Las revoluciones, como toda epopeya histórico-social, generan sus propios espacios, conceptos y actitudes culturales. La Revolución Cubana no podía ser menos. En el proceso de crear sus dinámicas culturales, toda revolución debe enfrentar contradicciones que parten de la puja entre los diversos actores involucrados; actores que representan una clase social e intelectual que bien puede funcionar como vanguardia o convertirse en la expresión de una suerte de “conservadurismo cultural” que ralentiza los procesos y las acciones de quienes impulsan el cambio. Como siempre ocurre, a ambos lados de la barrera están los extremistas, cuya agenda cultural aboga por la destrucción total del orden establecido, “da total voz a su vanguardia” o pretende “proteger el statu quo”.

“En el proceso de crear sus dinámicas culturales, toda revolución debe enfrentar contradicciones”.

En el caso de la cultura cubana que precede al nacimiento de la Nueva Trova, este proceso de tránsito entre las dinámicas culturales y sociales no fue tan traumático como en otras revoluciones que le antecedieron, lo que no excluyó la “lucha de contrarios con sus respectivos atrincheramientos”, sobre todo después de la segunda mitad de los años 60 y bajo la influencia de determinados procesos culturales internacionales de los que Cuba no estaba exenta —aunque muchos no quieran reconocerlo. Estas influencias fueron asumidas de maneras particulares, o, como diría el eminente político e intelectual cubano Salvador García Agüero, “a la cubana de verdad”. De ellos quisiéramos destacar dos: el boom de la literatura latinoamericana, en el que de alguna manera jugó un papel fundamental la Casa de las Américas desde el mismo instante en que creó y promovió su premio literario, y en un segundo lugar —tal vez el factor de mayor arraigo popular—, el rescate de las tradiciones músico-folclóricas de Suramérica (la bossa nova y el tropicalismo en Brasil; las nuevas propuestas del movimiento del filin en Cuba; el redimensionamiento del bolero en México, bajo el influjo de la trova yucateca en particular; las propuestas de los inmigrantes afrocaribeños en la ciudad de New York; la música negra norteamericana y el rock, fundamentalmente en inglés. No sería para nada disparatado afirmar que, excluyendo los dos últimos, aquellas fueron “las formas en que se manifestó la contracultura latinoamericana”.

Hubo otros acontecimientos, pero estos son los que a mi juicio tienen un peso fundamental en lo referente a la Nueva Trova y su estética principal. Propongo que nos acerquemos, someramente, al primero de estos acontecimientos culturales y su influencia en lo que conoceremos en la década siguiente como la Nueva Trova.

Qué impacto pudo haber tenido el boom de la literatura latinoamericana en el movimiento de la Nueva Trova. La respuesta hay que buscarla en el mismo momento en que sale a la luz el Premio Literario Casa de las Américas y la consiguiente publicación por parte de esta institución de lo mejor de la literatura continental escrita con anterioridad, así como la obra de muchos de los premiados en la década del 60 y la primera mitad del 70. Hay que considerar igualmente la impronta que sobre la literatura cubana tuvieron publicaciones de esos años, como fueron el suplemento Lunes de Revolución, Mella y Alma Mater, por solo citar las más importantes.

“Se estaba ante un despertar literario y cultural en el continente”.

Comencemos por Casa de las Américas, su premio y sus publicaciones. Desde sus comienzos esta institución abrió sus puertas a las nuevas voces de la literatura latinoamericana, pero también asumió por vez primera en Cuba la publicación de las obras de importantes escritores desconocidos para el público cubano. Entre estas creaciones de alta significación estaban las obras del poeta chileno Vicente Huidobro y del peruano César Vallejo.

Además, abrió las páginas de su revista a nuevas perspectivas en la ensayística continental, lo que incidió en el desarrollo de una narrativa diferente en el análisis y la mirada conceptual de nuestra literatura.

Sin embargo, la gran mística que rodeó a Casa de las Américas fue su capacidad para reunir, convocar y asimilar —con todas sus complejidades— los distintos estilos y personalidades de escritores de todo el continente; unos atraídos por la curiosidad que les pudo haber provocado la Revolución Cubana; otros —la gran mayoría—, como parte del entramado de voces que comenzó a romper esquemas conceptuales en lo literario y su consiguiente implicación político-social; y un tercer grupo conformado por posibles arribistas que la vida iría decantando. Aun así se estaba ante un despertar literario y cultural en el continente, que se reflejaría en la relación natural que siempre ha existido en la región entre músicos y poetas.

En el caso cubano, Casa de las Américas sería la puerta de entrada de los nuevos escritores al mundo continental, no solo por la participación en el Premio, sino por la posibilidad de publicar en su revista y amplificar la obra en todo el continente. Esa premisa fue parte fundamental de la visión que tenían muchos de los que comenzaron a conformar la generación de escritores y poetas que surgieron o se desarrollaron en la década del 60.

En lo interno, para nadie es secreto el papel del suplemento cultural Lunes de Revolución y la influencia de su nueva visión periodística y literaria. Este influjo comenzó a hacerse palpable en las personas que se incorporaron en calidad de periodistas y colaboradores a publicaciones como Mella y Alma Mater, muchos de ellos provenientes de los círculos universitarios y otros formados en las dinámicas de este tiempo en Revolución.

“La primera conjunción espacial entre poetas y trovadores con intereses generacionales, estéticos y filosóficos afines”. Imagen: Tomada de Pixabay

En fecha tan temprana como el año 1966, en un homenaje a Teresita Fernández en el teatro del Museo Nacional, ocurrirá lo que en cierto momento definiera el poeta Guillermo Rodríguez Rivera como “la siembra”: la primera conjunción espacial entre poetas y trovadores con intereses generacionales, estéticos y filosóficos afines. Lo que sería una premisa fundamental en el momento en que se decide fundar la Nueva Trova, a la que pertenecieron los poetas por derecho propio.

Nuevas voces dentro de la poesía cubana comenzaban a surgir, muchas de ellas tomando como base la libertad que otorga la poesía conversacional. Esta libertad primero fue refrendada con el surgimiento de la revista Caimán Barbudo y con la publicación del manifiesto “Nos pronunciamos”. Además, se abrió el infinito abanico de posibilidades a nombres de poetas que residían en otras provincias y que, aunque no fueron firmantes del manifiesto antes mencionado, su estética y su pensamiento literario concordaban con quienes en La Habana se hacían más visibles.

No es aventurado afirmar que la asunción de esta nueva forma de expresión poética que recorría Cuba, con sus matices y nombres más o menos relevantes, sería una de las materias primas fundamentales del trabajo a posteriori de la Nueva Trova en cuanto a intención poética.

Los poetas de estos tiempos —al igual que aquellos padres fundadores de la trova tradicional cubana— serían parte de esa leyenda que definirá a la trova cubana de estos tiempos y que, con el paso de los años, será punto de referencia continental e identificará, junto a la música salsa, la estética sonora que ha de acompañar al llamado “boom de la literatura latinoamericana”.

“La poesía será elemento importante de esta historia”.

El realismo mágico, parte fundamental de la estética de ese movimiento literario, estará presente en las historias que cuentan los trovadores cubanos y en la visión de quienes escribieron sones, bombas, plenas, rumbas y guaguancó como parte del movimiento salsa.

Coincidentemente, la Nueva Trova cubana, el boom de la literatura latinoamericana y la música salsa coincidirán en tiempo y espacio como las formas más auténticas de expresión de un continente. La poesía será elemento importante de esta historia.