influencia que sobre muchos trovadores comenzó a ejercer la poesía del argentino Jorge Luis Borges y los escritos de su compatriota Julio Cortázar —no era secreto que el personaje de La maga de su novela Rayuela definía parte de la estética de las mujeres asociadas al mundo de la trova; y qué decir de la aparición de las primeras bombas de tomar mate en la ciudad—, junto a la impronta del rock sudamericano, sobre todo en el decir.

“En muchos de estos nuevos trovadores hay un derroche de cierto barroquismo literario que se yuxtapone al uso de frases directas intercaladas en ciertas partes del cuerpo de la canción”.

Se pudiera pensar, o hablar de establecer, en una dicotomía conceptual en lo referente a forma y contenido —arroz con mango es más cubiche—, pero la historia de la música cubana esta plagada de esas combinaciones que a la larga tienen un buen resultado y trascienden a quienes se vinculan a ellas.

Esta virtud, desde mi punto de vista, fue lo que definió el papel de vanguardia que jugaron los trovadores que se reunían en el parque de 15 y 6, o 15 y 8, en El Vedado, donde las figuras de David Torrens, Vanito Brown y Adrián Morales imponían una visión atrevida para ese entonces. Ellos eran portadores de una rebeldía inusual dentro del movimiento de jóvenes trovadores, sobre todo los dos últimos, que estaba en sintonía con algunas propuestas que venía haciendo Carlos Valera, sólo que, desde mi punto de vista personal, eran más auténticas en el tratamiento de ciertos tópicos; sobre todo el del racismo o el de la posición social de ciertas capas de la sociedad.

En el parque de 15 y 6, en el Vedado, David Torrens, Vanito Brow y Adrián Morales “imponían una visión atrevida para ese entonces”. Foto: Marianela Dufflar/Tomada de Cubadebate

La Casa del Joven Creador funcionó y fue en esos años, salvando las distancias y respetando las licencias literarias, la versión cubana del espacio y los personajes que refleja la novela La colmena del escritor español Camilo José Cela.

La galería de personajes que allí concurría cada tarde noche arrojaba luz sobre los complejos procesos culturales que definieron los fines de la década de los ochenta y los comienzos de los noventa. Diletantes, seudo poetas y escritores, amén de agoreros de grandes proyectos irrealizables, se mezclaban con incipientes escritores, actores, dramaturgos y cineastas que habían logrado algún resultado notable dentro del torrente cultural de esos años. Y entre ellos los trovadores que, siempre guitarra en ristre, trazaban un mundo de sueños y propuestas no siempre logradas. Esta visión de la trova era más ecuménica y complaciente, se centraba más en “el ser epígono de Silvio Rodríguez”, por el uso de las imágenes poéticas, que en el hallar su propia voz; tanto que siempre incluían en sus presentaciones uno o dos temas de su vasto repertorio para acaparar la atención del público.

Sin embargo; hubo dos nombres dentro del universo de la trova de esos años que se manifestaban como electrones libres, por su no filiación total a ninguno de los dos espacios antes mencionados: Alejandro Bernabeu y Polito Ibañéz.

Polito es heredero de la trova trinitaria, por lo que su lírica y estética están más cercanas al trabajo de Teofilito o de Miguel Companioni, lo que no ha dejado de reflejarse en casi todas sus canciones. En el caso de Bernabeu hay sesgos de compositores pretéritos como Miguel Corona o Alberto Villalón, cuando se trata de abordar la realidad amorosa y social de su tiempo apelando al elemento oscuro de la vida, “ese pesimismo latente —como lo llamara el musicólogo y vecino suyo en Santiago de las Vegas, Helio Orovio— que nos lleva a reflexionar y que en una ruptura inesperada nos hace esbozar una sonrisa al final del texto”.

“Los novísimos de este momento habían roto el cascarón y dieron al mundo un bocado de esa música que se llama trova cubana desde otros aires musicales y conceptuales”.

La intensidad de la crisis económica que comenzó a definir los años noventa diezmó de alguna manera estos espacios donde se estaba gestando un momento interesante e importante dentro de la historia de la Nueva Trova, pero no todo estaba perdido. El naciente sello discográfico Bis Music de Artex, a propuesta de la abogada y melómana Darsy Fernández, decidió dejar constancia de aquel momento y produjo el CD Lucha almada, en el que se reúnen fundamentalmente parte importante de los trovadores del parque de 15 y 8; y aunque en un principio parecía que no llevaría a ningún lado tal grabación, fue la puerta y la chispa que impulsó uno de los proyectos musicales más influyentes dentro de la música alternativa contemporánea, no sólo en Cuba sino más allá de sus fronteras: Habana Abierta.

Los novísimos de este momento habían roto el cascarón y dieron al mundo un bocado de esa música que se llama trova cubana desde otros aires musicales y conceptuales. Aquí en la Habana, mientras tantos nuevos nombres y propuestas interesantes se comenzaban a gestar.