Eduardo Robeño: Cuando de casta le viene…
El doctor Eduardo Robreño fue un animador natural de la cultura, un excelente comunicador y uno de los grandes investigadores y conocedores acerca de la historia del teatro en Cuba.
Tuve el placer y el honor de ser su amigo, más de una vez le consulté dudas y lo entrevisté en su modesto hogar familiar, en el barrio del Vedado, si mal no recuerdo en las calles 15 y C. Robreño era un conversador incansable, ameno y sapiente, generoso de sus conocimientos, sencillo, desprovisto de petulancia y de reservas. Todo ello, además de simpático, culto y dicharachero. Sencillamente —y a un mismo tiempo— fue una personalidad y un personaje.
“Robreño fue vástago de una familia de teatristas (…), cuyo renombre y quehacer se extiende por el siglo XIX y penetra en el XX. Mencionar el apellido Robreño es sinónimo de teatro en Cuba”.
También fui escucha, uno más entre tantos, de sus charlas, conferencias y presentaciones que llegaron a ser asiduas, muy apreciadas y, posiblemente sin él proponérselo, de elevado rating.
Publicó varios libros que hoy son joyas coleccionables, al menos para este redactor, que conserva uno autografiado.
Y precisamente nos detendremos en sus libros porque el lector de estos días debe conocer cuán útiles pueden resultarle.

En Cualquier tiempo pasado fue…, emprende su andar por las esquinas más famosas de La Habana, por lugares con historia y hasta se permite el lujo de dialogar con personajes conocidos y menos conocidos, pero singulares.
En Como me lo contaron, te lo cuento, el anecdotario abarca desde la política hasta el deporte, pasando por la música, el teatro, el periodismo, la cinematografía, etc.
En Como lo pienso, lo digo, el autor se adentra en su mundo preferido, el teatral, para revelar anécdotas y apreciaciones de figuras claves del pentagrama cubano: Jorge Anckermann, Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Rodrigo Prats, Federico Villoch, Rita Montaner. El teatro Alhambra y cuanto representó ocupa otro de los capítulos.
…Y escrito en este papel implica entrar al teatro por la puerta de los actores, conocer sus interioridades, con detalles sobre el llamado género chico y los coliseos que sirvieron de escenario a los principales compositores, libretistas y directores.

Robreño fue vástago de una familia de teatristas (actores, libretistas, productores), cuyo renombre y quehacer se extiende por el siglo XIX y penetra en el XX. Mencionar el apellido Robreño es sinónimo de teatro en Cuba.
En cuanto a Eduardo, quien nos ocupa, fue abogado de profesión, periodista y conferencista por ejercicio de años, historiador por afición, dramaturgo por herencia y profesor porque mucho supo y mucho enseñó. Y de sus libros hay que decir una gran verdad: constituyeron éxitos de librería pese a no ser novelas ni cuentos, sino amenas memorias, experiencias, reflexiones y el resultado de muy serias investigaciones.
Aun así, Robreño no entra en “la popularidad” solo por los libros. Lo que más lo aproximó a las gentes fue su presencia sostenida —palabra de por medio— en la radio cubana, donde sus recuerdos y comentarios ocuparon un sitial en la escala de preferencias de los oyentes.
Al Robreño de la radio y de los libros, de las conversaciones de café y de las charlas entre amigos, se sumó el conferencista público que tomó por tribuna un espacio abierto y en derredor agrupó cientos de personas que detenían el paso para escuchar a aquel simpático miembro del club de la tercera edad, con mente joven y despierta, conocimiento presto, memoria firme y disposición para recrear la historia a la manera de un relato literario.
“Mencionar el apellido Robreño es sinónimo de teatro en Cuba”.
El último ciclo de conferencias del doctor Robreño tuvo por sede la histórica Acera del Louvre, en los bajos del hotel Inglaterra, frente al Parque Central. El General Antonio Maceo y su estancia en dicho hotel, el gigoló Alberto Yarini, el teatro Tacón, el Capitolio Nacional, el Paseo del Prado y el entorno capitalino que por uno de sus vértices se extiende hasta la Terminal de Ferrocarriles y por el otro hasta el mar, fueron modelados en la palabra de un narrador que, él mismo, es ya parte de la historia de la ciudad.
Robreño nació en La Habana el 24 de septiembre de 1911 y tuvo una larga vida de 93 años que se extinguió el 25 de julio de 2001, sin dar tiempo para que el Consejo de Estado de la República de Cuba impusiera en su pecho la Orden Félix Varela de Primer Grado, entregada póstumamente a su viuda.
Recordémosle con un brindis, como seguramente a él le hubiera complacido.

