Recuerdo aquellos días en que iniciábamos el proyecto Historia y liberación. Dos siglos de pensamiento en Cuba, en el Memorial José Martí. Convidé en aquella oportunidad a la profesora Rita Buch y aceptó como quien esperaba el golpe de un sueño que la impulsara a vivir cada día y a hacer por un país que amaba y no se resignaba a perder.

Con su conferencia José Agustín Caballero, padre de la filosofía en Cuba, que nos conmovió a todos, inauguró ese espacio de debate y recibió afectos, clamores y emociones de quienes teníamos la certeza de haber asistido a un encuentro memorable con nuestra filosofía, con los orígenes de la espiritualidad cubana.  Pero, apenas pasaron dos meses y su partida física fue un hecho, inimaginable ante tantos proyectos que concebimos, aun cuando su salud advertía signos cada vez más notables de fragilidad.

A pesar de sus dolencias, quiso presenciar la conferencia que impartí sobre el Padre Félix Varela. Sentada en primera fila observó atenta cada detalle de la disertación y al terminar el debate intervino con una sentida reflexión sobre la emigración de los jóvenes cubanos en la actualidad, las familias quebradas, el dolor de las ausencias, el destino del país.

Esa fue su última intervención pública bajo el influjo de las ideas que me permití desarrollar sobre el autor de Cartas a Elpidio, escritas en 1835 a la juventud cubana de la época.

Pocos días después de este encuentro me habló de la existencia de este libro (100 años de filosofía cubana electiva 1795-1895), y de la trascendencia que tenía para su vida como docente en un ejercicio continuado de cuatro décadas. Sus estudiantes, sus jóvenes colegas, sus compañeros profesores y profesoras que compartieron con ella el conocimiento, la amistad, las angustias por las incomprensiones, las permanentes deliberaciones sobre nuestra sociedad, son los responsables fundamentales de este esfuerzo intelectual que intentó dejarles Rita Buch como una ofrenda. Le había nacido una fuerza que le faltaba. Era, además, un gesto espiritual de inefable gratitud a quien había sido el compañero de su vida.

“Descubrir el alcance de las ideas filosóficas de los fundadores de la nación cubana significa desmontar lo que en el imaginario cultural ha prevalecido, lamentablemente hasta hoy, sobre la conciencia crítica y el pensamiento de liberación que en las guerras de independencia tuvo su plena realización”.

Me pidió estas palabras y puedo confesar que me siento honrada porque en breve tiempo de trabajo juntas, después de haber tenido encuentros en diversos escenarios intelectuales de nuestro país, muy esporádicos, por cierto, y de haber recibido sus clases de filosofía griega en los años iniciales de la carrera, pudimos obrar por el bien común. Ese fue el punto de partida de una batalla que emprenderíamos con muchas voluntades dispuestas a la realización, también, del sueño de lo imposible.

La editorial de Ciencias Sociales lo acogió y el compromiso de Irina Pacheco, jefa de la redacción, habría de cristalizar el empeño en un gesto de justicia y generosidad.

Las páginas del libro 100 años de filosofía cubana electiva 1795-1895, hace mucho tiempo pensadas por la profesora Rita Buch y, sin embargo, inacabadas por su enfermedad progresiva, están atravesadas por una idea medular: descubrir los vínculos, los hilos invisibles que hicieron de la filosofía electiva cubana una propuesta perdurable para la reconstrucción de las bases teóricas de nuestro pensamiento y nuestra práctica política.

Descubrir el alcance de las ideas filosóficas de los fundadores de la nación cubana significa desmontar lo que en el imaginario cultural ha prevalecido, lamentablemente hasta hoy, sobre la conciencia crítica y el pensamiento de liberación que en las guerras de independencia tuvo su plena realización. Fueron revoluciones cimentadas a lo largo de un siglo de labor patriótica como le llamara el Apóstol. Cómo no advertir lo que supo develar a tiempo para que se comprendiera el sentido de la revolución, el por qué hubo una tregua y el porqué de aquel desembarco en el cual iba él en otro intento de independencia cubana.

Está claro que todo comenzó mucho más atrás: en las aulas del Seminario de San Carlos, en las cátedras de Filosofía y de Constitución, esa que el Obispo Espada entregara a Varela y que el joven profesor nombrara como Cátedra de la Libertad. En el Seminario se habló de patria, de libertades, de derechos del hombre y del hombre americano. Se habló de verdad, de justicia, de moral, de lógica, de elección, de métodos para conocer, de historia, de ciencias y de religión. La metafísica había sufrido su primer golpe con el Padre Agustín Caballero. La estructura tradicional de la filosofía quedaba quebrada y se aseguraba el lugar prominente a la Lógica para comprender el mundo, a la naturaleza física y también a la naturaleza social y humana del ser cubano que se conformaba.

“Está claro que todo comenzó mucho más atrás: en las aulas del Seminario de San Carlos, en las cátedras de Filosofía y de Constitución, esa que el Obispo Espada entregara a Varela y que el joven profesor nombrara como Cátedra de la Libertad”.

Su filosofía electiva trascendió en aquel Seminario, de cuyas aulas hubo de salir la intelectualidad más fecunda de la época. El influjo de su reforma de los estudios universitarios, propuesta en la Sociedad Patriótica de La Habana en los finales del siglo XVIII, su defensa del esclavo, su temprano informe a las cortes españolas sobre la autonomía en la Isla y sus sistemáticas reflexiones sobre la enseñanza escolástica, abrió un campo  a las ciencias modernas, a la experimentación, al pensamiento filosófico  de Bacon, Descartes, Locke, Condillac, Rousseau en Cuba,  y caló hondo en la sensibilidad y la conciencia de sus discípulos.

Ellos libraron los combates más fuertes contra la estructura escolástica porque su maestro les dejaría la herencia que la subvirtiera. No fueron sencillos continuadores, sino activos creadores en el desarrollo de las ideas que situaron a la filosofía del primer cuarto del siglo XIX en el sitial más alto de la crítica teórica y la conciencia cubanas.

No han sido escasos los intentos de mostrar a estos pensadores fundamentales del siglo XIX, desde los inicios mismos de sus empeños intelectuales hasta el siglo XX y XXI, sin la coherencia de pensamiento social y la identificación de concepciones filosóficas que los caracterizaron.

Más allá de diferencias en métodos, en la radicalidad de sus ideas políticas, la esencia popular de sus propuestas resulta medular. Por esa razón, al interpretar la influencia de la ilustración en la conformación del pensamiento cubano se debe considerar no solo en los términos de una modernidad entronizada en favor de la ganancia y el lucro de la burguesía esclavista, cuyas instituciones y textos avalaron el poder colonial, sino de la reelaboración conceptual de esa modernidad para minar las bases de la sociedad colonial.

Esa crítica sostenida en diversas polémicas entre José Antonio Saco y Ramón de la Sagra, además de las impugnaciones a Juan Bernardo O’ Gavan, las de José de la Luz y Caballero y Manuel y Zacarías González del Valle junto a otros, fue la crítica contra la esclavitud, contra el dogma preestablecido en las enseñanzas, contra el principio de autoridad, contra la falsa religiosidad y la falsa moral, contra la legitimación cultural de las élites, la teoría de la sujeción y la servidumbre intelectual, la seudociencia y la filosofía estacionaria que promovía el inmovilismo social, contra la prevalencia del eclecticismo espiritualista.

“(…) al interpretar la influencia de la ilustración en la conformación del pensamiento cubano se debe considerar (…) la reelaboración conceptual de esa modernidad para minar las bases de la sociedad colonial”.

Contrariamente el electivismo se convirtió en un elemento clave en la concepción no solo del método de conocimiento sino también de la elaboración cultural, de la interpretación político-jurídico-social y de la creación de un método para el estudio de las ciencias naturales.

Desde la filosofía electiva de Agustín hasta las elaboraciones teóricas de Varela y Luz, se había desarrollado toda una tendencia del conocimiento que, desprendiéndose de la metafísica y de la ontología, intentaba fundamentar una escuela cubana del conocimiento.

Mientras que la poesía y la literatura expresaron progresivamente el alma cubana —las bellezas del físico mundo y los horrores del mundo moral, con los recursos del romanticismo—, la filosofía desentrañó la realidad e hizo la síntesis teórica necesaria para la práctica política del porvenir que no estaba lejos, sin embargo. Se forjaba una cubanidad pensada desde la educación concebida como el corazón del pensamiento político liberador.

Se concibió la ciencia como una. El discernimiento propio de esta no podría quedar en el fragmento de la realidad, sino que era explicable únicamente en la totalidad.  Para el conocimiento del hombre, la antropología filosófica propuesta —y provista de todas las ciencias que intervendrían en este sentido— por José de la Luz renunciaba a la abstracción metafísica de la existencia humana; no apostó por el estudio de la conciencia individual del hombre para conocerlo, sino por esclarecer los comportamientos del hombre en sus relaciones sociales y en la construcción de una moral social proyectada hacia el bien común.

“Mientras que la poesía y la literatura expresaron progresivamente el alma cubana (…), la filosofía desentrañó la realidad e hizo la síntesis teórica necesaria para la práctica política del porvenir que no estaba lejos, sin embargo”.

El espíritu público, de Varela, y Memoria sobre la vagancia en Cuba, de Saco, publicados en el año 1834, coincidieron con la propuesta de reforma de la enseñanza que presentara Luz en la Sociedad Económica Amigos del País. Se apeló a la educación con el propósito de moralizar al pueblo, se creyó en el saber social de este, en su desarrollo espiritual, en la potencia de su virtud. Se promovió la desobediencia crítica y se condenó el engaño y manejos turbios de los intereses públicos. Sociedad suciedad profería Luz, vivimos amontonados, pero no asociados, hombres más que académicos necesitan los pueblos, en todo a de tirarse a ser pueblo, para todo se necesita ciencia y conciencia.

Varela alertaría también sobre la unidad: divididos se odian y odiados se destruyen. Saco advertiría: “(…) la instrucción pública es la base más firme sobre que descansa la felicidad de los pueblos (…) y en su Historia de la esclavitud pondría en manos del negro la raíz de su desgracia”. Luz situaba la primacía en la investigación que descubre y permite fijar propósitos más altos: científicos y éticos. Quien no aspira no respira, la espiritualidad renovada para Cuba quería Luz. Por eso Martí lo llamó el silencioso fundador, acostumbrado el Maestro a tocar las esencias, a ver en la herida la flor. Le bastaron sus aforismos, no tuvo más de él. Y lo conoció. Heredó del sacerdocio de su magisterio para que Cuba fuera libre el apego a la verdad, a la justicia y a la libertad. Cuánto quiso significar con la palabra: Cuba es la patria de La Luz y de Varela.

Me anticipo a aseverar que este libro de nuestra compañera y amiga, profesora Rita Buch, será útil a la juventud que necesita raíz y vuelo. De nuevo se exponen ideas de la tradición filosófica cubana que fundaron la patria. No debe pasar inadvertido este llamado a la memoria, al humanismo y a la cultura del siglo XIX cubano, de quien entregara en las aulas de nuestra Universidad sus estudios sistemáticos, su generosidad y fe profunda en el ser humano.

Solo una palabra para ella: Gracias. Estás aquí sembrando un sueño y cubre tu corazón un verde raro donde acechan sombras desde la tierra toda.