De los sueños a la ingravidez de la amistad
“Advierte Sancho ─respondió Don Quijote─, que hay dos maneras de hermosura:
una del alma y otra de cuerpo, la del alma campea y se muestra en el entendimiento,
en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza,
y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo…
y cuando se pone la mira en esta hermosura,
y no en la del cuerpo,
suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas”.
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Capítulo LVIII
Del valor de la amistad quizás todo se puede ampliar, menos disminuir. Es el secreto de los ’90; para ser exacto, año 1995. Es el momento en que Rodolfo Rensoli Medina y yo nos reencontramos y me titula parte de un ensayo, un sueño maravilloso, al traspasarme la energía de haber realizado ese año una acción cultural, una actividad en la Casa de Cultura de su lugar de residencia, el reparto del Este de La Habana (“Antonio Guiteras”, anteriormente conocido por “Bahía”). Aquella actividad que había nombrado Festival o, más exactamente, Primer Festival de Rap Cubano, fue creando todo un fenómeno cultural en un momento de cambios económicos y sociales en el país, el Período Especial. El arte hace siempre su parte para señalarnos por dónde hay que direccionar el discurso creativo.
Creo, sin temor a equivocarme, que ese fue el inicio de una amistad, desde la creación a la necesidad de intercambiar pensamientos sociales y culturales, estéticas, combinados con esa bondad de hacer por el otro, mejorando lo humano. Ese fue el impulso de la idea que Rodolfo Rensoli, el Renso ─como ya lo comenzábamos a apodar en el grupo─, nos había iluminado a todos. A lo mejor pensábamos todos en una acción de unos días u otros meses más adelante, pero el camino hacia lo grande es terco y caprichoso, lleno de todas las variantes de aprendizajes entre personas diferentes que confirmamos al Renso, sin nombramiento alguno, como líder indiscutible.
“Del valor de la amistad quizás todo se puede ampliar, menos disminuir”.
Nace GrupoUno y Rensoli, estricto y seguro en su análisis constante de la historia, propone siempre mayores desafíos, de hacer, aportar y refundar una ética desde la conducta que los caudillos de nuestra historia, dígase poetas, pensadores, pintores, músicos, habían asentado como base para revolucionar ese mestizaje enriquecedor que la isla amansa y devuelve como expresión única.
Siempre hubo un factor de identidad que caracterizó al Renso: su cubanía, su exquisitez por serlo y sentirlo. Por él, reaprendí a amar mucho más lo nuestro, el gusto por el son, la rumba, la trova, las letras, la pintura, el filin, la décima y todo lo que ya está dentro de mi ADN. Esa necesidad de ser cada uno de nosotros sin temor a equivocarnos, en esa reivindicación cultural.
La óptica pensante y gestora de Rensoli se extendía en la medida que fueron pasando los tiempos de esa década en la preparación de conciertos y espacios públicos institucionales para la promoción de un rap puramente cubano, habanero, donde los jóvenes expresaban en sus letras problemáticas e historias sociales siempre con la esperanza de reformar y formar un individuo nuevo con valores natos.

Esa forma burlesca e irónica de ser exacto sin tartamudear, sin perder el control en momentos de preparación de alguna que otra actividad de promoción, de pensar en el otro sin absolutizar ningún concepto que pudiera empujar otra idea fuera del mismo curso, de unir hasta lograr el complemento final: el trabajo creativo de todos, la amistad como principio de vida, la atención a las necesidades del otro como parte de la cotidianeidad personal, el sentir rabia por lo mal hecho.
Nadie nos preguntó nuestro salario. Trabajar y crear desde lo social fue la meta constante que nos enseñó el Renso; sentir que estábamos realizando la obra más hermosa para el futuro, abrazar al otro desde los gustos afines por el rap y todo lo involucrado artísticamente, creando e imaginando que todo tiene solución, dignificando perennemente el sentido por la amistad que se fue logrando en largas discusiones y consolidando hasta lograr una madurez en el trabajo de hacer de esa cultura foránea una palabra de orden fuerte y firme a las necesidades del momento, sacando de las academias lo que no se quería ver, o simplemente invalidar.
GrupoUno y los festivales de rap cubano fueron poesía de vida encarnada en valores humanos de amistad y belleza entre todos, en el enriquecimiento de todos los participantes, en el trasnochar por las calles de Alamar, en la espera del grito del próximo festival, en la convicción de ser un grupo unido y único, de tener la mirada alternativa y proponernos ─como nos planteaba de forma sabia─, un rap nuestro de negros, blancos y mestizos: un rap cubano… Se logró su sueño de seguir rapeando… ¡a lo cubano!
