Jorge Otero: Juegos con el arquetipo

Maikel José Rodríguez Calviño
1/12/2020

Al entrar, una fotografía que reproduce la esfinge de Spata. La imagen ha sido trenzada imitando el tejido con fibras naturales que en Cuba se emplea para confeccionar bolsas o recipientes. La criatura tuerce la boca con una sonrisa arcaica; es su forma de darme la bienvenida. Trago en seco y avanzo sin perderla de vista. Si no soy de su agrado, saltará sobre mí y me hará daño; para eso fue creada.

“Esfinge de Spata” (2020). Fotos: Maité Fernández
 

Media decena de pasos más y ya estoy en Paradigma, muestra personal de Jorge Otero que por estos días acoge Galería Habana. Lo primero que llama mi atención es la disposición de las instantáneas. Otero, conocido principalmente como fotógrafo, ha saltado de lleno al campo de la instalación: fotografías intervenidas como “Púgil en reposo” y “Sátiro en reposo” han sido transformadas ex profeso en artefactos susceptibles al traslado, el almacenamiento y la venta. Pienso, inevitablemente, en Rompiendo reglas, muestra colectiva organizada por Alain Cabrera y Chrislie Pérez (curadora de Paradigma), que durante la XII Bienal de La Habana nos acercó a propuestas del octavo arte vinculadas a lo tridimensional.

Tras apreciar las piezas fotográfico-instalativas, paso a las instalaciones propiamente dichas. De ellas me seducen tres: “Relicario”, “Estudio de luces” y una, sin título, que involucra a una bicicleta china y un bodegón del pintor español Juan Gil García (1876-1932). Salta a la vista que la muestra ha ido articulada en torno a cuestionamientos de los cánones clásicos de belleza, reproducidos a lo largo del tiempo y que hoy vemos sublimados hasta el extremo por la industria del entretenimiento, así como por los procesos historiográficos que durante siglos han manejado los conceptos académicos de arte e historia del arte, aún operantes en la actualidad.  

“Relicario” (2020), herramientas enmarcadas de dimensiones variables.
 

Otero delibera sobre la belleza y su conformación a partir de modelos de representación que ponderan el cuerpo joven y lozano en eclosión. Cuerpos blancos occidentales, claro está, figurados a partir del equilibrio, la proporción, la simetría y el ritmo. El artista revisita e interroga dichos modelos mediante la manipulación objetual de la fotografía, su presentación en calidad de bien mueble y las constantes referencias a los procesos de reproducción de un arquetipo, un paradigma clásico gestado en la antigüedad y recimentado en el Renacimiento, cuyo influjo se ha extendido hasta la posmodernidad. ¿Qué caminos nos han conducido hacia lo que hoy consideramos bello? ¿Por qué apreciamos como tal obras fragmentadas, incompletas, en virtud de lo que fueron; esculturas que, en muchos casos, conocemos gracias a copias romanas? ¿Puede ser hermoso, en el sentido clásico, un objeto común, ordinario, creado para cumplir funciones extrartísticas, si se le presenta debidamente edulcorado en un espacio galerístico? Las herramientas que integran la pieza “Relicario” han sido imantadas con belleza al ser colocadas dentro de cuadros-nichos de valor simbólico y material; han sido catapultadas a la categoría de obra de arte por voluntad del artista y gracias a la pericia técnica desplegada en su presentación. ¿Acaso ya eran bellas en virtud de su funcionalidad y de la belleza que pueden generar (o generaron) si son (o fueron) debidamente utilizadas? ¿Quizás lo bello lo aporta el artista y, de alguna manera, permea las herramientas? Conocida es la relación entre belleza y sacralidad. Para Occidente, lo sagrado escoge a lo bello para manifestarse, y la belleza es un camino para acceder a lo sagrado. ¿El embellecimiento indirecto al que han sido sometidos esos artefactos manifiesta la sacralidad inherente a sus funciones? ¿O acaso la sacralidad referida está determinada simbólicamente por dicho embellecimiento?  

Detalle de la pieza “Relicario”.
 

Los cuestionamientos no cesan. La video-instalación “Tiempo muerto” entremezcla fotogramas de documentales realizados por Santiago Álvarez con fotografías realizadas por el artista. Las personas que aparecen en los documentales son “reproducidas”, sin ropa, por modelos masculinos y femeninos. Esta pieza guarda fuertes puntos de contacto con “Estudio en reversa”: la imagen de un machetero extraída de la prensa plana es convertida en un estudio sobre proporciones del cuerpo humano. Con ello, el artista lleva a la esfera de lo académico una figura cotidiana y anónima, lo cual, paradójicamente, interpela a la Academia y al canon que esta ha defendido a lo largo de la historia.

Otero lleva sus reflexiones hasta la jocosidad con “Estudio de luces”, otra instalación compuesta por una reproducción del busto de Pericles (el original fue realizado por Krésilas en el 440 a. n. e.) que iluminan, por turnos, varios bombillos led. Se establece un desacralizador juego de sentidos entre el ejercicio académico homónimo y el hecho real, descarnado, de alumbrar alternativamente la copia de una escultura célebre. Nótese que no se trata de una reproducción cualquiera. La imagen procede del Museo de Arqueología Clásica Manuel Dihigo, el cual incluye un amplio número de vaciados en yeso, es decir, de copias fieles. En nuestro contexto, dichas reproducciones equivalen, prácticamente, a los originales.

“Estudio de luces” (2020).
 

Cierra la muestra una instalación sin título que incluye el bodegón de Gil García. De todas, es la única propuesta que necesita de una participación activa por parte del espectador. Dicha pieza pudiera resultarnos la menos relacionada con la línea curatorial que articula la muestra, sin embargo, también implica un cuestionamiento del canon, en este caso, académico cubano. Al mismo tiempo, llama la atención sobre la jerarquización de los géneros al interior de la historia del arte insular, la supervivencia económica de artistas y no artistas en la Cuba actual, y las carencias de nuestra realidad social más inmediata.       

Paradigma es una exposición que expande temática y formalmente la obra de Otero, quien, gracias a ella, se arriesga al trasponer las fronteras delimitadas por el reflejo y los cuestionamientos a sistemas de representación institucionales respecto a las masculinidades, y asciende un escalón para desmontar algunos de los procesos de construcción estética inherentes a la cultura occidental. El trabajo se enriquece con cierta nota humorística, cubana, presente tanto en la guataca que “endereza” la torre de Pisa —en la instalación “Cimiento”—, como en el feroz pedaleo hacia la iluminación, esto es: hacia el pan nuestro de cada día. Interesantes estos atisbos a lo arquitectónico y al arte cubano, vertientes que el artista pudiera desarrollar en proyectos futuros.

“Cimiento” (2020).
 

La expo Paradigma es de una claridad sustancialmente meridiana. Dicha transparencia se fundamenta en los procesos investigativos propios de la ejecución de las piezas y el ejercicio curatorial. Al final, la muestra cumple sus objetivos: visibilizar los nuevos modos en que Jorge decanta sus preocupaciones sobre la figuración del cuerpo humano. A los espectadores, un consejo: no pierdan de vista la esfinge. Cuidado con su engañosa sonrisa, con su pérfida quietud.