Una de las características fundamentales de la Nueva Trova en sus comienzos fue la seriedad de muchas de sus canciones. Se podría decir que acusaban una solemnidad poco usual en la historia de la canción y de la misma trova tradicional.

No era secreto para nadie, en ese entonces, que la realidad que rodeaba al movimiento estaba determinada en gran medida por la impronta de la canción folklórica suramericana que en muchos de sus presupuestos es diametralmente opuesta a nuestra alegría y desenfado. También estaba el peso de los poetas que de alguna manera habían servido como herramientas iniciales.

“Una de las características fundamentales de la Nueva Trova en sus comienzos fue la seriedad de muchas de sus canciones”.

Parte de ese carácter solemne se debía a la influencia que las agrupaciones folklóricas del sur del continente, en lo fundamental las chilenas, tuvieron en grupos como Moncada, Manguaré y Mayohuacán (curiosamente dos de ellas tienen nombres propios de la historia aborigen cubana y una de ellas se asocia con un hecho histórico trascendental de la historia cubana). Es lo que en cierto momento conocimos como el quinquenio de charango y quena dentro de la música cubana de este periodo y de la Nueva Trova en particular.

“Parte de ese carácter solemne se debía a la influencia que las agrupaciones folklóricas del sur del continente, en lo fundamental las chilenas, tuvieron en grupos como Moncada, Manguaré y Mayohuacán”.

Nuestros aborígenes, casi exterminados por el colonizador, no llegaron a ser víctimas del vasallaje impuestos por los conquistadores. El hombre negro, que ocupó su lugar en nuestra historia, siempre tuvo en mente la idea de la libertad, o al menos el aquello de intentar romper las cadenas. Aunque no siempre lo logró.

La Nueva Trova y sus integrantes, en su gran mayoría, proponían una canción que rompía con elementos que habían definido la cancionística precedente, tanto en lo formal como en lo conceptual. Su principal fuente de sustento era la trova tradicional (también llamada “madre”) en la que la guitarra que se rasgara con acordes difíciles, tonalidades complejas y un dominio de una poética de alto vuelo intelectual era determinante.

Como diría un sabio de mi barrio: “…para ellos Vicentico Valdés y Rolando Laserie eran obsoletos…”.

La guaracha solo era asumida si se ajustaba a la sátira política al estilo de Carlos Puebla, y lo mismo se podría decir de géneros como la guajira o la rumba. Claro con sus honrosas excepciones: Fredy Laborit, conocido como “El Chispa” en el caso de la guajira y algunos temas de Pablo Milanés con la rumba. Lo que no excluye otros acercamientos; pero la audacia intelectual era la norma en el mundo de la composición.

A los efectos del “movimiento” acercarse al bolero desde la óptica tradicional podía ser una herejía imperdonable. Y a pesar de todo ocurrió y el causante de tal atrevimiento fue Amaury Pérez Vidal.

“Amaury Pérez Vidal se acercó al bolero desde la óptica tradicional”.

Amaury había presentado cartas dentro de la estética del movimiento con un tema como “Vuela, pena”, solo que en su formulación conceptual había muchos guiños a ese bolero conceptual que primó en las primeras décadas del siglo XX. Ese que se perdía en la delicada línea que lo acerca a la canción; puede que muy cercano a los temas de compositores de la talla de Orlando de la Rosa, por citar un nombre relevante. Y como complemento aporta una letra de amplio espectro social lo que pudo no haber despertado suspicacia entre algunos puristas del movimiento (que los hubo).

Pero Amaury fue más allá y compuso tres obras que son dignas de figurar en una antología de canciones y boleros clásicos, a pesar de que se enmarquen en la estética de la Nueva Trova. Son ellos: “Ese hombre”, “Acuérdate de abril” y “Quédate este bolero”.

El primero de esos temas, “Ese hombre”, coincide espacial y temporalmente con obras que fueron fundamentales en eso que se conoce como “salsa brava” y que antecede a la de corte social que por aquel entonces comenzaba a componer Rubén Blades. “Ese hombre” está en la misma dinámica musical de temas como “Pablo pueblo” o “Juan Pachanga”.

“Amaury fue más allá y compuso tres obras que son dignas de figurar en una antología de canciones y boleros clásicos, a pesar de que se enmarquen en la estética de la Nueva Trova”.

Es, desde la Nueva Trova, el primer —y posiblemente el único— acercamiento a la dinámica del hombre de barrio, de pueblo, con toda su carga de autenticidades, frustraciones y sueños; escrito en el lenguaje que él domina y del que siente orgullo. Solo que, desde nuestra realidad, muy distinta a la que relatan Blades y otros compositores de ese movimiento, incluido un clásico como Catalino “Tite” Curet Alonso.

Cada una de las imágenes de ese texto, desde su comienzo “…ese hombre que entra a un bar/ sin sombra que le ladre…”; hasta su final “…ese hombre va herido/ y la muerte lo sabe…”; son un gusto envidiable. No recuerdo otro tema que haya conmovido al hombre común cubano, ese que se acicala cada sábado o domingo para ir a un baile después de una semana de trabajo y obligaciones sociales y familiares.

“Acuérdate de abril”, es un tema que transita de la visión política e histórica de una fecha específica de nuestra historia a una universalidad que sirve de refugio a una historia de amor indeterminada que comienza y termina en abril. En un abril cualquiera.

El caso de “Quédate este bolero” es significativo. Es un bolero en toda la extensión de la palabra. Es, de acuerdo al acertado juicio del musicólogo Helio Orovio el “primer bolero de victrola” de la Nueva Trova y marcará a sus contemporáneos, como es el caso de Osvaldo Rodríguez.

Pero Amaury en cierto momento se distanció del movimiento —al menos desde la militancia aceptada— al asumir ciertas estéticas del pop y del rock; diríamos que fue un adelantado, puesto que dichas estéticas posteriormente fueron asumidas por otros trovadores, a partir de la influencia que tuvo en ellos el rock argentino, en lo fundamental.

“La guaracha se convirtió, con el paso de los años, en la forma de expresión predilecta de Pedro Luis Ferrer”.

La guaracha se convirtió, con el paso de los años, en la forma de expresión predilecta de Pedro Luis Ferrer. Después de haber compuesto temas de una profundidad lírica impresionante, de haber musicalizado un poema tan brutalmente hermoso y patriótico como “Romance de la niña mala”, de su tío Raúl Ferrer, Pedro Luis se refugió en la guaracha para tocar temas sociales y políticos con una maestría envidiable. Nadie como él para tomar el pulso de nuestras vidas y devolvernos, a su manera muy particular, la sonrisa desde la música con un toque reflexivo; atreverse a retomar a una figura como Faustino Oramas, el Guayabero.

El son y la guajira no están divorciados del sueño de una nueva canción.

Combinando la guaracha con lo mejor de su lírica, Pedro Luis Ferrer dio a la Nueva Trova ese deje de cubanía que nos alejó de esa solemnidad que en cierto momento acusó la Nueva Trova. Fue tal su influencia que si se revisa el catálogo de los grupos antes mencionados se verá cómo, poco a poco, se alejan de “los temas de quena y charango” para asumir lo cubano como en los casos de Mayohuacán y Manguaré; o de acercarse a la ruta del pop-rock en el caso de Moncada.

Así seguirá la ruta de la Nueva Trova. Entre un Frank Delgado que asume la guaracha y otros que entienden que el son y la guajira no están divorciados del sueño de una nueva canción.

A fin de cuentas, la trova tradicional, de la que se declaran herederos, también marcó pautas con esos géneros.