El asunto de la trova, a lo largo de toda su historia, ha sido siempre una cosa de hombres. Al menos es lo que está recogido en casi todas las publicaciones serias y de cada época. La mujer quedaba reducida a  objeto/sujeto del deseo y el placer, y a fuente de inspiración. Cantar sus virtudes, belleza física y prestancia era sinónimo de expresar amor, respeto y amistad. Algunos trovadores, fundamentalmente Sindo Garay, elevaban a la mujer a la misma altura de la patria; a ella rindieron culto y en sus manos dejaron sus vidas.

Así fue hasta la llegada de María Teresa Vera. Ella no solo llegaría a ser la mujer más importante de toda la trova madre, sino una compositora única. Podría decirse que su tema “Veinte años” se adelantó a su tiempo en el tratamiento de las preferencias sexuales. Además, ella es parte de la historia del son y la rumba, especialmente al cantar “En la alta sociedad”, tema escrito para ella por Ignacio Piñeiro que daba cuenta del mundo abakuá con frases y giros musicales de uso litúrgico.

“La trova siempre necesitó voces femeninas que ofrecieran una connotación diferente a cada canción”.

Aquella transgresión casi provocó un sismo entre los ecobios de don Ignacio. Sin embargo, el paso del tiempo le dio la aprobación de aquellos mayores al entender que se trataba de una norma impuesta por “las clases blancas dominantes”, que marcaron una prohibición de las ceremonias de santería y las reuniones de las potencias abakuá.

La trova, el trovador y la trovadora fueron el puente para que alguna vez los ecobios volvieran a sentir orgullo ante la afrenta planteada. Después vendrían otras trovadoras importantes como los tríos de las hermanas Martí y las hermanas Lago, y surgirían dúos de mujeres capaces de dar a las canciones trovadorescas un aire distinto con sus empastes de voces.

En sus comienzos el filin aportó cantantes importantes como Elena Burke y Omara Portuondo. Parte de ese movimiento fue la compositora Tania Castellanos, pero fue Marta Valdés quien asumió el papel de la trovadora dentro de ese movimiento e influenció a muchos de sus contemporáneos con sus canciones y su actitud ante la trova y la vida.

En esa misma dirección aparece la figura de Teresita Fernández, muy cercana a la rebeldía social de María Teresa Vera y poseedora de un modo de hacer y de decir poco comunes hasta ese momento. Teresita asumió el desgarro social y emocional que implicaba ser trovadora en un mundo donde tales poses eran hartamente censuradas, aun así, se ganó un espacio. Para los años 60, en vísperas de la aparición de lo que sería un movimiento futuro dentro de la trova, constituyó una influencia considerable en ese mundo underground que existía en la ciudad y que involucraba a poetas, escritores, actores y personas de una intelectualidad naciente.

“Teresita asumió el desgarro social y emocional que implicaba ser trovadora en un mundo donde tales poses eran hartamente censuradas”. Imagen: Tomada de Granma

La trova siempre necesitó voces femeninas que ofrecieran una connotación diferente a cada canción. Eso siempre lo supieron los compositores y las personas afines. Tal vez por ello muchos de los grandes temas de la trova fueron populares en las versiones que hicieran de ellos algunas de las mejores voces femeninas cubanas de todos los tiempos.

Antes de convertirse oficialmente en Nueva Trova, esta forma de hacer y decir la canción ya sumaba nombres de mujer, bien fuera por sus influencias, porque escribieran sus primeras canciones, o porque se dedicaran a cantarlas. Existe consenso en que fue Elena Burke quien primero asumió este papel. De manera casi inmediata se sumó la voz de una cantante que, aunque hoy ha sido olvidada y pocos han escuchado su voz u oído hablar de ella, es fundamental en esta historia: Maggie Prior. Ella sería la primera voz oficial de lo que a partir de 1972 conoceremos como Nueva Trova.

“Antes de convertirse oficialmente en Nueva Trova, esta forma de hacer y decir la canción ya sumaba nombres de mujer”.

En ese entonces ya se comenzaba a conocer la obra de una joven llamada Belinda Romeu, proveniente de una de las familias de más alta tradición en la música cubana del siglo XX. No ha existido un acontecimiento importante dentro de nuestra música que no haya implicado la aparición de un miembro de su familia. Sucedió con el danzón y don Antonio María; ocurrió con el jazz y con Armando, y a su lado Armandito Zequeira. Y así hasta el presente.

Lamentablemente, con el paso de los años Belinda abandonó los espacios públicos, y parte importante de obra encajó en aquello que el francés Andrés Bretón llamó “el insilio creativo de estos tiempos”. Sin embargo, esta historia no se puede escribir sin que se asuma su protagonismo creativo al aportar canciones de un lirismo exquisito, con dominio de imágenes sólidas y para nada incomprensibles.

“Belinda Romeu, proveniente de una de las familias de más alta tradición en la música cubana del siglo XX”. Imagen: Tomada de Internet

Una vez organizado el movimiento, se suman a él dos voces femeninas que se han ganado un espacio en nuestra cultura trovadoresca y musical en general: Sara González y Miriam Ramos. Sara será el “tambor mayor” de las mujeres de la Nueva Trova. Una voz excelente y una capacidad para componer canciones que estremezcan los cimientos de la nación, aunque también será una abanderada del son.

Miriam Ramos es, dentro del movimiento, quien enlaza la tradición de la canción cubana más exquisita con el filin, y a su vez definirá estilos a la hora de enfrentar temas de alta complejidad, como ocurrirá con “El son oscuro”, de Noel Nicola, una canción harto difícil no solo en su estructura poética, sino en giros modales que van del son a la trova con transiciones y rupturas de excelencia.

Como hablamos de mujeres, es obligatorio hablar de Argelia Fragoso, una de las dos niñas cubanas que tuvo el placer y la suerte de debutar profesionalmente acompañada de la orquesta Aragón; la otra sería Laritza Bacallao. Su voz interpretó temas de Mike Purcell y marcó la segunda mitad de los años 70.

Para comienzos de los 80 se incorporan al movimiento las voces de Xiomara Laugart, Anabel López, María de Jesús y Marta Campos; esta última también como compositora, y haciendo dúo junto al trovador José Antonio Quesada. Xiomara, lo mismo que Elena y Omara, trajo un decir impresionante y se convirtió en punto de referencia cuando se hablaba de interpretar canciones difíciles.

Junto a ellas irrumpen en el mundo de la trova otras mujeres como Heidi Igualada, cuyos textos derrochan una poética sublime a pesar de que no son de amplia difusión, y Liuba María Hevia, quien en sus comienzos se decantó por la música campesina y coincidió en tiempo y espacio con la cantante y compositora Albita Rodríguez, quien coqueteó con el movimiento, pero su madurez musical y cultural le abrió los horizontes de la poesía coloquial cubana de los años 80 y sus implicaciones con la Nueva Trova.

Mención aparte en esta historia merecen las actrices María Eugenia García y Corina Mestre. Ellas fueron parte importante de un experimento hermoso que marcó un momento determinado en la Nueva Trova: su vinculación con el teatro, en el que se apelaba a la dramatización de las canciones y se lograba una simbiosis entre cierta poesía comprometida y una canción afín.

Es posible que haya omitido algunos nombres de mujeres trovadoras y algunos acontecimientos vinculados a ellas. Estas notas no han sido más que un recuento de hechos que han definido e incidido en nuestra música en los últimos 50 años.