Íbamos a viajar por los lugares sagrados de la patria, parecía que no iba a suceder, pero mágicamente, y de momento, escritores, trovadores, servidores públicos, un pequeño grupo simbólico en representación de todos, asumieron ese reto y privilegio, con Alpidio Alonso —ministro de Cultura y poeta— como nuestro guía. Largo viaje de paisaje cubano, palma, cielo y montaña. Y ya casi al final árboles y árboles, árboles y noche. Así llegamos a Caimanera, un lugar que no conocía y que proclama su carácter antimperialista por medio de una valla a su entrada. Está ubicada justo al final de la Sierra Maestra y de la bahía de Guantánamo. En un puerto de mar de aguas quietas, embellecidas con barcas de pescadores y las salinas que aparecen en el tercer cuento de la película Lucía, de Humberto Solás (1968). El día es muy nublado, y la tarde anuncia agua. Descansamos un poco para salir a Playita de Cajobabo, el sitio glorioso por el que llegó Martí y Gómez con otros pocos patriotas para hacer la independencia.

Estamos deseosos y esperanzados por la víspera. Será en la tarde. El día sigue muy nublado, pero a veces el sol hace saber que vive aquí. Vemos mujeres en la costa pelando mazorcas de maíz y moliéndolo para hacer tamales en una lata que tienen muy cerca del mar. Recogemos a compañeros de Cultura e intelectuales de Guantánamo para que nos acompañen a Playita. Nunca he visitado el lugar. Hay muchos farallones casi rojos o color arena, curiosamente no de la parte del mar sino en la senda contraria, que bien pudieran ser montañas. Noralis Palomo, presidenta de la Sociedad Cultural José Martí en Guantánamo me va indicando cada lugar. Ya la conocía de otros eventos martianos, y que una vez me dio las gracias por lo mucho que aprendió al leer mi libro De la escritura rota y restos de la memoria: apuntes en hojas sueltas de José Martí, Editorial Oriente (2016), para presentarlo en un Sábado del Libro en su tierra.

“Largo viaje de paisaje cubano, palma, cielo y montaña”.

El ómnibus dobla y aparece el rancho original de Salustiano Leyva y la pequeña y hermosa casa de mampostería que le edificó Fidel, hoy convertida en museo. Se ve el mar, las piedras y el día aquí ya no es nublado; la arena tiene el color de la tierra, la tierra también es arenosa: caminamos. Llegar por mar al monumento que recuerda el desembarco en Playita quizá hubiese sido menos accidentado, pero por tierra hay piedras escarpadas e irregulares que hay que atravesar. Me ayuda David Frank, joven profesor del ISA, y director de la comparsa Los Dandys, amigo de mi hija. Llegamos al sitio, unos se mojan los pies, otros como yo, recogen piedras simbólicas de variados tamaños y colores para llevar de recuerdo y regalar a amigos. La ola, suave pero firme, tiene la misma belleza cada vez. Noralis Palomo habla del suceso que hizo grande el sitio. Alpidio me llama para acomodar las cintas de la ofrenda floral. Vamos al museo Casa de Salustiano Leyva y recibimos saberes con hospitalidad y música: un changüí que alegra el alma, unos rostros cobrizos, unas frutas muy dulces.

La ofrenda floral que en nombre de los intelectuales cubanos depositan los visitantes en el monumento de Playita de Cajobabo.

Al otro día, el Cementerio de Santa Ifigenia. Ya había estado, pero curiosamente, no en el sepulcro monumento a José Martí: es imponente, hermoso, cubano en cada detalle que la especialista explica con profundidad, y que es el fruto de un dinero entregado por el pueblo. Visitamos las sepulturas de muchos héroes y grandes figuras de nuestra historia: siempre Fidel. Silvio Alejando y Fidel Díaz Castro van con la guitarra y le cantan a Matamoros. Luego, en el cenizario Los sauces, ellos le cantan al trovador Eduardo Sosa. Reconozco el sitio de descanso de Dagoberto Planos, el admirado cantante del Grupo Karachi; el de Teresa Melo, y deposito mi flor en el del gran actor Enrique Molina.

Llegamos al Cuartel Moncada, que ya es un museo interactivo como el Centro Fidel Castro. Viajamos sin descanso a Mangos de Baraguá, a unas dos o tres horas de Santiago de Cuba. Hay un hermoso monumento hecho de piedras, en forma de obelisco. Nos recibe y da la explicación un ser de pueblo que posee la fineza del criollo de la que hablaba Lezama; es un patriota; a ratos, un actor, un apasionado del tema. Habla de los fundamentos de la actitud de Maceo y de su hamaca, amarrada entre árboles de mango corazón, que 160 años después todavía dan frutos muy dulces. Los hay encima del redondel de piedra que rodea a los árboles históricos y los visitantes impacientes los degustan. La hamaca de Martínez Campos está atada entre troncos de árboles de mango jobo, hoy ya secos, aunque siempre fueron amargos. El hombre recorre la historia en un párrafo y emociona el momento en que cuenta sobre la visita de Fidel, el juramento de Baraguá. Su honda pasión patriótica me recuerda la de mi padre.

“El paisaje es muy verde, y muy hermoso. Palmas canas, ríos caudalosos, palmas reales”.

Al otro día viajamos a Dos Ríos. El paisaje es muy verde, y muy hermoso. Palmas canas, ríos caudalosos, palmas reales. El monumento se proyecta hacia el cielo. Aquí hay mucho sol, mucho calor. Visitamos la nueva sala museo adjunta, caracterológica del hecho y del lugar donde están algunos de los magníficos cuadros pintados por los niños sobre Martí para el concurso nacional De donde crece la palma, que auspicia el municipio de Jiguaní. El museólogo siente que en nosotros también está la patria y parte de la historia. Mi compañero me regala una rama de caguairán que guardo en un libro. Unos días después la estoy mirando. Curiosamente la rama sigue verde y brillante.

1