El precario equilibrio de la civilización está en peligro, no solo por las contiendas bélicas que no han cesado después de la Segunda Guerra Mundial, encabezadas fundamentalmente por Estados Unidos, sino porque el consenso alcanzado sobre valores culturales universales, con respaldo de organizaciones como la ONU está siendo violado, masacrado ante nuestros ojos en esta primavera del 2022, con métodos fascistas.

Es increíble que la propia ONU haya aceptado una resolución condenatoria contra Rusia por su guerra con Ucrania y no haya tenido ninguna reacción ante el atentado a la cultura rusa, que no es fruto de los últimos 30 años de su sistema político, sino de siglos de legar a la humanidad obras trascendentales en la literatura, la música, la pintura, descubrimientos científicos… desde la famosa tabla de los elementos de Mendeléiev, los reflejos de Plajov y el primer terrícola en el espacio.

Que la presuntamente culta y democrática Europa haya incluido en las sanciones a Rusia el imposibilitar a millones de terrícolas ver los informativos rusos y a millones de rusos mantenerse conectados con el resto del mundo al tiempo que les impide viajar al cerrar su espacio aéreo, es prueba fehaciente de que la cantaleta de los derechos humanos, la libertad de expresión, la libertad de movimiento carecen de sustento y pueden echarse por tierra, como históricamente ha hecho Estados Unidos en los países en que interviene, pero Estados Unidos es quien, sin pudor, ha tomado las decisiones respecto al conflicto ruso-ucraniano.

“La respuesta a una guerra que podría haber evitado Europa (…), es este atentado cultural no solo a la cultura rusa, sino a la universal, y no hay reacciones suficientes de la intelectualidad y los artistas del mundo”.

No ha sido suficiente aislar a Rusia con sanciones extremas, sin precedentes, que justo crean uno dictatorial, fuera de todas las normas de la convivencia internacional, sino que han desatado una histeria antirrusa, al estilo del nazismo con los judíos, que ha llevado a la irracionalidad de suspender conferencias y seminarios sobre autores rusos de siglos pasados, a destituir a prestigiosos directores de orquestas rusos establecidos en capitales europeas, a prohibir la exhibición del filme Solaris, de presentaciones de ballet, a atacar comercios de exiliados rusos y hasta censurar a los gatos rusos.

Entonces, la respuesta a una guerra que podría haber evitado Europa si se hubiera abstenido de continuar el cerco de la OTAN a Rusia, luego de participar en no pocas agresiones bélicas de Estados Unidos, de no darse por aludida cuando bombardeaban a la ex Yugoslavia, es este atentado cultural no solo a la cultura rusa, sino a la universal, y no hay reacciones suficientes de la intelectualidad y los artistas del mundo, que olvidan aquel poema de que los fascistas vinieron por distintos grupos y al indiferente no le importaba, pero también vinieron por él.

Nadie puede estar a favor de la guerra, pero el modo solapado de occidente de provocarla y la respuesta totalitaria al enfrentarla hace pensar que en verdad la gran perdedora de la guerra es la cultura, como segunda naturaleza, como sedimento de vida y como creación artística.

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