Algunos antecedentes necesarios para un análisis coherente

Cómo explicar a los niños y adolescentes cubanos de los años setenta que se estaba haciendo —estaba naciendo— una nueva forma de hacer la canción y la poesía. Cómo hacerles parte de una historia musical y estética que estaba impactando en la vida cotidiana y que pretendía ser el reflejo y la voz de una sociedad, de un país que estaba cambiando, rompiendo moldes y esquemas.

Este país llamado Cuba, esta sociedad que es la cubana, transformándose y en ebullición, necesitaba hacer su epopeya musical, la que la definiera. Una epopeya que no debía entrar en contradicciones, al menos no insalvables, con quienes le precedieron, y debía ser continuidad y ruptura en un contexto social novedoso; incierto como lo definiera el intelectual cubano Juan Marinello; y debía ir más allá de la música, debía ser, tenía que ser, un acto de fe integrador y que se expresara por medio de la cultura.

Fuera de La Habana, sobre todo en el oriente del país, se desarrollaba
un movimiento musical sin precedentes. Foto: Internet

La primera evidencia de la pujanza de esa generación de hombres y mujeres involucrados y comprometidos con la nueva estética creativa, con la sociedad que se proponía, llegó en el año 1967, semanas antes o después —no importa la fecha exacta a la luz de estas notas— coincidiendo con la aparición en las páginas de la naciente revista El Caimán Barbudo del manifiesto “Nos pronunciamos” y que fuera firmado por algunas de las voces más representativas de la nueva generación de escritores, actores y gente de cultura. El documento en cuestión definía, en líneas generales, el modo de pensar, las directrices de actuación y los objetivos que debían marcar la brújula creativa, ética, social y ¡moral! de aquella generación; así como su compromiso con la cultura cubana, entendida esta como sistema abierto y presto a integrarse a la nueva realidad.

Mientras esto ocurría a nivel de cierta estructura cultural —la literaria y en particular la poesía— a nivel de la música ya se avanzaba en la creación y validación de un lenguaje que expresara esta nueva realidad; un lenguaje en el que coincidía lo tradicional existente —Sindo Garay y Rosendo Ruiz estaban vivos aún, entre otros ilustres trovadores— con quienes habían seguido su impronta, en especial los integrantes del movimiento del filin y, como complemento, quienes se aventuraban a asumir las nuevas corrientes musicales en boga en el mundo; el mundo convulso de los años sesenta; mundo que sonoramente estaba influenciado por el rock y el pop anglosajón, el tropicalismo y la bossa nova brasileña, la música folklórica suramericana y las propuestas de músicos negros norteamericanos.

Siempre que se analiza el fenómeno de la música cubana en los años sesenta y setenta se habla —incluido quien estas letras escribe— del papel desempeñado por la Casa de las Américas como primera plataforma de difusión de lo que conoceremos posteriormente como la Nueva Trova, fundamentalmente en las figuras de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola. Sin embargo, se obvia, intencionalmente o por falta de elementos suficientes o por simple esnobismo intelectual, el proceso creativo que se estaba gestando fuera de la ciudad de La Habana, incluso los que desde esa misma ciudad se involucraban en propuestas interesantes y atemperadas con lo que estaba sucediendo o sucedió en Casa de las Américas, pero que fueron visibilizados en esos momentos y, en algunos casos, con el paso de los años no fueron lo suficientemente valorados o reconocida su impronta en los acontecimientos posteriores. Hay, igualmente, algunos casos de creadores que se dedicaron a futuro a otras actividades o profesiones no siempre dentro del campo de la cultura, y de la música en particular.

Siempre que se analiza el fenómeno de la música cubana en los años sesenta y setenta se habla (…) del papel desempeñado por la Casa de las Américas como primera plataforma de difusión de lo que conoceremos posteriormente como la Nueva Trova, fundamentalmente en las figuras de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Noel Nicola. Sin embargo, se obvia (…) el proceso creativo que se estaba gestando fuera de la ciudad de La Habana

Apegados a la verdad histórica es justo mencionar los nombres del guitarrista Martín Rojas, del bajista Eduardo Ramos, del también guitarrista Rey Montesinos y del compositor devenido hombre de la radio Carlos Mas, todos ellos en la ciudad de La Habana. Usted podrá sorprenderse con la presencia de algunos de estos nombres entre los que de alguna manera estaban en el camino de encontrar un nuevo lenguaje a la canción cubana desde una perspectiva contemporánea. Alguno le resultará más familiar que otro, como son los casos de Eduardo Ramos y Rey Montesinos, muy involucrados en el mundo de la orquestación, y de la dirección orquestal el segundo; el papel de Carlos Mas dentro de la radio cubana, en lo fundamental Radio Progreso, donde realizaría una extraordinaria carrera como director y creador de programas. El caso de Martín Rojas es bastante curioso en particular, Martín dedicó su carrera posterior a ser uno de los más afamados guitarristas acompañantes de los años setenta y ochenta.

Fuera de La Habana, sobre todo en el oriente del país, se desarrollaba un movimiento musical sin precedentes. Su epicentro estaba en la ciudad de Santiago de Cuba, lugar donde aún vivían algunos de los más importantes trovadores cubanos de los que poco se hablaba en los medios de comunicación o no eran conocidos por el gran público, pero que con su trabajo habían definido y seguían definiendo patrones dentro de esa forma de decir de nuestra cultura; y allí, cual alumno avezado, se encontraba el joven Augusto Blanca, y un poco más lejos otro llamado Fredy Laborit, conocido como el Chispa. Por su parte, en el centro del país, particularmente en la ciudad de Cienfuegos, muy influido por la trova espirituana, daba sus primeros pasos Lázaro García.

Si se hace a conciencia un análisis de los hechos narrados, se entenderá que las ciudades antes mencionadas han tenido un peso determinante en la historia de la trova cubana. No debía entonces sorprendernos que en ellas se estuviera gestando, con mayor o menor impacto, una nueva forma de entender y hacer la canción, y con ella una nueva poesía, o al menos se abrazaban los presupuestos de la poesía conversacional desde una curiosa acepción cubana.

Nadie ha de negar nunca el peso y el papel de Pablo, Silvio y Noel en la definición de lo que conoceríamos posteriormente como Nueva Trova; pero justipreciar a quienes estaban en esa misma órbita es un acto de genuina voluntad cultural.