Octavio Cortázar: un hombre sabio

Patricio Wood
27/1/2021

En este enero reordenante, el cineasta Octavio Filiberto Cortázar Jiménez (1935-2008), fundador del Icaic, cumpliría 86 años de nacido. Me place volver sobre su memoria y provocarla útil para los que le conocimos y los que inician un encuentro con un habanero alto, que tuvo la suerte de saber lo que quería ser desde su adolescencia y la tenacidad para lograrlo.

Lo importante de Octavio en mi vida es que definitivamente fue el director que me inició, podría decir que me sembró, en el arte escénico. De pequeño, acompañando a mis padres actores, participé en muchas filmaciones y vi a muchos directores trabajar. Pero Octavio siempre me resultó enigmático. Y cuando comencé a conocer su obra, me resultaba más difícil aún, porque empecé a ver imágenes de personas cazando cocodrilos, pescando en altamar, arrastrándose por las calles en la noche, mujeres en las vaquerías, en la construcción.

“Lo importante de Octavio en mi vida es que definitivamente fue el director que me inició, podría decir que me sembró, en el arte escénico”. Fotos: Cortesía del autor
 

Y veo en él a un hombre tan limpio, tan atildado, tan cuidadoso, de hablar muy bajito, calmado. Yo me decía: ¿cómo es posible? Porque no solo se cuidaba él, también a los demás, me buscaba barberos, me mandaba al gimnasio, a aquel le cuestionaba el bigote, al otro le recomendaba una forma de vestir.

Un tipo bonito, en su carro siempre llevaba un abrigo, aunque fuera verano. Y yo decía: ¿cómo este hombre se desdoblará y se meterá en esas aventuras y dentro del cubano y de lo cubano, en los lugares tan poco imaginables?

Creo que Octavio nunca dejó de ser un documentalista. Sus ficciones incorporan la puesta en escena y la actuación, pero su esencia parte y llega a lo documental.

Era un hombre muy celoso con todo lo que hacía y amaba. Nunca más he vuelto a ver un director tan preocupado con todo lo que se decía o hacía con su obra terminada. Octavio se aparecía en todas las entrevistas a las que nos invitaban como intérpretes de sus películas, en los estudios de radio, en las cortinas de los estudios de televisión. Recuerdo el regaño que me gané, pues hablando de mi experiencia en Guardafronteras dije que me resultó más fácil que El brigadista, porque ya yo tenía más “tamaño de bola”. Me dijo: “¿Qué cosa es eso de ‘tamaño de bola’?, ya tú eres un estudiante de arte y no puedes usar ese lenguaje tan callejero en una entrevista”.

Pero en situaciones como esa, lejos de entristecerme, siempre supe ver su deseo de que las cosas salieran mejor, y sobre todo que las personas en las que él creía pudieran ser mejores.

No sé si era un perfeccionista, pero lo que sí dejaba claro era su fidelidad en todo lo que hacía. Solía decir que toda su obra estaba bien hecha, con buenos resultados incluso, solo que algunos trabajos tenían mejor suerte, y que cuando sabía que no podría lograr lo que pretendía, prefería no hacerlo.

Ahora tengo el reto y la posibilidad y la pasión de hacerle un documental a Octavio Cortázar[1], lo que me ha llevado a profundizar en su vida. Octavio tuvo que haber sido un ave un poco rara en los inicios del Icaic. Él no debió funcionar mucho en el casting del Icaic. No sé hasta qué punto lo puedo aseverar, pero él no era exactamente lo que se buscaba. Conversando sobre los fundadores del Instituto, es frecuente escuchar que en ese arranque se buscaban jóvenes con interés y vocación para formarlos en la práctica y dotarlos de una teoría, que ya se estimaban convenientes desde los primeros pasos que daba el naciente cine cubano.

En ese sentido, Octavio fue un miembro singular del Icaic. Fue un joven que expresó su vocación desde la adolescencia, años antes de la fundación del Instituto. Alguien que no solo pasó más de veinte años viendo películas norteamericanas de todos los géneros, hasta cuatro al día, sino que, en 1950, al enterarse de que estaban exhibiendo películas clásicas silentes en el cine club Habana —fundado, entre otros, por Guillermo Cabrera Infante y Rubén Vigón—, fue a verlas y se fascinó con filmes como La madre, Intolerancia o El nacimiento de una nación. Fue ahí cuando definió el deseo de ser cineasta. Pero en Cuba no había la posibilidad de estudiar cine. Existía un sindicato de técnicos, al que era muy difícil pertenecer, el cual participaba fundamentalmente en coproducciones con Estados Unidos y México.

“No sé si era un perfeccionista, pero lo que sí dejaba claro era su fidelidad en todo lo que hacía”.
 

Trató de entrar en la televisión, que recién se fundaba en La Habana, lo cual era imposible para un joven sin formación ni currículo. Entonces optó por la publicidad, estudió, se hizo publicitario, y así logró escribir y dirigir comerciales en la televisión. Pensando siempre en hacer cine, pasa un curso de realización televisiva con Humberto Bravo. Como publicista, coincide con Marcos Behemaras, Enrique Pineda Barnet, alguien a quien conocía desde la adolescencia pero ahora eran colegas. Octavio atinaba en la selección de amigos, aunque yo lo clasifico como un amigo duro. Cumplía el precepto de Oscar Wilde: “Al amigo se le apuñala de frente”. Por eso también se buscó tantos problemas y estigmas, e incluso que llegaran a decir de él que era un pesado. Pero eso es una simpleza, algo como para no repetir, porque a este hombre lo que hay es que estudiarlo.

En la segunda mitad de la década del cincuenta, va a Nueva York a pasar un curso de cine, y allí pudo ver a Stanley Kubrick filmando. De regreso, continúa estudiando cine en una escuela que había en la Habana Vieja con el profesor Cándido de la Pría.

Con 23 años, ya estaba escribiendo, produciendo y dirigiendo comerciales en la televisión, cuando Goar Mestre le confió la dirección de programas culturales con frecuencia diaria, en el canal 7 de CMQ, con Sara Hernández Catá y Ricardo Vigón, y fundó el primer programa de crítica teatral y cinematográfica, conducido por Rine Leal y Guillermo Cabrera Infante.

Paralelamente se vinculó al movimiento teatral conocido como el TEDA, en la compañía de Erick Santa María, donde aprendió a hacer de todo en el teatro, incluso a dirigir.

En 1958 estaba dotado de una experiencia escénica y audiovisual importante, había visto mucho cine y poseía un fuerte hábito de lectura. Curiosamente no perteneció a la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, aglutinadora de los grandes exponentes de las artes y la intelectualidad cubana de esa década. Con esto se infiere que no se relacionó con el pensamiento de los principales gestores del futuro Icaic, quienes promovían la búsqueda de un nuevo cine y, por tanto, de un nuevo cineasta que debía forjarse sin una predisposición a una estética diferente y, mucho menos, televisiva. Veinte años después, Alfredo Guevara solía decir que la televisión no era arte.

Por su desarrollo en el mundo televisivo me atrevo a pensar y decir que no debió figurar entre los fáciles de insertar, porque la convocatoria a los futuros cineastas no debía sumar ni nuevas ni otras corrientes artísticas, además de las que ya se planteaban y debían probarse, como fue el caso del neorrealismo, la nueva ola francesa o el free cinema estadounidense.

Cuando triunfó la Revolución, formaba parte del cine club que existía en CMQ, donde conoció a Santiago Álvarez, quien jugó un papel importante en la vida de Octavio y a quien valoró por varias razones, no solo artísticas.

También estaba allí su amigo de la adolescencia Jorge Fraga, Juan Vilar y Luis Lacosta. En 1959 se enteró de que Julio García Espinosa estaba impartiendo un curso de cine en la sede del grupo Teatro Estudio y comenzó a recibirlo, pero se percató de que era para formar asistentes de dirección. Optó por continuar en la televisión.

Pero ya a finales de ese año, en un entrenamiento de milicia, coincidió con Santiago Álvarez, quien ya pertenecía al Icaic, y le dijo: “Octavio, tú siempre has querido ser cineasta, ven para el Icaic. Comienzas como asistente de producción. Te puedo pagar 162 pesos”. Octavio accedió, perdiendo dinero, porque como director de televisión cobraba 300 pesos. Entró al Icaic y comenzó en la producción de Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea. Aprendió mucho de producción, en una película que fue muy compleja, que tuvo muchos extras y grandes combates.

Octavio fue un miembro singular del Icaic. Fue un joven que expresó su vocación desde la adolescencia, años antes de la fundación del Instituto.
 

A partir de ese momento ya se sentía con experiencia para asumir cualquier proyecto de largometraje, pero se decepcionó, porque en la siguiente película, Realengo 18, fue elegido como productor general una persona que recién entraba al Instituto, sin experiencia suficiente, en su criterio. Octavio se sintió irrespetado y decidió abandonar la producción, pero Santiago lo llevó a dirigir notas en los noticieros que comenzaba a producir el Icaic, y resultó que logró la mejor nota de 1961, que fue la dedicada a la fabricación de cabillas, porque en esa crónica sincronizó el movimiento de las cabillas, haciéndolas “bailar” con las “Rítmicas” de Amadeo Roldán.

Después, Alfredo Guevara lo designó para dirigir los cortos didácticos de Enciclopedia Popular, una idea para apoyar la Campaña de Alfabetización. Dirigió ese departamento y también varias notas didácticas, pero duró allí solo un año, porque lo consideraba más un trabajo de oficina. A continuación, se integró al equipo de filmación de una película checa, Para quién baila La Habana, dirigida por Vladimir Čech, con quien hizo una buena amistad. De esa relación surgió la idea de viajar a Praga para estudiar dirección de cine.

A su regreso, en 1967, venía soñando con dirigir ficción, pero Alfredo le dice que debía mostrar su talento haciendo documentales, y comenzó su carrera como documentalista con su memorable Por primera vez, considerado un clásico del género en el cine cubano.

Y, en efecto, el arte de Octavio puede resumirse en su capacidad de ver lo que ocurre por primera vez con una mirada amistosa.

Algunas anécdotas

El primer día de filmación de El brigadista las cosas iban bien. Estábamos ciénaga adentro, y se preparaba la escena en la que los muchachos campesinos y el brigadista avanzamos por la maleza. De pronto Octavio se enfurece, porque estaba muy entusiasmado con una gran telaraña natural que se veía espectacular a contraluz y quería que pasáramos por debajo, pero antes de filmarla alguien pasó y la desbarató sin darse cuenta. El brigadista debió resultar una película difícil, en primer lugar, por la osadía de ser una historia contada con cuatro personajes importantes encarnados por adolescentes. Nunca antes el cine cubano había tenido esa presencia tan grande de jóvenes. Ahí comencé a ver lo diferente que es preparar una película para después tratar de filmarla.

En 1978 fuimos juntos al Festival de Berlín, donde El brigadista ganó un Oso de Plata. Fue el primero que recibió una película cubana, algo que después logró Fresa y chocolate. Uno de los premios más grandes que ha obtenido el cine cubano. Recuerdo a un periodista que le preguntó a Octavio si le gustaría tener un premio en ese festival. “Preferiría tener una respuesta inteligente a su pregunta”, le dijo Octavio. Se lo dijo con esa manía suya de rascarse el codo izquierdo, como si allí tuviera escondido un botón para salir de situaciones difíciles. Entonces el periodista me dirigió la pregunta a mí y yo le dije: “Me conformo con el millón de cubanos que ya la han visto”.

Felicité a Octavio por su excelente respuesta y él me dijo que la mía era mejor. Entonces me miró de arriba a abajo y me dijo: “Lo que está de bala es el color arena de ese trajecito que trajiste. Esto es Europa, compadre, este es uno de los festivales más importantes del mundo, lleno de personalidades del cine. Aquí los colores elegantes son el gris y el negro. Vamos a comprarte un traje”.

Creo que en el Icaic no pasan de dos los guiones de películas que han sido versionados al teatro, o sea, que primero fueron cine y después teatro. En mi conocimiento la primera fue Al duro y sin guante y la segunda, Guardafronteras. Una de las osadías de Octavio.

¿Cómo imaginar que una historia como esa, que ocurre casi totalmente en el mar, podría llevarse al teatro? Es que no quería dejar morir el excelente trabajo de Tito Junco en su Pata Pelúa. Pero la película había sido sacada de los cines, porque a uno de los actores se le descubrió un plan de abandonar ilegalmente el país. Octavio optó entonces por continuar en el teatro el éxito de la película, que ya había logrado millón y medio de espectadores en solo un mes de exhibición, más que El brigadista.

Ese personaje es un invento absoluto de Octavio. Lo que sucedió es histórico, pero el diseño de ese protagonista fue suyo. A veces me decía con orgullo y emoción que Tito había estado en algunas funciones teatrales mejor que en la película. Pata Pelúa le dio un premio de actuación masculina a Tito en el Festival de Moscú, en 1980. Solo tres actores cubanos lo han logrado: Tito, Miguel Benavides y Daisy Granados.

Recuerdo que en una función no llegaba un actor y para no suspenderla Octavio se metió en el vestuario del personaje, que le quedaba chiquito. Era muy difícil aguantar la risa. Él quiso salvar la función, pero no se le escuchaba nada, ni en la primera fila. El pobre, era el único que se sabía la letra del personaje, pero era una persona tremendamente tímida.

Tengo otra anécdota, pero esta es con los dos Octavios. Una vez me tocó viajar a Alemania con ellos. Cuando salíamos de La Habana, Manuel Octavio Gómez me dice: “Octavio es una gran persona, pero es muy neurótico”. Y al regreso, me dice Octavio Cortázar: “Manuel Octavio es una gran persona, pero es muy neurótico”. Después de eso siempre he pensado que a todos los directores de cine, como tienen tantos ojos encima, y suelen ser complicados, se les pone su “cuñito” para clasificarlos.

“Octavio era un hombre muy sabio”, decía Jorge Luis Sánchez.
 

Cuando terminé de ver el espectáculo musical Hello Dolly, que él dirigió en el Karl Marx, me encuentro a Octavio al salir e intenté decirle que no me había gustado, pero no me era fácil, y él, como para ayudarme, me dijo: “No te preocupes, Patricio, tú no eres público de ese espectáculo, nadie puede ser público de todas las cosas”.

Una vez le conté eso a Jorge Luis Sánchez y sentenció: “Octavio era un hombre muy sabio”. Frase que me gustó mucho, y con el tiempo le dediqué este intento rimado:

De este hombre y su nombre
podrá decirse y hablarse
pero quien así lo estima
aquí proscribe sin agravio
que este Octavio
solo con sabio rima.

 

Nota:
[1] Patricio Wood se encuentra preparando un documental sobre la vida y la obra de Octavio Cortázar, proyecto para el que obtuvo financiamiento en la segunda convocatoria del Fondo de Fomento del Cine Cubano, en la modalidad de Producción de Proyectos de Largometrajes de Ficción, Documental y Animación, y que será producido por Santiago Llapur. (Nota de los editores)
Recurso: Fragmentos de la intervención de Patricio Wood en el coloquio “Por primera vez por siempre”, celebrado en enero de 2020 en la Uneac en homenaje a Octavio Cortázar, por el aniversario 85 de su natalicio.
 
 
Tomado de la Revista Cine Cubano