Por si no bastaran formas de enloquecernos tratando de estar a la moda, en el ansiado y snob “yetset”, ahora aparece una nueva modalidad, con sus peligros y sus ventajas, sus beneficios y efectos adversos, pero más que todo, con sus exorbitantes precios. Por definición, los suplementos dietéticos son aquellas sustancias que agregan nutrientes a la dieta, con el objetivo de reducir el riesgo de desarrollar problemas de salud, pero en la práctica, llegan a causarnos no sólo molestias propias de sus funciones, sino también la angustia de no poder conseguirlos.
Olvidamos que hasta hace muy poco tiempo, no conocíamos la necesidad de consumir suplementos (más allá de la vitamina C si teníamos catarro, y del hierro en caso de anemia), y comíamos lo mejor posible, a sabiendas de las vitaminas, los minerales y los oligoelementos que aporta una alimentación sana y balanceada. Ahora no. Ahora los omegas (que empezaron por denominarse omega 3 y ya vamos por el 3, 6, 9) son imprescindibles si no queremos morir por dislipidemia, al igual que el gingko biloba para mejorar la memoria, la nuez de la India y el té de piña para reducir el peso corporal, la chancapiedra para eliminar los cálculos renales, mientras que para disminuir la ansiedad, se han llegado a superar la valeriana, la pasiflora y el tilo de toda la vida por un suplemento impronunciable que se escribe ashwagandha, acotándose (como si eso esclareciera algo) que es una sustancia se extrae de una planta utilizada en la medicina tradicional aryuvédica y en la unani. Ni idea de qué será eso, pero como nos mata la ansiedad, pues hay que buscar y utilizar ashwagandha todos los días. Conozco personas que cada mañana antes o después del café, consumen no menos de once suplementos, según ellos, imprescindibles. Sin la menor noción de si los necesitan o no, se atiborran de cápsulas de hidroxicobalamina, de piridoxina, de biotina, de una mezcla llamada “turmeric and ginger” que no es más que polvo de jengibre con cúrcuma, a lo que adicionan retinol, gluconato de potasio, zinc, vitamina D con calcio y el rey de todos los suplementos, del cual hablaré a continuación: el magnesio.

No es tan simple decir “voy a tomar magnesio porque según dice alguien, es muy importante y beneficioso”, No, qué va. Hasta el presente, existen siete formas, cada una con una función específica. Están el bisglicinato, el malato, el quelato, el aspartato, el orotato, el taurato y el citrato. Todos de magnesio. Uno sirve para evitar el estreñimiento, otro para conciliar el sueño, varios para el correcto funcionamiento del sistema nervioso central, alguno es beneficioso en caso de calambres nocturnos, y otro para entumecimiento matinal, y en fin, que toda esta información con visos de propaganda nos obliga a preguntamos cómo hemos llegado a los 40, a los 50 y a los 60 años sin consumir magnesio cada mañana o cada noche, según sea el momento de su mejor función. Es un milagro que hayamos sobrevivido sin cápsulas de magnesio.
Por otra parte, ha sido científicamente demostrado el beneficio de consumir ácido fólico en las mujeres embarazadas, para evitar malformaciones en el feto, pero de ahí a tomar dicho suplemento de forma vitalicia, va un buen trecho. Y algo similar sucede con la creatina, la beatina y la glutamina para ganar músculo en deportistas de alto rendimiento, y con el complejo B en casos de neuropatía óptico periférica, pero esta estampa pretende alertar a nuestro público, es un humilde llamado a la cordura, no una denostación de la ciencia médica. Hago la aclaración porque si bien comparto los avances científicos, me resulta patético desperdiciar tiempo y dinero en cosas que ni necesitamos ni conocemos a derechas.

Hablando en plata, la recomendación sensata es conocer las fuentes naturales de cada elemento y evitar ansiedades por la poca accesibilidad a los suplementos de moda. Por ejemplo, con plátanos y frijoles, con huevos y pescado, ya la inmensa mayoría de los requerimientos diarios son satisfechos, y nos ahorramos las siete formas de magnesio y las tres de omegas. Tomando una infusión de manzanilla a la que se agrega una estrella de anís, evitamos las también de moda melatonina para conciliar el sueño, la lactasa en polvo y la simeticona en gotas. De lo contrario, tendremos que gastar fortunas en la impronunciable ashnosequé, originaria de sabrá Dios qué cultura milenaria. Cordura y potaje, compañeros, sensatez y revoltillo, yogur en lugar de pre y de probióticos, y a otra cosa, mariposa, que el horno no está para pastelitos. Ni para casi nada, francamente. Porque el horno nuestro, que a duras penas produce el pan nuestro de cada día, rajando la leña está.

