Este, es un yugo: quien lo acepta, goza.
Hace de manso buey, y como presta
Servicio a los señores, duerme en paja
Caliente, y tiene rica y ancha avena…
Dame el yugo, oh mi madre, de manera
Que puesto en él de pie, luzca en mi frente
Mejor la estrella que ilumina y mata.
“Yugo y Estrella”. José Martí

Estamos comprometidos a la ruina de este bello país
antes que humillarnos frente al despótico
gobierno español, Cuba libre aunque sea en cenizas
es el ideal de todos los cubanos.
Proclama de Agustín Ruiz en 1870

(citada por Louis A. Pérez Jr. ) [1]

Algunos han llamado a estos tiempos: post coloniales y sin embargo, las noticias que hoy nos llegan por muy diversas vías relatan escenas que recuerdan mucho la realidad colonial donde vivió Vasco Porcallo de Figueroa, considerado por nuestro diccionario EcuRed como “prominente”; prominencia que quiero entender se derive probablemente, de sus atrocidades para con los aborígenes a quienes, como castigo por quererse suicidar, les cortaba las “vergüenzas” y luego se las hacía comer. Eran brutalidades muy parecidas a las terribles matanzas diarias contra la población palestina masacrada en los lugres donde van a buscar la poca comida que pueden, mientras el presidente de los Estados Unidos le hace arrumacos al fascista Netanyahu, se conduce al estilo de los monarcas absolutos y persigue a los inmigrantes con el mismo espíritu que guiaba al sabio francés: Conde de Buffon, cuando “científicamente” concebía a los habitantes del “Nuevo Mundo” como “unos animales de primera categoría”.

Vale también recordar la tremenda y anticolonial historia de los cimarrones, de nuestras fuerzas mambisas y la del ideario iluminador de José Martí expresado en sus artículos y esfuerzos diarios por llevar la revolución a Cuba, mientras, desde los discursos y propósitos de “prominentes” figuras criollas de la época, se abogaba por reformismos y autonomismos o peor aún, por una sumisión a otro poder con ansias coloniales nuevas y más voraces. Son lecciones de historia que una y otra vez se van repitiendo de algún modo.

La vida en Cuba ha sido la del constante enfrentamiento de muchos de sus habitantes al dominio colonial, hombres y mujeres que, a la vez, reían, hacían música, cantaban y bailaban, a veces sin tener una clara conciencia de que muchos de aquellos cantos y bailes, iban jugando un importante papel en la lucha contra su sometimiento. Quienes no conozcan la esencial historia de la música y las danzas cubanas pudieran calificar esas expresiones de nuestro pueblo como de gente ligera o superficial dadas, básicamente, al “divertimento” y eso es como ignorar el aporte incisivo y definitorio del ají, al ajiaco formador de nuestra cultura. Cantos y bailes han sobrevivido ayudando a nuestra gente más humilde, a sonreír en medio de las penurias a que la colonia y la neo colonia, los habían condenado a la vez que han contribuido a afincar nuestra singularidad.

“Sabemos que cantaron los ‘indios’ en un areito convocado por Hatuey contra el dominio del oro; cantamos como cantaban los secuestrados desde África y luego esclavizados”.

Es impresionante que hoy seamos capaces de cantar desde lenguas africanas, en ocasiones ligeramente modificadas por la vida diaria en el transcurso del tiempo. Sabemos que cantaron los “indios” en un areito convocado por Hatuey contra el dominio del oro; cantamos como cantaban los secuestrados desde África y luego esclavizados. Aquellas “herramientas negras” lograron conservar mucho de sus culturas originales y luego mezclarlas con las que iban adquiriendo. Sus cantos y bailes han sido resguardados como tesoros que nos han sido regalados desde la dignidad de su práctica y nos han permitido una plenitud que la colonialidad ha tratado, en ocasiones de manipular y en otras de prohibir. La felicidad de los momentos en que se toca, se canta y se baila fue y aún lo sigue siendo, uno de los más poderosos antídotos contra la dominación y el desprecio. En esas músicas salidas de la entraña popular vibran las razones por las que la Revolución cubana se ha propuesto resguardarlas, vienen de ese lugar de “abajo” donde Fernando Ortiz encontraba la esencia de nuestra cubanía.

Desde la primera mitad del siglo XIX, reportes de nuestros escritores costumbristas mencionan la existencia en Cuba de expresiones musicales como: Cachirulo, Guavina, Matraca, el Cuando y la Cucaracha, seguidas más tarde en el siglo por bailables como los de celdita, de cachumba, de cangrejito, de guaracha, de repiqueteo, de rumba o de chiquito abajo [2], todas nacidas entre la gente humilde y abundando en fiestas y reuniones de “echa cocó pa’ la saranda” [3].

Ni siquiera los asesinatos con el pretexto de la Conspiración de la Escalera pudieron detener la proliferación de las danzas cubanas o el danzón, auspiciado por negros y mulatos matanceros casi en los momentos en que muchos de sus hermanos de raza eran masacrados [4]. Los danzones continuaron sonando hasta desarrollar una manera popular de bailar en Cuba en la segunda mitad del siglo XIX y que Miguelito Faílde supo desarrollar. Paralelamente se estrenaban las obras de compositores como Manuel Saumell e Ignacio Cervantes, danzas cubanas inspiradas en las músicas que, en buena medida bebían del alma de negros y mulatos, con lo que contribuían a fomentar en sectores acomodados, una manera de ser cubanos. Pepe Sánchez, mulato también él y mentor de Sindo Garay, cantaba y componía los boleros que le dieron el título de padre de nuestra trova. El teatro bufo se estrenaba haciendo populares guarachas de mulatez indiscutible con obras que por existir alternativamente a las músicas que nos llegaban de Europa y de los Estados Unidos como era el caso de sus minstrels, reforzaban una cubanía que ganaba el espacio público. En los cabildos que sobrevivían, se preservaban los cantos originales del África y en 1863, la sociedad abakuá sumaba jóvenes blancos a su membresía.

“Los danzones continuaron sonando hasta desarrollar una manera popular de bailar en Cuba en la segunda mitad del siglo XIX y que Miguelito Faílde supo desarrollar”. Imagen: Tomada de Ecured

La más profunda oposición a la colonialidad en la segunda mitad del siglo XIX, fue la Guerra de Independencia. Ella generó también expresiones musicales cuya existencia reforzaría los sentimientos anti coloniales. Numerosas canciones fueron compuestas inspiradas en la lucha por nuestra libertad e incluso algunas, como fue el caso de “La Bayamesa” de Céspedes, Castillo y Fornaris, se convirtieron en símbolos de la rebeldía. Es notable que esa Bayamesa tuvo incluso versiones “de manigua” con textos alusivos al sentimiento patriótico que la guerra había despertado.

¿No recuerdas gentil bayamesa,
que Bayamo fue un sol refulgente,
donde impuso un cubano valiente
con su mano el pendón tricolor?

¿No recuerdas que en tiempos pasados
el tirano explotó tu riqueza,
pero ya no levanta cabeza
moribundo de rabia y dolor?

Te quemaron tus hijos; no hay queja
que más vale morir con honor
que servir al tirano opresor
que el derecho nos quiere usurpar

Ya mi Cuba despierta sonriendo
mientras sufre y padece el tirano
a quien quiere el valiente cubano
arrojar de sus playas de amor.

Mucha música y muchos cantos de tan humilde origen como los puntos guajiros, también acompañaron los pocos momentos de esparcimiento que aliviaban a los mambises durante lo terrible de la guerra. Transcribo unos fragmentos de un importante estudio realizado por el investigador Jaddiel Díaz Frene:

Cuando la noche caía sobre los campamentos insurgentes durante los años de la Guerra de 1895, el silencio de la “manigua” era quebrado por las notas del punto cubano que, emanadas de guitarras, laúdes, güiros y tiples, acompañaban las voces de soldados y oficiales que cantaban décimas, ya fueran aprendidas de memoria o improvisadas. Era común que los combatientes descalzos y con las ropas raídas, exhaustos tras una batalla y con el hambre apretándoles el estómago, lejos de irse a descansar, se sentaran al pie de una hoguera para disfrutar estas interpretaciones. [5]

En el sitio de acampada: a un extremo, el guajiro mambí alegra la noche con el toque de instrumentos típicos, improvisadas décimas y el zapateo como baile predominante; en el otro lado, los negros, con cantos africanos, ruidosos toques de tambores y danzas de frenéticos movimientos. Toda una escena que se da en la Guerra de los Diez Años y que vuelve a repetirse en la de 1895.[6]

Las décimas improvisadas como las del negro Limendoux y los cantos y bailes de tambor, no fueron las únicas muestras musicales que en la “manigua” se abordaron. El general José Maceo, El León de Oriente, quería a su banda de música como “su niña bonita”. También el gran Antonio Maceo ordenó que el Himno Invasor —compuesto por el general Enrique Loynaz del Castillo y que el capitán Dositeo Aguilera arregló para ser tocado una “pequeña banda” [7]— acompañara a las tropas mambisas en la Invasión a Occidente.

Ignacio Cervantes Kawanagh, continuador del legado de Manuel Saumell, padre del nacionalismo musical cubano. Imagen: Tomada de Cubadebate

A finales del siglo XIX, el origen popular de los danzones sirvió para que fueran enarbolados en eventos públicos, como expresiones de cubanía frente al dominio de los colonizadores hispanos, pero también frente al avance de expresiones provenientes de los Estados Unidos como el two step, antes de que terminara la Guerra de Independencia y el naciente imperio estadounidense se instalara en la gobernación de la ambicionada Cuba.

El fin de la Guerra de Independencia fijó entre muchos cubanos la importancia de la lucha contra el poder colonial pero la vida en la paz implicó la instauración de otros mecanismos favorecedores de la colonialidad, que los intereses estadounidenses fomentaron y aprovecharon a su favor. El gobierno interventor norteamericano dictó en 1900 un Bando que prohibía absolutamente “el uso de tambores de origen africano en toda clase de reuniones públicas o privadas” [8] mientras fomentaba el gusto popular por sus músicas en los conciertos que sus bandas ofrecían.

“Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, ciertos hallazgos tecnológicos ocurridos en los Estados Unidos hicieron posible una mayor divulgación, promoción y comercialización de su música y me refiero a la aparición de las grabaciones y a reproductoras de sonido casi paralelamente al invento y desarrollo de la radio”.

Como certeramente escribiera Cintio Vitier, “… en la silla del gobierno destinada a José Martí, se había sentado el general John Brooke, a quien sucedió en diciembre Leonard Wood. No pudieron evitar esa desgracia el derroche de heroísmo de las tropas cubanas…”. [9]

Tampoco se pudo evitar que la nueva nación que se estrenara el 20 de mayo de 1902, creciera bajo el signo neocolonial legalizado, al  permitir un año antes: “Que el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos puedan ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la Independencia cubana, el mantenimiento de un Gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual y para cumplir las obligaciones que con respecto a Cuba han sido impuestas a los Estados Unidos por el Tratado de París y que deben ahora ser asumidas y cumplidas por el Gobierno de Cuba” [10]. Se instauraba una dependencia constitucional garante de una creciente dependencia económica y junto a ello, el avance de la cultura hegemónica estadounidense, que comenzaron a pesar sobre nuestra realidad. El gobernador interventor Leonardo Wood sintetizó el futuro inmediato de Cuba cuando expresó: “La isla se norteamericanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo”.

Desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, ciertos hallazgos tecnológicos ocurridos en los Estados Unidos hicieron posible una mayor divulgación, promoción y comercialización de su música y me refiero a la aparición de las grabaciones y a reproductoras de sonido casi paralelamente al invento y desarrollo de la radio. Estos hallazgos tecnológicos favorecieron también una elevada mercantilización de la música como nunca antes había sucedido y la música generada entre los sectores populares, avalada por una cada vez mayor presencia en grabaciones y trasmisiones radiales, cobró singular importancia social al generar gustos y preferencias.

Para empresas estadounidenses como: Edison, Universal Talking Machine (devenida Víctor Talking Machine y después RCA Víctor), Columbia o Brunswick; resultaba importante expandir sus posibilidades de ventas de música tanto internamente como dentro de los mercados de Latinoamérica y el Caribe. Por su cercanía a los Estados Unidos, la producción musical de México y Cuba (por sólo citar esos dos ejemplos), fue atendida con real interés y se aceleraron sus posibilidades de comercialización, pero siempre a partir de los intereses de las compañías productoras.

Desde la primera década del siglo XX, comenzaron a llegar a Cuba personal técnico y funcionarios de las empresas estadounidenses grabadoras de música quienes centraron sus intereses en expresiones nuestras que habían arraigado en el gusto popular cubano como: los puntos guajiros, el danzón, el son, las composiciones de alguno que otro trovador y la voz de ciertos cantores de los espectáculos teatrales populares. Al ser promovidas y divulgadas aquellas grabaciones en Cuba, contribuyeron a jerarquizar entre los oyentes cubanos, los géneros musicales grabados. Estas prácticas permitieron, entre otras razones, la paulatina y creciente consideración del danzón como el baile nacional de Cuba aun cuando otras expresiones danzarias y populares, coexistían con él. Al respecto puedo señalar que también era muy importante para la supervivencia y estabilidad de la emergente burguesía cubana posterior a la Guerra de Independencia, identificarse con una expresión como el danzón, nacida de las entrañas populares.

“El panorama musical en los inicios de la vida republicana en Cuba estaba constituido por una amalgama de expresiones características de una sociedad donde convergían, tanto los procesos neocoloniales como una oposición a los mismos que se haría muy creciente”.

Paralelamente al desarrollo de las grabaciones en Cuba continuaba una práctica que venía del siglo XIX y que consistía en presentar espectáculos teatrales en los cuales la música de franco ambiente nacional, creada por artistas cubanos, jugaba un importante papel. Esos espectáculos contaban con el arraigo popular que había tenido el llamado Teatro Bufo entre la población en espacios urbanos. También en la escena teatral de los días inmediatos al fin de la Guerra de Independencia continuaron llegando a Cuba espectáculos teatrales estadounidenses, oportunamente promovidos, en los que se incluían algunas expresiones musicales cubanas. Por otro lado, se fortalecía el gusto por la zarzuela española y entre las clases más adineradas se continuaba el hábito decimonónico del gusto por la ópera y otras muestras de música “clásica”.

El panorama musical en los inicios de la vida republicana en Cuba estaba constituido por una amalgama de expresiones características de una sociedad donde convergían, tanto los procesos neocoloniales como una oposición a los mismos que se haría muy creciente. Una juventud que había nacido en los años de la guerra se erguiría como representante de una cubanía rebelde. La música reflejó, a su manera, esa realidad por lo que en próximas notas, trataré de abordar esos momentos.


Notas:

[1] Pérez, Louis A. La Estructura de la Historia de Cuba. Significados y Propósitos del Pasado.

[2] Bueno, Salvador. Costumbristas cubanos del siglo XIX. Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela, 1985.

[3] Bueno, Salvador. Op cit.  Frase popular del siglo XIX cubano para celebrar la sabrosura de una fiesta.

[4] Lapique Becali, Zoila. Cuba colonial. Música, compositores e intérpretes, 1570-1902. Ediciones Boloña, colección Raíces, Oficina del Historiador de la Ciudad, La Habana, 2007, pág. 187-188.

[5] Díaz Frene, Jaddiel. “Música popular y nacionalismo en los campamentos insurgentes. Cuba (1895-1898)”. El contenido de este artículo forma parte de la tesis doctoral titulada La guitarra, la imprenta y la memoria. Una historia de Cuba desde la cultura popular (1895-1902) de El Colegio de México. Pag 20.

[6] Díaz Frene Jaddiel. Op. Cit pág. 27.

[7] Himno Invasor. “Testimonio del General Enrique Loynaz del Castillo”. Tomado de Ecured, Cuba.

[8] López, Oscar Luis. La Radio en Cuba. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2002, pág. 340.

[9] Vitier, Cintio. Ese sol del mundo moral, Ed. Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, La Habana, 2021, pág 95.

[10] Artículo III de la Enmienda Platt a la Constitución Cubana.

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